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Inteligencia Emocional

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Las dos ranas. Animar el desaliento

Un grupo de ranas viajaba por el bosque, y de repente dos de ellas se cayeron en un hoyo profundo. Las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo. Cuando vieron cuán hondo era, le dijeron a las dos ranas accidentadas que sería más práctico que se dieran por muertas. Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas, y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras insistían en que sus intentos eran inútiles. Finalmente, una de las ranas hizo caso a los desalentadores comentarios y se rindió. Acto seguido, se desplomó y murió. Pero la otra rana continuó saltando tan alto como le era posible.

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Cautela y coraje

Cuando las circunstancias parecen adversas, la indecisión nos agita y hace que nos tambaleemos inquietos y dubitativos sobre qué es lo mejor, si quedarse quieto y dejar que la borrasca pase,  o por el contrario levantarse en armas contra el miedo e iniciar nuevos proyectos con savia renovada para hallar oportunidades de cambio y progreso.

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Callar y hablar. Una pareja eterna

¿Callar o hablar? Floren se siente impotente para decidir cuándo decir o cuándo escuchar. Desde la infancia, sus conflictos más recurrentes surgen por su incompetencia para decidir cuándo es aconsejable estar en silencio o en qué momento debe contestar.

Si alguien le recrimina su inoportuna intervención, o que lleve varias horas en silencio, se disculpa con el glorioso pasado familiar, en el que sus padres le reprendían hiciera lo que hiciera, enmudecer o parlotear. Floren piensa que esta falta de criterio para educarla le ha llevado a este caos comunicativo.

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Los dientes y su significado emocional

Cada vez que mi madre soñaba con la caída de sus dientes nos decía que en unos días iba a tener noticias de muertos o presagio de pérdidas económicas. Aquellas agoreras y profusas intuiciones de mi progenitora me acongojaban. Ella, crédula absoluta de esta conexión, vivía pendiente de que se cumpliesen sus expectativas. Como es lógico, algunas veces sucedía así.

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Qué nos pasa

Qué nos pasa. Qué nos hace vivir en la mayor y absoluta incongruencia. La mayoría de las personas encuestadas sobre el motivo y razón de su existencia contestan sin turbarse ni titubear que para ser felices. Hay cierta sorna en la respuesta, como si fuera obvio y lógico que su intención estuviera focalizada en lograr la felicidad.

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Bordear el muro

¿Te has planteado acometer los conflictos de un modo más sencillo y con más posibilidades de éxito? Normalmente tendemos a la confrontación y la falta de visión global ante diferentes situaciones, complejas o no. Es más, solemos devanarnos los sesos, y nos golpeamos contra la pared de la frustración y la impotencia.

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Atrapados

Atrapados. Pienso que estamos presos del tiempo, de los deseos, de todos los planes que colman nuestras agendas de ocio o de trabajo. Vivimos prefijando lo que vamos a hacer en unos días, y marcamos los hitos y las conexiones que están sujetas a estos planes.

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Agradar a todos es imposible. Autorregulación (173)

Fábula del anciano y el niño:

Eran un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo.

Llegaron a una aldea caminando junto al asno. Un grupo de mozalbetes se rió de ellos, gritando:

— ¡Mirad que par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podría subirse al burro.

Entonces el anciano se subió al burro y prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo. Algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al viejo sobre el burro y al niño caminando al lado. Dijeron:

— ¡Parece mentira! ¡Qué desfachatez! El viejo sentado en el burro y el pobre niño caminando.

Agradar a todos es imposible. Autorregulación (173)Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos.

Siguieron haciendo camino hasta llegar a otra aldea. Cuando las gentes los vieron, exclamaron escandalizados:

— ¡Esto es verdaderamente intolerable! ¿Habéis visto algo semejante?
El muchacho montado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado. ¡Qué vergüenza!

Así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel jumento llevaba ahora el cuerpo de ambos sobre sus lomos. Cruzaron junto a un grupo de campesinos y estos comenzaron a vociferar:

— ¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!

El anciano y el niño optaron por cargar al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre carcajadas, los pueblerinos se mofaban, gritando:

— Nunca hemos visto gente tan boba. Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas. ¡Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!

De repente, el burro se revolvió, se precipitó en un barranco y murió.

Seguramente la historia nos queda lejana, porque ninguno de nosotros llevará un burro de pueblo en pueblo, ni nos encontraremos en una situación tan paradójica. Ahora bien, estoy segura de que muchos de nosotros hemos cambiado de idea y hasta hemos modificado nuestro modo particular de enfrentarnos a nuestros conflictos cuando algún amigo nos ha sugerido que no era correcto.
Estas variaciones y falta de consistencia en nuestras ideas denotan algún grado de inseguridad y poca madurez personal. En cualquier caso, se trata más de reflexionar y tomar medidas para modificar actitudes que de recrearnos en momentos del pasado inmodificables.
La seguridad personal se logra cuando nos preguntamos qué queremos, y qué esfuerzo estamos dispuestos a realizar para conseguirlo. En la medida que estemos remisos a comprometernos o nos encontremos faltos de motivación, buscaremos consejo fuera y así dilataremos la tarea.
En bastantes ocasiones preguntamos a unos y otros esperando que nos den una respuesta que ya tenemos, y que queremos reforzar. Este mecanismo implica estar siempre buscando apoyos que nos saquen de la indecisión, pero que nos sumergen más en ella. Lo que en verdad se anhela es la ratificación de la idea inicial.
Sólo en nuestro interior está la verdadera respuesta.
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