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Los oídos y la obediencia

El sentido del oído está unido a la capacidad de captar, de estar atentos, de escuchar prestando atención a aquello que suena a nuestro rededor.

Esta capacidad del oído seguramente la tenemos todos muy asumida; sin embargo, más allá de poder atender a los sonidos, el oído también está conectado a nuestra capacidad de obedecer. Cuando los niños son rebeldes a la autoridad, o quieren desoír los mandatos de sus adultos, cierran sus oídos con otitis rebeldes que no ceden ni con fármacos.

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Los dientes y su significado emocional: parte II

En el post 331 iniciamos nuestras conversaciones sobre la importancia de los dientes y sus diferentes significados emocionales. No cabe duda que desde nuestros primeros dolores dentales, allá por los cuatro meses de edad, los dientes tuvieron un significado e importancia para nosotros y para nuestro entorno. Muchas de las molestias, mal carácter, llantos y enfermedades  tuvieron su causa y su origen en la dificultad para «cuajar» nuestros dientes.

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La conciencia de los niños (114)

J. F. tiene 12 años. El pasado domingo estuvimos trabajando sus dificultades para concentrarse y obtener mejores resultados curriculares. Me explicó que empleaba muchas horas de estudio con muy poco éxito. Quería conocer por qué le sucedía y qué medios tenía para cambiarlo.

Iniciamos la tarea analizando sus valores más sobresalientes para conseguir las metas que nos habíamos propuesto. Dividió su auto observación en dos campos bien delimitados. Por un lado eligió diez valores que tenían que ver con su carácter. Entre los diez seleccionó los tres más significativos para él: sinceridad, amor y bondad.
 
J. me explicó que todos faltábamos un poco a la verdad, pero que la sinceridad era una de sus mayores fortalezas. El amor tenía la suerte de recibirlo con creces de sus padres, y él pensaba que era una persona bastante bondadosa.
 
La conciencia de los niños (114)
 
El muchacho diferenció algunas cualidades imprescindibles para su mejor desempeño en el colegio. Opinaba que eran prioritarias cuatro: concentración, atención, paz en la casa (que le facilitaría el estudio) y respeto a su espacio vital. También estimó con una nota muy alta la eficacia, el confort y la inteligencia. Para el crío su área de mejora era la eficacia. Estimaba que el estudio no resultaba suficiente. Buscaba que los resultados fuesen muy positivos, y no siempre lo lograba. Esto le desesperaba bastante, y aún más cuando se comparaba con compañeros que tenían magníficos resultados con menor esfuerzo que el suyo. Ahondando en estas opiniones (le hice hincapié en que eran muy discutibles; él no podía conocer el trabajo que sus compañeros realizaban para alcanzar sus éxitos) llegó a la conclusión de que sería mucho más eficaz si pusiera más atención a las explicaciones de sus profesores y se concentrase en el estudio. Reconoció que su mente volaba fuera de los libros muy a menudo.
 
Ante el juego que yo llamo «Tengo – quiero», J. pormenorizó  sobre los dones y cosas que tenía y no quería perder, entre los que señaló la familia, su personalidad cariñosa y su gran sensibilidad. Este último don es un bien muy amado para el muchacho. Por lo visto, su espíritu sensible le favorece la relación y la comprensión con su grupo de amigos.
 
En el apartado de «Quiero pero no tengo», reapareció la concentración como una de sus grandes metas. Conseguir estudiar bien era su segunda preferencia, y por último lo que le pedía a la vida era «Un gran amigo que me comprenda siempre, haga yo lo que haga. Sé que es difícil, pero me encantaría conseguirlo».  
 
J. se quedó unos segundos quieto, me miró muy serio, y me dijo con una voz muy profunda: «Sé que a todos nos molesta ir al colegio y estudiar, pero hay muchos niños que darían su vida por poder hacerlo. Quisiera agradecer a Dios esta oportunidad que me da de acudir a un colegio».
 
La impresionante colaboración de J. favoreció los ritmos de este estudio y entramos en el siguiente apartado, en el que observamos todas las cosas que tiene pero no le gustan y quisiera cambiarlas. J. quiere suprimir de su vida a un profesor. Desea un hada madrina para hacer desaparecer a un maestro que le deja en evidencia y le ridiculiza ante sus compañeros. Nada es tan importante como lograr esto. Después quiere que la tensión con sus hermanos menores y el mal humor que muchas veces acarrea se volatilicen. J. pensaba que era un poco envidioso. Esto no le molestaba, porque era una forma de expresar su admiración por algunos de sus compañeros e ídolos del momento. Sobre todo deportivos. Quiere llegar a ser un gran futbolista, como C. R.
 
J. me dijo que había cosas que no tenía y que tampoco anhelaba, como la falsedad, la maldad o la pobreza. «Aunque Joaquina, me gustaría probar a ser pobre porque la gente debe de sufrir mucho por ello, y yo quisiera comprenderles.»
 
Feliz día para todos los padres del mundo que han educado a muchachos como J. F. Él quiere experimentar de alguna forma la pobreza para comprender a todos los seres del mundo que hoy sufren por su miseria. Si algún día fueras presidente, por favor, J., no olvides tus ideales de hoy.
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Los niños sí quieren cambiar el mundo (104)

Esta es una historia que me contaron hace tiempo:

Los niños sí quieren cambiar el mundo (104)En un día muy caluroso de un mes de agosto, durante la celebración de las fiestas populares de mi ciudad, un niño de 12 años entró en una heladería y se sentó en una mesa. Miró a su alrededor con serenidad y tomó en su mano la carta de los helados. Cuando ya hubo decidido lo que deseaba, llamó a la camarera y le preguntó: «¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con almendras?». «50 céntimos», respondió la mujer un tanto sorprendida por la independencia del niño. Éste sacó de su bolsillo unas cuantas monedas, que contó detenidamente. «¿Cuánto cuesta un helado solo?», volvió a preguntar. La dependiente empezó a impacientarse. Habían entrado al establecimiento varias personas que buscaban sitio. Malhumorada, le contestó: «35 céntimos». El niño volvió a contar las monedas, y dijo a la camarera: «Quiero el helado solo». La mujer le trajo el helado y dejó el ticket con el importe encima de la mesa.
Cuando terminó el helado, el niño abonó su consumición en la caja y se fue. Tras haber atendido a otros clientes, la camarera volvió para preparar la mesa que había dejado el niño. Se encontró con que allí, colocadas ordenadamente junto al plato vacío, había veinticinco céntimos: su propina. La muchacha tragó saliva.
Ejercicio:
  • Recuerda algún momento en el que hayas juzgado negativamente a algún niño o joven de tu entorno.
  • Haz memoria de instantes en los que te haya sorprendido gratamente la generosidad de algún menor.
  • Ve a tus recuerdos de la infancia y disfruta de los pensamientos de grandeza que tenías sobre el mundo, los pobres…
  • Piensa las veces que has salido a pedir para cambiar alguna injusticia y la fuerza que ponías en ello.
  • Anota las profesiones orientadas a ayudar a los demás que querías hacer cuando eras pequeño (o un poco más mayor).
  • Escucha a los más jóvenes de la familia, y anímales a que tengan una mirada positiva sobre el mundo.
  • ¿Qué debemos hacer para que nuestra sensibilidad social y nuestra generosidad permanezca en el tiempo? ¿Qué cambio debemos realizar los adultos para que esto sea posible?
Hoy me gustaría que pusiéramos la atención en cuidar nuestras palabras ante los menores para que todo lo que escuchen de nosotros sea positivo y aprendan a respetar a los que les dirigen y enseñan. Y es que eso sólo será posible si en nosotros ven el mismo respeto y consideración
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Escucha activa. Cómo lograr la obediencia de los niños (74)

Recordemos nuestro post 64 sobre la obediencia y la escucha activa. En él decíamos lo siguiente: «La obediencia exige un primer momento de escucha atenta, que conduce a la acción… ¿Cómo se debe proceder para que el niño obedezca?  Primeramente, hay que valorar cada palabra que se le trasmite y asegurarse de que el niño ha entendido qué se le está requiriendo; después, comprobar si tiene la capacidad para realizarlo, y por último, si entiende cuáles son las consecuencias positivas y negativas de su comportamiento.»

La mayoría de los estudiosos sobre comunicación consideran que el ejercicio de escuchar exige mucho más esfuerzo que el de hablar. Uno de los puntos a tener en cuenta en esta afirmación es que, cuando hablamos, tendemos a estar pendientes de lo que decimos. Esto conlleva que estemos menos interesados en el impacto que han tenido nuestras palabras sobre el receptor, y en si ha comprendido exactamente lo que queríamos decir. En la comunicación esto es habitual, y lo podemos comprobar en todas aquellas situaciones en las que pretendemos movilizar a otro para que acometa una acción que le aleja de su espacio de confort. El índice de fracasos será proporcionalmente más elevado si se olvidan ciertas normas y reglas que potencian y facilitan la escucha activa.
La escucha activa. El primer paso para lograr la obediencia de los niños (74)
Cuando emitimos una orden o mandato a un niño o a un adulto, se producen dos hechos bien definidos, a saber: el primero es que expresamos algo que nos interesa, pero nos lo expresamos sobre todo a nosotros mismos (subyace un interés hacia el receptor que él no valora como tal), y el segundo, que el receptor, ante este requerimiento, precisa alejarse de su espacio de confort, lo que supone tener que hacer un esfuerzo para el que, en la mayoría de los casos, no está bien dispuesto.
Existe una creencia muy generalizada, y en los padres está más acentuada, de que se escucha de forma automática; un padre cree (o quiere creer) que emite una orden y de inmediato el receptor (hijo) la ha escuchado, comprendido y aceptado. No se puede imaginar el padre cuán lejos está de poder cumplir esa ilusión. Quizá sea necesario ampliar algunos conocimientos sobre oír y escuchar que nos posicionen en un lugar más experimentado para aprender a dirigir a los niños.
Marquemos primero las diferencias notables que existen entre oír y escuchar. Oír precisa del esfuerzo físico de detectar sonidos y para ello el pabellón auricular ha de funcionar bien, así como todo el sistema de audición. Cabe resaltar que este sistema, además, se encarga del equilibrio de la persona. Para escuchar es necesario no sólo el perfecto funcionamiento del sentido del oído, sino que haya una triple acción. Esta acción es, en primer término, intelectual, en la medida en que requiere que se tengan suficientes conocimientos para comprender el significado de las palabras; en segundo  término, la acción es emocional, pues el timbre de la voz y su modulación ha de resultar auténtico, atractivo y ha de tener prestigio para el receptor. En tercer y último término, la acción es empática, pues si no hay un cierto grado de identificación mental y afectiva entre el emisor y el receptor la escucha resulta defectuosa o nula.
Oír se produce de forma natural, y sólo exige la salud del órgano, mientras que escuchar requiere entrenamiento. Seguramente habéis tenido alguna experiencia en la que, después de haber estado escuchando largo tiempo a una persona, os encontrasteis incapacitados para repetir una sola idea de lo que os había dicho. Estabais oyendo, porque oír es un acto pasivo, mientras que escuchar exige la intención y la participación consciente el receptor, que en ese momento, por alguna causa, os faltaba.
Para oír se exige la captación de la palabra, que no la correcta comprensión de la misma; sin embargo, para escuchar es necesario el entendimiento de las ideas que el emisor quiere transmitir con el fin de que pueda ser realizada la acción que está reclamando. Suele existir muy poca empatía entre las necesidades de un padre y las de su hijo, y eso se percibe en el tono que emplea el progenitor para hacer llegar sus órdenes. En este caso, el receptor busca anular su capacidad de entender la idea del emisor. Una de sus primeros impulsos es reducir el interés por el mensaje, y lo más habitual es que lo interprete desde su conveniencia, por lo que es normal, cuando se le reprocha no haber escuchado, que se excuse con un «Yo pensaba que lo que me querías decir era… ».
La próxima semana seguiremos con la escucha activa. Daremos los pasos para que se produzca la escucha. Así como pautas para distinguir una correcta escucha de otra que no lo es tanto.
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Niño obediente. Escucha activa (64)

«Hola, me dirijo a este foro en busca de ayuda… porque ya estoy desesperada… tengo una niña de 4 años, que no obedece nada… ni si la castigo (castigos adecuados a su edad, tipo no ves dibujos, ni pelis, no coloreas, no juguetes, en la sillita de pensar diez minutitos… etc…), ni si la premio si hace algo bien… con nada obedece… es más le digo de castigarla sin dibujitos y dice que le da igual… pero con dibujos y cualquier cosa… le da igual de todo!!!!… o sea que no se qué hacer… me podéis dar algún consejo por favor algún método que os haya ido bien????»
(Foro de Psicología de los niños)
Pocos de nosotros conocemos que el término obedecer viene del latín Ob audire, que significa «saber escuchar». La obediencia exige un primer momento de escucha atenta, que conduce a la acción. Este proceso puede surgir de una aceptación profunda e interna, o estar provocado por una llamada del exterior. En ambos casos se responde activamente.
Mi pretensión en este post es aproximarnos a los significados sobre la obediencia más válidos, más accesibles y de más rápido aprendizaje. También me gustaría que pudiéramos simplificar y relativizar la importancia de la obediencia en aras de centrarnos en el estudio e importancia de la escucha atenta en los niños y en los adultos.
La mayoría de los padres, igual que sucede en el caso ejemplificado más arriba, buscan que sus hijos les obedezcan empleando múltiples recursos sin comprender, y en muchos casos sin pensar siquiera, que es imposible la obediencia si previamente el hijo no ha entendido qué se le pide, cómo realizarlo y para qué sirve la exigencia. Recordemos también el post 38 (titulado «El primer pilar de la educación. La enseñanza a través de los hábitos»), donde los padres debían incorporar disciplinas que ayudasen a los niños a confiar en sus propias fuerzas y a desarrollar hábitos que permanecieran en el tiempo.
El niño obediente. Un ejercicio de escucha activa (64)
«Haz esto porque te lo mando yo» es una abstracción imposible para cualquier persona, pero mucho más cuando nos dirigimos a niños o jóvenes de cualquier edad. Antes de plantearnos cómo lograr su obediencia, debemos comprender que subordinar la voluntad de alguien, niño o adulto, requiere la anulación de sus deseos para acatar algo que no le seduce. A priori, parece descabellado que esto pueda originarse de forma natural.
Imaginémonos que un profesional pide a un padre que su hijo no ingiera dulces. En la mayoría de los casos que conozco, la respuesta es de imposibilidad, y acaban preguntando: «y eso, ¿cómo lo consigo?». Hay un desaliento explícito y grandes dudas sobre el respeto y docilidad de sus hijos hacia esta prohibición. Sin embargo, cuando el mismo profesional informa que el niño tiene propensión a la diabetes, el panorama varía notablemente, y el acatamiento es casi instantáneo.
La diferencia entre el primer caso y el segundo radica en el conocimiento de los hechos y la trascendencia sobre la salud del niño. Los padres en estos casos encuentran recursos para ejercer su autoridad y conseguir la docilidad de sus hijos, así como el acato a las normas en la mayoría de los casos. Es más, el niño, consciente de la importancia, sigue las directrices estrictas e informa de su situación allí donde va.
¿Podríamos decir entonces que los padres conocen los recursos para ejercer la autoridad? Y si es así, ¿por qué sólo la ejercitan ante situaciones límites? Lo común es que los miembros de una familia opten por debilitar su autoridad ante los niños y no perseverar en sus criterios. La confrontación que los menores ejercitan contra su fortaleza les desgasta y prefieren claudicar.
Los críos son hábiles observadores y requieren una coherencia en los actos y los mensajes que muy pocos padres están dispuestos a soportar. Cabe recordar aquí que los niños aprenden desde las imágenes, a través de los sonidos de la voz y de cada uno de los cinco sentidos, que agudizan al máximo. Su crecimiento depende del desarrollo adecuado de sus sensaciones antes que de cualquier otra cuestión.
Habitualmente, los niños son espectadores de grandes contradicciones. Los progenitores cambian de idea según el momento en el que se encuentran, independientemente de lo que es aconsejable o no para los hijos. En muchos casos, ambos padres no coinciden en el planeamiento educativo, y lo explicitan sin recato delante de ellos. Los pequeños son muy hábiles en aprovechar estas divergencias para su «beneficio», y explotan esta disonancia para romper la autoridad y trasgredir las órdenes.
La obediencia exige un alto nivel de compromiso por parte de aquellos que deciden. Las prohibiciones deben ir acompañadas por la coherencia; lo que hoy es correcto debe seguir siéndolo mañana, y viceversa. Del mismo modo, las directrices deben ser consensuadas por ambos padres para erradicar los conflictos de autoridad. Si las concepciones educativas difieren entre los «gestores», estos deben plantearse qué deben resolver y cómo, y en ningún caso debatirlas en presencia de los menores.
Si retomamos nuestro concepto de obediencia, deberemos centrarnos en la escucha, y la primera escucha activa que un niño observa es la que se proviene del vínculo de sus padres. Si el menor detecta que hay fisuras en la autoridad de un padre con el otro, o que hay incompatibilidades entre la visión de cada uno, manifestará rebeldía, que no es otra cosa que una búsqueda de armonía interior.
Si el problema es familiar, ¿cómo se debe proceder para que el niño obedezca? Primeramente, hay que valorar cada palabra que se le trasmite y asegurarse de que el niño ha entendido qué se le está requiriendo; después, comprobar si tiene la capacidad para realizarlo, y por último, si entiende cuáles son las consecuencias positivas y negativas de su comportamiento. Además, las órdenes se transmitirán una sola vez con instrucciones simples y comprobando que sabe cómo hacerlo. En el caso de que la orden sea una prohibición, conviene explicar el por qué de ella, siendo claros, asertivos, concretos, formales y resueltos.

El niño obediente es el resultado de escuchar, y para ello hay que cuidar qué decirle y cómo decírselo. Recordar nuestra infancia nos ayudará a todos bastante.

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