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Avatar

El film de James Cameron, Avatar (2009), recoge las múltiples contradicciones que nos asolan a la especie humana cuando nos enfrentamos a nuestros deseos más ruines.

Los acontecimientos se desarrollan en Pandora, que está habitada por los humanoides na’vi. Las tribus que pueblan Pandora, la luna del planeta Polifemo, están disgregadas, y los omaticaya se asientan bajo el Árbol Madre que cubre un yacimiento de unobtainium cuyo valor es de más de 20 millones de dólares el kilo. Esta cotización tan elevada se debe a su poder para recuperar la deficiencia energética que vive la Tierra.

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Conversar con el público objetivo. El marketing de hoy (146)

Hoy tenemos millones de cosas para escoger. Cada día la oferta para elegir algo que nos interesa es más intensa. A la vez, nuestro tiempo para invertir en esa elección es más pequeño. Resulta tremendamente difícil lograr que nuestros productos sean escogidos entre un abanico de posibilidades tan amplio como el que tenemos.

Conversar con el público objetivo. El marketing de hoy (146)El video más visto en YouTube durante este 2009 ha sido el de Susan Boyle,  Britain’s Got Talent, con 120 millones de visitas. En segundo lugar, con más de 36 millones de visualizaciones, fue el de un niño mareado por el efecto de la anestesia. La película más taquillera del año es Luna Nueva, de la saga Crepúsculo, que versa sobre un vampiro vegetariano que tiene una novia que lo arrastra al amor.
Podríamos hacer muchos supuestos para identificar las tendencias actuales; sin embargo, nos equivocaríamos. Es inexplicable que el segundo ganador de un concurso de talento sea el video más visto, o que nos seduzca ver a un niño con las secuelas de una anestesia. Y más sorpresivo aún es que millones de personas vibren con las caricias de un vampiro y la posibilidad de que caiga sobre la yugular de su amada. ¿Por qué no despierta el mismo interés un trabajo científico, o un discurso de un líder, o cualquier otra oferta con más contenido y relevancia social?
Ante esta transformación de la demanda y de los intereses del público, cabe preguntarse qué y de qué modo podemos permear el mercado con nuestros trabajos. La tendencia no está conectada a la calidad, ni tan siquiera a la aportación inmediata. Hay algo mucho más inquietante e intangible que debemos analizar si queremos que nuestros esfuerzos se vean recompensados y a la vez estén orientados a las necesidades sociales.
En la actualidad no cabe hacer las cosas con un sentido personal. Hay que llegar a un colectivo ávido de sensaciones. Y todo ello sin hipotecar nuestros valores, ni perder de vista nuestras creencias o desestimar nuestra motivación intrínseca. Pero teniendo muy presente la orientación de aquellos a los que va dirigido el mensaje o el producto. Porque ahora no prima el producto sobre la idea, o esta sobre el servicio. Es igual lo que estés ofreciendo. Hay que tener en cuenta al público objetivo, conversar con él y comprender su móvil participativo. Bien sea para comprar, escuchar o interactuar.
Movilicemos nuestros intereses hacia lo novedoso, lo sorprendente, lo inesperado. Todo aquello que está dentro de los estándares ya está agotado. Nos impresiona lo mórbido, el dolor, lo extraño. Apasiona aquello que conmueve. No importa cómo, ni la utilidad de esa conmoción. Se valida lo que sorprende independientemente de su calidad. Los estímulos externos que faciliten las sensaciones, las vibraciones y en gran parte el divertimento insustancial.
Debido a esta oferta masiva, sólo aquello que gira 360º fuera de lo habitual moviliza, y se acaba hablando de ello en diferentes foros. Quizá no estemos ante un hecho aislado del siglo XXI. Los grandes hitos impresionaron en su momento al mundo, aunque ahora los matices son mucho más impactantes y veloces, porque está Internet y la tecnología visual en general. No obstante, posiblemente subyace dentro de este paradigma presente una búsqueda hacia lo conmovedor, lo que no quiere decir sensible.
El instinto participativo surge cuando se provocan e incitan los impulsos relacionales. Aquello que nos hace vibrar de amor y miedo. También lo que nos tensiona o estresa, o lo que nos permite evadirnos de los límites de lo cotidiano y nos trasporta lejos de nuestras costumbres. Nos entusiasma lo que nos hace relativizar el esfuerzo y facilita que las neuronas perciban intensas vibraciones. Y mucho más si todo ello rezuma algún nivel de incógnita y además se crea una conversación tácita entre el objeto y el consumidor.
Hay que reinventarse para potenciar el boca oreja y que nuestro trabajo traspase el silencio. El mundo está compuesto de un gran colectivo emocional que comparte lo que es proclive a ser aceptado por su grupo.
Pregúntate qué envías a tus amigos, de qué hablas. Después piensa para qué y encontrarás mucha similitud con lo que aquí he dicho. Los que queremos hacer un trabajo de sensibilización hacia un cambio y una trascendencia debemos cuestionarnos cómo llegar al público que lo necesita y qué debemos hacer para provocar un boca oreja penetrante y mantenido.
Quiero conversar con todos vosotros. Dadme por favor ejemplos en los que lo consigo y en los que no.
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Qué bello es vivir. Nuestro propósito de vida (144)

El clásico de todas las Navidades “Qué bello es vivir” es la película más emitida en estas fechas en todo el mundo. Dirigida por Frank Capra, sus dos protagonistas son James Stewart y Donna Reed. Es una película sobre sueños que creemos no cumplidos, sobre cómo afloran las cualidades más excelsas, sobre nuestro propósito vital, sobre la amistad…

Os recomiendo pulsar el botón HD en el lateral derecho de la pantalla cuando de comienzo el video.

Si tienes problemas visionando el video PULSA AQUÍ, o en la siguiente fotografía:

Qué bello es vivir. Nuestro propósito de vida (144)

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Deliciosa Martha. Videoblog (139)

Cada una de las secuencias nos transporta a vivencias personales. Nos enseña a resolver algunas de las inquietudes que juguetean dentro de nuestro artesonado emocional. A través de Mario aprendemos que, aunque nos gusten las risas y la frivolidad, se puede ser muy directo y sincero cuando las circunstancias nos exigen que definamos sentimientos y actitudes.

Los enlaces interesantes para este videoblog son:

En caso de no ver el video pinchar AQUÍ

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Deliciosa Martha. El encuentro entre una colérica y un sanguíneo (138)

En el film Deliciosa Martha, de Sandra Nettelbeck, Martha Klein (Martina Godeck) es una afamada chef de un restaurante en Hamburgo que se dedica a la new cuisine. Martha es una neurótica perfeccionista obsesionada por la cocina. Necesita controlar todo lo que le rodea, y cuando no lo consigue, sufre ataques de ansiedad que resuelve metiéndose en el congelador. Sin vida social, Martha focaliza su atención en su pasión culinaria, e intenta alimentar a su psicoterapeuta, al vecino recién llegado, o a cualquier persona para justificar las horas que dedica a este menester.

Nettelbeck trata magníficamente la necesidad de transformación de Martha incorporando a su vida dos personajes. Por un lado a una sobrina, hija de su hermana, fallecida en un accidente de coche, y de otro a un chef italiano, contratado para suplirla mientras ella soluciona su nueva situación familiar. Estas dos personas desestabilizan a Martha, pues le exigen adaptarse a una situación que nunca antes había vivido. Lina, que así se llama la sobrina, es una niña de 8 años, nada fácil, que rompe el relativo confort del que disfrutaba Martha hasta la fecha. Esta incorporación a su vida la obliga a cuidar e intervenir sobre actitudes de la niña que le sobrepasan y le asustan por igual. El segundo intruso, Mario, es un divertido, empático y apacible colaborador que se gana a todos los compañeros y a la propia Lina rápidamente, obligando a Martha a ceder parte de su terreno.
Deliciosa Martha. El encuentro entre una colérica y un sanguíneo (138)
Hay momentos espectaculares en los que cada personaje refleja lo mejor y lo peor de sí mismo. Desbordamientos, negativas, irreflexiones. Enfados y alegrías que van secundándose unos a otros, entretejiendo el entramado de esta comedia deliciosa y entretenida.
Cada una de las secuencias nos transporta a vivencias personales. Nos enseña a resolver algunas de las inquietudes que juguetean dentro de nuestro artesonado emocional. A través de Mario aprendemos que, aunque nos gusten las risas y la frivolidad, se puede ser muy directo y sincero cuando las circunstancias nos exigen que definamos sentimientos y actitudes: «Yo no necesito trabajar aquí. Puedo hacerlo en cualquier otro sitio. Pero quiero trabajar aquí porque te admiro, y es un gran honor para mí aprender de ti, y poder cocinar contigo. Aunque me gusta más trabajar donde me aprecian. Así que, si quieres que desaparezca, dímelo y me iré inmediatamente».
Martha tiene en cuenta a sus compañeros y cede a la presiones de todos en aras de mantener en el equipo al afable Mario. Poco a poco, Mario va ganando el corazón de ambas mujeres, e inician un acercamiento que se tensiona cuando el padre de Lina viene a buscarla. Martha revive su dificultad para enfrentarse a sentimientos intensos, que no sabe manejar.
Cuando se va la niña, Mario intenta consolarla, y Martha, desbordada por su incapacidad de vivir emociones fuertes,  le echa de su casa y de su vida.
Quizá cada uno de nosotros necesitamos vivir una presión, una pérdida, para situar nuestros sentimientos en una realidad y encontrar el equilibrio.
El videoblog que publicaremos mañana, nos ayudará a disfrutar de un cineforum y a comentar los diferentes aspectos de esta comedia, que muestra dos temperamentos muy diferentes y muy complementarios. Mario, un sanguíneo lleno de luz, y Martha, una colérica con necesidad de ajustes emocionales.
Debatid, a puntualizad, a participad con lo que se os ocurra. Todo esto sólo tiene sentido si estáis al otro lado.
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Cuando la autoestima depende de los demás (131)

Es fácil tener confianza en ti mismo y disciplina cuando eres un triunfador, cuando eres el número uno. Lo que necesitas es tener confianza y disciplina cuando todavía no eres un ganador.

Vicent Lombardi
Entrenador de fútbol americano
El film de Oliver Stone Un domingo cualquiera (Any Given Sunday) recoge la vida deportiva de un equipo de fútbol americano, los Miami Sharks, cuyo entrenador, Tony D’Amato (Al Pacino), se enfrenta a la mayor crisis de la historia del equipo.
El primer quarterback, el veterano Jack Rooney (Dennis Quaid), cae lesionado, y el segundo quarterback, Tailer, que no había entrenado en toda la temporada, hace lo mismo unos minutos más tarde. En ese momento, la dueña de este equipo (Cameron Díaz) busca desesperadamente en el mercado alguien para sustituir a sus jugadores veteranos y duramente golpeados. Lo importante es ganar y rentabilizar a su equipo. Los aficionados han perdido el interés. Los Sharks han sido derrotados en tres partidos, y quedan tres más para el play off. El único medio de salvar una temporada desastrosa es realizar un gran fichaje.
Entre tanto, Tony D’Amato saca a su tercer quarterback, un joven de 26 años que lleva sólo esa temporada con los Sharks (Jamie Foxx); un jugador asustado que está ajeno a lo que pasa en el partido. El entrenador le exige que lo haga bien y él, anonadado, sale al campo sin saber cómo enfrentarse a la situación. El susto le descompone, y vive dramáticos momentos ante sus oponentes, que le insultan y le amilanan. Se enfrenta a las circunstancias como puede, lo que le lleva a  salirse del mapa del entrenador y hacer su jugada. Lo peor es que no conoce la estrategia del equipo y desorienta a sus compañeros.
Después del descanso, en un momento en que han recuperado el balón, el entrenador pide tiempo muerto. Y le dice: «¿qué pasa, Willy? Sólo puedes mejorar. Y no te preocupes por la sustitución, porque no me queda nadie. Tú sabes jugar a esto, lo llevas haciendo toda la vida. Has crecido en Dallas. Piensa que estás allí y que has vuelto a tu casa, y tu madre te está esperando. Olvídate de todo. De las gradas, de las luces, del cuaderno de jugadas». Willy le obedece y se olvida de todo. Desdibuja en su mente el entorno que le acobarda, y se concentra en el siguiente pase.
Y es aquí cuando para mí tiene sentido la película. Muchos de los entramados de este film muestran falta de valores, una moral muy reducida, creencias a priori equivocadas. Cada personaje presenta un lado oscuro y tenebroso. Sin embargo, pararnos en la miseria, la debilidad y el dolor es fácil. Lo difícil es renunciar a nuestro confort cuando alguien nos arrebata el poder. Es decir, cuando alguien hace las cosas mejor, o no nos escucha, o no nos entrena. Entonces tan sólo queremos ver las tareas desde la barrera, sin implicarnos, pues estamos adormecidos, y hemos perdido nuestra autoestima. En estos casos,  de poco nos ayudará definir al culpable, desasosegarnos o alejarnos del problema. En algún momento la situación puede exigir que tomemos las riendas de la vida. El mejor, y hasta los dos mejores, los que van delante de nosotros, pueden desaparecer y dejarnos el puesto libre para empezar a desarrollarnos. Quizá en ese momento no estemos preparados y perdamos esa oportunidad.
O quizá sea mejor creer en nuestro potencial sin que tengan que caer los que están a nuestro alrededor. Viví una situación de gran cobardía en mi vida. Sólo cuando se murió la persona a la que temía pude dar un paso adelante. Sólo que allí se quedó un material que no he recuperado. Hoy todavía no sé cuán valiente soy.
Espero que el intento de un video blog, que acompaña a este post, nos aproxime más. Decidme si os parece válido. Es estupendo estar juntos cada día.

VIDEOBLOG:

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Infiltrados. Cambiar el mundo exige valores firmes (123)

En el film de Martin Scorsese Infiltrados (The Departed) del año 2006 los protagonistas principales, Billy Costigan (Leonardo DiCaprio) y Colin Sullivan (Matt Damon), participan en un plan contra la mayor banda del crimen organizado que existe en Massachussets. La élite de la policía desarrolla una estrategia en la que es imprescindible introducir un topo dentro de la organización mafiosa. Para este papel eligen a Billy Costigan, un joven policía procedente del sur de Boston y cuyo tío era mafioso, dato que posteriormente hará creíble que deje la policía y que le encierren en la cárcel por un delito menor.

Escena a escena, los personajes van desgranando habilidades para parecer corruptos (Billy), o aptitudes singulares para dar una imagen perfecta de ejemplaridad (Colin). Billy simula ser un joven malo y perverso, y Colin el mejor policía del cuerpo. Ambos están mintiendo, y la trama va configurando acciones que mantienen en tensión a los espectadores. Cuando parece que van a ser descubiertos y tocan los límites de la credibilidad, el público se inquieta queriendo avisar al bueno de lo próximo que está el malo.
 
Porque en este camino de mostrar y convencer de lo que no son, el supuesto bueno se lleva golpes a diestro y siniestro, y el que realmente es corrupto vive felizmente. Hasta consigue enamorar a una estupenda psicóloga policial (Vera Fármiga), a la que quiere utilizar para descubrir al infiltrado policial (ser auténtico acaba teniendo premio).
 
Infiltrados. Cambiar el mundo exige valores firmes (123)Durante la proyección es imposible desviar la atención de la película. Cada escena se compone de los elementos más sutiles y explícitos del bien y el mal. De lo correcto y de lo que no lo es tanto. Los personajes abominables te abducen, y hasta parece que te sientes feliz cuando fracasan. Los estudiados matices perversos que manifiestan Frank Costelo y su banda, ya adentrados en la trama, te van conduciendo a tomar partido. En mi caso me molesta la lentitud de Billy, y me niego a que gane la rapidez y sagacidad de Colin. Uno y otro van encontrándose y cercando la zona en la que se dirimirá la gran final, en la que, como parece lógico, ambos pierden.
 
Scorsese se reinventa y cumple con las expectativas del film, que le llevan a ganar 4 Oscars (Mejor Director y Mejor Película entre ellos). Es posible que este gran director y el guionista William Monahan hayan decidido este tema sin más. Pero en mi caso cada escena me revuelve. Me atenaza y me incita a una reflexión permanente. Los protagonistas de la película necesitan modelar los personajes que realizan. Bill debe convertirse en un malvado y corrupto policía, y para ello adopta el papel agresivo, malévolo y confuso. Y poco a poco va siendo abducido por este personaje, perdiendo su condición y muchos de sus valores. Aquellos por los que ha luchado toda su vida, y que se van oscureciendo entre golpe y golpe. Entre mentira y mentira.
 
¿Qué nos pasa cuando queremos convivir en ambientes que difieren y nos alejan de nuestros verdaderos ideales? ¿Qué sucede cuando los jóvenes dúctiles, de almas inmaduras, acuden a los grupos más marginales para ser aceptados y malean su espíritu? Mimetizan para ello comportamientos arriesgados, buscando que todos se sorprendan y les permitan entrar en su grupo. Cada hazaña es un reto que busca la admiración, sin que importe el riesgo.
 
Recordé a un gran muchacho. Uno de los más nobles que he conocido. Cuando tenía 16 años se sentía el más feo de la pandilla. Pelirrojo, gafotas, débil y sobre todo influenciable. Un día coincidimos en una taberna. Sus «amigos», mucho mayores que él, le animaban a beber una botella de coñac. Si se negaba era un cobarde y un imberbe. Se la bebió. No dejó ni una gota. Los ojos grises de aquel crío parecía que iban a estallar cuando dejó la botella en la barra. Nadie tuvo la oportunidad de detenerle. Su cabeza se levantó desafiante y los muchachos se rieron de él y se marcharon. Deambuló durante mucho tiempo ebrio por los lugares. Su mayor deseo era que le aceptaran en el grupo de los mayores. Quería ser el mejor, el más valiente. Intentaba repetir todo lo que aquellos salvajes hacían.
 
Colin se respeta a sí mismo, y todo lo que hace está meditado. Busca ganar dinero, y no le importa el medio. Es corrupto y puede estar en cualquier ambiente. Se siente fuerte. No se deja arrastrar por la compasión, y quiere llegar hasta la meta que se ha trazado. Billy, por el contrario, es débil. Busca limpiar su nombre. Ser admirado por sus logros, y que los demás sepan que no es como su tío. Ni como su familia. Él es respetable. Él tiene un sentido de la responsabilidad diferente. Pero actúa como su tío. Consigue atacar, golpear, y cada uno de estos actos le lleva a rebasar los límites y le alejan de su objetivo. Todos consiguen que dude de quién es y para qué está allí.
 
Quizá debamos fortalecer mucho más nuestros verdaderos valores antes de intentar cambiar el mundo que nos rodea. Es posible que, si no lo hacemos, los vientos malditos nos arrastren y nos conviertan en piltrafas con las que juega el destino.
 
Cabe recordar las veces que hemos sido sometidos por las intenciones de otros. Y aceptar que hemos claudicado en actos que nos parecían despreciables. Robado, criticado, mentido, engañado… En fin, es posible que todos hayamos sido un poco Billy, junto a muchos Colin, Costelo… Ahora nos queda analizar nuestros valores y retornar a ellos. Hacernos muy fuertes para que después, y quizá sólo después, podamos salir a cambiar el mundo, pero antes el nuestro.
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El camino de vuelta a casa. El ultimátum de Bourne (118)

En el film de Paul Greengrass, El ultimátum de Bourne, Jason Bourne (Matt Damon) busca desesperadamente saber quién es. Para ello, en las primeras escenas, recorre varios países, en los que encuentra retazos de su pasado. La película se inicia en Moscú y termina en Nueva York. Entre tanto visita París, Londres y Tánger. En cada uno de estos lugares lucha contra alguien a quien tiene que vencer, casi siempre matándolo. La violencia le persigue, y a ratos revive momentos durísimos de su pasado. Algo que ha olvidado; las piezas del puzzle del sentido de su vida.

Pareciera que poco o nada nos puede aportar este film. Supuse mientras lo veía que nada tenía que ver con nuestra vida cotidiana en ciudades en las que los ciudadanos vivimos entregados a las tareas profesionales y personales. Pocos de nosotros (espero que ninguno) estamos cerca de dirimir nuestras batallas rompiéndole la cara a otro con un revólver. No me imagino dando saltos por las calles de Tánger para salvar a una rubia preciosa perseguida por un árabe muy poco expresivo, aunque muy expeditivo.
Y a pesar de este sentimiento de lejanía, me sentía angustiada conforme se sucedían los fotogramas. Me observé tensa. Quizá hasta un poco desencajada.
 
El camino de vuelta a casa. El ultimátum de Bourne (118)Cada vez que Bourne recordaba una secuencia de su martirizante pasado, mi estómago se encogía y vibraba. Además, el corazón me latía a un ritmo alocado. Me levanté de la butaca, y paseando por el salón busqué qué me podía estar sucediendo. Nada me parecía menos cercano que aquel joven pegando a diestro y siniestro a todos los que le rodeaban. Su lucha entre vencer y perdonar. Su cara bondadosa y retadora. En fin, demasiados ítems nada familiares, y sin embargo mi tensión iba in crescendo.
 
En un determinado momento se descorrió la cortina de su pasado. El protagonista se encontraba en un lugar donde le preguntaban si aceptaba algo, y él repetía una y otra vez «no puedo». Parecía que le exigían romper con sus ideales. Jason prefería seguir recibiendo aquellos espantosos golpes mientras metían su cabeza en un saco negro. Como no era suficiente la paliza que le propinaban, acabaron introduciéndole la cabeza bajo el agua. La pregunta seguía siendo la misma, y también la respuesta: «no puedo, no puedo».
 
Uno de mis maestros utilizaba una teoría en la línea de los mitos cristianos y platónicos para exponer su visión sobre el ser humano, y que me puede servir aquí como metáfora de lo que quiero trasmitiros. Decía que cuando nacíamos olvidábamos nuestra procedencia divina. Veníamos al mundo para hacer una labor muy importante, arrinconábamos esa realidad e íbamos conformando nuestra experiencia personal con pequeños logros de satisfacción inmediata sin repercusión ni trascendencia. Cuando íbamos creciendo, afirmaba, teníamos la posibilidad de elegir entre dos caminos. Uno nos llevaba de vuelta a casa. Al lugar del que habíamos partido. Algo así como un Edén infinito. Un espacio de confluencia y consenso, lleno de valores y objetivos transpersonales. Por este camino todos nuestros actos tenían en cuenta a los otros, surgía el amor incondicional y aceptábamos los retos trascendentes. Retos con alma.
 
Por el contrario, el otro camino aguardaba sorpresas a priori más divertidas, en las que el deleite de lo inmediato nos alejaba de lo imperecedero. En este camino nuestro nivel de insatisfacción era muy bajo, y queríamos resultados inmediatos. No importaba por encima de quién tendríamos que pasar para lograr los éxitos deseados. Los objetivos eran personalistas y las batallas eran cruentas. Los intereses, económicos y triunfalistas.
 
Quizá muchos de nosotros estamos perdidos. Realmente a mí me ahogan los recuerdos de un pasado imborrable en el que he ido dejando «cadáveres», seres que se han sentido heridos por mis golpes morales o por mis imprecisiones. Pasaban por mi mente todos los muertos de mi vida, al igual que Bourne recordaba los suyos. Pensaba en las personas que habían «perecido» en mi lugar, como le había sucedido a su novia. El pasado es agobiante y denso, y sólo la vuelta a casa lo libera.
 
No tenemos claro para qué estamos aquí; somos como amnésicos que recorren un camino equivocado. Es posible que no hayamos venido para atacarnos, odiarnos, avasallar a los pobres, olvidar a los necesitados. Quizá, y digo sólo quizá, estemos dispuestos a decidir cambiar un poco las cosas, y puede que en algún lugar del mundo haya alguien que, como la agente de la CIA, nos está esperando para darnos las pistas de la vuelta a casa. No para vengarnos, sino tan sólo para deshacer el camino recorrido y enfrentarnos a nuestra bondad.
 
Porque Jason, en realidad David, es un buen hombre que quiere dejar de matar. Ha sido preparado para la defensa. Su instinto de conservación le reta minuto a minuto y le lleva a defender su vida. Sin embargo, ese adiestramiento no le reconforta. Busca el retorno a quien era. Un muchacho que quiere salvar su mundo. Todos estamos poco preparados para ello cuando hemos elegido la segunda puerta.
 
Busquemos el camino de vuelta. Retornemos al lugar del que nunca debíamos haber partido. Ese punto donde cuando nos preguntan sabemos que no queremos matar, ni dañar, ni herir a los otros, y sólo deseamos ser nosotros mismos. Limpios de alma y generosos de espíritu.
 
Es posible que necesitemos, como David, caer en las aguas profundas de la meditación, y cuando hayamos entendido el porqué de estar aquí, podremos emerger para iniciar el camino de vuelta a casa. A nuestra dulce y hermosa casa de la hermandad y el cambio. Volvamos a ser personas con alma.
 
Libro recomendado: Management a través del cine, de Javier Fernández Aguado
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Gladiator. Algo más que un destino (113)

En el post 108 del pasado lunes hablábamos del film de Ridley Scott Gladiator, y acabamos diciendo: «El mundo lo dirigen muchos Cómodos que aman el poder, aunque no el camino para lograrlo. Hay muchos Máximos que se negaron al honor de ser los transformadores». 

Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe) se negó a ser el restaurador de la república en Roma. Máximo, el general de los ejércitos, el hombre que había vencido a miles de soldados en dos años largos de guerras, deseaba volver a su hogar. Rechazó el gran honor que el César le ofrecía. Su desapego al poder le hacía especial y único para ser quien construyera una nueva Roma. Máximo pensaba que había que conocer la ciudad, entender de política. Sin embargo, Marco Aurelio consideraba que era ese desconocimiento, esa pureza de su mente, la que le convertiría en el líder perfecto. Máximo preguntó por Cómodo. El César se inquietó y contestó que Cómodo no tenía moral y no podía dirigir Roma. La falta de moral no podía gobernar los pueblos, ni las sociedades, ni las organizaciones. La corrupción no debía regir Roma, dijo Marco Aurelio. Y estas palabras son válidas hoy, en el siglo XXI. La moral debe ondear en todas las banderas y ser la misión de los hombres.
 
Gladiator. Algo más que un destino (113)Máximo necesitaba tiempo. Todos pensamos que necesitamos tiempo para tomar las decisiones correctas. A veces el tiempo se dilata y nos anula la libertad para decidir. Cuando queremos hacerlo, alguien nos robó la libertad. Cómodo liberó la última batalla por Máximo. Resolvió que su padre estaba equivocado. La soledad anegó de frío a Marco Aurelio.
 
«¿Estás dispuesto a cumplir tu obligación para con Roma?» «Sí, padre.» «No vas a ser Emperador.» «¿Qué hombre más mayor y más sabio ocupará mi lugar?» «Mis poderes pasarán a Máximo. Roma será una república de nuevo.» «Máximo…» «Sí.» «Una vez me escribiste enumerando las cuatro grandes virtudes: sabiduría, justicia, fortaleza y templanza. Constaté que no tenía ninguna de ellas. Sin embargo, poseo otras virtudes. Ambición. Se convierte en virtud si nos conduce al éxito. Ingenio, valor; tal vez no en el campo de batalla. Pero hay muchas formas de valor. Devoción a mi familia y a ti. Ninguna de mis virtudes figuraba en tu lista. Incluso parecía que no me deseabas como hijo.» «Oh, Cómodo, vas demasiado lejos.» «Escudriñé el rostro de los dioses, buscando el modo de complacerte. De llenarte de orgullo. Una palabra amable. Un fuerte abrazo. Tus brazos apretándome con fuerza contra tu pecho. Habría sido como tener el sol en mi corazón mil años. ¿Qué hay en mí que tanto odias? Lo único que siempre quise es estar a tu altura.» «Cómodo, tus defectos como hijo son mi fracaso como padre.» «Arrasaría el mundo entero porque tú me amases.» Estas palabras acompañan los últimos momentos del César mientras es asesinado.
 
La franja que separa la libertad para decidir de la imposibilidad para hacerlo es tan ligera como una hoja de seda. El orgullo nos ciega y la estrategia que hemos empleado para nuestros éxitos desaparece cuando las emociones nos desbordan, a la vez que el deseo de venganza nos enreda en sus juegos infernales. Es en ese momento cuando la vida nos aleja de todo lo que han sido nuestros sueños personales, cuando perdemos el contacto con nuestra misión. Nuestra visión se contamina y nos alejamos de nuestro foco. Y ahora sólo queda el camino de vuelta.
 
Cómodo consideró que él merecía ser el nuevo César del gran Imperio. Mató a su padre y dejó en el aire las palaras de recriminación que muchos de nosotros hemos recitado a nuestros padres, queridos o no por nosotros. A esos padres que nos exigían, que despreciaban nuestro esfuerzo comparándolo con el de algún hermano más presto, más sabio, más bondadoso. Qué dolor más infinito. Horas de arrojo baldías e ignoradas. Marco Aurelio demandaba sabiduría, justicia, fortaleza y templanza como los valores de un gran hombre. Cómodo, a cambio, le ofrecía ambición, ingenio, valor y devoción. El padre rechazó esta ofrenda en aras de sus ideales. Máximo poseía cada una de estas virtudes. Pero quería descansar, recoger los frutos de sus campos, y Cómodo aprovechó esta decisión para hacer valer su afán por el poder.
 
La vida nos da oportunidades extraordinarias para evidenciar los errores de nuestros padres. Cómodo tuvo la ocasión de mostrar y enseñar al mundo que su padre, el sabio, se había equivocado. Que él conocía las necesidades del pueblo y que podía restituir la grandeza de los poderes en Roma.
 
Cómodo rehabilitó todas las leyes que su padre había derogado. La lucha en la arena del coliseum de los gladiadores. Las fiestas del pueblo, donde avivaban sus peores instintos. La corrupción del Senado, estimulando las intrigas. La falta de respeto a cada uno pilares que sustentaban el mandato del antiguo César poco a poco deja entrever a Cómodo como el hijo maldito. Cada uno de estos pasos distanciaba a este hijo de la dignidad y la rehabilitación de su nombre. La vida nos permite limpiar la imagen cercenada por la exigencia de nuestros padres. Muchas de las opiniones que hemos recibido en nuestra infancia han sido equivocadas. Podemos levantarnos contra esta injusticia convirtiéndonos en imágenes palpables de otra realidad diferente.
 
Quisiera quebrantar los pilares que han sustentado todos mis complejos y elevarme por encima de todas las opiniones que me han desmembrado. Para ello, es imprescindible que separe lo real de lo ficticio, la culpa de las justificaciones.
 
Elevarme por encima de mis miedos, de mis avatares y ceñirme a una verdad inexorable: puedo. Cada día tengo la potestad de conformar una personalidad que responda a los perfiles que para mí son válidos.
 
Las luces y las sombras se van vertiendo en las diferentes escenas donde «El Hispano» retoma su lucha por los intereses de los débiles y Cómodo infringe todas y cada una de las leyes amadas por su padre.
 
En suelo yace «El Hispano», y su pueblo grita enfebrecido: «¡Máximo!». El general cumplió con su César y ganó la última contienda. Cómodo reposa en la arena para siempre. Nadie le recordará por sus hazañas, aunque sí por su miserable actuación política.
 
Los periódicos llenan sus páginas de miles de Cómodos. La desconfianza en los líderes, en los políticos, en casi todos los mandatarios, convierte esta vida en un paraje yermo donde nada crece y nada ilusiona.
 
Aquí y allá los posibles Máximos menosprecian a los Cómodos que les dirigen, pero siguen buscando su tierra. Demos gracias a cada uno de los grandes hombres que han luchado por sus ideales. Agradezcamos a cada escritor agitador de nuestras conciencias. A cada conferenciante que participa de sus ideas y las confronta con los escépticos. Sigamos de cerca a los movilizadores de nuestros mejores deseos y venzamos la inercia hacia el no por un sí categórico e ilusionante.
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