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Por qué esperar al cielo

Si buscamos la bondad, la paz o la felicidad más allá de este mundo, estamos perdiendo la oportunidad de mejorar nuestra calidad de vida, nuestros pensamientos y nuestra modo de vivir aquí y ahora.

Mis maestros me enseñaron que era imprescindible cumplir los mandamientos para optar a la salvación de mi alma, la cual se vería cumplida al final de mi vida. De alguna manera, con esta enseñanza perdí el sentido del ahora. Mis actos tenían como premio descansar al lado del Padre amoroso. Dios me regalaba, una vez superados los lazos con lo terreno, un espacio a su lado para siempre.

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Gratitud trascendental

La mayoría disponemos de cinco sentidos, pero hay otros dos que tienen una importancia especial: el sentido del humor y el sentido de la perspectiva. En ellos se origina una natural efusión de gratitud.  Si nos falta perspectiva también nos falta sentido del humor, entonces las pequeñas desilusiones, las expectativas no cumplidas, las imperfecciones  o los errores de otras personas nos pueden alterar.

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Calla y ve

Hoy, como en todos los tiempos, un místico es alguien tan necesario como inútil para su generación. Es inútil porque no produce nada y lo que ofrece no se puede comprar ni vender. No tiene precio en el mercado. Se escapa a quien lo quiere prender y confunde a quien lo quiere comprender. Por ello hay que apartarlo, porque se interpone entre la inmediatez de lo que hay que lograr y producir. El místico dice: lo que verdaderamente es, ya existe. Sólo hay que aprender a percibirlo. Molesta también a la institución, porque la relativiza y le recuerda que el cielo que ha pintado en el interior de sus bóvedas no es el cielo abierto auténtico.

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Cita con Dios

«Dios decidió complacer  al piadoso artesano accediendo a su petición de una entrevista. ¡Se la había solicitado tantas veces y tan ardientemente!

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La historia del martillo

«Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedirle al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: “¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y si el hombre abriga algo contra mí, ¿qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo”. Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir “Buenos días”, nuestro hombre le grita furioso: “¡Quédese usted con su martillo, so penco!”»

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Resolver lo irresoluble

Se cuenta que Alejandro Magno, durante su epopeya hacia Oriente, se topó con una fortaleza inexpugnable en las montañas del actual Pakistán. A primera vista, parecía un obstáculo insuperable: la fortaleza estaba situada a una altura de unos 2000 metros, entre dos picos aún más elevados de paredes lisas imposibles de escalar. La única vía de acceso era un desfiladero entre las montañas hasta la entrada de la fortaleza.

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No estar atado a otra persona

Sé que no puedo permitirme estar atada a otra persona. Cualquiera que sea la forma en la que se presente la oportunidad, escondida detrás de la ilusión de pertenecer a esa persona encontraré sin duda el desaliento, la bajada de mi autoestima, la flagelación de mis instintos. Puedo engañarme  día tras día. Sin embargo, sé que despertarán partes de mí misma que permanecían dormidas.

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