«Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedirle al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: “¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y si el hombre abriga algo contra mí, ¿qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo”. Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir “Buenos días”, nuestro hombre le grita furioso: “¡Quédese usted con su martillo, so penco!”»

EL ARTE DE AMARGARSE LA VIDA. Paul Watzlawick

La obsesión es el mecanismo que nos arrastra en pos de la desgracia o nos hace insensibles a la realidad, acuciados por un pensamiento insistente y martilleante, que se adueña de nuestra razón en pos de logros, fracasos o ataques que nuestra imaginación fabrica, dándoles tanta consistencia que pocas veces podemos separar lo acaecido de lo ensoñado.

De poco o nada sirve detentar la razón cuando nos enfrentamos a una persona obsesionada, o a una situación encallecida donde lo que se vislumbra es un futuro que sólo el perturbado maquina.

Ya sea un amor, un despido, una ruina, un desastre, una grave enfermedad o una infidelidad, cuando lo fabricamos le damos vida y materializamos el escenario en el que se irán cumpliendo nuestras expectativas. El deseado nos mira embelesado, el jefe pasea con la carta de despido por todos los despachos, la bolsa cae únicamente en las posiciones en las que nosotros estábamos invirtiendo, el cáncer nos consume y en poco tiempo falleceremos, alguien quiere destruirnos… Así vamos convirtiendo nuestra historia particular en experiencias que parecen tan reales que nos excitan, duelen o estimulan como si estuvieran ocurriendo aquí y ahora.

Para la obsesión sólo existe el elixir del tiempo o evidenciar con ejemplos lejanos las posibles consecuencias y soluciones.

Sabemos que poco o nada podemos hacer para resolver  nuestros problemas, mientras que somos los mejores consejeros para los de otros. Cuando la obsesión nos acometa y parezca que nos derrumba, cabe preguntarse qué sucedió en ocasiones anteriores, cómo se resolvió y ante todo qué utilidad tuvo vivir alucinados con imposibles.

En la mayoría de los casos, este proceso obsesivo esconde un desacato a  compromisos nada apetecibles. Construimos historias paralelas y casi reales para impedirnos el éxito y los logros que nos merecemos.

Hablemos de la obsesión y cómo funciona. Seguro que habéis vivido alguna y podéis ayudar a los que la viven ahora.