Cada vez que mi madre soñaba con la caída de sus dientes nos decía que en unos días iba a tener noticias de muertos o presagio de pérdidas económicas. Aquellas agoreras y profusas intuiciones de mi progenitora me acongojaban. Ella, crédula absoluta de esta conexión, vivía pendiente de que se cumpliesen sus expectativas. Como es lógico, algunas veces sucedía así.

Han pasado algunos años, y lo que parecía una presunción sujeta por los hilos de la superstición ha encontrado algunas explicaciones, como por ejemplo en el discurso de los psicoanalistas, quienes emplean la simbología de los dientes para dar interpretación a los sueños, hallando a través de ello respuestas a problemas infantiles que han quedado escondidos en el inconsciente. Algunas de estas interpretaciones coinciden con la sabiduría popular, de la que seguramente se había nutrido mi madre.

Para los expertos de la medicina psicosomática, los dientes son los portadores de nuestra vitalidad, además de reflejar la agresividad con la que vivimos las tensiones diarias. Con los dientes mascamos todos los alimentos, y realizamos el primer proceso de la digestión, en el que se mide nuestra capacidad de morder, triturar y desmenuzar los nutrientes con los que mantendremos en forma nuestro cuerpo. Si empleamos el símil a nuestra capacidad de apresar nuestros problemas, podríamos decir que los dientes reflejan nuestro modo de acometer nuestros conflictos en relación a la valentía y a la tolerancia.

Para los orientales, la dentadura es el sistema mecánico que nos permite digerir adecuadamente, y así facilitar un mejor aprovechamiento de los principios esenciales, a la vez que un efectivo catabolismo. Así logramos que nuestro cuerpo se sienta fuerte y poderoso para enfrentarse a los avatares diarios. En Oriente se cuida la mascadura realizando hasta 100 masticaciones antes de ingerir los alimentos más sólidos. Este hábito es un vivo reflejo de la actitud paciente y mucho más tranquila de Oriente, donde las artes marciales son uno de los medios para resolver la agresividad y evitar la confrontación. Conocer el poder y capacidad de respuesta ante un ataque evita el miedo y la desconfianza.

Los autores de La enfermedad como camino dicen que «una mala dentadura es indicio de que una persona tiene dificultad para manifestar su agresividad», lo que podría traducirse como un elevado índice de bilis amarilla.

Las personas coléricas tienden a expresar su agresividad con excesiva facilidad, mientras que las flemáticas o melancólicas suelen guardar su tensión en aras de ser aceptadas o por un sentimiento de impotencia, según el caso.

Sea como fuere, o bien por exceso o defecto, la agresividad se ha convertido en un arma arrojadiza que suprime nuestra libertad de expresión y nos hace apretar la mandíbula con riesgo de mellar nuestra dentadura.

En la actualidad, muchas personas están aquejadas de bruxismo (mala función, pues no tiene propósito, de los músculos de la masticación, y que se realiza de forma inconsciente, preferentemente por la noche). Esta disfunción, que acaba aquejando gravemente a los dientes, tiene su origen en el estrés, la tensión y el impedimento formal para manifestar la agresividad. Esta impotencia expresiva provoca una insidiosa necesidad de morder en la noche, amparados en la inconsciencia para impedir con el desgaste de los dientes la posible agresión durante el día.

Es necesario analizar qué nos violenta y cómo paliamos esta tensión sin agredirnos con las tensiones musculares en los hombros, o con maxilares muy apretados.

Masajear con los dedos las encías en la mañana y en la noche ayuda muchísimo a fortalecer la dentadura. Si además trabajamos a través de técnicas teatrales la impotencia para expresar nuestra cólera, seguramente encontraremos muchísimo alivio en nuestra mordida en el día y en la noche. La agresividad confrontada y entendida es menos dañina que escondida detrás de nuestros dientes.

Convendría asimismo controlar el PH de la saliva, que debería estar entre 6,2 y 6,5. Cuando está por debajo de estos valores, una de las causas puede ser un exceso de bilis amarillas motivado, como decíamos, por la cólera.

Vincular los problemas de los dientes a una merma de nuestra valentía, a una impotencia para canalizar nuestra agresividad, y además, a una falta de determinación en los asuntos que nos conmueven excesivamente, nos aproxima, de alguna forma, a buscar soluciones antes de perder la calidad de nuestra dentadura.

Una observación a la problemática infantil a nivel dental nos avisa de la urgencia en este tema. Hay intervenciones preventivas que evitan largas y dolorosas ortodoncias.

Me encantará escuchar vuestros comentarios.