Fábula del anciano y el niño:

Eran un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo.

Llegaron a una aldea caminando junto al asno. Un grupo de mozalbetes se rió de ellos, gritando:

— ¡Mirad que par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podría subirse al burro.

Entonces el anciano se subió al burro y prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo. Algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al viejo sobre el burro y al niño caminando al lado. Dijeron:

— ¡Parece mentira! ¡Qué desfachatez! El viejo sentado en el burro y el pobre niño caminando.

Agradar a todos es imposible. Autorregulación (173)Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos.

Siguieron haciendo camino hasta llegar a otra aldea. Cuando las gentes los vieron, exclamaron escandalizados:

— ¡Esto es verdaderamente intolerable! ¿Habéis visto algo semejante?
El muchacho montado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado. ¡Qué vergüenza!

Así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel jumento llevaba ahora el cuerpo de ambos sobre sus lomos. Cruzaron junto a un grupo de campesinos y estos comenzaron a vociferar:

— ¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!

El anciano y el niño optaron por cargar al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre carcajadas, los pueblerinos se mofaban, gritando:

— Nunca hemos visto gente tan boba. Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas. ¡Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!

De repente, el burro se revolvió, se precipitó en un barranco y murió.

Seguramente la historia nos queda lejana, porque ninguno de nosotros llevará un burro de pueblo en pueblo, ni nos encontraremos en una situación tan paradójica. Ahora bien, estoy segura de que muchos de nosotros hemos cambiado de idea y hasta hemos modificado nuestro modo particular de enfrentarnos a nuestros conflictos cuando algún amigo nos ha sugerido que no era correcto.
Estas variaciones y falta de consistencia en nuestras ideas denotan algún grado de inseguridad y poca madurez personal. En cualquier caso, se trata más de reflexionar y tomar medidas para modificar actitudes que de recrearnos en momentos del pasado inmodificables.
La seguridad personal se logra cuando nos preguntamos qué queremos, y qué esfuerzo estamos dispuestos a realizar para conseguirlo. En la medida que estemos remisos a comprometernos o nos encontremos faltos de motivación, buscaremos consejo fuera y así dilataremos la tarea.
En bastantes ocasiones preguntamos a unos y otros esperando que nos den una respuesta que ya tenemos, y que queremos reforzar. Este mecanismo implica estar siempre buscando apoyos que nos saquen de la indecisión, pero que nos sumergen más en ella. Lo que en verdad se anhela es la ratificación de la idea inicial.
Sólo en nuestro interior está la verdadera respuesta.