Qué nos pasa. Qué nos hace vivir en la mayor y absoluta incongruencia. La mayoría de las personas encuestadas sobre el motivo y razón de su existencia contestan sin turbarse ni titubear que para ser felices. Hay cierta sorna en la respuesta, como si fuera obvio y lógico que su intención estuviera focalizada en lograr la felicidad.

Si bien entiendo que resulte evidente en las personas dedicadas a la meditación o a la búsqueda del Nirvana, o en las que están aisladas de la cotidianidad a la que yo me enfrento, no me resulta tan incuestionable cuando reflexiono sobre la vida diaria de la mayoría de los encuestados.

Sus vidas pasan por un trabajo a veces no deseado, una pareja que hace aguas, algún familiar que está aquejada de alguna dolencia, un continuo enfrentamiento entre expectativas y resultados. En la mayoría de los casos son vidas que luchan por lograr el dinero, el poder, la propiedad. Que se entregan por lograr el amor, el reconocimiento, el prestigio y las dádivas de su entorno, y cuando no lo logran pierden el control, se enfadan, mienten, castigan y hasta hieren.

¿Qué haces para lograr esa felicidad?, le decía a mi último encuestado. Nada, me respondió. Creo que me la merezco y son los demás los que deben hacerme feliz y no complicarme la vida…

Al menos mi amigo me clarificó cuál es el sentido último de mi vida: hacerle la vida lo más gratificante y no complicarle con mis tonterías.

Estos días de atrás algunos se sentían muy satisfechos porque España había ganado los mundiales, y parece que eso les llenó un poco el saco de la felicidad. Otros nos quedábamos boquiabiertos ante la exultante alegría de Álvaro, el hijo de Vicente del Bosque. Mi compañera de viaje había sido promocionada en su empresa, a un vecino le dijo sí la guapa por la que bebía los vientos, y Blanca, la hija de mi amigo Jon, por fin ha vuelto a casa.

Parece ser que el elixir de la felicidad es ajeno a nosotros, y esperamos que nos lo regalen profusamente sus poseedores.

A mi entender, si los demás son los dueños de nuestra vida, lo son en todos los sentidos, y quizá sea por ello que en la mayoría de las ocasiones los hechos son menos bucólicos. Carlos sufre por la frialdad de su novia, Virginia ha sido despedida con el último ERE, Vanessa ha sido agredida por un salvaje en la calle, a Sakineh Ashtiani la quieren lapidar en Irán, Sarkozy quizá no haya llegado al poder limpiamente, Betancourt pide 6 millones de euros por su rapto, los narcos de México se están convirtiendo en terroristas…

Basta con abrir las páginas de un diario para que nos preguntemos alarmados qué nos pasa.

Propongo que seamos valientes y nos enfrentemos a la felicidad (si es nuestra meta) de una manera consciente, adulta y profunda, y que redactemos nuestro particular decálogo para ser felices y comprometernos con mejorar nuestro entorno.