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Áreas de mejora del colérico (117)

Ayer vimos las cualidades del colérico en su aspecto interpersonal, su crecimiento personal y sus dotes de empresario. Vamos a continuar perfilando este temperamento tan seductor y a la vez tan complejo.

Cómo es consigo mismo: le aburren los detalles. La observación minuciosa, el análisis profundo de sus acciones o de cualquier cosa, le parece tedioso y sin encanto. Esta merma analítica origina una falta de planificación en sus tiempos y en la dimensión de sus posibilidades reales para acometer proyectos de gran envergadura. Su negativa a las cosas ordinarias o que denomina vulgares hace que inicie empresas poco realistas. Su fantasía está escasamente desarrollada y no cree en los cuentos de hadas. Su intelecto le protege de cualquier divagación, evitando que desarrolle cualidades artísticas que le harían imparable e irrepetible. Es imprudente cuando desea algo. Nada le limita y nada le asusta si tiene claros sus objetivos; sin embargo, no medita sobre los efectos que sus acciones tienen sobre su entorno.
Su soberbia desmedida no le deja dar marcha atrás cuando percibe que se ha equivocado. Prefiere la derrota en la batalla que permitir que los demás disfruten de su caída. Puede golpearse contra muros de hormigón antes de ceder. En ningún caso va a aceptar que él ha sido el culpable de sus fracasos. Hallará miles de culpables y se exculpará con excusas pueriles. Prefiere incluso mentir y cambiar la historia a reconocer su necedad, que es mucha cuando está obtuso y lleno de ofuscación. Su irracionalidad para analizar los fallos personales le convierte en carne de conflictos que acaban tornándose en graves problemas.
Una de sus asignaturas pendientes es la comprensión. El colérico dice siempre la última palabra y no quiere ceder ante nada ni nadie. En muy raras ocasiones se pone en los zapatos de su oponente.
En la comunicación: el colérico es indiscreto y poco delicado con la vida de los demás si le sirven como ejemplo o apoyo a sus historias. Pocas veces silencia las cosas que conoce. Esgrime sus cualidades comunicativas como el arma para ganar a sus contendientes en reuniones, eventos o cualquier lugar al que acude. A veces es muy terco y un tanto impulsivo en sus apreciaciones. Cuando se siente acosado por preguntas que le ponen en tela de juicio puede variar los derroteros de los asuntos para llevar la razón. Es poco dado a la escucha, y pocas veces se beneficia de poner atención en los puntos de vista de los otros; por el contrario, sigue su discurso interno para rebatir raudo y presto antes que nadie. A veces esto trae consecuencias desagradables, porque llega a tener altercados que acarrean palabras altisonantes y hasta groseras debido a su falta de respeto. En la intimidad se solivianta tanto que puede llegar a proferir insultos. Parece un joven en una pelea callejera.
Su estatus intelectual le convierte en exigente con sus litigantes, y tiende al menosprecio cuando los considera de menor inteligencia o torpes. En esos instantes dirime con el otro bajo la premisa de que sólo vale lo que él piensa. Controlador infatigable en la comunicación, quiere sobresalir a costa de cualquier esfuerzo. Los temas que elige son sobre sus éxitos y sus extraordinarios resultados. Gusta de evidenciar sus honorarios altísimos y lo que la empresa gana con sus gestiones, amén de enumerar todas las funciones y cosas que ha realizado en la jornada. El colérico habla de hacer, hacer y hacer. Los temas preferidos son aquellos que tienen que ver con la realización de sus proyectos.
Sus comentarios cuando algo no le gusta suelen ser un poco vejatorios. Cabe recordar que la cualidad más acusada de un colérico es la crítica. El juicio discriminatorio es habitual, y se acentúa si no valora la situación cómo óptima.
El tono de la voz de colérico es frío. A veces muy metálico y altisonante. Este temperamento exige atención y escucha elevando su voz. Se pueden detectar fácilmente su aprobación o no por el timbre de su voz. Su comunicación no verbal es impositiva y un tanto acelerada. Se expresa con muchos gestos, y algunos pueden resultar invasivos.
El colérico debe aprender la diferencia entre opinar e imponer. También debería disfrutar de la discusión como medio de aproximar posiciones, y no emplearlo como si fuera una lucha donde se mata o se muere. Debe recordar que la agresión, además de física, puede ser moral.
El apego a sus creencias y a sí mismo convierte al colérico en un comunicador despótico, nada atento a las necesidades de los otros, a los que avasalla con su autoritarismo. Una alta seguridad en lo que quiere le lleva a infravalorar los deseos de los demás. Si el colérico se planteara obedecer a alguien sin cuestionarle, posiblemente se encontraría con grandes ideas que antes no había escuchado.
El colérico surge en cada uno de nosotros cuando sentimos el deseo de reivindicar nuestros logros. También cuando el resentimiento nos acomete y nos cercena la libertad para amar a los demás. Este temperamento en sus áreas de mejora debe reconsiderar el rencor y el egoísmo.
El mundo necesita de este temperamento por su gran empuje, por lo que debemos procurar que camine en la dirección adecuada. Su caudal imparable, lleno de voluntad y fuerza, es el motor de grandes cambios. Su constancia los hace posibles, aunque debe cuidar la eficacia. Sólo queda que piense que en el barco de la vida vamos todos, y queremos llegar a buen puerto sintiéndonos unidos.
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Áreas de mejora del colérico (116)

El tercer temperamento, el colérico, me sobrecoge por toda la riqueza de matices que presenta. Su condición de extrovertido hace que el mundo exterior le apasione y le subyugue. Su rapidez para vivir las impresiones hace que los vientos le agiten y movilicen sin freno ni medida. A la vez, su capacidad para recordar todas las ofensas y su tendencia a la venganza le convierten en un enemigo temido y temible para los otros temperamentos. Con todas estas tonalidades, adentrarse en lo mejorable del colérico tiene mucho de riesgo, y exige una valentía que espero que no me falle durante este ejercicio. Porque no voy a hablar de un personaje aislado que desconozco. O de alguien que sea más o menos cercano. Voy a penetrar en los rincones oscuros de cada uno de nosotros, a descubrir las sombras que hasta el momento han permanecido ocultas. Los velos que hoy vamos a descorrer nos conciernen a todos. Recordemos que los cuatro temperamentos, en mayor o menor medida, nos conforman. En este sentido, los cambios que debería llevar a cabo el colérico nos tocan a todos.

A pesar de que, como acabamos de decir, el colérico, al igual que los otros temperamentos, está dentro de cada uno de nosotros, existen diferencias de grado. El colérico es el temperamento más reaccionario, más activo, más excitable y el más fuertemente impresionable con aquello que no le gusta. Y además, no lo olvida. El colérico es el que guarda nuestros rencores más implacables.  Es esa parte de nuestra personalidad que mantiene nuestra alma en pie de guerra contra viento y marea, frente a lo que es y a lo que supone. Hablar de superación de este temperamento exige nobleza para sentirnos identificados con algunos de estos descriptores.
Gestionar lo imperfecto de uno mismo. Las áreas de mejora del colérico (116)
El temperamento colérico en las relaciones personales: su insensibilidad para relacionarse con los demás es una de sus mayores deficiencias en su inteligencia interpersonal. Puede permanecer inalterable ante el dolor ajeno, rechazando visceralmente las manifestaciones de debilidad de la gente que le rodea, aunque sea muy próxima y mantengan lazos profundos.
Cuando se le contradice, se excita profundamente y se siente muy ofendido. Profiere entonces palabras muy duras para atacar al otro. Puede llegar a hacer recriminaciones falsas y muy exageradas con tal de conseguir vencer al oponente y que su razón triunfe. Sus reproches están llenos de palabras feroces que, la mayoría de las veces, son injustas. Y aun cuando no lo son, pierden valor por sus despóticas formas. Es imposible hacerle razonar sobre la improcedencia de sus criterios y acusaciones cuando se encuentra muy alterado. 
Si bien las relaciones son difíciles en general con un colérico por su dureza, falta de comprensión y cierta inhumanidad, se pueden convertir en insostenibles si se le evidencia ante personas que sean significativas y relevantes para él. Se siente muy dolido cuando se percibe ridiculizado o humillado en sus carencias y equivocaciones. Las relaciones personales son una de sus asignaturas pendientes. El ergotismo, la endogamia y el ego le distancian un poco más cada día de los otros.
En el crecimiento personal: el colérico está muy pagado de sí mismo. Su alta estima y el convencimiento que tiene sobre la bondad de sus cualidades personales hacen de este temperamento un difícil receptor de posibles cambios. Es muy poco habitual que acceda a valoraciones negativas. Suele ser más receptivo cuando el «maestro» tiene unas cualidades muy valoradas por él, y cuando considera inalcanzables esas competencias.
El colérico suele menospreciar a los demás, a los que considera torpes y poco inteligentes. Cuando accede a un proceso de transformación es porque considera que le va a aportar un valor con el que podrá ser más estimado en algún grupo que le interese. Si realiza algo importante suele hacer proselitismo con el fin de que se le agradezca y se le reconozca todo lo que sabe.
Los cambios espirituales o esotéricos le provocan risa y piensa que es de personas con bajos recursos y que no tienen una inteligencia tan práctica y competente como la suya. Este criterio resulta indestructible cuando pretende alejar a sus amigos de alguna tendencia que a él no le resulta estimulante, o cuando esta tendencia le impide lograr lo que busca. Es despectivo sin cuestionarse los orígenes de sus creencias.
Su autosuficiencia le lleva a rechazar cualquier ayuda extrínseca. Esta seguridad personal le impide ser un verdadero creyente de algo ajeno a él mismo. Piensa que él hace todo mejor que los demás. Y Dios o cualquier otra creencia de corte espiritual o político se convierten en una negación de su autosuficiencia. Su foco está en ser capaz de resolver por sí mismo cualquier dificultad. A veces tiene crisis de soberbia irracionales cuando le hacen entrever su incompetencia para ciertos asuntos. La enfermedad física es una variable que le desconcentra y le somete a tensiones incontroladas con crisis de hipocondría muy acusadas. En estos procesos pide ayuda a expertos que le aconsejan sus amigos. La fragilidad momentánea le lleva hacia una búsqueda personal que no estaba prevista. La intención velada es que le salven de su «mal», que supone incurable.
El colérico como empresario: la ambición de este temperamento no tiene límites. Todas las empresas que inicia tienen como fin primordial el éxito económico. Los socios son elegidos no por sinergias conceptuales, o propósitos de gran calado social, o porque vean el mundo del mismo modo. Todo eso queda relegado a un segundo término, y en algunos casos al último. Lo primordial es conseguir posicionarse en lugares de poder y ser valorados como los mejores. Esto se combina con un deseo de dirigir desmedido. Su dirección suele ser autocrática, aunque si puede conseguir algo se transforma y se somete. Es un empresario que para anular a la competencia puede manejar artes poco nobles. Un ejemplo de empresario colérico es Geko en la película Wall Street. Su estrategia y argucias estaban orientadas a vencer a todos sus competidores, llegando a degradarles públicamente. Es un líder infatigable y buscará muchas empresas con las que poder lucir todas sus extraordinarias artes, incluida la crueldad. Abandonará proyectos que no son rentables, independientemente de quien se quede tirado en el camino. La película Con el dinero de los demás  (1991) es un fiel reflejo de ello. Danny DeVitto hace una arenga final propia de un colérico en su más fino estilo.
El temperamento colérico es un trabajador infatigable y arrastrará a todos detrás de sus tiempos, ritmos y modos de hacer las cosas. Si alguien no cede a sus pretensiones le despreciará y conseguirá anularle.
Pienso que por hoy es suficiente. Cómo es el colérico consigo mismo y como se comunica lo dejaremos para mañana, y así podremos dosificar el estudio sobre nuestro yo colérico. Este estudio busca que seamos conscientes de nuestra necesidad de los demás y de nuestra persona rompiendo la estructura de nuestro colérico para ahondar en sus fortalezas y conseguir superar sus áreas de mejora. Nuestro entorno nos agradecerá la superación de un colérico resentido, egoísta y rencoroso. Atrás han quedado las imágenes de un sanguíneo y un flemático libres y sin animadversión. La acritud del colérico es nuestra batalla de hoy. Seguro que vamos a ganarla para lograr ser abiertos e investirnos de una empatía sincera.
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Minerales: el elixir de la eterna juventud y de la felicidad (115)

Las vitaminas (que hemos visto en post anteriores) y las sales minerales reciben el nombre de micronutrientes. Se necesitan en cantidades mucho más reducidas que las proteínas, las grasas y los hidratos de carbono, pero son esenciales para una buena nutrición. Estos minúsculos nutrientes son los colaboradores más efectivos para mantener la salud del cuerpo, además de que algunos de ellos forman parte de los tejidos corporales, como es el caso de los huesos, que contienen y guardan el calcio del cuerpo. El flúor se encuentra en los dientes, y la sangre contiene hierro. Amén de favorecer el bienestar corporal, los minerales son el elixir de la juventud. Cuando nuestro organismo se siente nutrido adecuadamente de estos elementos químicos, sentimos una gran vitalidad y tomamos conciencia de todo nuestro potencial transformador.

Los minerales son indispensables para el buen funcionamiento metabólico del organismo humano. Representan el 4% del peso corporal (menos de 3 kg para una persona de 70 kg). Cada uno de los minerales es esencial, porque nuestro organismo no tiene capacidad de producir ninguno de ellos y necesita adquirirlos de la alimentación. El equilibrio de la dieta diaria es imprescindible para evitar su carencia.
Los minerales: el elixir de la eterna juventud y de la felicidad (115)Las funciones principales que tienen los minerales podemos dividirlas en tres:
  • La función estructural: mantenimiento de la firmeza, la resistencia y la estabilidad de los tejidos, huesos y cartílagos.
  • La función reguladora: facilita la permeabilidad neuromuscular y el equilibrio ácido y base o el Ph del cuerpo.
  •  La función catalítica: mantiene la concentración normal de los minerales en los líquidos del cuerpo y responde a las necesidades de las enzimas y compuestos biológicos.
Estas funciones nos amplían el marco de la importancia físico-emocional de estos nutrientes. A partir de los 35 años empezamos a padecer de ciertas carencias que son localizadas principalmente en la parte estructural (los huesos, los dientes y los músculos). Estas pérdidas provocan una deficiente valoración personal, que conlleva una bajada de la autoestima muy importante. Tanto la mujer (que es quien primero padece estos déficits) como el hombre (que empieza a sufrirlos ya cercano a los 40), buscan desesperadamente mantenerse jóvenes. Su sensación de envejecer desemboca a veces en comportamientos un tanto absurdos e inútiles, como buscar su juventud relacionándose con personas de menor edad, quienes lógicamente no van a reponer la pérdida de su potencial fisiológico.
En  este proceso de desgaste orgánico participa muy activamente la deficiente alimentación, los alimentos ricos en grasas y todo aquello que provoca un elevado índice de tóxicos, que modifican el equilibrio ácido-base con respuestas emocionales muy acusadas. El desánimo, la infelicidad, la sensación de oscuridad mental y la obsesión son unos de los indicadores de un Ph alterado, propio de una mala absorción de los minerales o de una excesiva ingesta de alimentos con una alta saturación de estos micronutrientes que debilitan la sangre.
Se han realizado estudios en más de 45 elementos minerales que están presentes en los organismos vivos en cantidades muy variadas. De todos ellos, únicamente 22 se han considerado esenciales para el ser humano, porque aportan una energía fundamental. Estos minerales sólo se pueden obtener a través de la alimentación. A tenor de las necesidades de los minerales esenciales, los investigadores han dividido estos componentes químicos en dos grandes grupos:
  • Los macrominerales (minerales grandes), cuya necesidad diaria es de más de 70 mg/kg. Son: el calcio, el fósforo, el magnesio, el potasio, el sodio y el azufre.
  •  Los microminerales (minerales pequeños) llamados también elementos traza u oligoelementos, cuya necesidad está por debajo de 70mg/kg. Los más relevantes son: el hierro, el cobalto, el cromo, el manganeso, el zinc, el yodo, el selenio, el flúor, el níquel, el vanadio, el arsénico, el estaño y el molibdeno.
Sin pretender ser exhaustiva en este tema, sí quisiera que fuéramos adquiriendo un pequeño conocimiento de la importancia de los minerales en la alimentación diaria para nutrir y mantener el equilibrio de cada uno de los tejidos del cuerpo, pues dicho equilibrio es esencial para el estado anímico y el sistema inmune.
Continuando con nuestro post de la semana pasada, vamos a desarrollar el macromineral el calcio, que está estrechamente relacionado con la vitalidad estructural, y es el que padece el mayor desgaste con el paso del tiempo. Se comprueba que se vive este proceso de deterioro óseo cuando existe una sensación de falta de libertad muy intensa que aparece cuando la persona se mueve con miedo. Hay temor a romperse algún hueso o a dañarse gravemente. Los impulsos vitales son más débiles y se pierde la pasión y la fuerza. La agilidad se reduce notablemente. En la mayoría de los casos, las personas se encierran en sus hogares y hacen mucha menos vida social. Este ostracismo les perjudica y va fragilizando poco a poco el sistema óseo.
Dentro de algunas alteraciones producidas por el desequilibrio de este mineral cabe resaltar la excitabilidad, que es muy propia cuando la cantidad es inferior a 30 ó 40 mg por kg de peso. Se nota una especie de agitación, mal control de los nervios, respuestas un poco exacerbadas sin motivos.
Con el paso del tiempo se llega a reducir el 50% de la cantidad de calcio en los huesos. Esto provoca una sensación de fragilidad e inestabilidad junto a un sentimiento de senectud. Parece que el edificio se derrumba con nosotros dentro. Si bien esta percepción tiene mucho de real, también lo es que la persona, según van pasando los años, tiene una vida más sedentaria que exige más reflexión y autoanálisis, por ello no es aconsejable acelerar la máquina, sino ralentizarla para adecuarla al desgaste natural del tiempo. Ahora bien, si en los años previos no se ha tenido en cuenta todo este proceso posterior, nos encontraremos abocados a roturas óseas peligrosas y muy delicadas.
Es interesante conocer que el calcio es el mineral más abundante en el organismo. El 90% del calcio que hay en el cuerpo está en los huesos en forma de fosfato. También se encuentra en el citoplasma de la célula y en el líquido extracelular en muy poca cantidad. Es uno de los minerales más importantes para las funciones fisiológicas, y cabe resaltar su función en la integridad de los nervios y músculos. Es vital en la contracción muscular del corazón y para su correcta funcionalidad. Cuando falta calcio pueden aparecer síntomas disfuncionales del ritmo, que se resuelven con una alimentación adecuada.
La absorción de este mineral se produce principalmente en el intestino, y la eliminación por vía renal. Cuando hay un exceso pueden formarse cálculos renales de difícil eliminación, y la mayoría de las veces muy dolorosa.
La deficiencia de este mineral provoca tetania muscular y deficitaria contracción muscular. Algunos estudiosos consideran que la carencia de calcio desencadena alteraciones graves en la paratiroides con efectos dolorosos en los músculos y en las articulaciones.
Que un alimento sea rico en calcio no implica que dicho calcio se aproveche bien. Hay factores que favorecen o dificultan la incorporación del calcio al organismo. La vitamina D, las proteínas, la lactosa (azúcar de la leche), así como una adecuada proporción entre el calcio y el fósforo en el alimento o en el conjunto de la dieta son factores que mejoran su asimilación.
Los lácteos (leche, yogur, cuajada, quesos…) tienen fama de ser las mejores fuentes de calcio, pero hay otras alternativas. También contienen calcio: los pescados de los que se come la espina (como las sardinas enlatadas), la anchoa (el bocarte), los huevos, el sésamo, la melaza, la leche de almendras, de coco o de avena, ciertas algas que se emplean como complemento dietético, lentejas, soja, judías blancas, espinacas, acelgas, repollo, pimiento verde y frutas, así como algunos frutos secos.  El aprovechamiento por parte del organismo es muy inferior en los vegetales al de otras fuentes alimenticias. Esto se debe a que en los vegetales el calcio cumple una función estructural formando complejos con otras sustancias como la  fibra, por lo que apenas pueden ser aprovechados.
Los minerales: el elixir de la eterna juventud y de la felicidad (115)
Las cantidades estimadas para un adulto que pesa 70 kgs, viene a ser de 800mg diarios. Para su correcta síntesis se necesita vitamina D (las sardinas y los boquerones, el atún y el bonito fresco, los quesos grasos, la margarina, los champiñones, los huevos, la leche y elyogur).
Quedan seguramente muchos puntos por tratar sobre el calcio. Y mucho más sobre el resto de minerales. Espero que os apetezca seguir con este tema.
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La conciencia de los niños (114)

J. F. tiene 12 años. El pasado domingo estuvimos trabajando sus dificultades para concentrarse y obtener mejores resultados curriculares. Me explicó que empleaba muchas horas de estudio con muy poco éxito. Quería conocer por qué le sucedía y qué medios tenía para cambiarlo.

Iniciamos la tarea analizando sus valores más sobresalientes para conseguir las metas que nos habíamos propuesto. Dividió su auto observación en dos campos bien delimitados. Por un lado eligió diez valores que tenían que ver con su carácter. Entre los diez seleccionó los tres más significativos para él: sinceridad, amor y bondad.
 
J. me explicó que todos faltábamos un poco a la verdad, pero que la sinceridad era una de sus mayores fortalezas. El amor tenía la suerte de recibirlo con creces de sus padres, y él pensaba que era una persona bastante bondadosa.
 
La conciencia de los niños (114)
 
El muchacho diferenció algunas cualidades imprescindibles para su mejor desempeño en el colegio. Opinaba que eran prioritarias cuatro: concentración, atención, paz en la casa (que le facilitaría el estudio) y respeto a su espacio vital. También estimó con una nota muy alta la eficacia, el confort y la inteligencia. Para el crío su área de mejora era la eficacia. Estimaba que el estudio no resultaba suficiente. Buscaba que los resultados fuesen muy positivos, y no siempre lo lograba. Esto le desesperaba bastante, y aún más cuando se comparaba con compañeros que tenían magníficos resultados con menor esfuerzo que el suyo. Ahondando en estas opiniones (le hice hincapié en que eran muy discutibles; él no podía conocer el trabajo que sus compañeros realizaban para alcanzar sus éxitos) llegó a la conclusión de que sería mucho más eficaz si pusiera más atención a las explicaciones de sus profesores y se concentrase en el estudio. Reconoció que su mente volaba fuera de los libros muy a menudo.
 
Ante el juego que yo llamo «Tengo – quiero», J. pormenorizó  sobre los dones y cosas que tenía y no quería perder, entre los que señaló la familia, su personalidad cariñosa y su gran sensibilidad. Este último don es un bien muy amado para el muchacho. Por lo visto, su espíritu sensible le favorece la relación y la comprensión con su grupo de amigos.
 
En el apartado de «Quiero pero no tengo», reapareció la concentración como una de sus grandes metas. Conseguir estudiar bien era su segunda preferencia, y por último lo que le pedía a la vida era «Un gran amigo que me comprenda siempre, haga yo lo que haga. Sé que es difícil, pero me encantaría conseguirlo».  
 
J. se quedó unos segundos quieto, me miró muy serio, y me dijo con una voz muy profunda: «Sé que a todos nos molesta ir al colegio y estudiar, pero hay muchos niños que darían su vida por poder hacerlo. Quisiera agradecer a Dios esta oportunidad que me da de acudir a un colegio».
 
La impresionante colaboración de J. favoreció los ritmos de este estudio y entramos en el siguiente apartado, en el que observamos todas las cosas que tiene pero no le gustan y quisiera cambiarlas. J. quiere suprimir de su vida a un profesor. Desea un hada madrina para hacer desaparecer a un maestro que le deja en evidencia y le ridiculiza ante sus compañeros. Nada es tan importante como lograr esto. Después quiere que la tensión con sus hermanos menores y el mal humor que muchas veces acarrea se volatilicen. J. pensaba que era un poco envidioso. Esto no le molestaba, porque era una forma de expresar su admiración por algunos de sus compañeros e ídolos del momento. Sobre todo deportivos. Quiere llegar a ser un gran futbolista, como C. R.
 
J. me dijo que había cosas que no tenía y que tampoco anhelaba, como la falsedad, la maldad o la pobreza. «Aunque Joaquina, me gustaría probar a ser pobre porque la gente debe de sufrir mucho por ello, y yo quisiera comprenderles.»
 
Feliz día para todos los padres del mundo que han educado a muchachos como J. F. Él quiere experimentar de alguna forma la pobreza para comprender a todos los seres del mundo que hoy sufren por su miseria. Si algún día fueras presidente, por favor, J., no olvides tus ideales de hoy.
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Gladiator. Algo más que un destino (113)

En el post 108 del pasado lunes hablábamos del film de Ridley Scott Gladiator, y acabamos diciendo: «El mundo lo dirigen muchos Cómodos que aman el poder, aunque no el camino para lograrlo. Hay muchos Máximos que se negaron al honor de ser los transformadores». 

Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe) se negó a ser el restaurador de la república en Roma. Máximo, el general de los ejércitos, el hombre que había vencido a miles de soldados en dos años largos de guerras, deseaba volver a su hogar. Rechazó el gran honor que el César le ofrecía. Su desapego al poder le hacía especial y único para ser quien construyera una nueva Roma. Máximo pensaba que había que conocer la ciudad, entender de política. Sin embargo, Marco Aurelio consideraba que era ese desconocimiento, esa pureza de su mente, la que le convertiría en el líder perfecto. Máximo preguntó por Cómodo. El César se inquietó y contestó que Cómodo no tenía moral y no podía dirigir Roma. La falta de moral no podía gobernar los pueblos, ni las sociedades, ni las organizaciones. La corrupción no debía regir Roma, dijo Marco Aurelio. Y estas palabras son válidas hoy, en el siglo XXI. La moral debe ondear en todas las banderas y ser la misión de los hombres.
 
Gladiator. Algo más que un destino (113)Máximo necesitaba tiempo. Todos pensamos que necesitamos tiempo para tomar las decisiones correctas. A veces el tiempo se dilata y nos anula la libertad para decidir. Cuando queremos hacerlo, alguien nos robó la libertad. Cómodo liberó la última batalla por Máximo. Resolvió que su padre estaba equivocado. La soledad anegó de frío a Marco Aurelio.
 
«¿Estás dispuesto a cumplir tu obligación para con Roma?» «Sí, padre.» «No vas a ser Emperador.» «¿Qué hombre más mayor y más sabio ocupará mi lugar?» «Mis poderes pasarán a Máximo. Roma será una república de nuevo.» «Máximo…» «Sí.» «Una vez me escribiste enumerando las cuatro grandes virtudes: sabiduría, justicia, fortaleza y templanza. Constaté que no tenía ninguna de ellas. Sin embargo, poseo otras virtudes. Ambición. Se convierte en virtud si nos conduce al éxito. Ingenio, valor; tal vez no en el campo de batalla. Pero hay muchas formas de valor. Devoción a mi familia y a ti. Ninguna de mis virtudes figuraba en tu lista. Incluso parecía que no me deseabas como hijo.» «Oh, Cómodo, vas demasiado lejos.» «Escudriñé el rostro de los dioses, buscando el modo de complacerte. De llenarte de orgullo. Una palabra amable. Un fuerte abrazo. Tus brazos apretándome con fuerza contra tu pecho. Habría sido como tener el sol en mi corazón mil años. ¿Qué hay en mí que tanto odias? Lo único que siempre quise es estar a tu altura.» «Cómodo, tus defectos como hijo son mi fracaso como padre.» «Arrasaría el mundo entero porque tú me amases.» Estas palabras acompañan los últimos momentos del César mientras es asesinado.
 
La franja que separa la libertad para decidir de la imposibilidad para hacerlo es tan ligera como una hoja de seda. El orgullo nos ciega y la estrategia que hemos empleado para nuestros éxitos desaparece cuando las emociones nos desbordan, a la vez que el deseo de venganza nos enreda en sus juegos infernales. Es en ese momento cuando la vida nos aleja de todo lo que han sido nuestros sueños personales, cuando perdemos el contacto con nuestra misión. Nuestra visión se contamina y nos alejamos de nuestro foco. Y ahora sólo queda el camino de vuelta.
 
Cómodo consideró que él merecía ser el nuevo César del gran Imperio. Mató a su padre y dejó en el aire las palaras de recriminación que muchos de nosotros hemos recitado a nuestros padres, queridos o no por nosotros. A esos padres que nos exigían, que despreciaban nuestro esfuerzo comparándolo con el de algún hermano más presto, más sabio, más bondadoso. Qué dolor más infinito. Horas de arrojo baldías e ignoradas. Marco Aurelio demandaba sabiduría, justicia, fortaleza y templanza como los valores de un gran hombre. Cómodo, a cambio, le ofrecía ambición, ingenio, valor y devoción. El padre rechazó esta ofrenda en aras de sus ideales. Máximo poseía cada una de estas virtudes. Pero quería descansar, recoger los frutos de sus campos, y Cómodo aprovechó esta decisión para hacer valer su afán por el poder.
 
La vida nos da oportunidades extraordinarias para evidenciar los errores de nuestros padres. Cómodo tuvo la ocasión de mostrar y enseñar al mundo que su padre, el sabio, se había equivocado. Que él conocía las necesidades del pueblo y que podía restituir la grandeza de los poderes en Roma.
 
Cómodo rehabilitó todas las leyes que su padre había derogado. La lucha en la arena del coliseum de los gladiadores. Las fiestas del pueblo, donde avivaban sus peores instintos. La corrupción del Senado, estimulando las intrigas. La falta de respeto a cada uno pilares que sustentaban el mandato del antiguo César poco a poco deja entrever a Cómodo como el hijo maldito. Cada uno de estos pasos distanciaba a este hijo de la dignidad y la rehabilitación de su nombre. La vida nos permite limpiar la imagen cercenada por la exigencia de nuestros padres. Muchas de las opiniones que hemos recibido en nuestra infancia han sido equivocadas. Podemos levantarnos contra esta injusticia convirtiéndonos en imágenes palpables de otra realidad diferente.
 
Quisiera quebrantar los pilares que han sustentado todos mis complejos y elevarme por encima de todas las opiniones que me han desmembrado. Para ello, es imprescindible que separe lo real de lo ficticio, la culpa de las justificaciones.
 
Elevarme por encima de mis miedos, de mis avatares y ceñirme a una verdad inexorable: puedo. Cada día tengo la potestad de conformar una personalidad que responda a los perfiles que para mí son válidos.
 
Las luces y las sombras se van vertiendo en las diferentes escenas donde «El Hispano» retoma su lucha por los intereses de los débiles y Cómodo infringe todas y cada una de las leyes amadas por su padre.
 
En suelo yace «El Hispano», y su pueblo grita enfebrecido: «¡Máximo!». El general cumplió con su César y ganó la última contienda. Cómodo reposa en la arena para siempre. Nadie le recordará por sus hazañas, aunque sí por su miserable actuación política.
 
Los periódicos llenan sus páginas de miles de Cómodos. La desconfianza en los líderes, en los políticos, en casi todos los mandatarios, convierte esta vida en un paraje yermo donde nada crece y nada ilusiona.
 
Aquí y allá los posibles Máximos menosprecian a los Cómodos que les dirigen, pero siguen buscando su tierra. Demos gracias a cada uno de los grandes hombres que han luchado por sus ideales. Agradezcamos a cada escritor agitador de nuestras conciencias. A cada conferenciante que participa de sus ideas y las confronta con los escépticos. Sigamos de cerca a los movilizadores de nuestros mejores deseos y venzamos la inercia hacia el no por un sí categórico e ilusionante.
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Cambiar pequeñas cosas para llegar a las grandes (112)

Hay historias que nos sitúan en un lugar preferente para el cambio. Debemos aprovechar los tiempos que corren para marcarnos líneas de actuación que nos aligeren la carga y nos permitan ser efectivos y rápidos en las transformaciones a las que las circunstancias nos obligan. El relato de hoy me lo contó alguien en un proceso de aprendizaje:

«Cierto día, caminando por la playa, reparé en un niño que se agachaba a cada momento. Recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar.
Buscando cambiar pequeñas cosas para llegar a las grandes (112)
Al acercarme, me di cuenta de que eran estrellas de mar que las olas habían lanzado fuera del agua. Una a una las arrojaba de nuevo al océano, cuidando de que sobrepasaran el rompiente y permanecieran en el líquido elemento.
Intrigado, le interrogué sobre lo que estaba haciendo, y me respondió: “Estoy lanzando estas estrellas marinas al océano. La marea es baja, y estas estrellas se han quedado en la orilla. Si no las arrojo al mar, morirán en la arena”.
“Entiendo, le dije, pero hay miles de estrellas de mar sobre la playa, y cada ola trae otras nuevas. No puedes lanzarlas todas. Son demasiadas y es inútil, ¿no comprendes que no puedes salvarlas?”
El niño se inclinó, y mientras tomaba una estrella de mar entre sus manos y la lanzaba al océano, me respondió: “¡A esta sí!”.»
Ejercicio:
·         Piensa en las pequeñas cosas que haces cada día.
·         Señala las que ayudan a cambiar tu micro-mundo.
·         Anota las que desprecias como insignificantes, pero que aportan valor a tu entorno.
·         Observa los movimientos que se han producido a tu alrededor gracias a tus pequeñas aportaciones.
·         Haz lo mismo con todos tus compañeros, amigos, colaboradores.
·         Antes de cerrar tus ojos todos los días, revisa lo más insignificante que has recibido. Valora lo que representa para tu aprendizaje y tu evolución.
Hay muchas historias magníficas que confirman todo lo que he dicho. Por ejemplo, en el cine, la película Qué bello es vivir, de Frank Capra.
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Áreas de mejora del flemático (111)

El segundo temperamento, el flemático, me impresiona por su paciencia, su flema, su espíritu anglosajón distante y templado, y también su inmutabilidad. Esta revisión de sus áreas de mejora busca avanzar en el autoconocimiento para promover el cambio y optimizar todas las oportunidades que este temperamento ofrece. Si bien algunos aspectos pueden resultar duros y difíciles de aceptar, conviene revisarlos recordando que todos guardamos una esencia de cada temperamento, y que tener el mapa completo nos posibilita el desarrollo profundo de nuestra personalidad.

El temperamento flemático en las relaciones personales: es amante de hacer lo que le apetece. Tiene varias formas de logarlo. La más común es su terquedad. Es difícil que las personas con las que mantiene una relación superficial lo detecten; sin embargo, con sus parejas, compañeros, amigos, etc., no cede en sus opiniones, aunque no se manifieste al respecto. No expone con franqueza su punto de vista, ni siquiera enfrenta sus ideas abiertamente, aunque se las arregla para salirse con la suya casi siempre. A sus conocidos les desespera la cara de autismo con la que les mira (indicativo de que no escucha) cuando saben que no está cediendo ni se plantea aceptar las posibilidades expuestas por el otro.
La avaricia y mezquindad de los flemáticos es otro área de mejora importante. Sólo es espléndido cuando va a comprar algo para sí mismo. Es posible que sus amigos cercanos conozcan en detalle esta cualidad de los flemáticos, pero difícilmente la apreciarán los extraños, porque este temperamento no habla de dinero fuera de su círculo. En algunos casos su integridad económica está en entredicho. Cuando son extremistas en este punto, se afilian a grupos que les faciliten ingresos o les protejan económicamente. Su alma usurera se acrecienta cuando va cumpliendo años. Un flemático anciano es avaro y gruñón.
Este temperamento es poco sensible; sin embargo, no por ello permite que la vida le dé golpes emocionales. Los evita escondiéndose en sus espacios vitales. No deja que su entorno le victimice con sensiblerías poco estimulantes. Por lo general, las expresiones muy emotivas las ridiculiza y las considera fatuas y descontextualizadas. Este distanciamiento emocional reduce posibles afrentas amorosas.
En el crecimiento personal: el flemático es muy temeroso. Aunque no expresa sus miedos, todo lo que le resulte esotérico o extraño le asusta y le aleja de posibles contactos con el más allá. La vida y la muerte le resultan asuntos interesantes más desde un punto de vista conceptual que por la experiencia. Su tendencia a la comodidad excesiva le impide comprometerse con proyectos que requieran de su inmersión profunda. Mira con escepticismo la posibilidad del cambio, y evita todo lo que le haga dudar de su posición agnóstica. Cuando inicia un proceso de desarrollo, necesita que le atraiga muchísimo para no caer rápidamente en el incumplimiento de los planes de acción previstos.
Suelen acudir a programas que le aconsejan sus amigos, más como espectador que como ferviente interesado. Su indecisión y cobardía no le permiten profundizar en su autoconocimiento. Tiene un alto concepto de sí mismo que estimula sus ataques de soberbia cuando le dejan en evidencia. Esta cualidad le impide aceptar maestros y respetar la disciplina de los aprendizajes profundos. El temperamento flemático es aprendiz de todo y maestro de nada. No suelen tener una meta clara sobre su crecimiento, y evitan ser conscientes de ello.
Gestionar lo imperfecto de uno mismo. Las áreas de mejora del flemático (111)
El flemático como empresario: esmuy difícil que un flemático desarrolle proyectos empresariales por sí mismo. En raras ocasiones se asociará con otros temperamentos, a los que exigirá que defienda sus intereses. Su falta de ambición y empuje debilita su trayectoria profesional. Su tendencia a puestos que no le exijan esfuerzos extras le aboca a una vida mediocre y de bajo nivel de liderazgo. Cuando acude a reuniones que no le motivan acostumbra a dormitar. Prefiere trabajos fijos que le aseguren un salario y que le dejen tiempo libre. Al final de su jornada laboral suele acabar agotado y necesita de un reposo largo, y si es posible de una buena siesta. 
Consigo mismo: es indeciso e inseguro. Su alma tiene poco de aventurera, principalmente porque prima la comodidad por encima de la curiosidad. Esto hace que su personalidad tenga muy pocos matices y un atractivo casi nulo. Es amante de su comodidad en todos los aspectos de su vida. La falta de compromiso con sus ideales, el bajo interés por los demás y la ausencia de relaciones sociales hacen de este temperamento el menos conflictivo, pero también el menos inquietante.
Su rostro es inexpresivo, y la languidez de sus movimientos exaspera a temperamentos como el colérico. A pesar de esta pasividad, el flemático está muy pagado de sus cualidades, y no acepta la opinión de los demás si no es favorable. Sus reacciones son lentas (si es que existen), y en raras ocasiones las provoca el exterior. La rutina es su aliada, y cuantas menos sorpresas le depare, más atractiva le parece su vida.
Lo anodino de sus comportamientos le relaja y le asegura una vida tranquila, aunque en su interior el flemático se agita e impacienta. Raramente deja entrever este lado inquieto y ansioso. La mayoría de sus amigos desconoce que es un gran hipocondríaco que no acude a los facultativos por temor a que le digan que tiene algo grave. Se complace de su lentitud. Olvida con facilidad y raramente guarda rencor. No es que haya nobleza en ello, simplemente se olvida. Los extraños no merecen su atención. Nada externo le interesa. Su yo placentero y callado le basta para entretenerle.
La envidia a veces le cercena e inquieta su espíritu, atormentado por los logros de sus hermanos, amigos o vecinos. Si bien no soporta el esfuerzo, sí le gustaría recoger los resultados que los otros obtienen. Es quizá la envidia lo que más desestabiliza a este temperamento.
 
 
En la comunicación: el flemático ama casi en extremo el silencio y la discreción. De hecho, algunos flemáticos tienen hipoacusia por su continua evasión mental cuando están con gente que no les interesa demasiado. Son parcos en palabras, y aunque pueden ser concretos, tienen dificultades para ser asertivos e ir al fondo de las cuestiones. Sus palabras pueden aportar valor; sin embargo, huyen de la complicación, por lo que preferirán callarse a tener un enfrentamiento comunicativo.
No les interesan muchos temas. Suelen ser elitistas con las personas y los asuntos que eligen para dialogar. Cuando no les interesa la conversación pueden guardar silencio durante muchísimo tiempo, lo que no quiere decir que estén escuchando. En la vida familiar, su amor a la televisión y a estar entretenidos es un punto muy negativo. Pueden estar toda la tarde haciendo zapping y dormitando en una butaca. Les resulta muy gratificante este asilamiento, y rechazan que se hable mucho a su lado. Son amantes de la ironía, que esgrimen con gracia, aunque mordazmente.
Pienso que estos puntos recogen lo menos grato del temperamento flemático, que, recordemos, es introvertido y olvida lo negativo con facilidad. Si tu temperamento es éste, no te enfades por aquellas debilidades que te acompañan. Recuerda que no somos perfectos, y que en nuestro camino de cambio esta es una aportación más. Nada es definitivo. Ni las grandes fortalezas ni las pequeñas áreas de mejora.
Asomarnos al lado oscuro del temperamento flemático nos ayudará a configurar planes de acción para diagnosticar nuestro perfil y aprender a modelarlo de cara a alcanzar nuestros logros.
Si tu compañero, pareja o colaborador es flemático y observas que algunas de estas características se cumplen, entiende que es una parte de sí mismo tan irremediable como la tuya. Nada es mejor que nada. Ni peor una cosa que otra. Somos una maravillosa obra que se va conformando cada día con pequeñas partículas de conocimiento.
 
Amemos lo que somos y lo que son los demás.
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Historia para sensibilizar nuestra mirada social (110)

La anciana cruzó tambaleante el dintel de la puerta. Sus manos huesudas se agarraron a las maderas, y con gran esfuerzo entró dentro de la sala. Un hombre, de unos 75 años, se levantó acelerado, aunque tambaleante, para ayudarle. Se desplazaron con cierta lentitud por el restaurante hasta una mesa colindante a la mía, en la que les esperaban un grupo de ancianos.

La recién llegada (no pude abstraerme de escuchar sus palabras exaltadas) había participado en un debate sobre el envejecimiento precoz y algunas enfermedades degenerativas, de las que prefería no decir el nombre. Sus movimientos expresaban su clara oposición a los argumentos de los ponentes. Ella (según sus palabras) tenía una funcionalidad cerebral extraordinaria. El problema lo tenía en su cuerpo. En sus articulaciones, que le dolían hasta paralizarla. En sus pies, que la torturaban… Ejemplificaba la explicación señalándose cada zona y evidenciando su deterioro mediante un gracioso y esperpéntico movimiento.
Una historia para sensibilizar nuestra mirada social (110)
La cuestión había despertado su interés, y aunque algunos le parecieron unos «dementes», la síntesis general era muy positiva. Quería que todos los asistentes participaran en esta discusión, que consideraba muy relevante y oportuna. Alzó un poco la voz, y dijo: «Somos un colectivo importante, por el número y por nuestra posición social. No cabe duda de que representamos una carga económica para este país de jóvenes. Nuestro deterioro, y el peso que ello representa, les preocupan enormemente. No tanto por nosotros. Lo que se esconde detrás de toda esta polémica es por un lado, la dimensión a la que puede llegar el problema si no lo detienen, y por otro, que no saben qué hacer con esta situación». Un joven debatiente preguntó al resto de compañeros si comprendían que ellos mismos estarían en esa situación en breve. «El tiempo pasa rápido, y antes de que una brizna de aire corra, otros estarán analizando nuestro caso», dijo el muchacho, bastante afectado por sus palabras.
Se hizo un gran silencio. Los que escuchábamos resolvimos que también el tema nos incumbía. El anciano que había salido a socorrerla tomó la palabra, y su voz grave me conmovió. «Mi vida intelectual es mucho más activa que cuando trabajaba. Han pasado más de 15 años desde mi jubilación. Mis únicos achaques han sido dos operaciones de prótesis de mis dos rodillas. Estas lesiones han disminuido mi celeridad para acudir a foros, asistir a ponencias en las que he participado activamente…»
Estas manifestaciones fueron secundadas por otras parecidas. Cada uno de los allí presentes relató alguna lesión ósea, y la dependencia familiar que se originaba por ello.
Poco a poco, el interés de los que estábamos alrededor fue decayendo. La magia que trasmitió la primera anciana había desaparecido. Pasadas las cinco de la tarde, cuando se disolvió la sobremesa, me acerqué a la mujer y le pregunté qué pensaba sobre la cuestión física planteada. Su mayor interés era que se respetara su capacidad intelectual y que se fijaran cotas de atención hacia otras deficiencias que quizá tenían su origen en cuestiones mucho más físicas y que podían estar desatendidas. Y quizá podían ser resueltas.
Me comentó que muchas de sus amigas vivían un deterioro estructural que les impedía participar de aquellas charlas culturales. Ellos se reunían una vez por semana para comentar libros, asistir a conferencias y ser testigos de adelantos sociales de cualquier índole. Para todo ello era imprescindible desplazarse desde sus domicilios, y muchos conocidos no tenían esa posibilidad. El motivo de su asistencia al debate eran los problemas derivados del envejecimiento de la sociedad. Según ella, había que hacer otra lectura de la situación. Quería, y así me lo hizo saber, que los jóvenes buscaran las raíces del porqué se deterioraban tantísimo los huesos de las personas. Entonces le dije que en algunas sociedades este problema se daba más que en otras, tal vez por el clima, la alimentación, los cuidados preventivos…
Me informó de que cada una de las personas allí presentes habían tenido importantes cargos profesionales. Unos habían sido catedráticos, otros ingenieros, algunos investigadores, bastantes abogados. Y todos de gran prestigio. Me confirmó esta relevancia haciendo referencia a invitados y personajes de la vida social que habían acudido a sus fiestas. Afirmó además que todos ellos se habían  retirado de la vida profesional cuando aún podían trasmitir su conocimiento y experiencia a muchos jóvenes.
Pretendía lograr por parte de la sociedad y las instituciones el respeto a sus mentes y el cuidado de sus cuerpos. Pensaba que habría que instaurar un servicio de ayuda especial para que todos estos amigos pudieran desplazarse fácilmente.
La prevención. Ahí estaba el matiz en el que quería incidir. Qué provocaba ese deterioro y esas minusvalías corporales. Mi activista consideraba que era necesario un estudio sobre qué y por qué ella estaba en aquellas condiciones.
Me despedí, y por la calle fui observando cada una de las personas que mostraban alguna deficiencia en su caminar, en sus movimientos. Observé a todos y cada uno de los transeúntes con los que me crucé. Muchos más de los que me habría gustado caminaban torpemente; sus espaldas se doblaban, sus manos estaban deformes.
La osteoporosis tan temida está minando la movilidad de nuestros mayores. ¿Cuál es su origen, cuál su casuística? Los estudios parecen apuntar a que estas situaciones se deben a una deficiencia de calcio, uno de los minerales más importantes para la estructura humana.
La próxima semana hablaremos de ello. Hoy sólo quiero movilizar nuestra mirada para ayudar a los ancianos. Para que escuchemos su sabiduría y pongamos nuestros brazos todavía fuertes a su disposición. Sólo así podrán llegar a todos los lugares con los que sueñan. También trataremos el tema de cómo cuidarnos en el presente para tener un excelente futuro.
Os recuerdo que el calcio está en las almendras, las espinacas, las legumbres verdes, el tofu, la soja, la leche y derivados y el pescado graso, como las sardinas, el salmón, etc.
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Liberarnos del miedo al éxito. Adaptación de un cuento de Sapo y Sepo (109)

Mi amiga Elisa, madre de tres varones maravillosos, me regaló en mi último cumpleaños un libro de niños. En él se relatan las aventuras de dos personajes llamados Sapo y Sepo. Estos protagonistas, a través de sus historias, muestran algunas de las paradojas de nuestra vida.

Uno de estos relatos lo he adaptado al trabajo que estamos realizando conjuntamente. Por un lado, cuento la historia, y por otro, propongo un ejercicio. Esta tarea nos da herramientas de autodiagnóstico a la vez que podemos compartirla con los niños y escuchar sus conclusiones, seguro que acertadas.
El relato nos presenta a un Sapo extravertido, activo y lleno de ilusión, y a un Sepo introvertido, apegado a sus espacios habituales, a la comodidad y a sus miedos.
 
ADAPTACIÓN DE «COLINA ABAJO», CUENTO DE SAPO Y SEPO (Arnold Lobel):
 
«Una mañana de invierno, recién levantado el sol por las colinas de las montañas cercanas, Sapo llamó a la puerta de su gran amigo Sepo.
 
-¡Sepo, despierta! –gritó. Sapo sabía que su amigo Sepo aún estaría dormido. A Sepo le costaba ponerse en marcha a primera hora de la mañana. Normalmente daba muchas vueltas antes de empezar su jornada, y muchas mañanas Sapo tenía que despertarle.
 
-¡Sal y mira qué maravilloso es el invierno!-. Las colinas aparecían totalmente blancas por las primeras nieves del año, y Sapo quería que su amigo disfrutara de aquel esplendor invernal.
 
-No saldré -dijo Sepo–. Estoy calentito en mi cama.
 
Sapo, que ya esperaba esta respuesta de su perezoso amigo, no se dio por vencido y replicó:
 
– El invierno es hermoso, sal y vamos a divertirnos.
 
-¡Bah! -contestó Sepo–. No tengo ropa de invierno.
 
Sapo entró en la casa. Se sabía de memoria las excusas de su amigo, y en su mochila roja llevaba varias prendas para él.
 
– Te he traído algunas cosas para que te las pongas –dijo.
 
Sapo le puso a Sepo un abrigo y unos pantalones y se los abrochó.
 
También le puso un gorro y una bufanda.
 
-¡Socorro! –gritó Sepo- , ¡mi mejor amigo quiere ahogarme!
 
– Sólo quiero prepararte bien para el invierno –dijo Sapo.
 
Sapo y Sepo por fin salieron de la casa. Corretearon durante un rato por la nieve
 
– Nos lanzaremos cuesta abajo por la colina en mi trineo –Propuso Sapo
 
Sepo contestó: 
 
-Yo no. 
 
-No tengas miedo –dijo Sapo– yo iré contigo en el trineo. Bajaremos a toda velocidad. Será emocionante. Tú te sientas delante y yo me sentaré detrás.
 
El trineo comenzó a deslizarse colina abajo.
 
-¡Allá vamos! – dijo Sapo.
 
Saltaron sobre un montón de nieve. Sapo, que no había tenido tiempo para agarrarse, se calló del trineo.
 
Sepo siguió a toda velocidad dejando atrás árboles y rocas.
 
-Sapo, me alegro de que estés aquí –dijo Sepo– yo no podría conducir el trineo sin ti.
 
Sepo saltó sobre otro montón de nieve.
 
-Sapo tienes razón. ¡El invierno es divertido!
 
Un cuervo revoloteó cerca de él.
 
-Hola, cuervo –gritó Sepo–, míranos a Sapo y a mí. ¡Montamos en trineo mejor que nadie en el mundo!
 
-Pero Sepo –dijo el cuervo– estás tú solo en el trineo.
 
Sepo miró alrededor. Vio que Sapo no estaba allí.
 
-¡Estoy completamente solo! –gritó asustado Sepo.
 
¡Bang! El trineo chocó contra un árbol.
 
¡Crack! El trineo chocó contra una roca.
 
¡Plop! El trineo se incrustó en la nieve.
 
Sapo llegó corriendo colina abajo. Sacó a Sepo de la nieve.
 
-Lo he visto todo -dijo Sapo–, lo hiciste muy bien tú solo.
 
-No es verdad –dijo Sepo–, aunque hay una cosa que sí puedo hacer yo solo.
 
-¿Cuál? –preguntó Sapo
 
-Puedo irme a casa –dijo Sepo–, quizá el invierno sea hermoso, pero la cama es mucho mejor.» 
 
 
Ejercicio:
 
Medita sobre los siguientes aspectos del cuento:
  • Sapo nos hace propuestas para alejarnos del confort de nuestras rutinas. A veces cedemos, y otras no.
  • Cuando estamos acompañados por los Sapos de nuestra vida, nos adentramos en experiencias a las que no nos habríamos entregado estando solos..
  • Si Sapo nos abandona, las habilidades que estábamos desarrollando se nos olvidan, y parecemos torpes.
  • La decisión puede ser volver a escondernos en nuestra cama y seguir como siempre.
Plantéate otra posibilidad:
  • Piensa en las cosas que lograste alguna vez, y que no has repetido por miedo.
  • Elige una y repítela varios días seguidos. No te preocupes de las facultades que se requieren para hacerla. Piensa sólo en tener la mejor actitud.
  • Cuando hayas logrado un nivel satisfactorio para ti, busca a algún amigo al que le pudiera ayudar conocer esta habilidad, y conviértete en su Sapo.
  • Cuenta a tus amigos cómo te encuentras después.
Luchemos porque cada día encontremos «un invierno maravilloso» que compartir con alguien. Llevemos preparadas las soluciones a sus disculpas. Y ante todo, tengamos en cuenta que el cambio sólo se logra mediante ensayo y error.
 
Venzamos el miedo a equivocarnos. Cuando «el cuervo»  nos avise de que vamos solos, mantengamos la misma destreza y capacidad. En la vida, hay momentos para estar solos y momentos para compartir. Tú eliges.
 
Agradezco a todos los Sapos de mi vida las veces que me han sacado de mi Sepo y de mi comodidad.
 
Vosotros sois el Sapo más poderoso de mis últimos tiempos. 
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Gladiator. Algo más que un destino (108)

El film de Ridley Scott Gladiator se inicia con una gran batalla entre romanos y germanos. El general de las legiones romanas, Máximo Décimo Meridio, (Russell Crowe), gritaba a sus soldados: «Dentro de tres semanas yo estaré recogiendo mis cosechas. Imaginad dónde queréis estar y se hará realidad». Luego añadió: «Hermanos, lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad». Quizá hayan sido estas palabras las que abocaron a nuestro héroe a renunciar a sus sueños  y alejarse de sus amadas campiñas extremeñas, cercanas a Merita Augusta. En el campo de batalla yacen más de cinco mil soldados romanos muertos. Máximo, extenuado, grita: «Roma Vinci». Y entre tanto, en un carromato, Cómodo (JoaquínPhoenix) intriga sobre las decisiones de su padre para su sucesión. Tales son las paradojas del ser humano: mientras unos defienden sus ideales, otros sólo quieren vivir de los resultados del vencedor.
 
Marco Aurelio (Richard Harris) agradece a su fiel guerrero conminándole a que esta sea la última matanza. Para Máximo, esto sólo es posible después de aniquilar a todos los enemigos de Roma. El César le recuerda: «Siempre hay alguien con quien pelear». Pero Máximo quiere volver a su hogar. Unos minutos antes se debatía en el suelo contra la muerte. Sus manos ensangrentadas cercenaban los cuerpos que se movían a su alrededor. Las cosechas para las que estaba preparado no eran las de los campos fértiles donde crecen las espigas de trigo. Su alma ruda no vislumbraba su futuro, ni tampoco apreciaba su presente.
 
Llenamos nuestras vidas de conocimientos y de vivencias. Nos debatimos entre el éxito y la riqueza, anhelando momentos y lugares que nos abstraigan de los esfuerzos. Nos confrontamos con las horas de trabajo y los breves instantes de placer, mientras que el mundo nos reclama consideración y compresión social.
 
Roma necesitaba a un estratega. Máximo ya había aprendido a guerrear, había practicado la lucha y experimentado la victoria. Todas estas experiencias le conferían congruencia y capacidad para lidiar con un nuevo estado de cosas donde primara el diálogo sobre la guerra. Sólo él podía transmitir la necesidad de consenso con los países vecinos. Atrás quedaban los muertos; no hay ninguna guerra que no aporte dolor a todos los implicadas. En cada discusión, en cada confrontación, todas las partes pierden.
 
Algunos somos como Cómodo. Llegamos al final de la contienda, y cuando los soldados gritan el nombre de Máximo enfebrecidos de admiración, la envidia nos envilece. Cuando el pueblo grita el nombre del envidiado suplicamos la misma atención. Los días de recreo ya pasaron, y ahora queremos que nos aclamen. «Me la perdí, me perdí la batalla», grita Cómodo abrazando a su padre. Nos hemos perdido la batalla. No estuvimos en la guerra de la vida y queremos los laureles del triunfador. Nos debatimos entre el esfuerzo y la desgana; sin embargo, nos regocijamos apropiándonos de los triunfos ajenos, porque en nuestro yo profundo llevamos mucho de Máximo, pero también de Cómodo. Repudiamos el alejamiento de nuestro padre. Nos sentimos zaheridos con las lanzas del desamor cuando nuestro amado protector mira con orgullo a nuestro opositor. Horas antes nos recreábamos en el placer fútil y disoluto.
 
Quién va a dirigir este nuevo mundo. El mundo del cambio. Donde desaparezcan la corruptela, los intereses creados, las diferencias entre unos y otros. Donde el hambre sea un recuerdo, la pobreza una fiebre pasajera. Donde todos los niños sean atendidos por igual. Donde el rico hable con el pobre y le enseñe el arte de la riqueza. El lugar en el que todos miremos a un mismo punto. En el que las mejores ideas confluyan para cuidar el planeta.
 
Marco Aurelio nos llama a sus aposentos. Nos pregunta: ¿por qué estamos aquí? Sabemos la respuesta, y como Máximo decimos que estamos aquí por la gloria del Imperio. Sabemos que estamos en el mundo para el mundo. No para nuestros propios intereses. Hemos nacido para hacer crecer lo que nos rodea y convertirlo en próspero y útil para aquellos que viven en este “imperio!. Marco Aurelio nos enseña el mundo que hemos creado. Inmenso. Igual que las conquistas de Roma.
 
Durante miles de años hemos luchado los unos contra los otros. Hemos pensando que con cada terreno arrebatado a los otros ganábamos algo para nosotros. Hemos vertido sangre, dolor, miseria. Durante siglos no ha habido ni cuatro años de paz en la Tierra. Y, ¿para qué? El César se hace esta pregunta rendido.
 
Sentémonos juntos. Hablemos un rato con franqueza. De persona a persona. Millones de nuestros hermanos yacen en el frío barro. Muchos sangran por sus heridas. Otros no abandonarán los lugares a los que llegaron para saciar su hambre. No quiero pensar que lucharon y murieron por nada. ¿Qué quiero creer? Que hasta ahora hemos luchado por unos ideales, por unas creencias. Seguramente no lo hemos hecho de la mejor forma. Como Marco Aurelio propone, es necesaria una transformación. Es el momento de dar un giro a nuestro modo de entender la vida.
 
Adelantemos a nuestro final. Que antes de sentirnos agotados, tengamos una perspectiva diferente. Ciertamente, soñamos con nuestra casa, y el sol la calienta con sus rayos. Pero sólo cada uno de nosotros puede aportar una luz diferente a este holocausto que nos rodea. Miremos atrás. Recordemos las veces que le hemos dicho que no al Marco Aurelio de nuestra existencia. A cuántos ofrecimientos de ser los protectores de este mundo nos hemos negado, y en nuestro lugar hemos nombrado a otros. El mundo lo dirigen muchos Cómodos que aman el poder, aunque no el camino para lograrlo. Hay muchos Máximos que se negaron al honor de ser los transformadores.
 

Seguiremos hablando de Gladiator. Gracias por estar al otro lado y leer estas reflexiones de tú a tú. 

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