Ayer vimos las cualidades del colérico en su aspecto interpersonal, su crecimiento personal y sus dotes de empresario. Vamos a continuar perfilando este temperamento tan seductor y a la vez tan complejo.

Cómo es consigo mismo: le aburren los detalles. La observación minuciosa, el análisis profundo de sus acciones o de cualquier cosa, le parece tedioso y sin encanto. Esta merma analítica origina una falta de planificación en sus tiempos y en la dimensión de sus posibilidades reales para acometer proyectos de gran envergadura. Su negativa a las cosas ordinarias o que denomina vulgares hace que inicie empresas poco realistas. Su fantasía está escasamente desarrollada y no cree en los cuentos de hadas. Su intelecto le protege de cualquier divagación, evitando que desarrolle cualidades artísticas que le harían imparable e irrepetible. Es imprudente cuando desea algo. Nada le limita y nada le asusta si tiene claros sus objetivos; sin embargo, no medita sobre los efectos que sus acciones tienen sobre su entorno.
Su soberbia desmedida no le deja dar marcha atrás cuando percibe que se ha equivocado. Prefiere la derrota en la batalla que permitir que los demás disfruten de su caída. Puede golpearse contra muros de hormigón antes de ceder. En ningún caso va a aceptar que él ha sido el culpable de sus fracasos. Hallará miles de culpables y se exculpará con excusas pueriles. Prefiere incluso mentir y cambiar la historia a reconocer su necedad, que es mucha cuando está obtuso y lleno de ofuscación. Su irracionalidad para analizar los fallos personales le convierte en carne de conflictos que acaban tornándose en graves problemas.
Una de sus asignaturas pendientes es la comprensión. El colérico dice siempre la última palabra y no quiere ceder ante nada ni nadie. En muy raras ocasiones se pone en los zapatos de su oponente.
En la comunicación: el colérico es indiscreto y poco delicado con la vida de los demás si le sirven como ejemplo o apoyo a sus historias. Pocas veces silencia las cosas que conoce. Esgrime sus cualidades comunicativas como el arma para ganar a sus contendientes en reuniones, eventos o cualquier lugar al que acude. A veces es muy terco y un tanto impulsivo en sus apreciaciones. Cuando se siente acosado por preguntas que le ponen en tela de juicio puede variar los derroteros de los asuntos para llevar la razón. Es poco dado a la escucha, y pocas veces se beneficia de poner atención en los puntos de vista de los otros; por el contrario, sigue su discurso interno para rebatir raudo y presto antes que nadie. A veces esto trae consecuencias desagradables, porque llega a tener altercados que acarrean palabras altisonantes y hasta groseras debido a su falta de respeto. En la intimidad se solivianta tanto que puede llegar a proferir insultos. Parece un joven en una pelea callejera.
Su estatus intelectual le convierte en exigente con sus litigantes, y tiende al menosprecio cuando los considera de menor inteligencia o torpes. En esos instantes dirime con el otro bajo la premisa de que sólo vale lo que él piensa. Controlador infatigable en la comunicación, quiere sobresalir a costa de cualquier esfuerzo. Los temas que elige son sobre sus éxitos y sus extraordinarios resultados. Gusta de evidenciar sus honorarios altísimos y lo que la empresa gana con sus gestiones, amén de enumerar todas las funciones y cosas que ha realizado en la jornada. El colérico habla de hacer, hacer y hacer. Los temas preferidos son aquellos que tienen que ver con la realización de sus proyectos.
Sus comentarios cuando algo no le gusta suelen ser un poco vejatorios. Cabe recordar que la cualidad más acusada de un colérico es la crítica. El juicio discriminatorio es habitual, y se acentúa si no valora la situación cómo óptima.
El tono de la voz de colérico es frío. A veces muy metálico y altisonante. Este temperamento exige atención y escucha elevando su voz. Se pueden detectar fácilmente su aprobación o no por el timbre de su voz. Su comunicación no verbal es impositiva y un tanto acelerada. Se expresa con muchos gestos, y algunos pueden resultar invasivos.
El colérico debe aprender la diferencia entre opinar e imponer. También debería disfrutar de la discusión como medio de aproximar posiciones, y no emplearlo como si fuera una lucha donde se mata o se muere. Debe recordar que la agresión, además de física, puede ser moral.
El apego a sus creencias y a sí mismo convierte al colérico en un comunicador despótico, nada atento a las necesidades de los otros, a los que avasalla con su autoritarismo. Una alta seguridad en lo que quiere le lleva a infravalorar los deseos de los demás. Si el colérico se planteara obedecer a alguien sin cuestionarle, posiblemente se encontraría con grandes ideas que antes no había escuchado.
El colérico surge en cada uno de nosotros cuando sentimos el deseo de reivindicar nuestros logros. También cuando el resentimiento nos acomete y nos cercena la libertad para amar a los demás. Este temperamento en sus áreas de mejora debe reconsiderar el rencor y el egoísmo.
El mundo necesita de este temperamento por su gran empuje, por lo que debemos procurar que camine en la dirección adecuada. Su caudal imparable, lleno de voluntad y fuerza, es el motor de grandes cambios. Su constancia los hace posibles, aunque debe cuidar la eficacia. Sólo queda que piense que en el barco de la vida vamos todos, y queremos llegar a buen puerto sintiéndonos unidos.