«Hola, me dirijo a este foro en busca de ayuda… porque ya estoy desesperada… tengo una niña de 4 años, que no obedece nada… ni si la castigo (castigos adecuados a su edad, tipo no ves dibujos, ni pelis, no coloreas, no juguetes, en la sillita de pensar diez minutitos… etc…), ni si la premio si hace algo bien… con nada obedece… es más le digo de castigarla sin dibujitos y dice que le da igual… pero con dibujos y cualquier cosa… le da igual de todo!!!!… o sea que no se qué hacer… me podéis dar algún consejo por favor algún método que os haya ido bien????»
(Foro de Psicología de los niños)
Pocos de nosotros conocemos que el término
obedecer viene del latín
Ob audire, que significa «saber escuchar». La obediencia exige un primer momento de escucha atenta, que conduce a la acción. Este proceso puede surgir de una aceptación profunda e interna, o estar provocado por una llamada del exterior. En ambos casos se responde activamente.
Mi pretensión en este post es aproximarnos a los significados sobre la obediencia más válidos, más accesibles y de más rápido aprendizaje. También me gustaría que pudiéramos simplificar y relativizar la importancia de la obediencia en aras de centrarnos en el estudio e importancia de la
escucha atenta en los niños y en los adultos.
La mayoría de los padres, igual que sucede en el caso ejemplificado más arriba, buscan que sus hijos les obedezcan empleando múltiples recursos sin comprender, y en muchos casos sin pensar siquiera, que es imposible la obediencia si previamente el hijo no ha entendido qué se le pide, cómo realizarlo y para qué sirve la exigencia. Recordemos también el
post 38 (titulado «El primer pilar de la educación. La enseñanza a través de los hábitos»), donde los padres debían incorporar disciplinas que ayudasen a los niños a confiar en sus propias fuerzas y a desarrollar hábitos que permanecieran en el tiempo.
«Haz esto porque te lo mando yo» es una abstracción imposible para cualquier persona, pero mucho más cuando nos dirigimos a niños o jóvenes de cualquier edad. Antes de plantearnos cómo lograr su obediencia, debemos comprender que subordinar la voluntad de alguien, niño o adulto, requiere la anulación de sus deseos para acatar algo que no le seduce. A priori, parece descabellado que esto pueda originarse de forma natural.
Imaginémonos que un profesional pide a un padre que su hijo no ingiera dulces. En la mayoría de los casos que conozco, la respuesta es de imposibilidad, y acaban preguntando: «y eso, ¿cómo lo consigo?». Hay un desaliento explícito y grandes dudas sobre el respeto y docilidad de sus hijos hacia esta prohibición. Sin embargo, cuando el mismo profesional informa que el niño tiene propensión a la diabetes, el panorama varía notablemente, y el acatamiento es casi instantáneo.
La diferencia entre el primer caso y el segundo radica en el conocimiento de los hechos y la trascendencia sobre la salud del niño. Los padres en estos casos encuentran recursos para ejercer su autoridad y conseguir la docilidad de sus hijos, así como el acato a las normas en la mayoría de los casos. Es más, el niño, consciente de la importancia, sigue las directrices estrictas e informa de su situación allí donde va.
¿Podríamos decir entonces que los padres conocen los recursos para ejercer la autoridad? Y si es así, ¿por qué sólo la ejercitan ante situaciones límites? Lo común es que los miembros de una familia opten por debilitar su
autoridad ante los niños y no perseverar en sus criterios. La confrontación que los menores ejercitan contra su fortaleza les desgasta y prefieren claudicar.
Los críos son hábiles observadores y requieren una coherencia en los actos y los mensajes que muy pocos padres están dispuestos a soportar. Cabe recordar aquí que los niños aprenden desde las imágenes, a través de los sonidos de la voz y de cada uno de los cinco sentidos, que agudizan al máximo. Su crecimiento depende del desarrollo adecuado de sus sensaciones antes que de cualquier otra cuestión.
Habitualmente, los niños son espectadores de grandes contradicciones. Los progenitores cambian de idea según el momento en el que se encuentran, independientemente de lo que es aconsejable o no para los hijos. En muchos casos, ambos padres no coinciden en el planeamiento educativo, y lo explicitan sin recato delante de ellos. Los pequeños son muy hábiles en aprovechar estas divergencias para su «beneficio», y explotan esta disonancia para romper la autoridad y trasgredir las órdenes.
La obediencia exige un alto nivel de compromiso por parte de aquellos que deciden. Las prohibiciones deben ir acompañadas por la coherencia; lo que hoy es correcto debe seguir siéndolo mañana, y viceversa. Del mismo modo, las directrices deben ser consensuadas por ambos padres para erradicar los conflictos de autoridad. Si las concepciones educativas difieren entre los «gestores», estos deben plantearse qué deben resolver y cómo, y en ningún caso debatirlas en presencia de los menores.
Si retomamos nuestro concepto de obediencia, deberemos centrarnos en la escucha, y la primera escucha activa que un niño observa es la que se proviene del vínculo de sus padres. Si el menor detecta que hay fisuras en la autoridad de un padre con el otro, o que hay incompatibilidades entre la visión de cada uno, manifestará rebeldía, que no es otra cosa que una búsqueda de armonía interior.
Si el problema es familiar, ¿cómo se debe proceder para que el niño obedezca? Primeramente, hay que valorar cada palabra que se le trasmite y asegurarse de que el niño ha entendido qué se le está requiriendo; después, comprobar si tiene la capacidad para realizarlo, y por último, si entiende cuáles son las consecuencias positivas y negativas de su comportamiento. Además, las órdenes se transmitirán una sola vez con instrucciones simples y comprobando que sabe cómo hacerlo. En el caso de que la orden sea una prohibición, conviene explicar el por qué de ella, siendo claros, asertivos, concretos, formales y resueltos.
El niño obediente es el resultado de escuchar, y para ello hay que cuidar qué decirle y cómo decírselo. Recordar nuestra infancia nos ayudará a todos bastante.
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