Alimentación emocional: algo más que comer. Las proteínas (70)
Seguiremos hablando de alimentación emocional y el resto de nutrientes, por lo mucho que nos ayuda a superarnos desde nuestro día a día, a través de nuestro propio cuerpo y revirtiendo en nuestra vida emocional.
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Alimentación emocional: algo más que comer. Las proteínas (55)
Alimentación Emocional. Algo más que comer (50)
La mayoría de las situaciones de inseguridad intentamos, inconscientemente, resolverlas ingiriendo alguna substancia química que nos de un «subidón» y nos provoque un estado muy parecido al de los superhéroes. Para unos el chocolate es la panacea, mientras que otros recurren inocentemente a los bollos o pasteles cremosos, figurándose que cada bocado es una respuesta amorosa del entorno. En casos más confrontantes, donde lo que se juega es «ligar» con muy pocas armas para ello, la solución más rápida es tomarse una copa para ir por todas. Detrás de cualquiera de estos «arreglos» hay una inestabilidad que nos hace sentir que la tierra se mueve bajo nuestros pies, y que somos marionetas de destino incierto. Se trata de una mezcolanza un tanto amarga de miedo, tensión y cobardía.
- Limpiar y pelar las verduras que lo necesiten, cortarlas en trozos grandes.
- Cocer las verduras durante una hora, triturarlas y, si es necesario, pasarlas por un chino.
- A la hora de servir añadir un chorrito de aceite de oliva.
- No es necesario incorporar sal ya que la mezcla de verduras aporta todo el sabor necesario.
Receta de: Joaquina Fernández con el visto bueno de Javier Peñas. Ahora sólo queda recibir vuestras opiniones
Leer másCómo estar seguro y los hidratos de carbono o glúcidos (45)
Me decía un gran amigo que los hombres somos más cuidadosos con los utensilios que hemos ido fabricando que con nuestro cuerpo. Más bien pareciera que lo caro es más importante que lo necesario. Me ponía el ejemplo de un coche, y el símil me pareció interesante y muy significativo:
«Imagínate que vas a un concesionario para adquirir el coche de tus sueños. Has analizado muy concienzudamente diferentes marcas hasta decidir cuál es la más ventajosa por coste, rendimiento, estética o el parámetro que para ti sea más importante. Cuando te entregan el coche, recibes las primeras instrucciones del vendedor, siendo la más importante el tipo de combustible que necesita, y quedando en un segundo plano el resto de especificaciones, porque las irás aprendiendo sobre la marcha. Consumido el carburante inicial, al repostar tienes en cuenta dos cosas: el tipo de combustible que necesita y la cantidad que cabe en el depósito. En ningún caso alterarás estas dos variables. La primera porque haría inviable el correcto funcionamiento del vehículo, y la segunda porque no tendría cabida, y además elevaría el coste innecesariamente. Por ende, estas dos cuestiones son las que te permiten estar seguro del buen funcionamiento de tu automóvil y de llegar donde tú quieras. Piensa por un momento cuántas personas conocen la cantidad y la cualidad de energía que necesitan para un funcionamiento corporal, emocional o mental óptimo, y de esas que son expertas, cuántas respetan esos conocimientos y los aplican cuando seleccionan su alimentación».
Independiente de la posición y los niveles de inteligencia, los occidentales declinamos el cuidado de nuestro cuerpo en aras de placeres y sensaciones que nos seducen por encima de nuestro online slots deseo de mantener la salud y la estabilidad personal. Volviendo a la analogía del coche, descuidamos el tipo de fuel, y además añadimos más de lo que soporta nuestro depósito, alterando no a corto plazo, pero desde luego sí a medio y largo plazo, la viabilidad de cumplir nuestros objetivos mermando de alguna manera la seguridad en nuestras capacidades.
Muy al contrario, los orientales ven en su cuerpo la carcasa perecedera y frágil que precisa de unos cuidados y una armonía muy similar a la que presenta la naturaleza y sus alteraciones. En China se desarrolló la ley de los cinco elementos y se estudió cómo evolucionan, crecen y se desarrollan, estableciendo correspondencias con los órganos, las estaciones y los comportamientos mentales y emocionales. También se analizaron los desequilibrios de cada órgano por la alteración cuantitativa o cualitativa de los efectos de los alimentos.
Conscientes de la utilidad del estudio, los chinos profundizaron en la importancia de cada elemento, llegando a la conclusión que la tierra es el elemento de la energía y la estabilidad. El cuerpo humano recoge la energía que le permite actuar, moverse, expresarse, de los hidratos de carbono, el carburante de los hombres.
La tierra está llena de vida, y cuando el sol declina pasados los calores del alto verano, aporta la cosecha, que está en relación directa con la siembra que se realizó en la primavera. Recordemos los “vientos de las grasas”. Un desequilibrio en la ingesta de lípidos o en la errónea selección va a provocar una peor cosecha.
El valor de nuestra «tierra», o lo que es igual, la capacidad de cosechar lo mejor para nosotros, depende del análisis consciente sobre la energía que precisamos y qué alimentos dentro de los glúcidos nos la aporta. Cuando le hemos añadido a nuestro «coche» más hidratos de los que necesita o hemos optado por los que no son adecuados, el sistema reacciona provocando una somnolencia que nos impide funcionar y mantener frescos nuestros sistemas de actuación y seguridad personal.
Ahora cabe esperar que analicemos con qué tipo y cantidad de carburante nos ponemos las pilas y cuándo detectamos fallos notables. Convendría que repaséis los post de Alimentación Emocional.
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«En ocasiones vivimos impactos emocionales que nos desbordan, con pocos recursos propios para paliar los efectos de inseguridad y desconfianza personal que nos provocan». Así iniciamos nuestros post sobre alimentación emocional. Hoy vamos a continuar con uno de los macronutrientes que mayor intervención tiene en elevar nuestra seguridad: los hidratos de carbono, también llamados carbohidratos o glúcidos. Este macronutriente se encuentra casi de manera exclusiva en los alimentos de origen vegetal, y es el más abundante de la biosfera, y a su vez el más diverso.
Su función principal es aportar energía para las actividades vitales de las células y producir la energía aprovechable para el trabajo muscular. En el mundo de las emociones son los que sustentan nuestra expresividad social.
En su concepto energético, los glúcidos atienden el gasto de energía que impone la propia vida, el que se produce por el ejercicio voluntario que realizamos a través del sistema nervioso central y el desgaste de la actividad de los tejidos y sistemas orgánicos que dependen del sistema nervioso vegetativo, del que no somos conscientes. Nuestra seguridad, para tomar decisiones de corte activo, depende en gran medida del equilibrio de esta energía vital. Nuestro movimiento será más firme y menos dubitativo cuando nos sentimos llenos de fuerza y con respuesta inmediata a los retos que surgen en nuestro hacer cotidiano. Un test rápido para comprobar el nivel de esta energía es cuando nos levantamos, ya que a veces nos sentimos más agotados que antes de acostarnos. La causa puede provenir de una deficiencia o excesiva cantidad de hidratos.
A nivel estructural, los carbohidratos forman parte de los ácidos nucleicos (ADN y ARN), que preservan y transmiten la información genética y de las membranas celulares. Asimismo, colaboran en la regulación del metabolismo de los lípidos, evitando la acumulación de grasas y la formación de cuerpos cetónicos. En este apartado, el desequilibrio de glúcidos está ligado a una falta de amor a uno mismo, tanto en la complexión (obesidad o cuerpo mórbido) como en alguna de las actitudes personales que rechazamos, y que tienen su origen en la familia. Diríamos que llevamos en nuestro «ADN » una falta de seguridad personal que nos abomina y nos lleva a comer sin medida, a pesar del resultado poco grato, como es la masa grasa (el michelín) de la cintura.
Cuando el aporte de hidratos de carbono es deficiente, el organismo emplea proteínas con fines energéticos, relegando su función práctica. Este aspecto debe tenerse en cuenta en procesos de adelgazamiento en los que se reduce drásticamente la ingesta de este macronutriente en aras de resultados rápidos, con la consiguiente pérdida de tono muscular y debilidad estructural. Lo que se produce entonces es una sensación de seguridad que a veces es fatua. Surge más de una creencia que de la certeza de los logros, pues se obvia el análisis experiencial. En el plano emocional, persiste el mal humor cuando no se consiguen las expectativas, porque la energía de las proteínas es menos «dulce» que la de los hidratos.
Siempre que se mantenga una vida muy sedentaria, y se ingiera más glucosa de lo que se gasta o se quema, la misma se depositará como grasa, ya sea entre los órganos vitales, o bajo la piel. Si recordamos este aspecto cuando distribuimos nuestra dieta diaria, debemos mantener el criterio de reducir o ampliar la cantidad aconsejable de carbohidratos en relación directa con la grasa corporal que nos falta o nos sobra. Hay que recordar que: «la grasa llama a la grasa», haciéndonos dependientes de nuestro propio desorden alimenticio y alterando el «aire interno».
La semana que viene seguiremos con el mundo de los hidratos de carbono visto por los orientales.
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p>Los orientales consideran las grasas como los «vientos» del alma, y estiman que estos vientos deben ser suaves para no vencer ni romper aquello que tocan. Cuando ingerimos demasiados lípidos (de hecho, son muy apetecibles cuando tenemos tensiones externas o internas), el viento interior se altera y arremete contra el entorno con bastante impaciencia e intranquilidad, así como con un alto grado de agresividad. Podemos detectar igualmente una subida del tono de voz y cierta rojez en la piel de la cara, evidenciando el deseo de vencer más que de convencer.
Cuando nuestro «aire» se ha paralizado y no hay movimiento o tensión, es necesario provocar la agitación con el fin de no caer en el desánimo y la abulia y dejarse vencer por la «ventolera» de otros. Este inmovilismo aparece en las personas que temen perder el control de sus nervios o son muy flemáticas. Su propensión es a tomar substancias que les apoquen o dejen inermes en la lucha. Un ejemplo es que eligen grandes cantidades de hidratos de carbono contra el equilibrio de aceites. A estos casos les será de gran ayuda reducir los glúcidos rápidos como la pasta y la patata, e incorporar alimentos frescos como ensaladas con aceite de oliva virgen y pescados a la plancha o al horno.
Las personas con una tendencia a la violencia tácita o expresa deben modificar su alimentación en aras de reducir las grasas, y aprender a comer mucho más frugal y ligero.
Queremos equilibrar el movimiento interno y externo con el objetivo de obtener armonía, paz, tranquilidad y, ante todo, lucidez para no desbordarnos cuando vivimos un proceso de tensión profesional o personal.
En los próximos capítulos hablaremos del pesimismo y los hidratos de carbono, así como de la tristeza y las proteínas. Entre tanto, podéis, si os apetece, ir comentándome los avances que hacéis contestando a las preguntas: ¿qué os aporta esta información? ¿Cómo influye en vuestro día a día? ¿Para qué os es útil?
Para los iracundos, agresivos, e impacientes aconsejamos reducir:
* Helados
* Yogurt de vaca (elegir soja)
* Panificaciones aceitosas
* Alcohol
* Manteca de cerdo
* Harinas fritas
* Grasas de pescado y cerdo
* Sopas vegetales grasas
* Quesos blandos
* Huevos
* Queso cremoso
* Mantequilla
* Pasteles con nata
* Naranjas
* Embutidos
Nota: Si os cuesta bajar el consumo de estos alimentos, al menos comprobar si hay cambios de vuestro carácter y cómo se producen. Es difícil extraer conclusiones cuando la observación es sesgada, sin embargo quizá os ayude estar conscientes.
El análisis más completo exige observar vuestros comportamientos con estos alimentos y sin ellos. ¿El viento interior o exterior se ha alterado? ¿Sigue igual?
¿Estás más impaciente o menos?
LUBINA AL HORNO
Ingredientes:
1 lubina salvaje (o más, en función de su tamaño y del número de comensales)
1 cebolla
1 cebolleta
2 manzanas verdes
1 puñado de piñones
1 cucharada de zumo de limón
aceite de oliva
Recipiente: Bandeja de horno.
Elaboración:
Se cortan las manzanas en rodajas y la cebolla y cebolleta en juliana.
La lubina se limpia y se acaricia con unas gotas de aceite de oliva
En la bandeja de horno disponemos un poco de aceite de oliva.
En el fondo de la bandeja colocamos un poco de cebolla y cebolleta cortadas junto a las manzanas en rodajas, encima disponemos la lubina y coronamos con el resto de cebolla y de cebolleta en juliana y los piñones.
Se precalienta el horno a 210º y en el momento en el que se introduce la bandeja en el horno se baja a 180º dando calor sólo por la placa inferior (para evitar que se queme la cebolla y los piñones)
20 minutos después debemos comprobar que este en su Punto ya que varía en función del tamaño de la lubina, añadiendo en ese momento la cucharada de zumo de limón.
10 minutos más con el fuego arriba y abajo cuidando no se dore demasiado
Disfrutareis de la estupenda combinación de la acidez de la manzana la carne de la lubina y el dulzor de la cebolla un poco torrefacta.
Delante de esta exquisita receta es aconsejable una deliciosa ensalada o unas verduras a la plancha o al vapor.
Postre: Una rodaja de piña
Receta de: Joaquina Fernández con el visto bueno de Javier Peñas. Ahora sólo queda recibir vuestras opiniones.
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¿Cómo habéis recibido el post anterior sobre el efecto del azúcar?, ¿os han incomodado las indicaciones? Seguro que los helados y las bebidas azucaradas propias de este tiempo os han ganado el pulso, y os han obnubilado con sus atractivos sabores y efectos eufóricos inmediatos.
La búsqueda de emociones rápidas nos sumerge en las veleidades de lo prohibido, dándole preponderancia al apetito sobre cualquier intención de cambio que vayamos a realizar, sin importar excesivamente si el resultado es o no satisfactorio a nivel de salud.
Los estudiosos de estos temas han coincidido en que las personas preferimos el malestar de una digestión copiosa a la supresión de algún alimento muy ansiado. Pensamos que detrás de estas decisiones, que a priori pueden parecer incongruentes, están escondidas unas prioridades emocionales que reducen la coherencia y el razonamiento lógico.
Queremos centrarnos en detectar recursos que nos ayuden a resolver situaciones de confrontación profesional o personal. Estos medios nos serán de gran utilidad para superar pruebas complicadas, distender reuniones tensas, ganar negociaciones comprometidas… porque cada una de estas experiencias precisan de una atención y calma que la alimentación emocional favorece sin duda.
Empecemos por conocer los alimentos que suministran la mayor parte de la energía metabólica del organismo: los llamados macronutrientes, o hidratos de carbono, grasas y proteínas. Cuando ingerimos estos macronutrientes, se generan complejas reacciones hormonales que regulan la mayoría de las funciones del cuerpo; desde controlar los niveles de azúcar en la sangre, hasta los mecanismos básicos de supervivencia que entran en juego en el estrés, el miedo y casi todos los procesos emocionales.
¿Cuántos decidís el menú del día pensando en si estáis comiendo hidratos, grasas o proteínas? Estos macronutrientes empiezan a sonar en nuestras vidas cuando el índice de colesterol en sangre se eleva, o cuando la báscula nos asusta o el ácido úrico se dispara, es decir, cuando los marcadores nos avisan del riesgo de una enfermedad; sin embargo, pocos hemos observado que, a la vez que se disparaban los lípidos en sangre, el carácter se nos tornaba un poco más «ácido» y hasta violento, con pequeñas crisis de cólera y algún brote de malhumor fuera de contexto. Que la subida de peso coincidía con una bajada de autoestima o necesidad de afecto desmesurada, o con una crisis emocional descontrolada. Tampoco hemos apreciado un estrés económico o profesional coincidente con una rendición a los desmanes alimentarios que desregularon los niveles de ácidos en sangre.
Lo habitual es que emoción y química vayan disociadas y no incidamos en una para resolver la otra, o viceversa.
Mañana continuaremos con este post que ha resultado un poco largo. También incluiremos una receta para el Buen Vivir con una fotografía de Javier Peñas Capel.
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¿Has logrado considerar cada alimento como una programación neuronal capaz de determinar qué fuente de energía vas a utilizar durante las cuatro o seis horas siguientes? Seguramente, todavía no. Es probable que, durante la lectura del post anterior, te hayas sentido fuerte, con un impulso vital hacia el cuidado personal y la higiene alimentaria; sin embargo, cuando has visto, sentido o imaginado sabrosos bocados, algo ha roto tu fuerza de voluntad y has pensado: «Me lo merezco. El día ha sido duro, la vida me ha presentado su peor cara y ahora sólo quiero descansar, no pensar y disfrutar de este regalo; en realidad, lo hago pocas veces, no pasa nada por esta vez… ».
Ciertamente nos merecemos disfrutar de las cosas y ser los más felices del mundo; no obstante, es la fuerza de voluntad y la valentía para elegir lo positivo por encima de lo placentero lo que estimula y fortalece nuestra autoestima y enriquece nuestra confianza personal, además de cuidar nuestros recursos intelectuales, físicos o espirituales.
Recuerda que, en el momento en que experimentas un estado emocional en el cuerpo o en el cerebro, el hipotálamo ensambla, de inmediato, el péptido correspondiente, y luego lo suelta por la glándula pituitaria en el flujo sanguíneo. Cuando llega a la sangre, sigue su camino hasta distintos centros o diferentes partes del cuerpo, que te hacen reaccionar de una forma determinada. Este proceso es alterado también, y significativamente, por las sustancias, alimentos o bebidas ingeridas por ti a lo largo de la jornada, que pasan a tu torrente sanguíneo a través del aparato digestivo. La armonía de estos movimientos sólo se logra cuando somos conscientes de nuestras emociones y de los alimentos que hemos elegido.
Vamos a observar el ejemplo del azúcar y los cambios de ánimo que provoca en cualquier circunstancia. Este es un tema escabroso, porque a casi todas las personas nos gustan los postres azucarados por varios motivos: nos encanta su sabor, nos sentimos eufóricos al llenarse la sangre de glucosa, nos reduce el apetito, y nos aporta energía rápida. Hasta aquí todo está muy bien. El asunto es que también crea un déficit de vitamina B, de algunos minerales y oligoelementos. Asimismo, debilita los huesos al elevarse la excreción urinaria del calcio y, por si esto fuera poco, la alta concentración de glucosa disminuye la capacidad defensiva de los glóbulos blancos, favoreciendo la infección por parte de bacterias y parásitos. Por último, el material calórico excesivo en nuestro cuerpo se transforma en grasa, que en exceso nos convierte en endomórficos. Como ves, se trata de un verdadero desastre.
El circuito de los azúcares es un poco desconocido y pienso que puede aportarte datos interesantes. Los azúcares pasan a la sangre aproximadamente a los 30 minutos de su ingestión, y la sangre tarda unos 180 minutos en volver a sus niveles normales de glucosa. En este ciclo hemos pasado de una hiperglucemia con un alto estado de excitación física y psíquica, a un rebote hipoglucémico que nos lleva al cansancio físico, y a cierto grado de depresión mental. Esto nos incita a tomar estimulantes (o más azúcar) que causarán otra hiperglucemia iniciando de nuevo el ciclo.
Gráfico glucémico de azúcar y cambio de ánimo
Es posible que cuando tomas azúcar y cuando dices que te lo mereces, no estés pensando en estas reacciones, ni en la pérdida de estímulos que provoca en el proceso digestivo. Es aconsejable que durante esta semana revises cómo te encuentras unas horas después de haber ingerido un postre.
Si tienes tendencia a los estados pesimistas o un poco negativos, comprueba qué pasa si dejas de tomar azúcar esta semana.
ARROZ NEGRO
Ingredientes:
200g de arroz bomba o bahía
1l de caldo de pescado
25g de aceite virgen extra
50g de tomate triturado
500g de calamares
1 cucharada de café de pimentón
La tinta de los calamares o en su defecto 2 bolsitas de concentrado de tinta.
Recipiente:
Una paella de 40cm de diámetro.
Elaboración:
Cortamos los cuerpos de los calamares en cuadraditos reservando los tentáculos.
Sofreímos los cuerpos de los calamares con el aceite un par de minutos en la misma paella (conviene que sea plana, de fondo multidifusor y antiadherente), a continuación incorporamos el tomate y dejamos rehogar otro par de minutos.
Añadimos el arroz, dejamos que se dore un poco y mojamos con el caldo de pescado al que hemos añadido la tinta de los calamares.
Tendremos a ebullición fuerte durante 12 minutos y, en ese momento bajamos la potencia casi al mínimo durante otros 6 minutos, de esta forma el arroz se termina con el efecto del calor dejando un socarrat untuoso y no quemado. Dejamos reposar unos minutos.
Freímos los tentáculos y los incorporamos al centro de la paella, servimos en la misma paella.
Fotografía de Javier Peñas: www.jpfotografia.com
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