La mayoría de las situaciones de inseguridad intentamos, inconscientemente, resolverlas ingiriendo alguna substancia química que nos de un «subidón» y nos provoque un estado muy parecido al de los superhéroes. Para unos el chocolate es la panacea, mientras que otros recurren inocentemente a los bollos o pasteles cremosos, figurándose que cada bocado es una respuesta amorosa del entorno. En casos más confrontantes, donde lo que se juega es «ligar» con muy pocas armas para ello, la solución más rápida es tomarse una copa para ir por todas. Detrás de cualquiera de estos «arreglos» hay una inestabilidad que nos hace sentir que la tierra se mueve bajo nuestros pies, y que somos marionetas de destino incierto. Se trata de una mezcolanza un tanto amarga de miedo, tensión y cobardía.

La madre tierra, en su semejanza con la madre protectora, tiene como función primordial el amor y el cariño. Tener una «buena madre» es ante todo sentirse protegido de la intemperie y el esfuerzo. La madre nutre y aleja de nosotros los miedos a la hambruna y al vacío de los afectos. Su hombro nos libra de la batalla y su cariño nos quita el temor a la soledad. La madre nos nutre de dulce, y de él extraemos la energía para todo lo que el día y la vida nos depare.
Cuando somos para nosotros mismos una extraordinaria madre, que sabe compensar el amor con el esfuerzo y nos exige a la vez que nos da, generamos un grado de consciencia entre lo que nos place y lo que es conveniente. Esto nos permite regular la energía consumida y la energía ingerida, equilibrando los resultados anatómicos y fisiológicos.
Cuando, por el contrario, somos para nosotros mismos una madre sobreprotectora, difícilmente sabremos enfrentarnos a la cruzada de la vida, desfalleciendo ante el mínimo esfuerzo o devenir poco victorioso. Las derrotas nos consumirán, y buscaremos paliativos bastante inmaduros y poco productivos, entre los que están sin duda los excesivos placeres culinarios y la glotonería hacia los dulces. Cargados de energía inoperativa, nos deslizaremos fácilmente hacia hábitos negligentes y vacuos.
El recuerdo de una madre inexistente que algunos llevamos encima nos convierte en inestables y ciclotímicos. Unas veces somos capaces de dirigirnos con voluntad y competencia, y otras, por el contrario, caemos en la satisfacción mediante dulces y excesivas dosis de alcohol, anegando los recuerdos para no sufrir el desamparo amoroso.
Cualquiera de estos procesos evidencian un grado de inseguridad que cercena nuestra confianza, impidiéndonos fluir en los procesos más cotidianos y dejándonos con un regusto personal nada grato. Lo peor es que perdemos la conciencia de nuestra magnitud energética.
La seguridad, una cualidad imprescindible para movilizarnos y estimular nuestro liderazgo personal, surge de la «buena cosecha», que es el resultado de: la calidad de la tierra (nuestros orígenes), de las semillas plantadas (lo que somos), de su proceso de maduración mediante el agua, la luz, los abonos (todo ello símil de lo que vamos incorporando con nuestras experiencias) y de los cuidados durante el proceso (los cambios que efectuamos para avanzar ). Es decir : la seguridad es todo un mecanismo de dar y recibir permanente en el que vamos fortaleciendo nuestra confianza y nos vamos adaptando a nuevos objetivos.
La seguridad exige la estabilidad de los vientos (revisar el post sobre las grasas) y la ingesta exacta de los hidratos de carbono imprescindibles para la energía que vamos a utilizar en nuestros quehaceres y labores profesionales , personales o sociales. Cuando experimentamos tensión, desfallecimiento, pesimismo o un mal humor inusual, suele deberse a dos circunstancias: por un lado, nos sentimos inseguros, y por otro, hemos evaluado erróneamente los alimentos suministrados a nuestro cuerpo.
El buen humor y el optimismo se alimentan de glúcidos de baja concentración de azúcares y de un nivel de grasa suficiente para su disolución y absorción por el aparato digestivo. Cuanto mayor es la cantidad de hidratos de carbono que ingerimos, más baja es nuestra resistencia al enfado, y mayor nuestra apetencia de dulces.
Espero que tengáis una buena comida y que probéis la receta de zanahoria que Javier Peñas ha diseñado y fotografiado para nosotros.
El próximo post lo dedicaremos a las proteínas.
CREMA DE ZANAHORIAS
Alimentación Emocional. Algo más que comer. Parte V
Ingredientes:
4 zanahorias
1 cebolleta
1 pimiento verde
1 calabacin
1 ramita de apio
½ nabo
aceite de oliva
Elaboración:
  • Limpiar y pelar las verduras que lo necesiten, cortarlas en trozos grandes.
  • Cocer las verduras durante una hora, triturarlas y, si es necesario, pasarlas por un chino.
  • A la hora de servir añadir un chorrito de aceite de oliva.
  • No es necesario incorporar sal ya que la mezcla de verduras aporta todo el sabor necesario.
Sencilla y muy sana.

Receta de: Joaquina Fernández con el visto bueno de Javier Peñas. Ahora sólo queda recibir vuestras opiniones