El fin de semana, cuando el fragor de nuestra batalla profesional se ha reducido, quizá sea el momento para detenernos y comprobar cómo está nuestra vida personal. Deberíamos contestarnos a cuestiones cómo: ¿cuántas horas dedicamos a nuestra relación? ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos paseado de la mano sintiendo la piel del uno al lado del otro? ¿Cuántos días han pasado desde la última vez que hemos compartido un frenesí amoroso? ¿Qué han sido de aquellos días locos en los que los dos reíamos y soñábamos con nuestra vida en común?

Seguramente ya no viajas por puro ocio. Posiblemente ya no hablas de cosas informarles, ni indagas en cómo se siente tu pareja más allá de lo que es obvio. Quizá la sexualidad ha quedado relegada a un intercambio fisiológico apetente pero sin chispa.

Cuando empezaste con tu pareja los ríos de la pasión corrían por tus venas, y cuando mirabas sus ojos estallabas de amor. Reías sin más. Corrías a buscarle para deleitarte durante breves minutos robados al reloj. Y le llamabas una y otra vez para simplemente escuchar la voz amada. Es probable que ya no recuerdes qué sentiste cuando te dijo te quiero. O cuando rozaste sus labios por primera vez, ni el instante en el que penetraste en su intimidad, o abriste las puertas de tu calidez al cuerpo turgente.

Porque la memoria es selectiva, y ahora dudas de que todo eso haya sucedido con la relación presente, con la que llevas tiempo, y con la que te has dejado invadir por la monotonía y la cotidianidad. Ya no preparas el baño caliente para juguetear con el agua. Ni acaricias su cuello, ni pasas tus manos por esas zonas tan incitantes. Has olvidado cómo se te erizaba la piel y cómo te invadían los deseos de hacerte uno, aquel impulso de atracción y cierta lujuria que ahora está adormecido por el tiempo y la rutina.

Has aletargado tu sexualidad compartida, y las has convertido en un medio independiente con el que consigues escaparte de tus responsabilidades a través de fantasías y locuras. Sueñas con otros cuerpos, con otra vida paralela en la que te vas enredando sin comprender el riesgo de la distancia. Y no es que hayas perdido el amor, seguro que no, lo que ha caducado es la ilusión, la pasión, la novedad y la imaginación.

Convendría que retomaras la sexualidad como un medio de comunicación, a modo de un intercambio energético que propicia una comunión en la que podéis reconoceros y proyectaros en vuestros cuerpos, y experimentar la desmaterialización de la individualidad. Cuerpo a cuerpo, con respeto y dulzura, con conocimiento y habilidad. Rozando lo excelso de ser uno sabiendo que a la vez sois dos seres independientes.

En Oriente la sexualidad tiene un principio energético, en el que dos personas pueden compartir y expresar toda la fuerza colmándose de gozo y experiencias llenas de libertad y belleza. El sexo no es una conquista o posesión, sino generosidad y capacidad de compartir la vivencia interior acatando el principio de igualdad, en el que dar y recibir, pedir y entregar, son una misma cosa.

Ahora que os conocéis, que sabéis cada uno de las necesidades del otro, es el momento de ampliar los horizontes y acercaros con agradecimiento. Porque esta vida diaria exige ampliar el mapa de conocimiento mutuo. Hay que romper con la pereza, la desmotivación, el costumbrismo que hace aburrida y caduca la vida sexual, para retomar la comunicación de los cuerpos y sentir el roce del alma.

Y todo ello es necesario porque una nueva relación acabaría en el mismo puerto si no resolvemos previamente la indulgencia en la que vive el deseo cuando no le excita el ánimo de poseer.

Empezad por hacer un DAFO de vuestra relación afectiva sexual. Comprobad cuáles son vuestras fortalezas, vuestras debilidades, las oportunidades que os aportan el cambio y las amenazas.