El Mártir es un inseguro que duda de su misión en esta vida. A veces su victimismo es solo una fantasía para no evidenciar su cobardía y el miedo a enfrentarse abiertamente a sus enemigos internos. Esta es una de las características principales del antihéroe Mártir. El miedo le subyuga y le reduce a sentirse enfadado con los retos de crecimiento, con cierto resentimiento hacia los impulsores del mismo. Esta tensión casi permanente entre sus ideales y sus temores le lleva a desdoblarse e iniciar un proceso doloroso.

Cuando el Mártir resuelve su enfrentamiento entre sacrificio y responsabilidad y se erige en salvador gozoso a través de sus valores, y además reconoce la felicidad suprema en la entrega de sí mismo y de sus pilares más fundamentales, aparecen la generosidad y el amor a los compromisos. Así inicia el Mártir su proceso de superación y abre sus puertas a un cambio esperanzador, donde la felicidad es posible.
Ahora bien, este camino es lento. El Mártir viene de un pasado de placeres que se diluyeron ante el sentimiento de culpa por su falta de compromiso con ideales más profundos. En el presente vive una continua tortura cuando se siente exigido en la asunción de responsabilidades que le parecen demasiado ingratas. En el futuro sólo ve una promesa de lucha y guerra para lograr sus metas. El camino trascendente, al que quiere llegar, y el cumplimiento de su búsqueda, son ideales lejanos. El amor a este proceso le impulsa, y la congoja ante el esfuerzo le deprime. El Mártir tiene su mayor dragón en el miedo a la autoridad de la vida y en la pérdida de sus valores por su autocomplacencia y sometimiento a las creencias más vulgares. Recordemos que cuando superó al Vagabundo le acometía el pensamiento de que los placeres eran la única realidad y lo que merecía ser vivido. Todavía esta máxima resuena en su espíritu como un eco dulzón y atractivo.
La superación del Mártir. El camino del héroe (107)
El Mártir debe aceptar la cuestión de su crecimiento personal, que le resulta ridículo, y sobre lo que ironiza cuando está ante grupos que le importan. Cuando acomete su crecimiento como un proceso inevitable, se siente liberado y la paz le envuelve. Activa en su día a día la entrega a los demás y opta por salvarse de su mediocridad. El latido de su corazón es de todos, y los frágiles se convierten en sus motores de cambio. Esta metamorfosis inunda todo su derredor, y se transforma en un visionario de un nuevo mundo que quiere compartir con aquellos que le acompañan y secundan en sus planes de transformación.
El Mártir se ha hecho todo amor. Un amor de dar y recibir que es una ventura y que disipa el sentimiento de sacrificio por el esfuerzo gratificante que de ello se deriva.
Para cumplir este proceso debe aprender a darse. Necesita discernir entre entregar lo que es necesario para la vida, la propia y la de los otros, y el atractivo que tiene darse hasta la muerte. Le atrae su inmolación. El sacrificio por los demás, a costa de su propio sufrimiento, le subyuga y le conmueve. Ahora bien, este Mártir debe desaparecer para sostener una actitud responsable e independiente. Este héroe debe aprender que el mundo no necesita de su sacrificio final. Le seduce sentirse adorado por tan noble acto, pero esa tentación debe desvanecerse. El Mártir da una imagen de responsabilidad consigo mismo y  con los demás. Debe aprender a acabar con su tendencia a consentir, pues de lo contrario correrá siempre el riesgo de romper los límites de la entrega para ser víctima de los requerimientos de sus amigos y compañeros de viaje.
Hay una cierta satisfacción en sentirse necesitado por encima de sus posibilidades. Su victimismo es un riesgo para que claudique y se aleje de su sentido verdadero, que es la entrega atemporal a sus metas más elevadas de una forma saludable, respetando lo que da y lo que recibe.
La tarea más complicada para un Mártir es aprender a recibir. Porque dar bien conlleva aceptar bien. Necesita desbloquear su conciencia hacia lo que recibe cada día. El Mártir tiene grandes dificultades para recibir de su entorno, es decir, para señalar todo lo que su alrededor le aporta. Este héroe debe conocer lo que es imprescindible en la realización de sus tareas. Aceptar la colaboración de sus amigos y conocidos le elevará por encima de sí mismo. Este ejercicio de compartir generosamente le engrandece, convirtiendo su esfuerzo en un beneficio transformador y no en un mero sufrimiento sin sentido.
El Mártir va descubriendo que no es bueno entregar aquello que no es esencial. Para hacer una donación apropiada debe desprenderse sólo de aquello para lo que está preparado. Cuánto más generosa sea su entrega, más fácilmente recibirá de los demás.
Cuando el Mártir se compromete libre y honestamente, genera un espacio de seguridad y credibilidad único. Este Mártir ama el mundo como es y asume la postura de idealista ilusionado que ve en todo una oportunidad irrepetible para experimentar el proceso en el que estamos sumergidos. Su clarividencia convierte todo en un éxtasis de vida, donde es posible darlo todo sin esperar nada. El amor como una forma de desapego y experiencia incondicional es la máxima de este héroe, que nos aproxima a la bondad, la consideración y la responsabilidad sin sufrimiento.
Nuestro héroe ha dejado atrás la queja y se ha llenado de optimismo hacia el mundo que le rodea. Observa cada una de sus acciones como una oportunidad de llegar a las metas que se ha fijado. El cambio le inunda de gozo, y la felicidad es el amor, que dona con total grandeza. Recibe de los suyos la aquiescencia y el reconocimiento de su búsqueda como un bien para todos.
El Mártir se recoge cada noche, y en su meditación da gracias por ser quien es y vivir donde vive. Cada día es una flor que deja su aroma en los rincones por los que ha pasado. Todos sus antepasados le sonríen y le dan las buenas noches protegiendo su espíritu para lo que está por venir.
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