Estamos llenos de verdades absolutas. Si escuchamos una conversación política, deportiva, amistosa, profesional o personal, podemos detectar un mundo de realidades indiscutibles en cada uno de los participantes.
El pasado, tan indescifrable como el futuro, nos devuelve imágenes que se han convertido en armas de discusión permanente. Ya de nada vale lo que hemos aprendido, lo que hemos experimentado o lo que forma parte de nuestra identidad. A nuestro lado alguien esgrime sus vivencias con el mismo absolutismo y pensamiento radical.
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