«La igualdad es una aspiración social. En el caso de las mujeres no ha de entenderse como una lucha reivindicativa que les compete a ellas, sino que debería ser más bien una preocupación de la sociedad en su conjunto. Actualmente, esta realidad se encuentra asumida por una inmensa mayoría de la población, y nadie duda de que la desigualdad de oportunidades entre mujeres y hombres es un escollo en cualquier sociedad que aspire a ser justa».
Estas palabras de
Lourdes Molinero me parece que abordan una de las mayores realidades sociales de la actualidad. La pregunta que cabe ahora hacerse es si esta desigualdad puede ser resuelta desde los estamentos políticos o debemos acometer previamente una formación profunda y transformadora en la educación de la mujer para conseguir que sea ella misma la realizadora de este cambio; una formación que no busque apoyos discriminatorios, pues estos sólo conllevan mayores diferencias e incrementan el riesgo de tensiones entre las partes implicadas.
Cientos de años de cultura no se olvidan porque una legislación llegue a acuerdos en los que se adoptan medidas que favorezcan a unos en detrimento de otros.
Porque me pregunto ¿cómo es posible que en el siglo XXI estemos dirimiendo la igualdad entre los seres humanos? ¿Cómo es posible que veamos a nuestros hijos diferentes a nuestras hijas? ¿Qué será de esta sociedad si no limamos estas diferencias urgentemente? ¿Qué sentido tiene que estemos formando a nuestras hijas en carreras empresariales si pensamos que no son válidas para ello?
Si bien tengo la certeza de que el hombre tiene mucho que ver en las dificultades para obtener beneficios similares, estoy también convencida de que tenemos que ahondar en las cuestiones intrínsecas de la propia mujer, que no deja de ser un individuo social que vive abducido por su cultura y por su situación.
Muchas de las mujeres con las que me trato diariamente (madres de familia, esposas, hijas) viven abocadas a una parálisis social, a una falta de éxito profesional, porque se consideran imprescindibles en sus hogares. Cada día luchan con la ilusión de desarrollarse profesionalmente y cumplir con los deberes familiares impuestos. En el libro de Lourdes Molinero se recogen observaciones que son ejemplares en este sentido (pág. 29): «El trabajo doméstico crea unos componentes emocionales y afectivos que son los que mantienen el bienestar y la estabilidad de la familia, y que normalmente desempeña la mujer. El trabajo doméstico debería ser valorado también de forma crematística y no hacerlo sólo con el trabajo realizado en el mercado».
A pesar de que esta propuesta es acertada, por sí sola no resolvería el problema que tienen la mujeres para desarrollarse profesionalmente en puestos de responsabilidad dentro de las organizaciones y las empresas. Remunerar el trabajo doméstico tan sólo llevaría a que la mujer se sintiera útil por aportar rentas a su hogar, lo que, si bien es relevante desde el punto de vista económico, deja indemne el problema de la menor presencia de la mujer en los comités de dirección o en otros cargos dentro de la jefatura de las organizaciones.
Y es que no se trata de acomodar a la mujer, sino que sea ella misma la que tenga la capacidad de decidir dónde y en qué forma quiere cumplir su desempeño profesional y personal.
La mujer vive en una contradicción con su trayectoria curricular. En los últimos años, y así lo recoge el libro de Lourdes Molinero, ocupa los primeros puestos en las carreras universitarias de humanidades, y va creciendo día a día en todas las demás. En el año 1982/83, del alumnado matriculado un 46,79% eran mujeres, y en el año 2006/2007 éstas han llegado a 54,31 %. Un dato relevante es que la mujer no realizaba diplomaturas en el 82, mientras que en el 2007 lo hace un 70,02 % (capítulo 2). Además de estos datos tan significativos, las mujeres son las que en mayor número acaban sus carreras. Sin embargo, es la misma mujer la que no lucha por optimizar estos conocimientos con un puesto profesional acorde a estos resultados. Algo asusta a la mujer, y ese algo debe ser desvelado por sí misma. La mujer llega a un tope, y en la mayoría de las ocasiones se coarta para seguir avanzando.
¿Hay algún condicionante en el arquetipo mujer que la arrastra y que no le permite avanzar profesionalmente? ¿Teme la mujer que con su éxito los hombres la rechacen y la proscriban? Estoy de acuerdo totalmente con la autora de este magnífico ensayo: la mujer tiene la capacidad de no centrarse únicamente en la rentabilidad de los proyectos gracias a una mayor perspectiva, con la que puede contemplar la realidad en su conjunto. Y es esta mirada global la que exige que rompa barreras que la limitan. El mundo vive una orgía de desamor, de manipulación, de desinterés por su propio colectivo.
Mi amiga Arantxa me anotaba que la causa puede ser la impotencia. Es decir, para qué me voy a esforzar si, aunque este vale menos, mostrarlo me va a suponer tal conflicto y esfuerzo que no me merece la pena. Estoy bien donde estoy.
Mi amiga R. M., directora de una agencia de publicidad, ha comprobado que para cerrar contratos con nuevos clientes una mujer atractiva como es ella, además de muy inteligente, no es válida, y ha tenido que designar a un empleado como director para estas funciones.
La autora ahonda en las diferencias más relevantes, en los modos y formas de aprender y dirigir entre las mujeres y los hombres. Lourdes piensa que las mujeres hasta ahora no han podido poner en práctica sus ideas por circunstancias sociales. Y, ya sea por estos impedimentos, o porque ellas mismas se limitan, es necesario que la sociedad active programas para resolver la integración de la mujer proactivamente en la sociedad empresarial, en la vida política. Pero no porque sea mujer. No se trata de hacer discriminación favorable. Es mucho más profundo. Hablamos de permitir que tenga igualdad de oportunidades reales. Que se las prepare para aceptar los retos del poder sin sentirse culpables. Que puedan conciliar la vida profesional con la personal, al igual que los hombres. Que ambos sexos tengan la capacidad de repartirse funciones, sin perder sus cualidades intrínsecas.
Es necesario buscar unas medidas reales, ajenas a las posturas electorales o a resultar impactantes. Pienso que es la mujer la que teme su autodeterminación, el liderazgo, el poder, la responsabilidad empresarial por encima de la familiar. Es la mujer la que se siente culpable como madre, como esposa. Y hay que hacer programas que la alivien de esta carga, y si es posible, que el hombre la asuma de alguna manera.
Gracias Lourdes por esta reflexión, que es un punto y seguido tras el cual todos debemos seguir.
Amigos la autora nos contestará a las cuestiones que planteemos. Queremos vitalizar este blog con ideas y fuentes diversas para ser cada día más productivos en el cambio que todos buscamos.
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