antiheroe

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El camino del Héroe. El antihéroe el Guerrero (127)

 

El héroe antiguo era el que afrontaba la muerte; el héroe moderno es el que acepta la vida.
 ARDENGO SOFFICI
 
 
En el libro Realidad del alma, Jung propone que en el mundo primitivo todos los hombres poseían una especie de alma colectiva, pero que en el transcurso de los años y con la evolución, surgió un pensamiento y una conciencia individual. Este cambio ayudó a la formación de culturas propias, donde se empezaron a definir diferentes tipos de pensamiento con actuaciones muy plurales que enriquecieron al individuo y a su colectividad. Cada una de estas tipologías integró conductas que diferenció a un grupo de otro. De este modo, cada colectivo se diferenciaba del resto por conductas arquetípicas que reflejaban la naturaleza de cada individuo y sus diferentes caminos y estadios.
 
Carol S. Pearson, en su libro El héroe interior, dice: «los arquetipos son modelos profundos dominantes en la psique humana que continúan siendo potentes y permanentes con el paso del tiempo. Estos arquetipos se perciben claramente en los sueños, el arte, la literatura y en los mitos que nos parecen profundos, conmovedores, universales y aún en ocasiones, aterradores. Para que un arquetipo tenga influencia significativa en nuestras vidas, debe existir alguna duplicación externa o refuerzo del modelo: un suceso de nuestra vida, o narraciones reiteradas en la cultura que activan el modelo».
 
El camino del Héroe. El antihéroe el Guerrero (127)Siguiendo con nuestros héroes y el camino hacia la trascendencia, hoy vamos a iniciarnos con el antihéroe el Guerrero. Porque este héroe arquetípico es el que más se ciñe a los escritos de Jung o de Pearson. Este héroe deambula buscando una salida airosa a su condición de víctima. Disiente de la opresión que vive el mártir. Le percibe sujeto a unas responsabilidades excesivas, donde los demás son prioritarios. Huye del sometimiento. Él quiere vivir su propia lucha. Algo que le movilice a él. Independientemente de lo que sientan los demás.
 
El Antiguerrero reconoce su autoridad y lucha contra la de los demás. El mandatario es su enemigo. Aborrece las dictaduras, aunque aboca a los demás a sufrir su despotismo. En cualquier grupo en el que participa indaga sobre quién tiene la jerarquía. Compite y resuelve sentirse superior a los demás. Aunque no exprese esta necesidad, intentará definir quién es el que ocupa el rango superior. Averigua a quién los demás le otorgan el poder y el liderazgo. Este conocimiento le posiciona y le orienta sobre el poder real que puede lograr sobre su oponente y hasta posible enemigo.
 
Cuando se siente débil reacciona con violencia y mal humor. En algunos casos con un pesimismo y derrotismo insondable. Dominar las situaciones y sentirse seguro es imprescindible para este antihéroe, y no importa cómo lograrlo. Puede destruir a algunos y someter duramente a otros. Lo principal es ganar y marcar su territorio.
 
El guerrero, sin identidad, desprotegido de ideales y sin valores que fundamenten su batalla, deambulará por los territorios inhóspitos, montado en su caballo de la irrealidad, buscará valles y reinos que sólo existen en su imaginación. Como un Quijote enloquecido arremeterá contra los molinos de su quimera. Su espejismo le representará victorioso, y salvará a su particular Dulcinea de los dragones y de los caballeros malvados.
 
Ajeno a la certidumbre de su valía, se agota mostrando que él gana siempre. Que lo sabe todo y que aquello que le contradice es una falacia insostenible por cualquier argumento.
 
El antihéroe necesita huir de sí mismo. De todo aquello que le limita. Rompe las reglas y el orden. Vive ausente de una visión futura, y el pasado le parece horrible y espantoso. Lleno de culpables que le han ido quitando sus reinos y desvalijado sus trofeos. Sólo vale la victoria. No le preocupan los caídos para lograrla. Apegado a los éxitos rápidos, activa sus respuestas cuando puede obtener valiosos premios.
 
El Antiguerrero vive en la inconsciencia de sus actos punitivos. Hay culpables a los que combatir, y no está dispuesto a llegar a acuerdos que le impidan la lucha. La verdad sólo lo es si hay algún muerto en el camino. Para que el poder sea evidente es necesaria la guerra, y la espada es la que sellará la conquista.
 
Su lenguaje es fanfarrón y combativo. Desafiante y pendenciero con el fin de derrocar a cualquiera que intente entrar en lid. Se basa en los hechos, y cualquier cosa que no sea tangible la tilda de despreciable. Desdeña aquello que no ha explorado y que no es demostrable de forma empírica. Las cosas son buenas o malas. Este antihéroe decide qué es correcto y qué no lo es. No permite que se le rebata, y cuando alguien lo intenta puede iniciarse una batalla dialéctica altisonante y hasta irreverente.
 
La mujer es un útil para vencer a los enemigos. Se precia de conseguir a las más bellas y de mayor rango. Todas aquellas que sus enemigos desean. Posesivo, y a veces hasta agresivo, se vanagloria de su pertenencia como si de un objeto se tratara. Exhibe con ostentación su trofeo y pasea del brazo de su amada, invicto ante las más de mil batallas. Sus mujeres son piezas débiles y frágiles que protege y cuida a la vez que domina y somete. Temeroso del engaño, castiga una y otra vez con el desaire y el desprecio, midiendo el amor y la dedicación que le tienen.
 
En su fuero interno el guerrero esconde su cobardía. Vive atemorizado, y este temor le convierte en un agresor que quiere terminar con TODO, porque en esa totalidad se asegura que ningún villano le puede derrocar.
 
En este camino de vuelta a casa el guerrero debe descubrir que sus temores son una invitación al crecimiento. Que todos los encuentros que mantiene son oportunidades de intercambiar con los otros para crear algo nuevo.
 
Querido guerrero, es el tiempo de construir puentes que unan las fronteras y abran las barreras. Debes admitir tu vulnerabilidad humana. Tu necesidad de amor y de todos los demás. Ahora hay que luchar contra la intolerancia. Aceptar la entrega sin esperar nada a cambio, y ante todo ser consciente de que el debate tiene muchos triunfadores. No sólo tú.
 
En este tiempo de vuelta a casa. Cuando todas las batallas sepas que son infructuosas entenderás que libre de tu absolutismo tu vida será saludable, útil y positiva.
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antihéroe el Mártir (82)

Dentro de la categoría Camino Trascendente (post 16, 20, 29 y 35), retomamos a nuestros héroes en el personaje del Mártir, porque cuando volvemos a casa después de unas largas vacaciones estivales este antihéroe nos nubla la razón, nos posee y nos anula la conciencia del esfuerzo y la responsabilidad.

Para este antihéroe el Camino Trascendente resulta un recorrido lento y tortuoso. Cuando parece que ya ha superado todos los obstáculos surge el siguiente, aún más pesado y cansino. En cada pendiente sinuosa (el horizonte le está velado) se detiene a retomar fuerzas. Entre tanto, el empeño pierde fuerza, y fragiliza su anhelo recreándose en la queja y en su pasado. El éxito de la hazaña anterior va quedando lejos y, con sus ansias mermadas, decae. Le parece que la asignatura vital es inalcanzable, y entonces flaquea.
El Mártir surge cuando el Vagabundo ha superado todas las pruebas y aligera su mochila eliminando lo superfluo. Ha reemplazado el principio del placer por el de realidad, y se inicia en la diversidad como un bien. Cuando el Vagabundo soluciona el enfrentamiento que tiene entre amor y autonomía, se convence de que debe sacrificar partes esenciales de su yo para ser aceptado, y entonces surge poderoso el Mártir, a quien teme. Este nuevo héroe, que se muestra responsable, concienzudo, consciente, generoso y hábil gestor de sus motivaciones, le inquieta. No obstante, le seduce por su impacto social y como un atractivo símbolo de ética y moral.
Mi antihéroe: El Mártir (82)Nuestro héroe ha caído en la trampa de la responsabilidad, y se encuentra atemorizado ante un cambio de perspectiva tan radical. Los amigos se permutan por saturación de tareas, que casi siempre son contrarias a sus deseos. Ha llegado el tiempo de crecer, y la mayor dificultad para ello es el esfuerzo que le requiere. Atrás han quedado los días del Huérfano y del Vagabundo. La ventura es un miserable camino que le recuerda el sacrificio como pago al amor de los mayores. Siente que ha sido engañado, y ahora nada ni nadie le permite escapar. En el camino de la transformación, el Mártir se convierte en víctima de su propio proceso, y busca la salvación en la huida, lo que le conduce al antihéroe.
El objetivo que se ha marcado es hacerse perdonar por su tiempo de vagabundeo, y aunque ya trascendió al Vagabundo, ahora considera que la expiación es la única forma de redención. Por delante tiene la conciencia de sí mismo, hecho que le abruma y le sobrecoge. Los ideales que recogió en sus últimos días de Vagabundo le atenazan y se enfrenta a grandes hazañas, para las que aún se siente torpe. El mundo le parece una telaraña donde los pequeños son engullidos por los poderosos, y él se experimenta como un enano incapaz de elevarse por encima de sus ideales. Cree que jamás podrá ser el salvador de tanto dolor y tanta lucha. Aunque le guía un impulso poderoso que le impide retroceder, el camino al frente le oprime.
El Mártir realmente quiere huir de la cruzada que la vida y él mismo se ha marcado. Anhela esconderse de nuevo en su grupo de amigos, al que añora, y algo interno le subyuga, sin dejarle retornar a su espacio más íntimo. La diversión ya no existe, sólo el estudio o el trabajo, las grandes misiones por realizar. Qué congoja y cuánta angustia para tan incipiente héroe.
La vida es una miserable andadura de dolor, en el que se encuentra perseguido por las obligaciones, y la madurez le aterra como un mal general al que no quiere estar sujeto. La felicidad así entendida, como un cúmulo de compromisos donde se conjuga el esfuerzo con más y más esfuerzo, no la comparte. Simplemente se somete y sufre.
Su martirio particular le recuerda a historias antiquísimas donde los héroes morían por sus ideales. Se debate contra las connotaciones religiosas de la cultura occidental, en las que el sacrificio es el sentido válido de la vida.
Nuestro antihéroe cree que a Dios (si es creyente) o a su ideal (si no lo es) le complace el sacrificio, y cuando no está dispuesto a vivirlo, ataca a Dios o a su ideario como a un padre castigador y poco amoroso. No está preparado para glorificar el sacrificio como la única forma de realización posible. Considera que algunos grupos glorifican el sacrificio porque les ha tocado en suerte hacerlo una y otra vez con exclusión de su propio crecimiento en otras áreas. No es el sacrificio por algo o alguien, sino el sufrimiento mismo lo que le impregna, especialmente si es por amor.
Este antihéroe abomina de creer que hay que ganar la liberación sufriendo y trabajando duramente. Lo que anhela es disfrutar del amor y de la estima. Sus esfuerzos son una máscara para conseguir aquello que necesita tan desesperadamente.
El Mártir está sacrificando partes de sí mismo en una tentativa cruenta por obtener reconocimiento por parte de las divinidades o principios trascendentes en los que tiene fe, y también por todos aquellos a los que tiene en gran consideración. Es esencial que los demás sigan las mismas reglas que él ha adoptado, porque no puede llegar a creer que su inmolación verdaderamente funcione a menos que el mismo sistema funcione para otros. Su furia está dirigida contra aquellos que desprecian las reglas y aun así parecen florecer. Y se ocupa especialmente de que no prosperen por mucho tiempo.
El Mártir desarrolla una moralina superflua mientras se refugia de la mirada de los demás, consumido por la envidia hacia aquellos que disfrutan de los placeres y la cómoda y deleitable vida. Los Mártires pueden ocultarse tras esta careta de ser buenos y generosos como una manera de evitar emprender su viaje, descubrir quiénes son o adoptar una posición firme ante sus ideales.
Todo ello viene dado porque este antihéroe piensa que hay escasas alternativas al sacrificio. Cree que la felicidad es un cúmulo de costosos empeños. El antimártir ha tornado la penuria en un fin en sí mismo, cuando debería ser un medio para llegar a la trascendencia, por lo tanto no contribuye en nada a mejorar el mundo. Por el contrario, generalmente agrega más dolor, pues sólo es capaz de ver los males de la sociedad.
Todo este «holocausto» a veces es una fantasía para no evidenciar su cobardía y el miedo a enfrentarse abiertamente al poder de los dirigentes y gerentes de las labores comprometidas y duras a las que se siente esclavizado.
Cuando el Mártir resuelve su enfrentamiento entre sacrificio y responsabilidad, cuando se erige en salvador gozoso a través de sus valores, y además reconoce la felicidad suprema en la entrega de sí mismo y de sus pilares más fundamentales, aparecen la generosidad y el amor a sus compromisos, desde los más insignificantes a los más trascendentales.
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Vagabundo. Mi antihéroe (29)

Nuestro segundo personaje es el Vagabundo. Nuestro caballero andante surge cuando el Huérfano se desprende de sus miedos y se hace autónomo. En ese momento, vierte su mirada a su derredor y se desconcierta. Huye del hogar para liberarse de la protección y deambula por lugares ignotos, con la mirada perdida. Hasta este momento, su círculo era vil y culpable de sus vivencias, y al pronto le seduce, le permea, y las sensaciones de su cuerpo y su piel cuando mira a los otros le desconciertan, aprisionándole los deseos y miedos por igual. Quiere que le vean, que le sonrían, que hablen y también que se callen o que se vayan. Flirtea con su corazón arrebolado de quimeras e inicia su vida interpersonal.

Mi antihéroe: el vagabundo

De pronto camina hacia un grupo, y cuando presiente el rechazo, huye despavorido, acercándose a un nuevo clan que considera menos peligroso. Los ojos acechan a los extraños y su corazón es un caballo desbocado. Vive agitado y un tanto desbordado. No ha aprendido patrones para el encuentro emocional con gente diferente a la que conocía antes. Por momentos piensa que era mucho más fácil la vida previa e intenta retornar al pasado a sabiendas de lo imposible de que algo vuelva a ser igual. Se encierra en los espacios resguardados, pero huyendo de las relaciones cuando tiene responsabilidades sociales. La depresión aletea cuando esto sucede y la ira contra sí mismo se cierne y toma fuerza. Ningún espacio es seguro, y en todos acaecen hechos en los que subyace la tensión por el rechazo.

El Vagabundo necesita ser aceptado, y para ello adopta el rol que le facilita el éxito. Va modelando cada grupo al que se acerca. La moda es un ejercicio de conquista y mimetiza aquello que le seduce. Podemos ver cómo imita la imagen, los modos verbales, el estilo de aquellos que por momentos son sus héroes. El Vagabundo se desdibuja dejando que el pintor social ajuste los rasgos de su nuevo rostro.

La identidad del Vagabundo lucha contra los límites. Batalla contra el conformismo y la vulgaridad que le rodea. Critica todo lo que ya ha explorado porque le normaliza, y sueña con cruzar nuevas barreras que le señalen como único, diferente, interesante. Rechaza la vulgaridad y está dispuesto a perderse por no caer en ella.

Producto de un alma atormentada y sometida, rompe las estructuras de sus cadenas para atentar contra la autoridad represora y las normativas establecidas. Siente la presión para llevarle al conformismo y lucha contra ello.

El Vagabundo ve la vida como una aventura, y se opone a las normas por sistema. Tiende a desconfiar de las respuestas que vienen de la autoridad competente e investiga sus propias verdades, aunque sin orden y sin límites.

El Vagabundo no ha desarrollado un sentido claro del yo separado y autónomo, es manejado por las opiniones de los demás y vive estimulado por el logro del amor a cualquier precio. El Vagabundo raramente ama o se entrega, debido a que su yo está maniatado en la búsqueda de recibir el amor de los demás.  Debido a su vivencia insatisfecha dentro de su rol, no llega a sentirse amado por sí mismo. Piensa que es el rol el que provoca el afecto y no él, siendo incapaz de materializar su realidad por miedo al rechazo.

El Vagabundo identifica a una persona, una institución o un sistema de creencia como la causa de sus sufrimientos, y a partir de aquí puede evitar o huir de esta causa.

La convicción de que debe sacrificar partes esenciales de su yo para ser aceptado pone en evidencia la realidad de su necesidad de ser querido, y también de explorar quién es. Finalmente debe comprender que ser él mismo y emprender su periplo es más fundamental que preocuparse por los demás o inclusive por la supervivencia misma.

En cuanto soluciona el enfrentamiento entre amor y autonomía eligiéndose a sí mismo sin negar la necesidad de una conexión con los demás, el conflicto que era aparentemente indisoluble se resuelve. En esta nueva visión del mundo, el premio por ser completo y auténticamente uno mismo es el amor, el respeto y la comunidad.

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Mi antihéroe: el Huérfano (16)

Parte I

¿Qué es un antihéroe?  Es nuestro yo, que sale a la búsqueda de un mundo ignoto sintiéndose carente. Es el cobarde  que huye de las batallas y  las confrontaciones propias de los cambios. Es el lado oscuro de Harry Potter o Frodo Bolsón, que necesita prepararse para superar las debilidades frente a la gran lucha contra los infames Voldemort y Sauron.

Al igual que en las historias de los caballeros andantes, cada uno de nosotros va en búsqueda de una quimera en forma de flor de lis, o de anillo de diamantes, o de ciudad encantada. En nuestro corazón conviven el deseo de salvar a la princesa prisionera en el castillo y el temor a los dragones que la resguardan.
mi antihéroe: el huérfano
El primer personaje que os vamos a presentar es el Huérfano. Hemos dado en llamarle Huérfano por la orfandad que sentimos cuando iniciamos un camino nuevo. Atrás van quedando la familia y todos nuestros protectores, delante nos espera lo insondable e inhóspito. Por los senderos van apareciendo personajes desconocidos que requieren códigos nuevos, y buscamos desesperadamente magos que nos enseñen las claves del éxito.

En estos primeros pasos nos sentimos enanos en un mundo de gigantes, y habitualmente culpamos a todos de este desvalimiento. Ya no podemos ir hacia atrás, y cada paso hacia delante es como una cadena que nos detiene.

«Me siento abrumado. Mis ideales, por los que he luchado toda la vida, descansan en un pozo sin fondo. El mundo me recuerda a un cuento de villanos, donde los obstáculos son insalvables. He caído en actitudes que me parecían detestables hace unos meses. Cuando me encuentro con amigos dispuestos a ayudarme, aireo mi intimidad más deshonrosa  con la intención de lograr su compasión, y que me escuchen.» Los diálogos derrotistas son el primer aviso de que estamos conectados con este antihéroe. El  miedo al avance o al fracaso nos paraliza y nos ciega ante los retos.

El Huérfano tiene una baja autoestima. Cada envite de la vida le sobrecoge y sale a pedir ayuda considerando culpables de su esfuerzo a su familia, jefes, terapeutas o a cualquiera que esté a su lado. Necesita el reconocimiento de sus logros y la anulación de cualquier éxito ajeno. El esfuerzo le martiriza, y para evitarlo engaña y manipula para lograr que los otros lleven su carga.

El Huérfano necesita la gratificación inmediata. Sus metas no son largoplacistas porque le detiene la falta de voluntad y constancia. Necesita refuerzos constantes para dar un paso más en la dura travesía.

La tendencia natural de este antihéroe es sentirse pobre. De modo que sus arcas pueden estar llenas; sin embargo, se vive arruinado y quejumbroso, y hace malabares para que los otros paguen sus deudas. En algunos casos se aviva esta situación cuando las ganancias de otros son superiores a las suyas.

La meta del Huérfano es conseguir sentirse seguro, y la trampa es el miedo al abandono y al abuso de los otros. En aras de que le ayuden, pierde el discernimiento de lo que es válido para él.

Si además de todo lo dicho sumamos que no acepta sus limitaciones, tenemos el perfecto retrato robot del Huérfano.

Nuestro antihéroe necesita identificar sus áreas de mejora para preparar su transformación e iniciar el camino.

Película recomendada: Gladiator (Cómodo)

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