Dentro de la categoría Camino Trascendente (post 16, 20, 29 y 35), retomamos a nuestros héroes en el personaje del Mártir, porque cuando volvemos a casa después de unas largas vacaciones estivales este antihéroe nos nubla la razón, nos posee y nos anula la conciencia del esfuerzo y la responsabilidad.

Para este antihéroe el Camino Trascendente resulta un recorrido lento y tortuoso. Cuando parece que ya ha superado todos los obstáculos surge el siguiente, aún más pesado y cansino. En cada pendiente sinuosa (el horizonte le está velado) se detiene a retomar fuerzas. Entre tanto, el empeño pierde fuerza, y fragiliza su anhelo recreándose en la queja y en su pasado. El éxito de la hazaña anterior va quedando lejos y, con sus ansias mermadas, decae. Le parece que la asignatura vital es inalcanzable, y entonces flaquea.
El Mártir surge cuando el Vagabundo ha superado todas las pruebas y aligera su mochila eliminando lo superfluo. Ha reemplazado el principio del placer por el de realidad, y se inicia en la diversidad como un bien. Cuando el Vagabundo soluciona el enfrentamiento que tiene entre amor y autonomía, se convence de que debe sacrificar partes esenciales de su yo para ser aceptado, y entonces surge poderoso el Mártir, a quien teme. Este nuevo héroe, que se muestra responsable, concienzudo, consciente, generoso y hábil gestor de sus motivaciones, le inquieta. No obstante, le seduce por su impacto social y como un atractivo símbolo de ética y moral.
Mi antihéroe: El Mártir (82)Nuestro héroe ha caído en la trampa de la responsabilidad, y se encuentra atemorizado ante un cambio de perspectiva tan radical. Los amigos se permutan por saturación de tareas, que casi siempre son contrarias a sus deseos. Ha llegado el tiempo de crecer, y la mayor dificultad para ello es el esfuerzo que le requiere. Atrás han quedado los días del Huérfano y del Vagabundo. La ventura es un miserable camino que le recuerda el sacrificio como pago al amor de los mayores. Siente que ha sido engañado, y ahora nada ni nadie le permite escapar. En el camino de la transformación, el Mártir se convierte en víctima de su propio proceso, y busca la salvación en la huida, lo que le conduce al antihéroe.
El objetivo que se ha marcado es hacerse perdonar por su tiempo de vagabundeo, y aunque ya trascendió al Vagabundo, ahora considera que la expiación es la única forma de redención. Por delante tiene la conciencia de sí mismo, hecho que le abruma y le sobrecoge. Los ideales que recogió en sus últimos días de Vagabundo le atenazan y se enfrenta a grandes hazañas, para las que aún se siente torpe. El mundo le parece una telaraña donde los pequeños son engullidos por los poderosos, y él se experimenta como un enano incapaz de elevarse por encima de sus ideales. Cree que jamás podrá ser el salvador de tanto dolor y tanta lucha. Aunque le guía un impulso poderoso que le impide retroceder, el camino al frente le oprime.
El Mártir realmente quiere huir de la cruzada que la vida y él mismo se ha marcado. Anhela esconderse de nuevo en su grupo de amigos, al que añora, y algo interno le subyuga, sin dejarle retornar a su espacio más íntimo. La diversión ya no existe, sólo el estudio o el trabajo, las grandes misiones por realizar. Qué congoja y cuánta angustia para tan incipiente héroe.
La vida es una miserable andadura de dolor, en el que se encuentra perseguido por las obligaciones, y la madurez le aterra como un mal general al que no quiere estar sujeto. La felicidad así entendida, como un cúmulo de compromisos donde se conjuga el esfuerzo con más y más esfuerzo, no la comparte. Simplemente se somete y sufre.
Su martirio particular le recuerda a historias antiquísimas donde los héroes morían por sus ideales. Se debate contra las connotaciones religiosas de la cultura occidental, en las que el sacrificio es el sentido válido de la vida.
Nuestro antihéroe cree que a Dios (si es creyente) o a su ideal (si no lo es) le complace el sacrificio, y cuando no está dispuesto a vivirlo, ataca a Dios o a su ideario como a un padre castigador y poco amoroso. No está preparado para glorificar el sacrificio como la única forma de realización posible. Considera que algunos grupos glorifican el sacrificio porque les ha tocado en suerte hacerlo una y otra vez con exclusión de su propio crecimiento en otras áreas. No es el sacrificio por algo o alguien, sino el sufrimiento mismo lo que le impregna, especialmente si es por amor.
Este antihéroe abomina de creer que hay que ganar la liberación sufriendo y trabajando duramente. Lo que anhela es disfrutar del amor y de la estima. Sus esfuerzos son una máscara para conseguir aquello que necesita tan desesperadamente.
El Mártir está sacrificando partes de sí mismo en una tentativa cruenta por obtener reconocimiento por parte de las divinidades o principios trascendentes en los que tiene fe, y también por todos aquellos a los que tiene en gran consideración. Es esencial que los demás sigan las mismas reglas que él ha adoptado, porque no puede llegar a creer que su inmolación verdaderamente funcione a menos que el mismo sistema funcione para otros. Su furia está dirigida contra aquellos que desprecian las reglas y aun así parecen florecer. Y se ocupa especialmente de que no prosperen por mucho tiempo.
El Mártir desarrolla una moralina superflua mientras se refugia de la mirada de los demás, consumido por la envidia hacia aquellos que disfrutan de los placeres y la cómoda y deleitable vida. Los Mártires pueden ocultarse tras esta careta de ser buenos y generosos como una manera de evitar emprender su viaje, descubrir quiénes son o adoptar una posición firme ante sus ideales.
Todo ello viene dado porque este antihéroe piensa que hay escasas alternativas al sacrificio. Cree que la felicidad es un cúmulo de costosos empeños. El antimártir ha tornado la penuria en un fin en sí mismo, cuando debería ser un medio para llegar a la trascendencia, por lo tanto no contribuye en nada a mejorar el mundo. Por el contrario, generalmente agrega más dolor, pues sólo es capaz de ver los males de la sociedad.
Todo este «holocausto» a veces es una fantasía para no evidenciar su cobardía y el miedo a enfrentarse abiertamente al poder de los dirigentes y gerentes de las labores comprometidas y duras a las que se siente esclavizado.
Cuando el Mártir resuelve su enfrentamiento entre sacrificio y responsabilidad, cuando se erige en salvador gozoso a través de sus valores, y además reconoce la felicidad suprema en la entrega de sí mismo y de sus pilares más fundamentales, aparecen la generosidad y el amor a sus compromisos, desde los más insignificantes a los más trascendentales.