He empezado el año leyendo los trabajos que otros escritores han hecho en la Red. Algunos me han sorprendido por sus propuestas sencillas y fáciles. Muchos me han dejado impasible. Y el que más me ha conmocionado ha sido el trabajo de José Saramago sobre el paro.
Él lo llama «No al paro».
José Saramago, con 87 años (16 de noviembre de 1922), cuestiona la situación actual y nos pregunta qué hacemos cada uno de nosotros, observadores impasibles del paso sin freno de los grandes potentados económicos y financieros. También nos pregunta qué hacemos ante el deseo de conquista enloquecido de poder y dinero que nos invade.
El escritor portugués se pregunta si son realmente los expertos los que conseguirán sacarnos del conflicto en el que estamos inmersos, cuando son estos mismos expertos los que nos han abocado a él.
El escritor considera el paro como un lento genocidio de la humanidad. Y nos pide que denunciemos todo lo que esta situación está provocando.
Es admirable el verbo de este premio Nobel, y mucho más su valentía para denunciar hechos tan deleznables de la sociedad de esta década. Sus palabras tienen una contundencia que hace que tiemble al rebatirlas o discrepar; no por ello dejo de disentir con este párrafo:
«Decir “No al paro” es un deber ético, un imperativo moral. Como lo es denunciar que esta situación no la generaron los trabajadores, que no son los empleados los que deben pagar la estulticia y los errores del sistema.»
Lógicamente, los trabajadores no somos generadores de esta circunstancia en su totalidad, aunque pienso que sí lo somos de una forma parcial y tangencial.
La actitud generalizada, cuando no estamos afectados por una problemática social, es aislarnos y no participar activamente. Miramos de soslayo los hechos y hablamos de ellos someramente y en foros de bajo riesgo cuando el despedido es de otra empresa y no cabe la posibilidad de que nos toque a alguno de nosotros.
Nuestra sensibilización fuera del área de riesgo es casi nula. Y no hablo solo de crisis profesionales, también de las personales. Poco o nada hacemos con nuestras relaciones, con nuestros amigos, con nuestro entorno; con cada uno de los pilares de nuestra estabilidad personal o social si no le hemos visto las orejas al lobo. Esto hace que en muchos casos no seamos proactivos en temas de gran valor para nosotros. Dice un dicho popular que «cuando veas las barbas de tu amigo cortar pon las tuyas a remojar». Quizá esto no sea suficiente y debamos tener una actitud mucho más proactiva, mediante objetivos diarios en los que primen los intereses sociales sobre los nuestros, entendiendo que es de este modo como nos beneficiamos todos.
Se trata de liberarnos de la cobardía y activar nuestros valores más sobresalientes en pos de una mejora sustancial para la colectividad. Generalmente sólo participamos y exigimos la implicación de los demás cuando nuestra piel está en juego. Esta falta de generosidad que nos asola hace que los movimientos sociales sean lentos e inoperantes.
El paro no lo vive el que está parado únicamente, si no cada uno de los que estamos dentro del sistema. Por ello, estoy de acuerdo con párrafo final de nuestro escritor:
«Sabemos que podemos salir de esta crisis, sabemos que no pedimos la luna. Y sabemos que tenemos voz para usarla. Frente a la soberbia del sistema, invoquemos nuestro derecho a la crítica y nuestra protesta. Ellos no lo saben todo. Se han equivocado. Nos han engañado. No toleremos ser sus víctimas».
No seamos víctimas del paro, ni de nuestras relaciones, ni de ninguna cosa, pero sobre todo no seamos víctimas de nuestra soberbia. Las organizaciones y todo lo que nos rodea nos necesita activamente.
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