Polonia está descabezada. El gobierno casi en pleno yace en el suelo de la desgracia, y los polacos son llamados de nuevo a las urnas. En dos meses y medio decidirán quién será el nuevo gabinete político. Para los apolíticos, como somos muchos de los españoles, podría resultar poco relevante y nada inquietante; sin embargo, la cuestión es grave y desestabilizadora. El desconcierto asolará la gestión política polaca durante bastante tiempo.

La muerte es sorprendente, inquieta, aviesa, y no nos prepara para recibirla. 95 cuerpos no volverán a discutir, reír o soñar, pero ante todo no volverán a gobernar, y su país llora por ello. Pensé en la desaparición del gobierno español. No me imaginé su muerte, sólo borré su presencia de las calles, de los periódicos, de las miles de letras que se escriben sobre lo que hacen y cómo lo hacen. También borré a la oposición, sus quejas, su inconformismo, su falta de claridad, etc. Taché la política de mi vida, y con ella todo lo que suena a engaño, manipulación e intereses ajenos al pueblo. Y no sufrí.

Lamentablemente, el elenco político de este país no me motiva, ni me inquieta. Me deja inerme y sin recursos. Y quisiera ser un animal político, porque no cabe duda de que estos señores dirigen mi destino y el de todos los españoles. Me gustaría excitarme o ilusionarme alguna que otra vez, porque se debaten proyectos de gran interés nacional para alcanzar el progreso y el bienestar de nuestras gentes.

Las  palabras de los políticos españoles son poco ciertas y nada relevantes. Me parecen mediocres, un tanto insulsos y nada entregados a la causa, que no es otra que España, y no sus intereses personales. ¿Estarán dormidos? ¿Acaso necesitan alguna orientación? ¿Y si los borramos a todos por un instante y vemos qué pasa?

El otro día revivía el gracejo político de los 80. Tal vez necesitemos aires andaluces de nuevo.