Mi amiga acababa de leer el mensaje de su amigo y me llamó desesperada. No entendía nada de lo que pasaba, y la desazón la mantenía sometida a una gran ansiedad. Hacía unos meses que había iniciado una relación, y durante estas vacaciones todo había girado en dirección contraria a sus deseos. Pocos mensajes, algunas intenciones de estar juntos fallidas, y más expectativas que logros. El final de todo este holocausto fue una fría separación que le resultaba ajena e incomprensible.
Cuando hablamos por teléfono nada de todo aquello me parecía extraño, y sólo pude decirle que si había pensado que todo lo que estaba sucediendo era una imagen reproducida del pasado, y que nada tenía que ver con la persona de la que estaba prendida y enamorada. La edad de ambos había dejado en el tintero muchas notas escritas de desamor y de desencuentro. No se llegaba a esa edad sin haber vivido previamente experiencias que nutrían la casuística actual.
Pienso que no vemos nada tal como es. Todo está contaminado por nuestro pasado personal o colectivo. Las miles de versiones escritas sobre el amor y el desamor, la familia y sus incomprensiones, las esperanzas perdidas, las rupturas anteriores. Nada está escrito con la tinta de la novedad o lo inédito.
Es obvio que nuestro deseo de convertir lo presente en único nos aleja de entenderlo y vivenciarlo tal como es. En el presente sólo puede haber pureza y lucidez. Nada puede empañar lo que es original y virginal. Si mi amiga estuviera libre de prejuicios sobre el amor y el desamor no estaría etiquetando la situación como mala o buena. Sólo la viviría como es, sin más.
Propongo que observemos todo lo que vivimos hoy con el pensamiento de que nada es tal como lo vemos. Busquemos para reforzar esta idea las conexiones previas. Una tras otra. Quizá así podamos comprender que es inagotable la fuente de la que se nutren las vivencias, e imposible que las experiencias tengan relación con este instante únicamente.
Vistos así nuestros conflictos, podríamos relativizar la importancia que les damos y encontrar soluciones en lugar de interminables discusiones o enfados.
Seguro que aprendemos que todo lo que vivimos está soportado por un pasado que no podemos modificar, mientras que sí podemos optimizar la vida en el presente aprendiendo a darle realidad a lo que la tiene, que en suma es lo único que podemos variar, no lo que ha sucedido, y mucho menos lo que sucederá.
Una vida en presente continuo. Aquí y ahora.