El perdón y la neuroplasticidad
‘Pero es extraño que nadie me dijera que el cerebro puede albergar en una diminuta célula de color marfil el infierno o el paraíso de Dios.’
Para realizar cualquier proceso, es imprescindible asumir que es necesario y estar convencido de los beneficios del mismo. En el caso del perdón, se añade la obligación de acercarse al rencor haciendo un análisis previo para llegar a una exculpación profunda y verdadera. Esta aproximación a nuestros resentimientos nos conecta de manera ineludible a recuerdos conscientemente «olvidados», que sin embargo afloran de forma inesperada ante experiencias ya «vividas», aunque con actores diferentes.
Tendemos a pensar que perdonar es disculpar al otro, o que existen grados de perdón, y en muchos casos a creer que hemos perdonado porque nuestra bondad nos impide la maldad del rencor. En cualquiera de estos supuestos, estamos equivocando los significados de rencor, y por tanto del perdón, al menos en el sentido con el que queremos plantear el perdón: como un medio para cambiar los aprendizajes erróneos por otros correctos.
Cuando las circunstancias parecen adversas (un despido, una ruptura amorosa, la pérdida de un ser querido, una traición, etc.) es difícil eludir el resentimiento, o no rememorar un pasado similar doloroso, abriendo un ciclo de malestar y bloqueo.
Proponemos un doble proceso: por un lado, revisar el rencor, y por otro, desarrollar un plan de acción que nos permita construir modelos de actuación novedosos y sensibles a una vida de perdón y sentimientos positivos sobre el entorno y nosotros mismos.
Primero: Revisión del rencor acumulado:
  1. Rencor intrínseco: es independiente del exterior. Es inexorable y está alojado en lo profundo de nuestro inconsciente.
  2. Rencor relacional: nace en la relación con los demás, y crece en la medida que los otros no satisfacen nuestras exigencias
  3. Rencor/disculpa: este es el rencor consciente que va unido a la observación, la vivencia y la experiencia.
Segundo: Creando una forma nueva de pensar:
  1. Descubrir la memoria que alimenta el rencor.
  2. Aprender qué conexiones sinápticas la conforman a través de modelos aprendidos.
  3. Decidir qué nuevos patrones queremos incorporar.
  4. Descubrir las sinapsis que los producen.
Para acometer estas tareas, debemos analizar dos formas de llegar a ellas: la memoria semántica, que consiste en adquirir información, conocimiento, pensamiento filosófico, y la memoria episódica, que se alimenta de nuevas experiencias, aprovechando eventos inéditos en nuestra vida y empleando para ello la ley de la asociación. Esta ley nos permite usar memorias del pasado para formar nuevas memorias, o lo que es igual, usar lo conocido para entender lo desconocido, usar conexiones sinápticas existentes para crear nuevas conexiones.
A todo este proceso lo llamamos neuroplasticidad, que es la habilidad de nuestro cerebro para cambiar las conexiones sinápticas a través de la obtención de información y el archivo de experiencias. La neuroplasticidad nos permite aprender y modificar acciones para mejorar nuestra vida.
Desde esta construcción innovadora surgirá el perdón, no como un acto moral, sino porque hemos obtenido resultados diferentes procesando los pensamientos de manera distinta, lo que nos llevará a variar el enfoque de nuestras experiencias y las acciones resultantes de la interacción con los demás.
Quizá este plan nos permita aprovechar las oportunidades que giran en nuestro extorno y nuestro intorno contaminado. Y es que la contaminación nos impide disfrutar.
Pd: Para ampliar datos sobre neuroplasticidad y sipnasis cerebrales, puedes leer el libro de Joe Dispenza, Desarrolla tu cerebro.
El jueves 18 de junio impartiré el curso sobre “El perdón, un paso hacia las oportunidades” en Madrid.