Este podría ser el título de una película de terror o de un film americano. Millones de chinos parecen estar convirtiendo nuestra vida en una pesadilla. Trabajadores infatigables que crecen con rapidez y de forma imparable. Cuando un chino abre una tienda en nuestra zona, en muy poco tiempo otras muchas aparecen a su lado, devastando el barrio de negocios autóctonos. Las tiendas de los chinos no tienen horario. Tampoco sabemos quiénes las regentan. Toda la familia participa del negocio activamente. Los hijos no son como nuestros pequeños, que huyen de las obligaciones. Cada vástago chino sabe que su comida depende de su eficacia y de su constancia.

No hay cansancio, ni malestar, ni fiebre o enfermedad que pueda amilanar al pueblo chino. Laboriosos e incansables, van cubriendo la piel de toro sin freno ni límite.

Ahora bien, ¿debemos asustarnos, o por el contrario es mejor someter nuestra actitud presente a una reflexión más profunda? La pobreza podemos asumirla desde varias actitudes. Los chinos han decidido trabajar para ellos y hacer rentables sus horas de laboriosa entrega. Son infatigables y no les asustan las crisis, los reveses económicos o los cambios de política. No emplean tiempo en discutir sobre qué hacer; sencillamente lo realizan y disfrutan de sus logros. Viven enfocados en los resultados y aceptan el esfuerzo para conseguirlos.

Más de mil millones de chinos son muchos minutos de laboriosidad que invaden peligrosamente la economía mundial.

Podemos manifestarnos en contra de ellos, criticarles o desprestigiarles, pero dudo mucho que eso reduzca su efectividad o haga que las empresas con alto coste salarial, o el libre mercado, o las marcas y los registros de patentes funcionen de otro modo. Los chinos copian, imitan y fabrican a muy bajo coste todo lo que se les pone por delante. La mayoría de las manufacturas proceden de los países emergentes, requeridas por las compañías que quieren reducir sus costes de fabricación y manipulación.

Es impensable que una compañía pague altos salarios cuando al otro lado del mundo miles de niños y de mujeres trabajan en condiciones infrahumanas con una rentabilidad elevadísima y al mínimo coste. Y esto sólo es posible por la demanda procedente de Europa y Estados Unidos.

El gigante chino crece y nosotros podemos ser deglutidos por él. ¿Qué haremos luego?