Emplear el máximo potencial de nuestra personalidad en aras de los éxitos de nuestras empresas parece a priori un ejercicio sencillo; sin embargo, no lo es. Para llamar la atención, es imprescindible dimensionar coherentemente, y en base a mantener el equilibrio, todas aquellas fortalezas que hacen que los demás  valoren nuestras acciones y  relativicen el impacto de nuestra persona. No se trata tanto de ser el centro de atención por nuestra imagen, sino de que nuestros valores se hagan evidentes cuando los ponemos al servicio exclusivo de nuestra misión.

Para afianzarnos en esta competencia social podemos apoyarnos en el lenguaje no verbal a través de nuestra mirada, del movimiento de nuestro cuerpo, del aleteo de nuestras manos, del ritmo sereno de nuestra palabra, de la cadencia de nuestro discurso. Así deslumbraremos a aquellos que nos observan, que se verán impelidos a actuar de igual manera; así se potenciarán nuestros comportamientos y nos validarán como líderes de opinión.

Es imprescindible poner el foco en sentir la armonía de nuestro interior y verla reflejada en cada uno de nuestros actos, liberándonos de la vergüenza, la timidez o la tensión. Lograremos de este modo que nuestra personalidad quede reflejada en todo su esplendor cuando estamos hablando para un público numeroso, para un grupo de interesados en nuestros proyectos o para cualquiera que comparta nuestro entorno. Esto debe ser así en todas y  cada una de las ocasiones en que nos exponemos públicamente, dejando atrás la vanidad, la vanagloria o la presunción. Tan equivocado está el que se pavonea como el que enrojece enfrentado a un público interesado.

Somos los embajadores del prestigio de nuestras compañías, familias o grupo de amigos, y cualquier exagerada asunción de personalismo ensombrece la grandeza de nuestros logros.

Ahora bien, ante situaciones concretas,  debemos estar dispuestos a  desplazar nuestra imagen en aras de aquel que es más conocedor, o más avezado, sin importarnos pasar totalmente inadvertidos, o sentirnos infravalorados  o disminuidos por las circunstancias.

Es más, este hecho podría darse en situaciones donde el homenajeado sea menos competente que nosotros. Estar en un primer plano o quedarse fuera del marco principal no debe ser una cuestión que nos inquiete.

Saber estar y posicionarse en cualquier condición, desde llamar la atención  a quedarse relegado, entraña ser líderes entregados a la excelencia personal, donde la esencia de lo que somos prevalece sobre la posición que ocupamos.

La presunción y la infravaloración son los polos que minimizan la competencia social, tan necesaria para estar al servicio de la sociedad en un mundo que ofrece  infinitas posibilidades de intervención para lograr un mayor bienestar en nuestra comunidad.