Madrid se llenó de rojo y la algarabía inundó de fiesta las calles. La «Roja» fue aplaudida vitoreada, ensalzada y se enarbolaron las banderas rojigualdas profusamente. Los que venimos de lejos nunca antes habíamos visto tanta conexión. El bipartidismo quedó abolido por instantes. La gresca política, tan ácida y molesta, bajo la guardia y los de derechas y los de izquierdas gritaban del mismo modo y con el mismo ritmo.

Los niños, los jóvenes, los adultos y los ancianos vieron cumplido un sueño. Sueño que compartían, sin saberlo, desde hace más de 100 años. El triunfo de Sudáfrica es el hito deportivo más importante para esta nación, mucho más que los éxitos de Nadal, de Alonso, de Gasol… Ayer se celebraba la victoria de un equipo, de la conjunción, de la humildad, de la conexión de la vivencia de grupo, por encima de las individualidades o de la valía de uno sobre el otro.

Madrid fue el hervidero sentimental de muchos españoles amantes del deporte, pero también reconfortó a muchos avergonzados de su España partida y rota. Ayer los viejos corazones de la postguerra llenaron sus alforjas de calor y de lágrimas. Setenta años después y confundidos por los recuerdos infantiles, veían una España sola, un pueblo que inequívocamente gritaba por lo mismo.

Queridos Casillas, Albiol, Piqué, Marchena, Puyol, Iniesta, Villa, Xavi, Torres, Cesc, Capdevila, Valdés, Mata, Xabi Alonso, Ramos, Busquets, Arbeloa, Pedro, Llorente, Javi, Silva, Reina, Navas,… y del Bosque, gracias por un triunfo que más allá de los datos deportivos nos enfrenta a la necesidad de ser una sólo y única Nación. La «Roja» acorraló contra las cuerdas la desunión y abrió las puertas a enorgullecernos de nuestra bandera y de nuestra Patria.

Los niños de hoy vibran libres para expresar su nacionalidad y su origen. Se acabó el tiempo donde llevar una bandera rojigualda significaba ser de «derechas».