Quiero contaros un pequeño cuento que escuché una vez. Seguramente la historia no será muy fidedigna, pero me parece interesante compartir este recuerdo.

Un gran rey tenía tres hijos, y quería elegir a uno para ser su heredero. Era muy difícil, porque los tres eran muy inteligentes y valientes, cualidades necesarias para ser regentes. Sin embargo, este rey pensaba que eran imprescindibles otros valores para legislar su reino. Como no tenía forma de decidir adecuadamente, pues eran trillizos, le preguntó a un gran sabio, y este le sugirió una idea.
 
El rey fue a su casa y reunió a sus tres hijos. Le dio a cada uno una bolsa con semillas y les dijo que él se iba a un peregrinaje religioso. «Me tomará un tiempo volver, quizá uno o dos años, y ésta es una especie de prueba para vosotros. Tendréis que devolverme estas semillas cuando regrese. Aquel que mejor las proteja se convertirá en mi heredero». Dicho esto, el rey partió.
 
El primer hijo se preguntó: «¿Qué debería hacer con estas semillas?». Las guardó en una caja de seguridad de hierro, porque al regresar su padre debía devolverlas como las había recibido».  
El segundo hijo pensó: «Si las guardo como hizo mi hermano, morirán. Y una semilla muerta no es una semilla». De modo que fue al mercado, vendió las semillas y guardó el dinero. Y se dijo: «Cuando mi padre regrese iré al mercado, compraré semillas nuevas y le devolveré unas semillas mejores que las que me entregó».
El tercer hijo sembró las semillas y esperó a que dieran su fruto. Así, fue cosechando las semillas que su padre tan amorosamente le había entregado antes de marcharse a su peregrinación. Sus hermanos, entre tanto, se reían de él y pensaban que era un esfuerzo vano. Su padre sólo les había pedido que le devolvieran lo que les había dado. Además ellos eran ricos y no necesitaban trabajar. El consejo de su padre había sido muy claro. Dejaría su herencia a quien protegiera mejor las semillas. 
 
Después de tres años, cuando el padre regresó, el primer hijo abrió su caja fuerte. Todas las semillas estaban muertas, apestaban, y el padre le dijo: « ¡Qué! ¿Son éstas las semillas que te di? Tenías la posibilidad de hacerlas crecer y germinar, y ahora están podridas. ¡Estas no son mis semillas!».
 
El hijo insistió en que eran las mismas semillas, y el padre le increpó: «Eres un avaricioso».
 
El segundo hijo fue al mercado a comprar semillas. Volvió a la casa y se las presentó a su padre. El padre dijo: «Estas no son las semillas que yo te entregué. Tu idea es un poco mejor que la de tu hermano; sin embargo, no tienes las cualidades que yo quisiera para mi sucesor. Tu comportamiento es el de un calculador».
 
El rey se acercó con gran esperanza y cierto temor a su último hijo. «Y tú, hijo, ¿qué has hecho con las semillas que te encargué?». El tercer hijo pidió a su padre que le acompañara a ver los campos que había sembrado año tras año desde su marcha. Y le dijo: «Las semillas que me has dado están en estos campos. Cuando recoja la cosecha podré devolvértelas. Estos campos han ampliado tu fortuna y han servido para alimentar a tus empleados. La labor la han realizado labriegos que no tenían trabajo, y así han podido proteger a sus familias. Pensé que era más sabio sembrar que guardar unas semillas hasta que volvieras». Y el padre contestó: «Tú eres mi heredero. Es así como deberíamos actuar todos con las semillas que la vida nos ofrece».
 
Las semillas y el rey. Claves para el cambio (102)
 
El avaricioso no disfrutará de la vida porque todo lo que le ofrecen lo guarda y no lo comparte. El calculador buscará el beneficio rápido e intentará hacer el mínimo esfuerzo buscando los medios de favorecerse por encima de los otros. La mente creativa gozará de todo lo que la vida le entrega y sabrá multiplicarlo una y otra vez para compartir los beneficios con todos los que le rodean. Para lograr su éxito empleará todos los recursos que estén a su alcance, y no dudará en entregarse. De este modo ganará el Reino.
Ejercicio:
  • Lee la historia y piensa en qué aspecto de tu vida te pareces al hijo avaricioso; qué parte de ti mismo guardas celosamente aunque se te pudra por no compartirlo.
  • También tienes algo de calculador. Piensa en qué situaciones actúas buscando el beneficio inmediato, o cuándo manipulas para lograr lo que te interesa, sin pensar en lo que los otros quieren. 
  • Hay una parte de ti mismo que es generosa, amorosa y espléndida. Disfruta descubriendo este diamante de tu personalidad.
Cada uno de nosotros estamos conformados de luces y sombras. Descubrir nuestras pequeñas imperfecciones nos impulsará hacia el cambio, y sólo así podremos encontrar nuestros grandes valores. Acepta a tu avaro y a tu calculador como partes de tu lado oscuro, y emplea la generosidad de tu corazón para ser un heredero con alma.
Lo importante es que generes planes de acción proactivos con los que te comprometas, y así irás ampliando tu siembra y tu cosecha, respetando las semillas que la vida te ha dado. Agradece el terreno que han puesto a tu servicio y todos los colaboradores que permiten que alcances tus metas.