El primer paso es la observación de la realidad. Para ello es imprescindible desprenderse de las percepciones falsas, de los prejuicios, de los miedos y de todo aquello que convierte la realidad en lo que tú quieres que sea. Este ejercicio requiere práctica, comprobación, deducción y ante todo comprensión de tu tendencia a modificar tu percepción según tu estado de ánimo.

El segundo paso es el análisis de esa realidad. Para ello debes revisar los hechos y todos los inmanentes que los acompañan. No cabe justificar, disimular o engrandecer aquello que ya se hizo, sólo podemos aceptarlo y decidir que si no sirvió hay que cambiarlo. Despréndete de los juicios que no tienen valor y de las opiniones cambiantes a las que te somete tu miedo al cambio. Si en la observación era imprescindible la veracidad, en el análisis lo es mucho más. Analizar exige compromiso de transformación de aquello que no vale por cosas que estimulen la evolución y el desarrollo personal y profesional.

El tercer paso es la decisión de cambiar la realidad que no te agrada. Si todo lo anterior parecía difícil, en este punto pueden aparecer altos niveles de estrés. En la decisión, además de las oportunidades, surgen los retos, y no debemos olvidar los recursos reales que tenemos para acometerlos. El espíritu crítico en los pasos anteriores, la no autocomplacencia, hará que este paso sea mucho más fructífero y  llevadero.

El cuarto paso es la acción que te aboca al futuro e inevitablemente te hace encontrarte con las consecuencias. El tiempo que va desde la decisión a la ejecución debe estar en consonancia con los resultados que se quieren obtener. Poco o nada vale que hayamos tomado decisiones valiosas si permanecen en el archivo de nuestros recuerdos y seguimos con nuestro miedo a la acción.

Estos pasos son un pequeño apunte para comprobar en el día de hoy.