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La coherencia social. Un propósito para el 2010 (147)

Las estadísticas son crueles. A veces nos hieren y nos conmueven. Pero pocos de estos datos, que son escalofriantes, nos movilizan. En muchos casos todo se queda reducido a algunos comentarios a la hora del café.

La coherencia social. Un propósito para el 2010 (147)Un ejemplo estadístico son los más de  49 millones de norteamericanos que pasan hambre (más de un 16% de la población). De esta cantidad, 35 millones están por debajo del umbral de pobreza. La ciudad de Nueva York tiene más de 1,5 millones de neoyorquinos que están en condiciones miserables, y una cantidad superior a 1,3 millones viven en situación de «emergencia alimentaria».
Estas cifras parecen poco relevantes cuando hay más de 1.020 millones de seres que están pasando hambre en la Tierra (según la FAO). Sin embargo, son muy representativas cuando hablamos de la nación más rica y poderosa del mundo. Un 12% de la población estadounidense vive pobre, con hambre y sin seguridad social. Estados Unidos es el único país de occidente que no tiene esta prestación para sus ciudadanos. Y si bien ya ha sido aprobado por el Congreso el plan para la seguridad social, es todavía incierto que el Senado ratifique esta propuesta. Todos los intentos de los presidentes anteriores fracasaron. Dicho Senado no ha denegado el apoyo a los bancos, a las inversiones de maquinaria bélica o a otros planteamientos que posicionan a esta nación como un referente poderoso, incluido el deporte.
El gasto en armamento realizado por Estados Unidos en el año 2009 sobrepasó los 580.000 millones de dólares. Con esta cifra y la prevista para el próximo año se resolvería gran parte del hambre de estos millones de seres. Pero este país está sumido en el temor a los ataques provenientes del exterior y necesita protegerse de ellos. E inclusive considera imprescindible acudir a las guerras de otros pueblos, bien por intereses petroleros, bien por afinidad con sus vecinos, con el consiguiente aumento del gasto. La guerra de Irak cuesta unos dos mil millones de dólares a la semana, y no hay que olvidar que, también semanalmente, se destinan a Afganistán 390 millones.
Aunque todos estos números son impresionantes, lo que ha motivado este post son las contradicciones vitales en las que vivimos. El cantante Bob Dylan ha donado todos los royalties de las versiones actualizadas de sus canciones In the Wind y Little Drummer Boy con el fin de paliar en lo posible el hambre en Estados Unidos. Desconozco cuántos dólares podrá recaudar este cantante, pero sean los que fueren, sólo atenuarían el hambre de unos pocos. Nunca se aproximarán a las cifras anteriores.
Independiente de la repercusión económica que pudiera tener el noble y generoso ofrecimiento de Bob Dylan y de otros artistas de gran filantropía, deberíamos estudiar una estrategia consecuente y real para paliar los despropósitos políticos y de gestión económica de nuestros regentes. Es inaudito que la primera nación mundial adolezca de planes de desarrollo en los que primen las necesidades de los ciudadanos y sus intereses sociales, por encima de cualquier respuesta a crisis externas. Vietnam y, en el presente, Irak, son una muestra de la poca utilidad de estas incursiones bélicas.
Si las naciones semejan una gran organización que rige los slots online intereses de sus ciudadanos, debería estar en la agenda como primer deber, y máximo derecho, el abolir el hambre y la miseria, además de las vitales cuestiones de salud y educación. En Estados Unidos más del 4% de su población es analfabeta, y aproximadamente un 25 % tienen dificultades para leer y aplicarse en la informática. Y esto sin contar a las personas que mueren por negárseles ayuda sanitaria.
Hablo de priorizar intereses. De comprobar dónde ponemos el foco de nuestra atención. En estas fechas muchos vivimos rozando los límites de inviabilidad económica, pero incrementamos nuestro gasto por unas fiestas que derivan en daños colaterales que son mucho más relevantes que los placeres que reportan.
Si los ciudadanos aprendiéramos el buen orden del gasto, si además sumáramos a ello la implicación en política social, si volviéramos a los debates de los antiguos griegos e indagáramos en el sentido real de la existencia del hombre, posiblemente hallaríamos soluciones más impactantes y de mayor contenido que el ejercicio de la caridad mal entendida. Ser caritativos en el amor y en la compasión tiene sentido, privar al hombre de sus derechos y convertirle en un deudor de otros hombres, no.
Estados Unidos es la primera nación del mundo y debería ser un espejo en el que todos nos miráramos. La duda que me acomete es si es la primera nación por los recursos de sus tierras o por la sabiduría de sus gentes. Porque si es por lo primero, pronto vivirá la tragedia de no haber cuidado su capital humano. Y no parece muy sabio que se entreguen millones de dólares para ayuda humanitaria en otros países cuando sus gentes padecen hambre.
Quizá habría que gobernar con el pensamiento enfocado hacia el pueblo y su bienestar, y además estudiar planes a corto, medio y largo plazo para que los ciudadanos del mundo puedan acometer un desarrollo integral. Porque subsidiar arbitrariamente y ante crisis puntuales sólo provoca que los mandatarios empleen estas cifras astronómicas en paliar sus errores, y no en que repercutan realmente en los necesitados.
Busquemos la coherencia en nosotros para revertirla en todo. Es un deseo para el año 2010.
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Conversar con el público objetivo. El marketing de hoy (146)

Hoy tenemos millones de cosas para escoger. Cada día la oferta para elegir algo que nos interesa es más intensa. A la vez, nuestro tiempo para invertir en esa elección es más pequeño. Resulta tremendamente difícil lograr que nuestros productos sean escogidos entre un abanico de posibilidades tan amplio como el que tenemos.

Conversar con el público objetivo. El marketing de hoy (146)El video más visto en YouTube durante este 2009 ha sido el de Susan Boyle,  Britain’s Got Talent, con 120 millones de visitas. En segundo lugar, con más de 36 millones de visualizaciones, fue el de un niño mareado por el efecto de la anestesia. La película más taquillera del año es Luna Nueva, de la saga Crepúsculo, que versa sobre un vampiro vegetariano que tiene una novia que lo arrastra al amor.
Podríamos hacer muchos supuestos para identificar las tendencias actuales; sin embargo, nos equivocaríamos. Es inexplicable que el segundo ganador de un concurso de talento sea el video más visto, o que nos seduzca ver a un niño con las secuelas de una anestesia. Y más sorpresivo aún es que millones de personas vibren con las caricias de un vampiro y la posibilidad de que caiga sobre la yugular de su amada. ¿Por qué no despierta el mismo interés un trabajo científico, o un discurso de un líder, o cualquier otra oferta con más contenido y relevancia social?
Ante esta transformación de la demanda y de los intereses del público, cabe preguntarse qué y de qué modo podemos permear el mercado con nuestros trabajos. La tendencia no está conectada a la calidad, ni tan siquiera a la aportación inmediata. Hay algo mucho más inquietante e intangible que debemos analizar si queremos que nuestros esfuerzos se vean recompensados y a la vez estén orientados a las necesidades sociales.
En la actualidad no cabe hacer las cosas con un sentido personal. Hay que llegar a un colectivo ávido de sensaciones. Y todo ello sin hipotecar nuestros valores, ni perder de vista nuestras creencias o desestimar nuestra motivación intrínseca. Pero teniendo muy presente la orientación de aquellos a los que va dirigido el mensaje o el producto. Porque ahora no prima el producto sobre la idea, o esta sobre el servicio. Es igual lo que estés ofreciendo. Hay que tener en cuenta al público objetivo, conversar con él y comprender su móvil participativo. Bien sea para comprar, escuchar o interactuar.
Movilicemos nuestros intereses hacia lo novedoso, lo sorprendente, lo inesperado. Todo aquello que está dentro de los estándares ya está agotado. Nos impresiona lo mórbido, el dolor, lo extraño. Apasiona aquello que conmueve. No importa cómo, ni la utilidad de esa conmoción. Se valida lo que sorprende independientemente de su calidad. Los estímulos externos que faciliten las sensaciones, las vibraciones y en gran parte el divertimento insustancial.
Debido a esta oferta masiva, sólo aquello que gira 360º fuera de lo habitual moviliza, y se acaba hablando de ello en diferentes foros. Quizá no estemos ante un hecho aislado del siglo XXI. Los grandes hitos impresionaron en su momento al mundo, aunque ahora los matices son mucho más impactantes y veloces, porque está Internet y la tecnología visual en general. No obstante, posiblemente subyace dentro de este paradigma presente una búsqueda hacia lo conmovedor, lo que no quiere decir sensible.
El instinto participativo surge cuando se provocan e incitan los impulsos relacionales. Aquello que nos hace vibrar de amor y miedo. También lo que nos tensiona o estresa, o lo que nos permite evadirnos de los límites de lo cotidiano y nos trasporta lejos de nuestras costumbres. Nos entusiasma lo que nos hace relativizar el esfuerzo y facilita que las neuronas perciban intensas vibraciones. Y mucho más si todo ello rezuma algún nivel de incógnita y además se crea una conversación tácita entre el objeto y el consumidor.
Hay que reinventarse para potenciar el boca oreja y que nuestro trabajo traspase el silencio. El mundo está compuesto de un gran colectivo emocional que comparte lo que es proclive a ser aceptado por su grupo.
Pregúntate qué envías a tus amigos, de qué hablas. Después piensa para qué y encontrarás mucha similitud con lo que aquí he dicho. Los que queremos hacer un trabajo de sensibilización hacia un cambio y una trascendencia debemos cuestionarnos cómo llegar al público que lo necesita y qué debemos hacer para provocar un boca oreja penetrante y mantenido.
Quiero conversar con todos vosotros. Dadme por favor ejemplos en los que lo consigo y en los que no.
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Las respuestas a buscando el amor (145)

En el post nº 141, «Buscando el amor», os pedíamos que compartierais vuestras ideas de cómo mantener la llama eterna del amor. Cuando leía algunas de vuestras respuestas, recordé el libro El banquete, de Platón, en el que Aristófanes apuntaba que los hombres no valoramos adecuadamente el «poder» del amor. Este filósofo pensaba que, si fuéramos conscientes de ello, lo reconoceríamos y le daríamos el boato y festejo que se merece. Aristófanes cuenta que al principio había tres géneros: el masculino, el femenino y el andrógino que participaba de los dos sexos. «La forma de cada individuo era en su totalidad redonda, su espalda y sus costados formaban un círculo; tenía cuatro brazos, piernas en número igual al de los brazos, dos rostros sobre un cuello circular, semejantes en todo, y sobre estos dos rostros, que estaban colocados en sentidos opuestos, una sola cabeza; además cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo el resto era tal como se puede uno figurar por esta descripción.»

Las respuestas a buscando el amor (145)Según dice este filósofo, lo masculino procedía del sol, lo femenino de la tierra, y lo andrógino de la luna, porque este astro contiene a los otros dos. Era tal la fuerza y prepotencia que tenía el hombre en este tiempo, que atentó contra el Olimpo. Cuando Zeus, junto con los otros dioses, analizó la cuestión, decidió que el mayor castigo que podía conferir a este hombre circular y poderoso era cortarle en dos. Una vez sesgados, Apolo fue el encargado de darles la vuelta para que vieran su sección, formando el ombligo como recuerdo de este suceso. Este hecho generó la añoranza de un sexo por el otro, y a partir de ese instante trataron de ser uno solo. Para Aristófenes, el llamado amor es el anhelo de fundirse nuevamente una parte en la otra.
Este poder de atracción queda reflejado en algunas de vuestras consideraciones. La mayoría opináis que el amor nos hace sentirnos plenos. Como si algo que nos faltara nos fuera dado al sentir la aquiescencia del ser amado. Parece haber una carencia inherente en la soledad o el desamor.
El filósofo Sócrates, en los diálogos con Lisis, explica que si queremos ser amados debemos buscar la sabiduría, que no es el conocimiento teórico, sino el práctico. Y quizá tengamos que hacernos la pregunta de para qué es útil el amor, qué nos aporta amar o ser amados. Quizá sólo sea cuestión de sentirnos plenos, y cuando lo hayamos logrado no necesitemos el amor de los otros. O tal vez, después de sentirnos extasiados de amor hacia nosotros, nos sea mucho más fácil vincularnos a los demás incondicionalmente, porque nada movilizará nuestro estado personal. Puede que, como dice Platón en El banquete, confundamos el amor con necesidad, y hablemos de lo que logramos, y no de lo que es el amor en sí mismo. Si el amor fuera el autoconocimiento pleno, podríamos hallarlo simplemente con sumar todo lo que hemos buscado en cada relación que hemos tenido.
Fue Platón quien hablo de varios tipos de amor que recogen cada uno de los entramados del alma de los que habláis de alguna manera. Porque aunque no hacéis una diferencia entre cada tipo de amor que os conmueve, si se puede ver a través de vuestros comentarios, que tenéis formas diferentes de expresar el amor. Platón decía que el cielo se mueve por amor. La tierra también se agita por su falta. Amamos a la justicia, a los valores más éticos y a las personas que nos rodean. Sentimos un deseo sexual y también una conmoción por la naturaleza que nos rodea. Acariciamos a un animal y vinculamos el afecto en esta relación.
Todas estas manifestaciones amorosas Platón las categorizó en Eros (sexual) Philos (amistad, familia) Ágape (a la trascendencia, a lo insondable). Y cualquiera de estas manifestaciones del amor exige de nosotros un modo peculiar de enfrentarnos a nuestros errores, a nuestras claudicaciones y a lo que nos aleja y dificulta el amor pleno.
Supongo por ello, que cuando hablamos de cómo mantener nuestro amor por los demás, podemos considerar con quién, y cómo podríamos modificar comportamientos para que haya un mayor calado en la corrección de la expresión amorosa.
Este tejido de amores y rupturas puede detallarnos qué parte de nosotros separó Zeus. Ganar a los dioses del Olimpo puede ser tan fácil como hallar las unidades del yo que andan perdidas para que podamos aprenderlas para siempre. De este modo, todos estaremos completos y será posible desligarnos de la carencia. Porque podemos sentimos deficientes en las relaciones de pareja donde el sexo y la dependencia física sean más notables. Pero también podemos estar sumidos de rencor y distancia de algún amigo o de nuestros padres y familiares. Y cómo olvidar el amor a los valores y la ética que nos conduce al respeto social tan desprovisto en la actualidad.
Sea como fuere, el amor fue un dios muy discutido y analizado por los grandes sabios en el año 400 a.C. Ahora, debido a las prisas y al poco tiempo, tan sólo en raras ocasiones nos sentamos a debatir sobre lo que es el amor, y cuán necesario es en nuestra sociedad. Antaño los hombres se reunían y profundizaban sobre los bienes de la vida y cómo encontrarlos. Debemos exigirnos que los argumentos sean igualmente penetrantes y marquen un hito sobre la vida para las civilizaciones futuras.
Gracias a todas por esta oportunidad de pensar e indagar en nuestro particular banquete.
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Qué bello es vivir. Nuestro propósito de vida (144)

El clásico de todas las Navidades “Qué bello es vivir” es la película más emitida en estas fechas en todo el mundo. Dirigida por Frank Capra, sus dos protagonistas son James Stewart y Donna Reed. Es una película sobre sueños que creemos no cumplidos, sobre cómo afloran las cualidades más excelsas, sobre nuestro propósito vital, sobre la amistad…

Os recomiendo pulsar el botón HD en el lateral derecho de la pantalla cuando de comienzo el video.

Si tienes problemas visionando el video PULSA AQUÍ, o en la siguiente fotografía:

Qué bello es vivir. Nuestro propósito de vida (144)

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Respuesta de Elvira Navarro (143)

Respuesta de Elvira Navarro (143)Muchas gracias a todas por vuestras historias. Cuando me preguntan por qué escribo sobre la infancia y la adolescencia, me gusta citar un texto de la película La niña santa, de Lucrecia Martel, que dice así: «Teníamos catorce o quince años. El mundo tenía la medida exacta de nuestras pasiones. La intensidad de las ideas religiosas y el deseo sexual nos hacía voraces. Éramos implacables en nuestros planes secretos. Alrededor la vida se desnudaba, más rápido que nosotras en su basta complejidad. Estábamos alerta porque teníamos una misión santa, pero no sabíamos cuál era. Cada casa, cada pasillo, cada habitación, cada gesto, cada palabra, necesitaba de nuestra vigilia. El mundo era monstruosamente bello». Creo que vuestros textos reflejan también esta cualidad de la que habla la directora de cine argentina, y que se tiene durante los primeros años de vida, de asistir a los acontecimientos como si fueran epifanías.

Meruta, me gusta lo que cuentas porque me ha recordado la fatal impresión, muy viva en la infancia, de que acaba de escapársenos algún tipo de realización que parecía definitiva.

Siloé, gracias por ese vitalismo. A ti no parece habérsete escapado nada.

Cristi, hay un filósofo, Kant, que tiene toda una teoría sobre de qué modo lo exterior, la naturaleza (aunque tú hablas de una ciudad), refleja la libertad del hombre, y eso, cierto o no, es lo que logras trasmitir con tu cuento.

Tzazu, tu texto también refleja lo que le he comentado a Cristi, pero desde la voluntad. Y qué ganas no de huir, que también, sino de tirarse de cabeza a la aventura.

Miss Obsesiones, a veces creemos que alguien nos acompaña, y es una invención de la que no nos gusta responsabilizarnos. En el amor platónico, que es de lo que trata tu historia, se proyectan expectativas sobre la otra persona que son pura ciencia ficción.

Cristina V, yo soñaba con unas voces que me aplastaban. Y en un cuento perteneciente a mi primer libro, La ciudad en invierno, recreo un ambiente muy parecido al que describes:

«Miradas a hurtadillas, el sonido del reloj, las cortinas echadas y la áspera respiración de las mujeres adormecidas en el sofá; calma chicha en la que la pequeña permanece quieta, muy quieta, con los ojos cerrados como ahora y atenta a las virutas de muchos colores, hasta que a veces Estrella se despierta y viéndola en trance le pregunta:

– ¿De qué tienes miedo, Clarita?

La niña suele mirarla con ojos tristes. Algo parecido al desamparo llega, y se sabe infinitamente pequeña ante la tía, por cuyo amor siente verdadero asco.»

RA, de niña vivía en un pueblo atravesado por una carretera. Había un túnel subterráneo para cruzar al otro lado del pueblo, por el que tenía que internarme diariamente para ir a la escuela. Los chicos mayores nos decían que en el túnel vivía un doberman presto a saltar sobre nuestra yugular. Jamás lo vi, pero no he podido superar el miedo a los perros.

La Motita, te diría lo mismo que a RA.

D22, pienso que la obsesión tiene mucho de metaliteraria, pues su contenido es una mera excusa. Nos entregamos al estado obsesivo pensando que tiene un sentido. Pero no hay más sentido que el propio bucle.

Encarna, en La orilla escribo esto: «Nada es tan excitante como sentir que traspasamos el umbral de lo conocido, que somos capaces de ir de la mano con nuestro propio miedo y con la adrenalina en el estómago. Es como el vértigo que en las montañas rusas precede a la caída, sólo que en las atracciones de feria éste tiene un fin definido y mecánico, mientras que el territorio que se nos abre con los films continúa luego en la noche, cuando los fantasmas de la pantalla pueblan también los armarios y hacen moverse a los muñecos de su sitio». Les pido además a los fantasmas que no se les ocurra sonreírme.

Sara, yo creía profundamente en el hombre del saco. Que los adultos nos construyeran el mundo, o ciertas partes de él, como una amenaza, tenía dos cosas buenas: el misterio y el desafío.

Lorenzo, qué buenísima historia y qué bien escrita. En esto de escribir, la credibilidad depende de la coherencia entre muchos elementos (voz, tono, tema, ritmo, personajes), pero además hay un extra, un aura como de «verdad», no porque se nos esté adoctrinando sobre nada, sino porque se nota que lo que se narra viene de una necesidad del que escribe de contar esa situación y de trasmitirla con fidelidad. Por otra parte, la fidelidad no tiene que ver con contar las cosas tal y como ocurrieron, sino con ser fiel a las palabras que permiten vehicular lo que se pretende narrar, sin deslizarse a efectismos. Tiene que ver, en fin, con respetar la correspondencia entre la forma y el contenido. Tu pequeña narración, desde mi punto de vista, consigue todo eso. Y no te creas que es fácil, así que te felicito

Gracias de nuevo a todas y felices fiestas.

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La orilla. Historia de una obsesión (142)

El vecino del sexto golpeó la puerta al cerrarse. El silencio de la noche se rasgó. Dejé la novela de Elvira Navarro, La ciudad feliz, encima de la mesilla, y cerré los ojos.

Mi madre había salido temprano a realizar la compra del mes  en el economato de la empresa. Toda vez que me dejaba sola tenía la misma sensación de libertad limitada. Sabía que mi madre descubriría mis andanzas. Cada uno de los paseos realizados a la zona prohibida se convertía en una agitación y un logro. Mucho miedo y la promesa de no volver a hacerlo.
«Desde ese día, no son pocas las veces en las que deseo atravesar la zona prohibida para comprobar si el vagabundo está sentado en la escaleras de la iglesia, y si se produce en mí el mismo efecto. También cuando juego por mi barrio, o atravieso la ciudad en coche o en el autobús del colegio, permanezco atenta de una manera de la que no soy del todo consciente.»
Bajé del autobús a la hora de siempre. Miré hacia las casas de contraventanas verdes. Allí estaban ellos. Habían llegado en la última remesa de migrantes andaluces. Giré 360º sobre mis pies, y en lugar de acercarme a mi casa de contraventanas rojas, bordeé la barandilla de los bloques de detrás de mi casa. Con pasos temblorosos bajé la escalinata que separaba ambas zonas y eché a correr. No miré en ninguna dirección. Rápida, con mis libros a cuestas, llegué jadeante. Llamé a la puerta y esperé. Mi madre ni me miró. «Ten cuidado por donde pisas que acaban de encerar el suelo.» Respiré. Hoy había salido victoriosa.
La orilla. Historia de una obsesión (142)«Me detengo en la boca del garaje donde mis padres guardan sus coches. Tengo miedo. Espero justo donde empieza la rampa, aspirando el olor a neumático y gasolina, enfrente hay una papelería con un luminoso morado que acaba de encenderse, y todo está impregnado de humedad. Le doy vueltas a lo que me acaba de pasar; lo que más temo es estar volviéndome loca.»
La niña va entretejiendo la obsesión, y cada día hay algo de sí misma se pierde. Cruza los límites de la sensatez y aspira a una relación desconocida. Aquello que extralimita los muros de la coherencia en la que vive, que arrincona a sus padres y les subyuga, le genera una inquietud que la vitaliza y la arrebola. El colegio, los estudios, las rutinas… Una a una las va dejando atrás, y conforma una novedosa estructura de entramados sensibles y frágiles.
Todos estábamos muy inquietos. De la parte de atrás había llegado la noticia. Un «coreano» (mote que les habíamos puesto a aquellas gentes extrañas que venían a trabajar en la empresa) había muerto. Nunca había visto a un muerto. Nadie en la familia había fallecido. Sentí miedo, y un vahído me nubló el pensamiento. Era muy cobarde. Sabía que no me atrevería a cruzar de nuevo aquellas escaleras. Pero tampoco podía perderme la visión de la muerte. Qué sería aquello. Suponía por los libros que había leído que el hombre no estaría, que sólo habría quedado su cuerpo. Cuando la profesora de matemáticas me sacó al encerado deseé desaparecer. No quería que se marchara mi muerto. Llevaba todo el día esperándolo. Ahora tenía que contestar presta si no quería quedarme castigada.
«Mis padres jamás se han visto, en lo que a mí respecta, con un problema que les lleve a tomar decisiones que jamás habían imaginado que tendrían que tomar, y eso les produce una extraña parálisis.»
Vivo paralizada. Jamás pensé que tendría que enfrentarme a decisiones ante las que tuviera que reafirmar mis ideales, mis capacidades, mis competencias. La diaria y cotidiana tarea no ayuda. Permite pocas huidas hacia delante. Y el miedo se hace opresivo. Divagaciones reiteradas y absurdas.
Bajé. Cuando llegué al tanatorio improvisado había varias personas que podían decirle a mi madre que estaba allí. Autoridades, el practicante, el señor Ureña, nuestro médico de cabecera, Don Manuel. Nadie más había sido valiente. Fuera había visto a Maribel, a Covadonga, a Toñín… Se escondían en la esquina de la última casa de resguardos rojos. Me habían mirado de soslayo y evité darme por enterada. Ahora estaba allí. Delante había una caja de madera muy sencilla. Dentro yacía el muerto. En la cabeza tenía una tela que sujetaba su mandíbula. Los ojos permanecían entreabiertos. El tórax no oscilaba. Miré una y otra vez aquel cuerpo. El pavor y el pánico me atenazaban, pero no podía desplazarme. No quería que estuviera quieto. Quizá era malo, como me habían dicho. Posiblemente me hubiera hecho daño, pues eso me habían asegurado. Pero yo quería agitarle, conmoverle. Pedí a Dios que le ayudara. Que le trajera al mundo de nuevo.
Mi primer muerto era irrecuperable. No había milagros para su muerte. Sor Inés me había dicho que Jesús lo arreglaba todo. Que sólo le tenía que pedir y se cumplirían mis deseos. Yo sólo tenía uno. Lo supliqué allí mismo. Sálvale, repetía una y otra vez.
«El vagabundo está en el bar del chaflán de enfrente, sentado en una mesa junto a la ventana, ante su jarra doble llena de vino con gaseosa. Me detengo y pego la cara al cristal; el vagabundo me mira un momento, o eso creo, pues yo finjo observar el interior.»
No le salvaron. Yo fingí que no me importaba. Cuando salí de allí la calle era distinta. Ya nada volvería a ser igual. No contestaban a mis súplicas. Los malos no merecían morirse y quedarse quietos en una caja. La niña iba perdiendo la capacidad de encontrarse con su niñez, con su vida desde que se había topado con el vagabundo y deambulaba por las zonas prohibidas. Frotaba su alma contra el sentido de las cosas. Miraba, buscaba e intentaba localizar su obsesión particular. Todos anudamos nuestros sentidos, mientras que los demás son espectadores mudos.
«En el bar todo el mundo nos mira. Charlamos casi a diario veinte minutos, y el dueño está cada vez más interesado en saber qué significa eso de que una niña vaya a su local y se siente a hablar con un desarrapado.»
Con un desarrapado o con cualquier cosa que nos dispare la imaginación, nos aleje de los estándares, nos aduzca hasta perder el sentido del yo, cada día uno de nosotros ha escrito una pequeña historia. Como este maravilloso trabajo de Elvira Navarro que nos evoca nuestra infancia, nuestra vida, ese momento en que pasamos a la otra orilla para arrebatarnos de sensaciones y convertirnos en pequeños héroes.
Escribe tu pequeño guión de unas diez líneas sobre alguna obsesión que hayas vivido para que la autora repase tu cuento y te lo comente. Para que te anime a escribir y a descubrir que detrás de ti siempre perdurará algún recuerdo. Porque lo que nunca dejará de existir es la memoria.
Este post entremezcla una historia personal, que se une y acompaña a retazos de la novela. Mañana Elvira Navarro contestará a las historias que escribáis hoy.
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Buscando el amor. Recuperar la ilusión perdida (141)

El sábado 7 de diciembre a las 12 horas, cuando empezaron a sonar las campanas de mediodía en todas las iglesias de Siena, entrábamos en el laberinto de calles que bordean la Piazza del Campo, eligiendo en este caso la Vía di Citta, que accede a la Piazza a través de una escalera por detrás de la Fonte Gala.

Nuestros pasos fueron ralentizándose a medida que se abría a nuestros ojos aquella magnificencia. No podíamos definir qué era lo que nos impedía acelerar el paso, si el color de su empedrado marrón alineado en formas perfectas, o su Palazzo Pubblico gótico de 1342, o el conjunto de gentes, cielo y construcciones contenidos en un marco incomparable.
Nos embebimos de sustancias, de múltiples sensaciones, dentro del pasadizo que nos transportaba a un lugar irrepetible. Habíamos oído decir que la Piazza del Campo era la más bella y animada de Italia. Inclinada, semeja un inmenso teatro, en cuyo escenario estaba el Palazzo Público, desde donde parten ocho líneas que dividen este inmenso graderío en nueve sectores, simbolizando los nueve representantes que regían antaño esta próspera urbe.
A eso de las dos de la tarde empezamos a notar el frío de este día cercano al invierno, y decidimos tomar algo caliente y reconfortante en alguno de los cafés – restaurantes que bordean la zona norte de la Piazza.
Buscando el amor. Recuperar la ilusión perdida (141)
Entramos en Il piano. Buscamos un lugar resguardado, donde unas mesitas redondas, revestidas con un mantel sencillo, fueron nuestras compañeras, junto con dos minestrones en cazuelas muy pequeñas. Era un lugar estratégico por lo cercano a las cristaleras, desde donde podíamos observar toda la zona y sus gentes. En frente de nosotros estaba un joven. Entre sus manos un periódico de la ciudad con el que se parapetaba para escudriñar el entorno. Giraba su mirada ante cada personaje que pasaba más o menos cerca. Si coincidía su mirada con alguno de los observados, rápidamente bajaba sus ojos y los centraba en el diario.
A la izquierda, en una mesa muy cercana, se encontraban dos jóvenes que parecían extraídos de una revista de moda. Ella, rubia, con gafas de diseño, labios carnosos pintados de escarlata, y unas formas exuberantes escondidas tras su ropaje negro. Él era de complexión suave, y lucía una melena castaña oscura que le llegaba hasta el final del cuello. Vestía unos pantalones de franela, y su gabardina gris de tres cuartos pendía de la silla.
De pronto, ella tomó entre sus manos la cara del joven, e inclinándose le dio un beso en la boca con fruición y ansiedad, llena de una pasión que el joven correspondió acariciando con sus dedos largos y finos el hombro de la muchacha, atrayéndola un poco más hacia su pecho. Una vez separados los labios iniciaron un juego de miradas y caricias delicadas y profundas. Me sentí ajena a todo lo demás, y agradecí a la pareja su calurosa aproximación romántica. Una sensación de intimismo roto me hizo girar la cabeza en dirección contraria.
Sentado dos mesas más allá, estaba un hombre de mirada penetrante y ceño fruncido. Enfrente una mujer muy delgada, de ojos grandes melados y una nariz recta, con aletas bien dibujadas. El hombre gritaba. Me parecía estar oyendo con la mayor claridad cada una de las palabras pronunciadas. En un momento él acercó su cara a la mujer y agarró su brazo con manos que semejaron garfios. La mujer echó su cuerpo hacía atrás y se soltó violentamente de su opresor. Gritó. Un gesto desagradable inundó su bello rostro, y con determinación se alejó, corriendo.
Unos pocos metros separaban a una pareja de la otra, y sin embargo toda una vida de ilusión y reproches conformaban ambas actitudes.
Hay millones de líneas escritas sobre el amor y el desamor. En ningún texto encontramos resuelta la causa. Me inquieta esta incógnita amorosa. Cada uno soñamos con una relación que mantenga la quimera de eternamente juntos. Pero las horas de amor imperecedero son cada día menores.
Muchos se quedan solos, como el joven que se escondía detrás de un diario. Otros cambian de pareja de continuo. Muchos conviven juntos como grandes amigos, no como enamorados.
¿Qué agotó el amor? Quizá nos falla la confianza, y perdemos nuestra autoridad ante el otro, y eso nos desdibuja y nos anula. O rechazamos los retos de la diversidad y nos confabulamos contra la diferencia que presenta la relación día a día. También puede ser que la comunicación se torne tediosa. Tal vez no estamos seguros de ser amados, y el miedo a la ruptura y a la incertidumbre nos lleva a hipotecar nuestro yo.
Cuando he observado el amor de los amigos verdaderos, he podido detectar una aceptación incondicional. Exenta de críticas y plena de colaboración desinteresada. En el amor entre dos deberíamos aprender a replicar la amistad y afianzar el gozo sexual con total respeto, abriendo nuevas vías de deleite que conviertan cada encuentro en único.
Siena y la Piazza del Campo va tiñéndose de los rayos tardíos, y regresamos hacia Roma. En el coche apenas hablamos. El cielo muestra nubes de un gris platino, como si prometieran nieve.
Me gustaría que vuestros comentarios se orientaran hacia cómo recuperar el amor. ¿Cuál sería el plan de acción para lograrlo?
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El cuento del suave pino y el duro roble (140)

El objetivo de hoy es que aporteis vuestras ideas sobre la templanza y cómo se puede lograr en nuestras vidas.

Espero vuestros comentarios.

Érase una montaña tan, pero tan alta, que nunca era posible ver la cumbre; primero porque la vista no podía llegar tan alto, y segundo porque ella siempre estaba cubierta de nubes, de muchas nubes; sólo el viento podía llegar a esa altura. En el tope de la montaña había también algunas piedras, siempre acurrucadas por el frío, no había animales y en ella habitaban dos árboles; ellos eran muy valientes porque eran los únicos capaces de vivir en ese sitio, donde siempre había nubes, y casi no había Sol. Los dos árboles estaban uno al lado del otro, y ambos eran muy altos, tan pero tan altos, que ni siquiera con la imaginación más grande era posible ver sus copas.

Uno de ellos era un Roble, muy elegante, duro y serio; él se creía el árbol más fuerte y bello de todo el mundo; a su lado el otro árbol era un Pino, también muy elegante, pero no tanto como el Roble, era más blando y tierno, no tan fuerte, pero sí tan alto como el Roble; sus puntas estaban a la misma altura, claro con ciertas pequeñas dudas: el Roble era considerado como el mejor de los dos.
Un día de Diciembre, que era el mes de mayor frío, un viento del Sur sopló y sopló, ambos árboles sintieron que ese viento no era igual al de todos los días, era más caliente como son los vientos del Sur, era mucho más fuerte, entonces el Roble se dijo:
«Con mi fuerza y mi poder no hay viento que me asuste».
El Pino, un poco más sencillo, se dijo:
«Ese viento es peligroso, no se calma, más bien aumenta de intensidad; esto no me gusta».
El cuento del suave pino y el duro roble (140)
El Viento sopló más y más fuerte, algunas de las piedras del piso se movieron de su sitio e incluso, algunas se hundieron en la tierra, las nubes se movieron con tal rapidez que sólo se les veía por un instante y ahí no terminó todo; el viento se puso aún más fuerte. El Roble no temía, él era fuerte y duro, y aguantaría cualquier cosa; el Pino que era más blando se comenzó a doblar y a doblar, e incluso hubo momentos en los cuales la punta del Pino tocó el piso, este sentía por eso gran dolor, pero se doblaba y no se partía. El Roble comenzó a doblarse y doblarse, pero era tan rígido y fuerte que al no permitir que él mismo se doblara, empezó a resquebrajarse y a perder sus ramas.
El Pino lo observó y le dijo:
«Déjate doblar, así no te partirás».
Pero el orgulloso Roble, le contestó:
«No, yo soy fuerte y no me doblaré, yo aguantaré, ya tú verás».
Al Pino no se le partió ni una sola rama, pero el Roble al no permitir que sus ramas se doblaran, empezó a perderlas e incluso perdió parte del tronco; el Pino le decía:
«Amigo, si no te doblas, te vendrás abajo, no te resistas».
Y el Roble le contestaba:
«No permitiré que mi cuerpo, hermoso y elegante, se doble».
El viento sopló más fuerte, tan fuerte que ya las palabras no se oían; sólo se escuchaba el chirrido agudo que atormentaba los oídos y que sólo lo produce el viento al soplar muy fuerte. En ese momento el Roble comenzó a partirse por la mitad; el Pino viendo aquella situación decidió doblarse al máximo y así al acercarse, pudo soportar el peso del Roble y logró que éste no se partiera y muy poco a poco, fue logrando que el Roble se doblara hacia él, siempre, el Pino sosteniéndolo y de esa manera el Roble pudo tolerar la inmensa furia del viento.
Poco a poco el viento pasó, tardó días en dejar de soplar por completo, el Pino sentía un gran cansancio, no sólo por luchar contra el viento, sino por tener que soportar el enorme peso del Roble para que éste no se partiera, y por ello el Pino, nuestro amigo, quedó extenuado. Al terminar de soplar el viento, el Roble se pudo enderezar y el Pino quedó doblado, había sido tanto el esfuerzo que no pudo enderezarse; el Roble había perdido parte de su tronco, muchas hojas y ramas, pero estaba todavía en pie y al ver al Pino doblado le dijo:
Amigo Pino, «¡qué gran amigo eres tú!, te has sacrificado por mí, que incluso te despreciaba por tu debilidad; me has demostrado que la debilidad en algunos momentos de la vida, es lo que más fuerza nos da y que hay que ser flexible y eso te permite tolerar los vientos más fuertes, y me has enseñado que la fuerza está en la amistad y en la tolerancia. Gracias, querido amigo, de los dos, tu eres el más fuerte y aún doblado, eres el más bello de nosotros dos».
Y así, luego de ese gran susto, ambos árboles estando aún de pie, fueron grandes amigos y lograron crecer aún mucho más, con el tiempo y con algunas ramas del Roble que ayudaron, nuestro amigo el Pino logro enderezarse y hoy por hoy, es un Pino muy derecho y muy bello.

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Deliciosa Martha. Videoblog (139)

Cada una de las secuencias nos transporta a vivencias personales. Nos enseña a resolver algunas de las inquietudes que juguetean dentro de nuestro artesonado emocional. A través de Mario aprendemos que, aunque nos gusten las risas y la frivolidad, se puede ser muy directo y sincero cuando las circunstancias nos exigen que definamos sentimientos y actitudes.

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Deliciosa Martha. El encuentro entre una colérica y un sanguíneo (138)

En el film Deliciosa Martha, de Sandra Nettelbeck, Martha Klein (Martina Godeck) es una afamada chef de un restaurante en Hamburgo que se dedica a la new cuisine. Martha es una neurótica perfeccionista obsesionada por la cocina. Necesita controlar todo lo que le rodea, y cuando no lo consigue, sufre ataques de ansiedad que resuelve metiéndose en el congelador. Sin vida social, Martha focaliza su atención en su pasión culinaria, e intenta alimentar a su psicoterapeuta, al vecino recién llegado, o a cualquier persona para justificar las horas que dedica a este menester.

Nettelbeck trata magníficamente la necesidad de transformación de Martha incorporando a su vida dos personajes. Por un lado a una sobrina, hija de su hermana, fallecida en un accidente de coche, y de otro a un chef italiano, contratado para suplirla mientras ella soluciona su nueva situación familiar. Estas dos personas desestabilizan a Martha, pues le exigen adaptarse a una situación que nunca antes había vivido. Lina, que así se llama la sobrina, es una niña de 8 años, nada fácil, que rompe el relativo confort del que disfrutaba Martha hasta la fecha. Esta incorporación a su vida la obliga a cuidar e intervenir sobre actitudes de la niña que le sobrepasan y le asustan por igual. El segundo intruso, Mario, es un divertido, empático y apacible colaborador que se gana a todos los compañeros y a la propia Lina rápidamente, obligando a Martha a ceder parte de su terreno.
Deliciosa Martha. El encuentro entre una colérica y un sanguíneo (138)
Hay momentos espectaculares en los que cada personaje refleja lo mejor y lo peor de sí mismo. Desbordamientos, negativas, irreflexiones. Enfados y alegrías que van secundándose unos a otros, entretejiendo el entramado de esta comedia deliciosa y entretenida.
Cada una de las secuencias nos transporta a vivencias personales. Nos enseña a resolver algunas de las inquietudes que juguetean dentro de nuestro artesonado emocional. A través de Mario aprendemos que, aunque nos gusten las risas y la frivolidad, se puede ser muy directo y sincero cuando las circunstancias nos exigen que definamos sentimientos y actitudes: «Yo no necesito trabajar aquí. Puedo hacerlo en cualquier otro sitio. Pero quiero trabajar aquí porque te admiro, y es un gran honor para mí aprender de ti, y poder cocinar contigo. Aunque me gusta más trabajar donde me aprecian. Así que, si quieres que desaparezca, dímelo y me iré inmediatamente».
Martha tiene en cuenta a sus compañeros y cede a la presiones de todos en aras de mantener en el equipo al afable Mario. Poco a poco, Mario va ganando el corazón de ambas mujeres, e inician un acercamiento que se tensiona cuando el padre de Lina viene a buscarla. Martha revive su dificultad para enfrentarse a sentimientos intensos, que no sabe manejar.
Cuando se va la niña, Mario intenta consolarla, y Martha, desbordada por su incapacidad de vivir emociones fuertes,  le echa de su casa y de su vida.
Quizá cada uno de nosotros necesitamos vivir una presión, una pérdida, para situar nuestros sentimientos en una realidad y encontrar el equilibrio.
El videoblog que publicaremos mañana, nos ayudará a disfrutar de un cineforum y a comentar los diferentes aspectos de esta comedia, que muestra dos temperamentos muy diferentes y muy complementarios. Mario, un sanguíneo lleno de luz, y Martha, una colérica con necesidad de ajustes emocionales.
Debatid, a puntualizad, a participad con lo que se os ocurra. Todo esto sólo tiene sentido si estáis al otro lado.
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