El sábado 7 de diciembre a las 12 horas, cuando empezaron a sonar las campanas de mediodía en todas las iglesias de Siena, entrábamos en el laberinto de calles que bordean la Piazza del Campo, eligiendo en este caso la Vía di Citta, que accede a la Piazza a través de una escalera por detrás de la Fonte Gala.

Nuestros pasos fueron ralentizándose a medida que se abría a nuestros ojos aquella magnificencia. No podíamos definir qué era lo que nos impedía acelerar el paso, si el color de su empedrado marrón alineado en formas perfectas, o su Palazzo Pubblico gótico de 1342, o el conjunto de gentes, cielo y construcciones contenidos en un marco incomparable.
Nos embebimos de sustancias, de múltiples sensaciones, dentro del pasadizo que nos transportaba a un lugar irrepetible. Habíamos oído decir que la Piazza del Campo era la más bella y animada de Italia. Inclinada, semeja un inmenso teatro, en cuyo escenario estaba el Palazzo Público, desde donde parten ocho líneas que dividen este inmenso graderío en nueve sectores, simbolizando los nueve representantes que regían antaño esta próspera urbe.
A eso de las dos de la tarde empezamos a notar el frío de este día cercano al invierno, y decidimos tomar algo caliente y reconfortante en alguno de los cafés – restaurantes que bordean la zona norte de la Piazza.
Buscando el amor. Recuperar la ilusión perdida (141)
Entramos en Il piano. Buscamos un lugar resguardado, donde unas mesitas redondas, revestidas con un mantel sencillo, fueron nuestras compañeras, junto con dos minestrones en cazuelas muy pequeñas. Era un lugar estratégico por lo cercano a las cristaleras, desde donde podíamos observar toda la zona y sus gentes. En frente de nosotros estaba un joven. Entre sus manos un periódico de la ciudad con el que se parapetaba para escudriñar el entorno. Giraba su mirada ante cada personaje que pasaba más o menos cerca. Si coincidía su mirada con alguno de los observados, rápidamente bajaba sus ojos y los centraba en el diario.
A la izquierda, en una mesa muy cercana, se encontraban dos jóvenes que parecían extraídos de una revista de moda. Ella, rubia, con gafas de diseño, labios carnosos pintados de escarlata, y unas formas exuberantes escondidas tras su ropaje negro. Él era de complexión suave, y lucía una melena castaña oscura que le llegaba hasta el final del cuello. Vestía unos pantalones de franela, y su gabardina gris de tres cuartos pendía de la silla.
De pronto, ella tomó entre sus manos la cara del joven, e inclinándose le dio un beso en la boca con fruición y ansiedad, llena de una pasión que el joven correspondió acariciando con sus dedos largos y finos el hombro de la muchacha, atrayéndola un poco más hacia su pecho. Una vez separados los labios iniciaron un juego de miradas y caricias delicadas y profundas. Me sentí ajena a todo lo demás, y agradecí a la pareja su calurosa aproximación romántica. Una sensación de intimismo roto me hizo girar la cabeza en dirección contraria.
Sentado dos mesas más allá, estaba un hombre de mirada penetrante y ceño fruncido. Enfrente una mujer muy delgada, de ojos grandes melados y una nariz recta, con aletas bien dibujadas. El hombre gritaba. Me parecía estar oyendo con la mayor claridad cada una de las palabras pronunciadas. En un momento él acercó su cara a la mujer y agarró su brazo con manos que semejaron garfios. La mujer echó su cuerpo hacía atrás y se soltó violentamente de su opresor. Gritó. Un gesto desagradable inundó su bello rostro, y con determinación se alejó, corriendo.
Unos pocos metros separaban a una pareja de la otra, y sin embargo toda una vida de ilusión y reproches conformaban ambas actitudes.
Hay millones de líneas escritas sobre el amor y el desamor. En ningún texto encontramos resuelta la causa. Me inquieta esta incógnita amorosa. Cada uno soñamos con una relación que mantenga la quimera de eternamente juntos. Pero las horas de amor imperecedero son cada día menores.
Muchos se quedan solos, como el joven que se escondía detrás de un diario. Otros cambian de pareja de continuo. Muchos conviven juntos como grandes amigos, no como enamorados.
¿Qué agotó el amor? Quizá nos falla la confianza, y perdemos nuestra autoridad ante el otro, y eso nos desdibuja y nos anula. O rechazamos los retos de la diversidad y nos confabulamos contra la diferencia que presenta la relación día a día. También puede ser que la comunicación se torne tediosa. Tal vez no estamos seguros de ser amados, y el miedo a la ruptura y a la incertidumbre nos lleva a hipotecar nuestro yo.
Cuando he observado el amor de los amigos verdaderos, he podido detectar una aceptación incondicional. Exenta de críticas y plena de colaboración desinteresada. En el amor entre dos deberíamos aprender a replicar la amistad y afianzar el gozo sexual con total respeto, abriendo nuevas vías de deleite que conviertan cada encuentro en único.
Siena y la Piazza del Campo va tiñéndose de los rayos tardíos, y regresamos hacia Roma. En el coche apenas hablamos. El cielo muestra nubes de un gris platino, como si prometieran nieve.
Me gustaría que vuestros comentarios se orientaran hacia cómo recuperar el amor. ¿Cuál sería el plan de acción para lograrlo?