Desde la fundación de Roma hasta la caída de Constantinopla, el Imperio Romano pasó por numerosas etapas. Una de las más interesantes fue la época senatorial, en la que un romano prefería morir a faltar a su palabra o perder el honor. Los individuos eran responsables con sus decisiones de que la sociedad de la que participaban tuviera virtudes como la justicia, el honor, la paz, la alegría, la seguridad, la nobleza, la riqueza…
Una de las principales virtudes personales era la auctoritas. Una persona con esta virtud poseía el conocimiento y era ejemplo de otras dos virtudes: de la pietas, es decir, del respeto por el orden social, político y religioso, y de la industria, esto es, de la capacidad de trabajar con constancia y tenacidad hasta lograr los objetivos.
De otro lado estaba la potestas, que era el poder que se tenía en relación con un cargo socialmente reconocido. La potestas confería el poder de mandar, un poder que sólo requiere posición y que no es discutible, aunque puede ser rechazable.
En los momentos actuales conviene revisar de qué estamos investidos. La mayoría hemos conseguido puestos de poder que nos proporciona nuestro trabajo. Mostramos tarjetas de visita con rótulos vistosos y rimbombantes: directores generales, gerentes, managers, palabras que en su ampulosidad dejan boquiabiertos a propios y a extraños, mucho más si la empresa a la que representamos está en el Ibex 35. Algunos conocidos han abandonado pequeños proyectos que les interesaban en aras de volar a organizaciones prestigiosas con ofertas de puestos de renombre. Ciertamente han logrado potestas, pero tal vez sin auctoritas. Algunos otros están luchando denodadamente por ideas que permiten el cambio, y su auctoritas hace posibles nuevos progresos.
Pensamos que dar órdenes lleva implícita la obediencia. La potestas no conlleva el éxito en el mando. Mientras que estar imbuidos de auctoritas provocaráque los equipos nos escuchen, nos sigan, compartan el conocimiento y el respeto por la sociedad y su bienestar.
Luchemos por aumentar nuestro grado de auctoritas y abandonemos la búsqueda de una potestas falaz y vacua. La auctoritas nos confiere capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre cualquier aspecto de la vida, y esta virtud la generamos independientemente del cargo. Es una cualidad que se logra con el desarrollo personal.
Si anhelamos potestas viviremos dependiendo de lo que los demás nos otorgan. Y lo perderemos con la misma inconsistencia con que lo hemos logrado.
La sociedad actual tiene adormecidos a los poseedores de auctoritas, y sólo cabe promover que despierten de su sueño para seguir avanzando un poco más cada día.
Convendría que vieras este video unas cuantas veces para que compruebes el daño de la potestas y evites caer en ella.
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