«El metal es austero como una extensa pradera desolada antes de las lluvias invernales, tan afilado como el alto pico de una montaña asomándose a través de la neblina a un cielo limpio y despejado.» Así introduce el metal Harriet Beingfield y Efrem Korngold en su libro Entre el cielo y la tierra, un buen tratado para entender la medicina china. A la vez es una bella introducción para acabar nuestro trabajo sobre las proteínas y la alimentación emocional.
Los hombres, que tanto queremos saber sobre la alimentación equilibrada y sus efectos positivos en el cuerpo, pocas veces nos fijamos en la sabia mirada que la cultura oriental tiene sobre la naturaleza, sus cambios climáticos, las estaciones y todo aquello que le permite aprender de sí mismo en las expresiones simbólicas externas. Para los orientales, el organismo es una imagen de todo lo que sucede a su alrededor. Estudian los movimientos de su ecosistema para optimizar y alargar lo más posible su bienestar físico. Los occidentales, por el contrario, consideramos nuestra configuración física como una estructura aislada de nuestro entorno, que no aprende ni se conduce en él. Somos prohombres (me asusta pensar en superhombres) que obviamos ciertas leyes naturales y que articulamos nuestra vida, nuestra alimentación, nuestra higiene y nuestros sentimientos sin considerar que lo que ingerimos y la forma en como nos conducimos es, en cierto modo, nuestro sostén energético. Cuidar el cuerpo significa cultivar el discernimiento sobre aquello que es más adecuado para el sistema orgánico, con la consiguiente supresión de ciertos alimentos que nos subyugan y nos maniatan con su atractivo sabor y sus efectos sobre las emociones.
Parece haber una confabulación del hombre occidental contra sí mismo. Ya hemos visto, en este sentido, los excesos que cometemos con los hidratos y las grasas, así como la manera más adecuada de ingerir estos alimentos. Para ampliar cuál es la forma más sana de consumir las proteínas, nos fijaremos en nuestros aventajados amigos chinos, revisando el estudio pormenorizado que han realizado sobre el metal y su simbolismo con la estructura de nuestro organismo.
Como hemos visto en los post anteriores, los aminoácidos conforman y fabrican los elementos más importantes para el desarrollo físico, emocional e intelectual del individuo. Los neurotransmisores, las hormonas, el sistema neurológico y cada uno de los sistemas que componen el organismo humano dependen del correcto aporte de proteínas para el cuerpo.
Siendo el más importante de todos los macronutrientes, sin embargo, no es el que mayor cantidad de ingesta necesita. No se trata de la cantidad, sino de la calidad, la oportunidad, y de su capacidad de síntesis. Para ello, es imprescindible el equilibrio de los azúcares, de las grasas y del resto de micronutrientes que iremos viendo en los próximos post.
El metal, el otoño, el final del verano, es la representación para los orientales de las proteínas. Todo acaba y a la vez se inicia. Atrás han quedado los días de cosecha y los campos se han quedado secos después de entregar sus productos. Las hojas de los árboles inician su caída una vez más, y van descomponiéndose dejando su orín sobre la tierra y devolviendo al terreno los metales que requiere para enriquecerse de otro comienzo. En el otoño se esconden los fríos del invierno pasado, las lluvias primaverales, los primeros rescoldos del sol, los débiles rayos del septiembre tardío. El otoño se desprende de los calores, se prepara para la carencia del invierno y se abriga entre matorrales y hierbas caídas que le saturan de las esencias envejecidas que en su descomposición le enriquecen.
Es el momento de eliminar lo innecesario, de guardar únicamente aquello que sea imprescindible para el largo y tedioso invierno. La vida se va ralentizando y replegando hacia dentro.
El metal procedente de la tierra es una sustancia pura que se genera por un proceso de reducción. Atendiendo al proceso alquímico de convertir los metales básicos en oro, esta fase representa la transformación de los materiales groseros en «esencia» pura. Al igual que este símbolo ambiental, el organismo depura de los groseros alimentos la esencia suprema para convertirla en el mecanismo sobre el que gira el poder y la fortaleza del ser humano. Cada una de esas partículas florece en todo el ser para darle la consistencia que le permite madurar hasta llegar a envejecer.
La materia vuelve a su origen preparándose para su posterior renacimiento. Los frutos podridos dejan sus semillas, y el material que se descompone nutre el germen que se producirá en primavera.
El metal invita al recogimiento, a la mirada interna, con un sentimiento de recoger, de guardar. El Nei Jing dice que la energía metal es cortante, retractiva y supresora.
Este macronutriente nos enseña la necesidad del desapego, del desprendimiento de lo viejo, para logar lo máximo. El abuso de este nutriente nos evidencia como personas posesivas, apegadas y con gran miedo a perder. El cuerpo, cuando ha ingerido muchas proteínas, tiende a acumular substancias de reserva innecesarias que provocan desarmonías físicas importantes. Además el exceso de proteínas propicia el miedo a lo desconocido y nos somete a los recuerdos de lo que hubo y no volverá. Nos arrastra por las evocaciones del verano que se fue y nos aleja de la actividad. Las proteínas evitan la acción y nos abocan a pensar en lo que podría haber sido si lo hubiésemos conseguido.
Cuando nos apegamos al metal envejecido aparece la tristeza por los recuerdos, por lo que no hemos dejado ir. Muchos recuerdos marchitos no permiten que los árboles suelten sus hojas para enriquecer la tierra. Todo lo que guardamos de un año para otro dentro de nuestro organismo no nos renueva, nos anquilosa y nos detiene. La avaricia es un vivo reflejo de un cuerpo lleno de proteínas viejas, de una inadecuada síntesis y una ineficacia alimentaria que sólo conduce a la depresión y la repetición de lo arcaico y decrépito.
Si bien las necesidades de este macronutriente son diarias, no se necesita que cubran más de un 15% de la totalidad de los alimentos del día. Hay que comer una proteína al día de origen animal cómo máximo, legumbres o cereales una o dos veces en semana, y además las vegetales, amén de seguir las consideraciones sobre el triptófano.
Al elemento metal le estimulan los sabores picantes y el color blanco, y se equilibra con alimentos de energía concentrada propios del invierno, como las raíces. Los nabos picantes y blancos son los más «resonantes» con este metal. El picante suave, como el jengibre, estimula el intestino grueso y las secreciones digestivas, además de ayudar a limpiar los tejidos.
Probad a tomar una infusión de jengibre muy suave antes de las comidas, pues os ayudará a hacer la digestión y eliminar alguno de los residuos innecesarios.
Cuando notéis que aflora el apego, el miedo a la falta de los resultados esperados, la avaricia por los logros, la tristeza, y ante todo la pasividad para llevar a término vuestros planes, revisar la distribución proteínica diaria.
Seguiremos hablando de alimentación emocional y el resto de nutrientes, por lo mucho que nos ayuda a superarnos desde nuestro día a día, a través de nuestro propio cuerpo y revirtiendo en nuestra vida emocional.
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