Algunos estudiosos de los años 70 llegaron a la conclusión que ser resiliente era una patología. Consideraban que se trataba de una enfermedad emocional caracterizada por cierto grado de insensibilidad que impedía que las situaciones estresantes afectaran a las personas implicadas. No se trataba pues de unas cualidades especiales, sino de una imposibilidad para sentir las crisis. Rebatiendo estas teorías, los expertos de la década de los 90 estimaron que la resiliencia es un ajuste saludable ante la adversidad, donde se dan unas condiciones que favorecen la maleabilidad ante procesos críticos y límites.
Aceptando esta verdad inmutable de la cualidad adaptativa de unos frente a otros que se desmoronan y desfallecen ante cualquier cuestión que les supera emocionalmente, quisiera indagar sobre lo que he dado en llamar el elitismo de la resiliencia. Pienso que las personas son resistentes para unas circunstancias muy claras, para las que se sienten competentes, y por el contrario, se sienten sobrepasadas por otras experiencias de igual gravedad.
He conocido a muchísimas personas que tienen un gran nivel de resiliencia en su vida personal, no desfalleciendo ante una enfermedad suya o de un familiar, que permanecen impertérritos cuando les abandonan personas hasta ese momento muy queridas, que continúan con sus actividades sea cual sea la calamidad. Son competentes y proresilientes en la batalla de los afectos y la vida íntima.
Por el contrario, he visto a estas mismas personas derrumbarse ante un despido, la falta de valoración de sus jefes, el rechazo a algún proyecto novedoso o el cambio de puesto de trabajo. En fin, crisis de índole profesional que otros superan con facilidad, y ante las que ellos se quedan sin capacidad de respuesta y sumidos en una pérdida de autoestima inexplicable.
Lo peculiar de estas casuísticas es que los valores aplicados para un caso u otro son los mismos. Es decir: que cuando existe la resiliencia aparecen valores como la confianza, la valentía, la aceptación de la diversidad, la fuerza y el compromiso, el deseo de sobrevivir con un sentimiento de reto, y con un elevadísimo control emocional. Y en el caso del derrumbamiento o antirresiliencia fallan estos mismos valores que antes parecían implícitos e incuestionables en estas personas. De pronto se sienten sumidos en un desequilibrio emocional, surgen sentimientos de impotencia, no pueden asumir el reto ni el compromiso que requiere la situación. En suma, una falta total de adaptabilidad con un desmadejamiento insólito. Dos caras de una misma moneda que nos hacen pensar que la persona es una caja de sorpresas en la que la mayor incógnita es ella misma.
Seguramente vosotros podréis contar infinitos casos donde esto se produce. En vosotros y en vuestros familiares y amigos.
No hay comentarios