La anciana cruzó tambaleante el dintel de la puerta. Sus manos huesudas se agarraron a las maderas, y con gran esfuerzo entró dentro de la sala. Un hombre, de unos 75 años, se levantó acelerado, aunque tambaleante, para ayudarle. Se desplazaron con cierta lentitud por el restaurante hasta una mesa colindante a la mía, en la que les esperaban un grupo de ancianos.
La recién llegada (no pude abstraerme de escuchar sus palabras exaltadas) había participado en un debate sobre el envejecimiento precoz y algunas enfermedades degenerativas, de las que prefería no decir el nombre. Sus movimientos expresaban su clara oposición a los argumentos de los ponentes. Ella (según sus palabras) tenía una funcionalidad cerebral extraordinaria. El problema lo tenía en su cuerpo. En sus articulaciones, que le dolían hasta paralizarla. En sus pies, que la torturaban… Ejemplificaba la explicación señalándose cada zona y evidenciando su deterioro mediante un gracioso y esperpéntico movimiento.
La cuestión había despertado su interés, y aunque algunos le parecieron unos «dementes», la síntesis general era muy positiva. Quería que todos los asistentes participaran en esta discusión, que consideraba muy relevante y oportuna. Alzó un poco la voz, y dijo: «Somos un colectivo importante, por el número y por nuestra posición social. No cabe duda de que representamos una carga económica para este país de jóvenes. Nuestro deterioro, y el peso que ello representa, les preocupan enormemente. No tanto por nosotros. Lo que se esconde detrás de toda esta polémica es por un lado, la dimensión a la que puede llegar el problema si no lo detienen, y por otro, que no saben qué hacer con esta situación». Un joven debatiente preguntó al resto de compañeros si comprendían que ellos mismos estarían en esa situación en breve. «El tiempo pasa rápido, y antes de que una brizna de aire corra, otros estarán analizando nuestro caso», dijo el muchacho, bastante afectado por sus palabras.
Se hizo un gran silencio. Los que escuchábamos resolvimos que también el tema nos incumbía. El anciano que había salido a socorrerla tomó la palabra, y su voz grave me conmovió. «Mi vida intelectual es mucho más activa que cuando trabajaba. Han pasado más de 15 años desde mi jubilación. Mis únicos achaques han sido dos operaciones de prótesis de mis dos rodillas. Estas lesiones han disminuido mi celeridad para acudir a foros, asistir a ponencias en las que he participado activamente…»
Estas manifestaciones fueron secundadas por otras parecidas. Cada uno de los allí presentes relató alguna lesión ósea, y la dependencia familiar que se originaba por ello.
Poco a poco, el interés de los que estábamos alrededor fue decayendo. La magia que trasmitió la primera anciana había desaparecido. Pasadas las cinco de la tarde, cuando se disolvió la sobremesa, me acerqué a la mujer y le pregunté qué pensaba sobre la cuestión física planteada. Su mayor interés era que se respetara su capacidad intelectual y que se fijaran cotas de atención hacia otras deficiencias que quizá tenían su origen en cuestiones mucho más físicas y que podían estar desatendidas. Y quizá podían ser resueltas.
Me comentó que muchas de sus amigas vivían un deterioro estructural que les impedía participar de aquellas charlas culturales. Ellos se reunían una vez por semana para comentar libros, asistir a conferencias y ser testigos de adelantos sociales de cualquier índole. Para todo ello era imprescindible desplazarse desde sus domicilios, y muchos conocidos no tenían esa posibilidad. El motivo de su asistencia al debate eran los problemas derivados del envejecimiento de la sociedad. Según ella, había que hacer otra lectura de la situación. Quería, y así me lo hizo saber, que los jóvenes buscaran las raíces del porqué se deterioraban tantísimo los huesos de las personas. Entonces le dije que en algunas sociedades este problema se daba más que en otras, tal vez por el clima, la alimentación, los cuidados preventivos…
Me informó de que cada una de las personas allí presentes habían tenido importantes cargos profesionales. Unos habían sido catedráticos, otros ingenieros, algunos investigadores, bastantes abogados. Y todos de gran prestigio. Me confirmó esta relevancia haciendo referencia a invitados y personajes de la vida social que habían acudido a sus fiestas. Afirmó además que todos ellos se habían retirado de la vida profesional cuando aún podían trasmitir su conocimiento y experiencia a muchos jóvenes.
Pretendía lograr por parte de la sociedad y las instituciones el respeto a sus mentes y el cuidado de sus cuerpos. Pensaba que habría que instaurar un servicio de ayuda especial para que todos estos amigos pudieran desplazarse fácilmente.
La prevención. Ahí estaba el matiz en el que quería incidir. Qué provocaba ese deterioro y esas minusvalías corporales. Mi activista consideraba que era necesario un estudio sobre qué y por qué ella estaba en aquellas condiciones.
Me despedí, y por la calle fui observando cada una de las personas que mostraban alguna deficiencia en su caminar, en sus movimientos. Observé a todos y cada uno de los transeúntes con los que me crucé. Muchos más de los que me habría gustado caminaban torpemente; sus espaldas se doblaban, sus manos estaban deformes.
La osteoporosis tan temida está minando la movilidad de nuestros mayores. ¿Cuál es su origen, cuál su casuística? Los estudios parecen apuntar a que estas situaciones se deben a una deficiencia de calcio, uno de los minerales más importantes para la estructura humana.
La próxima semana hablaremos de ello. Hoy sólo quiero movilizar nuestra mirada para ayudar a los ancianos. Para que escuchemos su sabiduría y pongamos nuestros brazos todavía fuertes a su disposición. Sólo así podrán llegar a todos los lugares con los que sueñan. También trataremos el tema de cómo cuidarnos en el presente para tener un excelente futuro.
Os recuerdo que el calcio está en las almendras, las espinacas, las legumbres verdes, el tofu, la soja, la leche y derivados y el pescado graso, como las sardinas, el salmón, etc.
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