¿Callar o hablar? Floren se siente impotente para decidir cuándo decir o cuándo escuchar. Desde la infancia, sus conflictos más recurrentes surgen por su incompetencia para decidir cuándo es aconsejable estar en silencio o en qué momento debe contestar.
Si alguien le recrimina su inoportuna intervención, o que lleve varias horas en silencio, se disculpa con el glorioso pasado familiar, en el que sus padres le reprendían hiciera lo que hiciera, enmudecer o parlotear. Floren piensa que esta falta de criterio para educarla le ha llevado a este caos comunicativo.
Sentada frente a su vida, a punto de encontrarse con el abogado que lleva su caso de separación, revive los problemas con su pareja. Nada nuevo bajo el sol, desde luego; sin embargo, no por ello menos doloroso. Paco le había dado su ultimátum hacía tres meses. «No podemos seguir así. Llevamos más de dos meses sin dirigirnos la palabra. Cuando pretendo indagar en tus sentimientos, o te pido que me aclares tus puntos de vista sobre lo que nos ocurre, me encuentro con un silencio frío y distante que me hiere y me aleja de ti cada día más. Y luego te pones a monologar cuando leo, escucho música o necesito estar a solas conmigo mismo».
Este desequilibrio que Paco le reprocha convierte su vida en una contienda permanente consigo misma.
Su tendencia es callar cuando es prioritaria una palabra que resuelva una situación. En múltiples ocasiones una palabra habría solucionado conflictos, tanto en su vida de pareja como con los amigos. En el trabajo perdió oportunidades para la compañía por no hablar cuando la ocasión lo exigía. El nudo en la garganta atenaza sus cuerdas vocales mientras que una punzada en la frente provoca un dolor agudo de cabeza. Siempre es igual. No tiene éxito en nada. El ahogo, el pinchazo y silencio.
Por otro lado, si las circunstancias exigen silencio, la mente se inquieta y la zozobra interior acaba desencadenando un movimiento exagerado, y se pone a hablar sin tino. Dice cosas que no aportan valor, que incomodan y que suenan como un estruendoso sonido que resulta muy molesto.
Paco lo había explicado muy bien. Para él parece claro que la solución está en el silencio. En poner fin a su incansable parloteo.
El bloqueo de sus palabras. Hay algo detrás de ese silencio que augura miedo, inseguridad, quizá hasta timidez. El temor al rechazo o desprecio de sus sentimientos. Paco no lo sabe, pero en su fuero interno es incapaz de soportar que no acepten sus emociones tan álgidas, tan a flor de piel. El silencio surge después de sentir un vahído de sentimientos y sensaciones que la acongojan y la hacen tremendamente vulnerable.
Floren no comprende este estado, pero sabe que tiene que hacer algo con sus emociones, y sólo se le ocurre expresarlas, sin tener en cuenta si los que la rodean se muestran receptivos.
En realidad nada es mejor ni peor. Ni callar ni hablar son adecuados aislados de un contexto concreto. El quid de la cuestión está en la oportunidad. Ella no es oportuna ni en un caso ni en el otro. Necesita aprender a decir aquello que es útil y aporta valor. Encontrar el sentido final de la palabra. En ocasiones sus palabras habrían salvado su mundo.
Callar. Cuánto esfuerzo inútil. Lo intenta sin éxito. Cuando no le prestan atención hace ruido para no sentirse sola. Habla de cualquier cosa. Aquí la solución puede estar en valorar sus palabras, y si no son más valiosas que el silencio, no decirlas. También debe intentar ser más discreta, pues no respeta la vida de los demás en su afán de ser escuchada.
Se deja caer y espera a que abran la puerta. Seguramente mañana podrá enfrentarse a su silencio, ese silencio que evita que su canal emotivo se desborde.