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Fumar, algo más que una adicción

Mi amigo dejó de fumar. Los médicos le aseguraron que tenía muy pocos meses de vida si continuaba fumando. La noticia nos la contó con la mirada perdida y un aire de víctima que por un momento consiguió afectarme. Muchos de nosotros, los amigos de siempre, le amenazábamos cada día con este posible desenlace.

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La rojigualda

Madrid se llenó de rojo y la algarabía inundó de fiesta las calles. La «Roja» fue aplaudida vitoreada, ensalzada y se enarbolaron las banderas rojigualdas profusamente. Los que venimos de lejos nunca antes habíamos visto tanta conexión. El bipartidismo quedó abolido por instantes. La gresca política, tan ácida y molesta, bajo la guardia y los de derechas y los de izquierdas gritaban del mismo modo y con el mismo ritmo.

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La motivación (164)

¿Conoces por qué a veces eres capaz de lograr lo que te propones y otras te sientes derrotado al primer intento? ¿Qué hace que tengas éxito en algunas de tus propuestas y en otras no? Muchas de estas respuestas están en investigar tu motivación y la satisfacción de tus necesidades. Desde las más básicas a las más elevadas.

La palabra motivación proviene de los términos latinos motus (movido) y motio (movimiento). En el campo de la psicología, motivación es lo que nos impulsa a realizar determinadas acciones y a persistir en ellas hasta el cumplimiento de nuestros objetivos.
La motivación (164)Podemos decir que la motivación se halla vinculada a la voluntad y al interés, de tal modo que tendremos una mayor capacidad para conseguir nuestros propósitos en la medida que nuestra voluntad e interés estén al servicio de los mismos. A veces, esto sólo depende de conocer un poco más cómo funcionamos.
Cuando hablamos de motivación queremos referirnos al ansia, al deseo, la necesidad, y la voluntad de lograr aquello que anhelamos, bien porque nos sentimos carentes de ello, o porque hay una intención de desarrollo o de autorrealización.
Para una persona con bajos recursos su prioridad será cubrir sus necesidades más básicas, y su motivación estará íntimamente ligada a lograr resolver estos déficits de supervivencia. Por el contrario, todos aquellos que vivan con un superávit económico tendrán una tendencia mayor al logro, al autorreconocimiento o al prestigio.
Podemos dividir las motivaciones en tres:
· Las fisiológicas o de primera necesidad, que son innatas en la persona. Todos tenemos la capacidad de alcanzarlas con mayor o menor esfuerzo. Y todos priorizaremos estas necesidades sobre otras.
· Las sociales, que están vinculadas al prestigio y logro social. Se relacionan con las habilidades para relacionarse con los otros, así como de beneficiarse y apoyar a las relaciones sociales. Algunas de las redes sociales han nacido de estas motivaciones.
· De autorrealización, que son distintas para cada persona. Se trata de obtener logros personales que estén enfocados hacia el crecimiento y el desarrollo personal.
Ahora bien, ¿cómo podemos lograr la realización de estas
motivaciones? Si enfocamos la motivación como un proceso para satisfacer necesidades, proponemos lo que se denomina el ciclo motivacional, basado en Chiavenato (I, 1998), cuyas etapas son las siguientes:
1. Homeostasis: es el estado de equilibrio en el que permanece el organismo humano hasta que recibe un estímulo.
2. Estímulo: se genera una necesidad. En ese instante se rompe el equilibrio y la persona busca resolverlo.
3. Necesidad: la necesidad, insatisfecha, provoca un estado de tensión.
4. Estado de tensión: la tensión produce un impulso que da lugar a un comportamiento o acción.
5. Comportamiento: el comportamiento, al activarse, se dirige a satisfacer dicha necesidad y alcanza el objetivo.
6. Satisfacción: si se satisface la necesidad, el organismo retorna a su estado de equilibrio, hasta que otro estímulo se presente.
Vamos a ver qué sucede en el ciclo motivacional y en qué parte del mismo se produce el bloqueo o fallo:
1. Homeostasis: falta de equilibrio por estados precedentes.
2. Estímulo: desfase entre la necesidad y la aceptación del esfuerzo para lograrlo.
3. Necesidad: depende de la voluntad y el interés que haya provocado el estímulo.
4. Estado de tensión: mal manejo del proceso e impaciencia por el resultado.
5. Comportamiento: reactivo
6. Satisfacción: frustración, con la consiguiente carga de tensión y la pérdida del equilibrio homeostático.
Cabe señalar que cuando se ha desembocado en esta insatisfacción pueden originarse ciertas reacciones como:
· Desorganización del comportamiento (conducta ilógica y sin explicación aparente).
· Agresividad (física, verbal, etc.).
· Reacciones emocionales (ansiedad, aflicción, nerviosismo y otras manifestaciones como insomnio, problemas circulatorios y digestivos, etc.).
· Alienación, apatía y desinterés.
Esto es una visión sobre las causas de los fracasos en nuestros objetivos y nuestros sentimientos de frustración. Puede haber muchas otras. En cualquier caso, el video que os adjuntamos puede daros muchas pistas de cómo aprender a superarnos.
Motivación:
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El viejo y el mar. La lucha por mantener la presa. (137)

Solo. La pesca debía hacerla solo. Le gustaría que el muchacho estuviera con él. «Pero él no está conmigo», se decía una y otra vez. Y pensaba: «No cuentes más que contigo mismo, y harías bien en llegarte hasta el último sedal aunque sea en la oscuridad y empalmar los dos rollos de reserva». Estoy sola mientras miro el infinito cielo que me separa de la ciudad de Monterrey. El piloto avisa que hemos subido por encima de los 10000 pies. Recuesto el asiento y cierro los ojos.

La soledad, cierta impotencia, el desasosiego…
Como el viejo, quizá el pez que he cogido es demasiado grande para mí. Voy analizando la envergadura de la misión en la que me he embarcado. Es posible que combinar la felicidad y el desarrollo personal con la operatividad y la eficacia sea una tarea compleja y demasiado ambiciosa. El viejo se preguntaba si quizá el pez había sido enganchado ya varias veces y había aprendido a escapar. Noto que quiero desligarme de este anzuelo que se clava fuerte en mi pecho. Otras veces lo he hecho. Ahora, quizá, la misión sea más profunda, de mayor calado, y necesite de toda mi profesionalidad. Quizá deba dejarme vencer y entregarme sin más.
El viejo y el mar. La lucha por mantener la presa. (137)Como el anciano marinero me gustaría que alguien estuviera conmigo. Quizá no lo cuidé cuando me acompañaba. Es posible que haya un poco de descuido cuando estoy cerca. Ahora en la añoranza es fácil pensar que voy a ser mejor.
Finalmente, la vida es como decía el viejo: «El millar de veces que lo había demostrado no significaba nada. Ahora lo estaba probando de nuevo. Cada vez era una nueva circunstancia y cuando lo hacía no pensaba jamás en el pasado». No importaba qué vez había sido la mejor, al igual que, en lo que a mí concierne, tampoco importa el llevar años haciéndolo bien. Es la asignatura de ahora la que interesa. Revalidar lo pasado me aleja de aprender esta materia que aún no he aprobado.
«-El pez también es mi amigo- dijo en voz alta- Jamás he visto un pez así, ni he oído hablar de él. Pero tengo que matarlo. Me alegro que no tengamos que tratar de matar las estrellas». Esta tarea es mi amiga. Lo sé desde el principio. En realidad, todas las metas que nos marcamos nos forjan como personas y nos afianzan en un poder que está por encima de nuestros miedos. El viejo pescador no quiere renunciar a sus sueños. Cada una de las estrellas que penden de la infinitud son nuevos proyectos, nuevos peces gigantes que nunca deben derrocarnos. Si mañana tengo otra ilusión, será porque ya haya logrado esta. ¿Podré hacerlo? ¿Superaré el peso de mi carga? Mi anciano y yo seguimos luchando en la noche oscura, caídos los rayos del sol. El agua de la mar brilla tocada por la luz de la luna llena.
«No puedo fallarme a mí mismo y morir frente a un pez como éste – dijo -. Ahora que lo estoy acercando tan lindamente. Dios me ayude a resistir.» No es el momento de fallarnos. Nada puede ser más importante que aprender a elevarnos de nuevo. Cada batalla tiene un pez único sobre el que hay que alzarse victorioso, y para ello hay que resistir a la desidia, a la desesperanza, a los deseos de huir. Mi viejo no era creyente. Ni pensaba que existiera el pecado. Ahora prometía rezar cien Padrenuestros y cien Avemarías. El Padrenuestro le costaba más. Era más fácil el Avemaría. Si, creyentes o no, buscamos apoyos intangibles cuando lo ignoto nos acobarda, si miramos a lo alto imaginando que una luz secreta nos acompaña, nos llenaremos de la fuerza necesaria para seguir. Y, como el pescador, prometemos rezos y cualquier cosa. Lo importante es sentir el nuevo impulso y continuar. A pesar de los daños, de las manos arañadas y cercenadas por los sedales. Los castigos no son nada. Lo importante es no perder la cabeza. Eso es lo que debemos cuidar. El sentido de la realidad. La coherencia es primordial. Mi anciano lo repite una y otra vez: que su mente esté cuerda para acabar esta faena única.
¿Cuándo empecé a sentirme como ahora? ¿En qué punto noté el ahogo y me derrumbé? En la página 51, Santiago, que así se llama mi héroe, decía: «Pero el hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado».
No quiero sentirme derrotada. Algo pesa demasiado dentro de mí. Los días y las noches suman muchos momentos en los que siento que aún puedo mucho más. Preferiría que la marea, los tiburones, el frío y el cansancio me destruyeran, a notar el hielo de la derrota aprisionando mi mente y mis sentidos. Hay que continuar.
«Debiste haber traído muchas cosas», pensó. «Pero no las has traído, viejo. Ahora no es el momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que hay.»
Seguramente fue en este instante cuando tomé conciencia del contenido de las páginas anteriores. Porque después de todo, el anciano todavía pensaba en lo que podía hacer. Su experiencia le decía que ya todo estaba perdido. El olor a sangre fresca atraería a más galanos o dentusos (tiburones de dientes muy grandes). Pero Santiago, mi viejo pescador, siguió hasta el final.
Un empujón más hacia la victoria. Ya casi no queda nada de su presa. Los tiburones han destrozado su pieza del día 85. Como había aventurado Manolín (así se llamaba el muchacho con el que había pescado los primeros 40 días), el día 85 era el día del triunfo. Aquellos malvados tiburones habían sido derrotados uno tras otro. Había perdido el arpón, el cuchillo que había atado al remo se fue con el dentuso. Aún tenía un remo y un bichero con el que golpear a todos los que se acercaran. Uno a uno golpeo mis miedos, mis dudas, mis temblores.
De su trofeo ya sólo quedaba la cabeza. A pesar de todo esto, mi amado Santiago siguió hasta el final. Fue destruido, pero nunca derrotado. Lo esencial va atado al bote de nuestra vida para siempre.
Arribó cerca de la Terraza. El pueblo entero estaba dormido. Dejó el bote en la orilla. Habían pasado casi tres días desde que se había adentrado en la mar. Subió sus aperos a la choza. Ni un solo instante pensó en dejarlos abandonados al rocío de la noche. Tuvo que pararse varias veces porque el cansancio le doblaba.
Reviso mi agotamiento y me sonrío. Me río del cansancio de todos, y de la queja de cada uno de los que conozco.
Manolín llega corriendo a la choza. Santiago dormía boca abajo. Manolín lloró cuando vio sus manos. Salió corriendo a la Terraza a traer un café caliente. Siguió llorando. No le importaba nada que le viera todo el mundo. Cuando volvió, esperó a que despertara, y fue calentando el café con unos leños. Hablaron de muchas cosas. Como se hablan los que luchan juntos. Los que conocen lo avezado de tu lucha. Los que respiran el mismo aire de batalla que tú, y que no cejan en esperarte y darte el aliento para la nueva confrontación.
Santiago y Manolín volverán a la mar juntos. En la choza, el viejo que durante 84 días no había pescado nada, duerme, y Manolín, sentado, le contempla.  Mañana será otro día.
Voluntad, confianza, una gran paciencia, la mayor motivación por conseguir los anhelos. Un objetivo claro y la disposición para hacerlo. Una relación entrañable en la que dos miran el mundo con ojos diferentes, pero hacia el mismo lugar.
El avión aterrizó. Cerré el libro y agradecí a Hemingway su riqueza literaria, aunque El viejo y el mar es algo más que un libro.
Este es el final del primer libro fórum. ¿Qué os ha parecido? Vuestros comentarios me ayudarán como siempre
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El viejo y el mar. Hasta conseguir lo que se busca (136)

No sé en qué momento sentí el nudo en la garganta y noté la humedad en mis ojos. Me recosté sobre los cristales del avión buscando esconderme de cualquier mirada. Mi compañero del 2H me había saludado cuando tomó asiento. Apenas le contesté. El libro permanecía recostado sobre mis jeans mientras mis manos temblorosas lo sujetaban.

Había pasado 54 páginas. Una a una las había embebido. Unas recogían momentos entrañables, otros de gran dureza. Muchísimas de aquellas líneas eran un recreo de la mar y el viento que tocaba las olas mientras los peces voladores jugueteaban buscando pececitos que asomaran su cuerpo fuera de las aguas. El personaje, un viejo pescador, confiaba en su experiencia en el arte de la pesca. Y era meticuloso, metódico. Aunque el día fuese aciago recogía sus aperos uno a uno. Con un cuidado impecable los subía hasta su choza para preservarlos del rocío de la noche.
El viejo y el mar. Hasta conseguir lo que se busca (136) «Yo prefiero ser exacto. Luego cuando venga la suerte estaré dispuesto.» Liberarse y dejar que el azar hable por nosotros. Quizá esa fuera una solución. Ser menos estricto, menos exigente con todo. Dejar que el barco viaje un poco a la deriva. Habían pasado más de 84 días sin pesca. Había salido a la mar un día tras otro, y los aparejos de la pesca habían vuelto vacíos. Los otros pescadores tornaban con sus botes llenos. Pero el anciano no dejaba las cosas al azar. La suerte de los otros contra su exactitud. Pensé en mis éxitos cuando otros habían fracasado. En mis amigos confiando en mi año tras año pese a las crisis, a los golpes de fortuna. Mi barca estuvo siempre repleta. Ahora había sido diferente. Algo no había hecho bien esta vez. Mi anciano y yo debíamos revisar qué nos pasaba. Quizá me faltó comprensión. No todo es conocer y saber. A veces hay que dejar que las aguas nos lleven sin perder el timón ni el rumbo.
El remaba solo. Contra la brisa, a favor de la corriente. Con los ojos dolidos del sol. Le dolían menos cuando miraban al Este. Y tomaba el aceite de hígado de tiburón, aunque todos detestaran su sabor. Él mismo se daba razones sobre la conveniencia de tal brebaje para mantener más saludables sus ojos y evitar los catarros y las gripes. Sin embargo, su barco volvía vacío, y el de sus compañeros lleno. Flexionar quizá un poco y hacer una mezcolanza de luces y sombras. A veces no basta con ser voluntarioso. Yo lo soy mucho. A veces demasiado. Pensé, como mi viejo lobo de mar, que eso era suficiente; sin embargo, los imponderables nos aplastan. Y hoy las redes vuelven vacías.
De vez en cuando su cabeza se despistaba pensando en su gran hobby, el béisbol, y se reprendía: «Ahora hay que pensar en una sola cosa. Aquella para la que he nacido. Pudiera haber un pez grande en torno a esa mancha». Conocía su propósito vital. Saber para lo que has nacido… Una pregunta constante. Tortuosa. Qué hago aquí. Para qué sirvo en este momento. Preguntas para las que mi viejo amigo había hallado la respuesta. Él era un pescador. Estaba allí para pescar el pez más grande del mundo y sólo tenía que escuchar, atender, avistar… El resto había perdido el sentido.
Volví la atención a la pista. Sentí correr las ruedas, y el balanceo de la cola elevando el cuerpo del avión. Monterrey quedaba abajo. Allí dejaba a mis amigos regios. Tengo que escribir mucho sobre ellos, pensé. He dejado muchos instantes bellos para escribir. Yo quería pescar el pez más grande del mundo en esta tierra. Sé que he nacido para esto. ¿O no?
Mi viejo pescaba bonitos y doradas para mantenerse fuerte. Pero su meta era un pez grande. Era el día 85 y estaba seguro que ese era el día.
Se había alejado mucho de la costa. Ya no podía ver las verdes colinas. El viento le llevaba al Nordeste. Pensaba en dejarse dormir e ir a la deriva. Pero no podía.
« ¡Ahora!», dijo en voz alta, y tiró fuerte con las dos manos. Ganó un metro de sedal. La presa era suya. Todo el esfuerzo no estaba ahí. Las victorias no están cuando la presa cae en nuestras redes. Ni cuando hemos acabado nuestras carreras, e iniciamos nuestros primeros andares en organizaciones, como ese pez, más grande que nuestras propias fuerzas. No. Lo complicado empieza ahora. Es en este instante donde se miden las fuerzas. El viejo ni siquiera sabía cómo era su captura. Intuía que era enorme. Quedaba mucho para vencerle. Ambos tenían una estrategia. El anciano esperaba que el pez no se diera cuenta de cuán frágil era su fuerza. Si el pez optaba por irse al fondo le arrastraría. Pero eso el pez no lo debía conocer. Pensé en mi primer trabajo. En el señor P., que confió en mí. Necesitaba aquel trabajo más que cualquier otra cosa. Me mostré con tal confianza, que no dudó ni un momento que no fuera la experta que parecía. Qué fuerte fui para conquistar el enorme pez. Pero qué dura fue la batalla para mantenerme con el sedal sujeto, para aguantar las dentelladas de mis primeros errores, de las exigencias incumplidas, de los tiempos fallidos.
Quedan lejos estos días, que han dejado marcas. Como las que tiene el viejo en su espalda por sujetar el sedal con ella. Debe quedar flojo para que la presa no lo tensione en exceso.
Ya han pasado unas horas desde que el pez fue capturado por el sedal. Ha transcurrido mucho tiempo desde que me inicié. Arriba el cielo se carga de nubes y el avión las cruza para posarse suavemente sobre ellas. Cierro los ojos y descanso. Mañana seguiré, hoy sólo quiero permanecer así. Entre las nubes y soñando con un nuevo despertar.
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