Sé que no puedo permitirme estar atada a otra persona. Cualquiera que sea la forma en la que se presente la oportunidad, escondida detrás de la ilusión de pertenecer a esa persona encontraré sin duda el desaliento, la bajada de mi autoestima, la flagelación de mis instintos. Puedo engañarme día tras día. Sin embargo, sé que despertarán partes de mí misma que permanecían dormidas.
Acabo amando a la persona, a su humanidad, y por ello también su retorcimiento, su manipulación, sus intereses personales y todo lo que no tiene nada que ver conmigo. Miro sus ojos ensoñando un mundo común, y poco a poco termino atrapada en otras aspiraciones que no son las mías. Mi pecho se agita cuando no siento su aire llenando mis pulmones, y mi ritmo cardiaco sigue el tic tac de su reloj. Sus llamadas son mi ánimo y su ausencia mi locura. Vivo obsesionada por su presencia y me limita su ausencia, que me produce sufrimiento.
A veces soy más independiente y siento en mí un nuevo espíritu que me hace creer en mi poder. Poco dura esta quimera. Percibo que mi mente está fuera de mí y que camina por andamiajes lejanos, donde intuyo su presencia, donde le imagino libre, y quisiera arrebatarle la libertad para consumirle a mi lado, los dos sin nada y con todo. Ajenos a las necesidades del mundo. Exentos de otra vida que no sea la nuestra.
Sé que tengo que separarme, aún no sé cómo. Quisiera amar a otro, o quizás a muchos. Nada tiene menos sentido que vivir prisionera de sentimientos coercitivos, limitadores y ajenos a una viabilidad vital. Me muero al vivir sin mí.
Mi amiga L.H. se sintió arrebatada de un cálido llanto cuando acabó de expresar el cúmulo de sentimientos que la obnubilaban desde los últimos meses. No esperaba algún consejo. Ni siquiera hubiera tenido sentido decirle que no podemos vivir atrapados en los sentimientos. Ella misma acabó asumiendo que era imprescindible alejarse de esa persona y recuperar el amor a sí misma.
Ciertamente, no podemos vivir dependientes del amor de otro, aunque nos corresponda. La vida sólo tiene sentido cuando somos capaces de experimentarla con total intensidad en nosotros mismos, ajenos a lo que nos rodea, sin abandonarnos en el otro, aunque entregándonos en cuerpo y alma a la experiencia amorosa.
Quizá este matiz de entregarse sin perderse sea el más complicado en una relación de amor.
Celebramos juntas su claridad para definir posturas futuras. L.H. tenía un objetivo: seguir con la relación pero reducir los espacios de influencia. Lo primero era disminuir las llamadas de teléfono y abrirse a decir «no» cuando tenía otros planes.
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