En el post 047 iniciamos una serie de trabajos sobre la comunicación y los mapas representacionales. Siguiendo con la línea abierta en dicho post, mi intención hoy es mirar los estudios de Grinder y Bandler desde la evolución de los niños y su conexión con la maduración de los tramos cerebrales (tema que iremos viendo en las próximas semanas). A priori, la información puede resultar complicada, así que voy a intentar dar unas pinceladas de mi supuesto ampliándolo con links para que podáis profundizar en los estudios teóricos que se han realizado sobre el cerebro trino o los tres tramos cerebrales de Paul Mc Lean.
Nuestra intención es observar qué ha sucedido en el proceso evolutivo de un niño para sesgar la información que les llegaba de sus progenitores, maestros o amigos y quedarse, como la mayoría de nosotros, con un mapa representacional en lugar de nutrirse de los tres, con el beneficio que ello reporta.
Como recordaréis, los investigadores Grinder y Bandler observaron los resultados de profesionales que eran un ejemplo de éxito, suponiendo que realizaban movimientos o expresiones facilitadores de este logro y que, por consiguiente, si replicaban estas acciones y comportamientos, otros podrían obtener los mismos logros. Estos estudiosos, en su libro La estructura de la magia (vol. II), señalan que las personas que sobresalen en su desempeño, sea cual sea su campo de actividad, tienen desarrollada la habilidad de cambiar de un sistema representacional a otro, adecuándose al contexto en el que se encuentran. Los autores afirman que la excelencia se logra nivelando los tres canales.
Si trasladamos estas hipótesis al mundo infantil, lo primero que hay que saber es que los niños admiran profundamente a sus padres como personas triunfadoras, y tienden a repetir todos sus movimientos; sin embargo, en su proceso de maduración comunicativa oral van transmitiendo la información siguiendo unas reglas que son comunes a todos ellos, independientemente del sistema representacional de sus mayores. Por causas que queremos analizar, van perdiendo la habilidad de unos mapas, quedándose muchos de ellos con uno solo. Un ejemplo claro es D.O., que es auditiva pese a que su madre es visual y su padre un encantador kinestésico. Además, en esta familia se da el caso de que uno de los hermanos es visual, y el otro kinestésico.
Hagamos un recorrido por la vida de los niños en su primera etapa. En su infancia, antes de los cuatro años, los niños se quedan extasiados ante los movimientos de sus dedos, que miran y mueven una y otra vez. Sus ojos, llevados por una insaciable curiosidad, van abriéndose poco a poco a todas las formas. Cuando explican lo que hay a su alrededor, transmiten las imágenes que perciben a través de fotogramas que canturrean aleatoriamente. Los objetos son personajes que visionan con gran expectación, e inicialmente aprenden a diferenciarlos por su forma. Su entorno a veces no les enseña a reconocer la importancia de lo que observan, y se quedan paralizados en este modelo visual. Encontraremos niños que están quietos durante muchísimo tiempo, y que cuando se relacionan con los demás procuran ser objeto de las miradas reclamando que se les observe. Pueden incluso llegar a decir: «¿Pero es que no me ves?», o: «¿No ves lo que te estoy contando?».
Cuando se han sentido reconocidos por su entorno, y ya cumplidos los cuatro años, los críos se inician en la expresividad cromática, y resuelven su conexión con el medio mediante caricias que dan y reclaman. Huelen las cosas, y manifiestan una gran inquietud corporal, además de coquetear con los que les rodean. Sus explicaciones son muy desordenadas, y todo su interés está centrado en ser aceptados y queridos por los mayores. Es gracioso verles tan seductores, hecho que polarizan con las personas que más reacias se muestran hacia su comportamiento. Otros resuelven su búsqueda de afecto con gritos y cierta hiperactividad para llamar la atención de todos. En la mayoría de las ocasiones no logran su objetivo, y persisten en su kinestesia para no sentirse fracasados.
Aquellos muchachos que han vivido la aceptación familiar, a partir de los 8 años reducen mucho su ajetreo, que casi desaparece para tornarse en una atenta quietud. Necesitan esa inacción para escuchar los sonidos, a través de los cuales diferencian e incorporan pensamientos más complejos. Empiezan a hablar con menos recursos exteriores, y en ocasiones se quedan extasiados escuchando a sus padres, con un grado de admiración tal que les impide expresarse. Para otros sus palabras cobran importancia y emprenden discusiones «adultas» sobre las cuestiones familiares, las normas, las imposiciones o cualquier orden que implique una limitación de sus deseos o apetencias. A esto se suma su afán de ser escuchados, y para ello organizan los mensajes de modo un tanto monótono, reclamando un tiempo de atención que a veces resulta excesivo, y que por ello les impide lograr su objetivo. En este caso tenderán a hablar por hablar sin importar de qué y cuánto. Cuando los niños han generado un grado de interés y los padres son participativos de sus inquietudes, canalizando su aprendizaje verbal, el resultado es muy gratificante, porque el jovencito amplía vocabulario, busca lecturas y está más abierto al desarrollo intelectual.
Ya cumplidos los 12 años la historia se repite, pero ahora en su relación con el mundo social y externo a su núcleo familiar. Jovencitos que habían superado todas las pruebas en la infancia se quedan sumidos en la inercia y la parálisis cuando son obviados por sus amigos o la pandilla, o viven una conmoción emocional que les incita a sentir a los otros y bloquearse al creerse rechazados. Otros sufren de angustia estudiantil, y recurren a memorizar sus materias y frenar cualquier movimiento o sensación que les pueda llevar al fracaso escolar.
La pregunta es qué parte de la fisiología del joven está influyendo en esta pérdida de su excelencia profesional o personal. Nosotros pensamos que se origina un bloqueo en la madurez cerebral correspondiente a cada sistema representacional, y que ello impide un progreso exitoso en cada una de las exigencias que el entorno exige.
En futuros post iré compartiendo los estudios que se han realizado sobre la maduración cerebral. Así mismo intentaré desarrollar la supuesta conexión con la pérdida de plenitud representacional, tan necesaria según Grinder y Bandler. Focalizaré mi atención en el sistema que tenían los hombres primitivos y en cómo se han ido desarrollando. Haré hincapié en cómo el cerebro del hombre se ha ido ampliando gracias a las relaciones entre individuos y la aparición de la ciencia.
«El cerebro es capaz de hacer millones de cosas distintas. Las personas deberían enterarse de lo increíbles que son ellas y de lo increíbles que son sus mentes en realidad. No sólo tenemos esa cosa inaudita en la cabeza capaz de hacer muchísimas cosas por nosotros y de ayudarnos a aprender, sino que puede cambiar y adaptarse y hacernos mejores de lo que somos. Nos puede ayudar a trascender.»
Espero que entre todos podamos encontrar el modo de aprovechar al máximo todas las posibilidades que nuestro maravilloso mundo cerebral nos proporciona.
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