Los cambios profundizan en la sima de nuestras inseguridades, y dejan en evidencia las dificultades para adaptarnos a lo nuevo, a lo ignoto, a todo aquello que descubre nuestra dependencia a la rutina, a lo monótono y hasta en ocasiones a lo establecido sin orden ni concierto. El cambio, en sí mismo, no es el dragón, ni el generador del caos. La incertidumbre que acompaña al cambio es el motor de la desconfianza, a la vez que origina un miedo y hace que la situación resulte inestable y hasta insoportable.

Descartes construyó un sistema filosófico con el que pretendía ofrecer una solución para resolver problemas. Para ello empleó como pilar la razón humana. La intención de Descartes era apoyarse en las matemáticas para defender, sin posibles fisuras, cualquier situación donde se hubiera generado la duda o la incógnita.

Descartes mantenía la hipótesis de que la razón era inequívoca. Si alguna opinión fallaba, no era por la inteligencia, sino porque el método no había sido el adecuado. Para este filósofo la razón tenía unas reglas que debíamos conocer y aplicar ante cualquier situación que planteara un problema. Su método estaba basado en las matemáticas, y en ningún caso se tenía en cuenta la experiencia, que era desechada como arbitraría o falaz.

Con este sistema, Descartes sostenía la teoría de que había verdades irrefutables y que, una vez encontradas estas, se podían deducir las siguientes. Un método que convertía las verdades personales en realidades universales. Para experimentar por nosotros mismos el callejón sin salida que supone el método cartesiano, o la idea de la razón sin emoción, nada mejor que aplicarlo a algún problema que queramos solucionar. Para acometer los cambios desde este supuesto es imprescindible no tener prejuicios y estar dispuestos a creer que existe una verdad absoluta. Las reglas en las que se basa el método cartesiano son:

  1. Regla de la evidencia: «No admitir jamás como verdadero cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era: es decir, evitar con todo cuidado la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviese ocasión alguna para ponerlo en duda».
  2. Regla del análisis: «Dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y como requiriese para resolverlasvmejor».
  3. Regla de la síntesis: «El tercero, en conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos, suponiendo incluso un orden entre los que se preceden naturalmente unos a otros».
  4. Regla de las comprobaciones: «Y el último, en realizar en todo unos recuentos tan completos y unas revisiones tan generales que pudiese estar seguro de no omitir nada».

La primera regla nos sitúa en un punto donde es necesario ser racionales y estar aislados de nuestro cuerpo y nuestra emoción, con el fin de evitar la precipitación y no someternos a la influencia de nuestros deseos o expectativas. Si bien esta regla es fácil para ejercerla contra los otros, lo es menos cuando nos nublan las emociones propias.

En la segunda regla, en la que Descartes se apoya en el principio matemático, precisamos de una profundidad y disección del conflicto para no culpar de nuestros actos a terceros y o al azar. Tenemos una tendencia a ocultar parcelas de nuestra responsabilidad en aras de diluirnos en el no cambio. Este hábito de ocultamiento es mucho más habitual cuando son nuestros errores los que pueden quedar evidenciados.

Para la tercera es imprescindible una mente ordenada que sepa priorizar, y además, relativizar. Suprimir lo superfluo y orientarse a lo que realmente es válido.  Aquí nuestras quejas y desmanes con el orden temporal son un gran hándicap.

Por último, no debemos dejar nada en el tintero, por lo que sería bueno repasar las tres anteriores actuaciones para no caer en el temor al error. Si antes era necesaria la valentía, en este punto además debemos estar llenos de voluntad y apertura a aprenderlo todo sobre nosotros mismos.

Espero que, llegados a este punto, y habiéndonos dado cuenta de la imposibilidad de aplicarnos el método cartesiano, estemos dispuestos a deshacernos de la razón única, y de poner en cuarentena nuestro dogmatismo. Somos personas llenas de complejas emociones, de sentimientos encontrados, y sobre todo de una visión personalizada de la vida y de nuestras experiencias.

Nuestro cambio exige tener en cuenta cada una de las partes de nuestro todo. Cada una de ellas es igual de importante que la anterior por la influencia directa que tiene sobre las demás.

Es bueno que no nos olvidemos de este pequeño experimento, sobre todo cuando estemos dispuestos a dar la razón a otros sin más o cuando queramos imponer nuestros puntos de vista en cualquier reunión, o cuando pensemos que las cosas son de una única forma.

Bibliografía aconsejada: El error de Descartes de Antonio Damasio