Casi todos los días nos quejamos de que algo no funciona. Vamos por la vida como si fuéramos un dolor andante. Caminan las palabras tristes delante de nuestros pasos. Las ventanas de los vagones del tren o los cristales de los autobuses podrían contar historias para no dormir de los millones de momentos en los que el pesimismo fue nuestro compañero de viaje.

En realidad nos falta un guión bien escrito. No sabemos qué nos ocurre. Nos enredamos y nos aturdimos con los problemas. Cuando nos asola el pesimismo telefoneamos a algún amigo, quien escucha pacientemente nuestro particular melodrama carente de argumento y sin posible desenlace.
Propongo que demos los siguientes pasos, a ver qué pasa en los próximos días:
1. Qué definamos muy bien qué nos sucede. Para ello tomemos un papel y empecemos sin más dilación a escribir nuestro descontento:
o Identificar el área en la que tenemos el conflicto: trabajo, pareja, economía, sexo…
o Cómo nos sentimos por esta situación. Qué sentimiento nos acompaña: miedo, cólera, pesimismo, pesadumbre, ansiedad, tristeza…
o Qué utilidad nos reporta seguir con el problema y hablar de ello sin hallar una posible solución. Raramente aceptamos que las dificultades tienen un sentido. Por ejemplo, logramos una mayor atención, pues somos víctimas y nos consuelan.
o Qué pasaría si lo resolvemos. Podría hacernos avanzar y tememos el éxito o el fracaso, el ser responsables y maduros.
2. Llegados a este punto sólo cabe preguntarse si realmente queremos resolver aquello que nos asola. No siempre estamos dispuestos a darle una solución a los conflictos. Querer sólo no es poder, aunque desde luego, es el segundo paso para lograrlo. Los puntos clave que dificultan la predisposición al cambio son:
o Los hábitos y costumbres.
o Las creencias limitadoras de las pasadas experiencias.
3. Si hemos superado el conocimiento (pensamiento) y queremos (sentimiento), ya sólo nos queda la realización (acción). Hay que marcar una tarea o serie de acciones que nos vayan situando en la línea de flotación, para que dejemos de sentirnos ahogados por el embrollo en el que estábamos metidos. Debemos cerrar los ojos y tirarnos al vacío, porque hay que hacer cosas muy distintas que marquen un antes y un después. Despidamos a la queja, dejemos de ser víctimas y situémonos en la línea de salida con respuestas claras a estas tres preguntas:
o Qué quiero lograr (objetivo).
o Cómo voy a conseguirlo (hábitos que tendré que dejar, actitudes que ya no son válidas).
o Para qué quiero este objetivo. Qué utilidad me reporta y si estoy preparado para un resultado exitoso.
4. Ya estamos en la recta final. Definamos la tarea específica para el objetivo que hemos señalado en el punto 3:
o Qué voy a hacer.
o Cuándo lo voy a hacer.
o Quiénes van a estar implicados.
Sería aconsejable emprender este camino con tareas muy sencillas y específicas. El triunfo está en ser conscientes de nuestras posibilidades actuales e ir acrecentándolas.
Me encantará atender a vuestros comentarios sobre esta propuesta y conocer vuestro proceso.