Esta es la historia de un hombre que vendía bocadillos en la calle. Su negocio se hizo tan próspero que al cabo de un tiempo tuvo que contratar a un empleado para poder responder a la demanda creciente. Su negocio iba tan bien que enseguida pudo abrir un restaurante y contratar personal para ayudarle. El cuidado que tenía en la elaboración de sus productos y la calidad de la materia prima hizo que todos los trabajadores de la zona acudieran a su establecimiento.
En un tiempo récord el hombre abrió varios restaurantes en la ciudad, y creció en prestigio y en seguridad económica.
Su único hijo por aquel entonces acabó su carrera universitaria y volvió a su hogar, encontrándose con un sólido negocio de restaurantes y un gran número de empleados. Sus estudios financieros, realizados en la más prestigiosa universidad del país, le hicieron temer lo peor, así que habló con su padre.
-Padre, ¿no sabes lo que ocurre en el mundo? Hay una gran recesión económica.
El padre le preguntó:
-Hijo, ¿qué significa recesión económica?
El hijo, condescendiente, le explicó que las gentes estaban perdiendo sus empleos, los negocios estaban fracasando, y que el riesgo de que el mundo viviera una debacle financiera era casi imparable.
Siguiendo los consejos de su hijo de reducir gastos, el hombre decidió bajar la calidad de sus productos antes de despedir a sus empleados, fieles hasta el momento. Con la merma de la calidad bajaron las ventas, y el hombre se asustó y pensó que era mejor cerrar algunos restaurantes.
Cuanto mayor era la pérdida económica, el hombre hallaba mayor sabiduría en los consejos de su docto hijo, y volvió a bajar la calidad de sus productos, lo que provocó que se redujeran todavía más los ingresos. En poco tiempo se vio abocado a cerrar el resto de los restaurantes y despidió a la mayoría de sus empleados, quedándose sólo con su primer colaborador, a quien le confesó muy condolido:
-Mi hijo tenía razón, hay una gran recesión en el mundo.
Nuestro hombre no buscó ganar dinero, ni siquiera tuvo el deseo de logarlo. Su foco estaba en ofrecer lo mejor al público. Su cambio de percepción y participar de una visión no compartida le abocó a una ruina que en ningún caso está justificada por la situación del entorno.
Muchos estamos siendo el hijo, y con nuestra gran sabiduría estamos provocando resultados negativos en nuestro entorno. Nuestra economía se ha convertido en un barco a la deriva, y nuestros principios en una hoja de papel mojado.
Pensemos antes de hablar qué beneficios reportan a nuestros oyentes nuestros puntos de vista y los determinismos políticos, económicos, sociales. Nuestras opiniones muchas veces son gratuitas.
Cuidemos nuestras palabras. El mundo adolece de profundidad y de integridad. Cualquier aire puede arrastrar nuestro buque por mares inhóspitos y peligrosos. Las noticias, por muy falaces que sean, destruyen credibilidad y fuerza en pocos instantes cuando el hombre está asustado y temeroso. Y ahora lo estamos.
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