En el film Family Man de Bertt Ratner que Antena 3 emitió el pasado viernes, Jack (Nicolas Cage) vive un proceso de lucha contra sí mismo entre su éxito y la posibilidad de formar una familia. Ya en la carátula nos amenazan con una grave pregunta: «¿Qué habrías elegido tú?». Y nos dan dos opciones: éxito o familia. Me detengo con miedo, y creo que si decido por una estaré impedida para disfrutar de la otra. ¿El éxito me quitará a mi familia? ¿Mi familia me anulará las posibilidades de éxito?

En el año 1987 los personajes principales se despiden, porque Jack se marcha a Londres a trabajar en un prestigioso banco inglés. Kate (Tea Leoni) tiene el presentimiento de que algo va a salir mal. Jack, sin embargo, piensa que Londres es el principio de una nueva y espléndida vida. Kate le pide que no se vaya. Que olviden todos los planes previos, y que inicien una vida juntos. No puede ofrecerle ningún futuro prometedor, pero lo construirán juntos. Kate piensa que así serán felices; cree que lo mejor que hay en el mundo es el amor entre ellos dos. Jack le jura que ni cien años pueden cambiar lo que comparten.
 
La historia muestra lo efímero de nuestras promesas. Trece años más tarde, Jack tiene una vida llena de lujos. Sus relaciones están teñidas de deseos, falta de respeto y exigencia de resultados. Su colaborador Alan quiere pasar la Nochebuena con sus hijos, a los que les ha prometido acudir pronto. Jack trivializa su petición y le ofrece a cambio un talón con más de diez ceros. Van pasando las horas y el día se agota. La ironía va llenando los despachos junto con la dureza de unos y otros. Jack pasa la Navidad solo.
 
La película retrata a un tipo muy exitoso profesionalmente, y a la vez egoísta e interesado, contraponiéndolo a otro cariñoso, familiar y sin grandes posibilidades para mantener a su familia. Según esta comedia, es imposible que nuestro carácter reúna ambas cualidades sin que parezcamos seres bicéfalos luchando el uno contra el otro.
 
El director muestra un ambiente cosmopolita, con atuendos de diseño y ambientes sofisticados, que contrasta con una vida vulgar en la que todo se resume en sacar adelante a dos hijos, y en fracasos y vivencias deprimentes. Como espectador te dejan muy pocas opciones. Si eliges al primero ganarás mucho dinero y estarás solo, y si optas por el segundo, los compromisos y las responsabilidades te mantendrán prisionero.
 
Por supuesto, al mostrarnos a una caterva de personajes literalmente ahogados en el lujo, con sus cualidades morales adormecidas, el guión ya nos está haciendo inclinarnos por una de las dos opciones. Como espectadores, nos dejamos convencer de que las almas más hermosas sólo pueden habitar en lugares alejados de las grandes ciudades y ejercer profesiones que no impliquen progreso, dedicación y lucro. Ciertamente, nuestras dudas sobre lo que es la calidad humana están muy arraigadas, y nos dejamos llevar por ellas.
Voy recordando los momentos donde la vida me ha situado en dos coyunturas. Dos caminos en los que elegir uno era abandonar el otro.
 
El director nos muestra etapas de la vida de todos nosotros. En algún aeropuerto decidimos tomar el avión equivocado, y hemos arrastrado con nuestro error a muchos otros. También hemos aprovechado nuestras posibilidades en los mejores escenarios, y algunas personas que nos siguieron o a las que acompañamos compartieron su felicidad y lo mejor de ellas mismas con nosotros.
 
En algún momento, nuestra alma alimentó nuestras decisiones, y la generosidad nos acogió dulcemente. En realidad, cada día vamos eligiendo una u otra postura, independientemente de nuestra economía, nuestra familia o nuestras profesiones.
 
No es necesario cambiar los escenarios. Ni quitar o poner hijos. Ni tan siquiera el dinero. La vida de cada uno tiene esas paradojas sin que llegue el hombre del saco y nos arrebate la libertad en aras de ser mejores personas. No es necesario ningún mensajero del cielo para convertir nuestro entorno en el peor o mejor lugar para crecer.
 
Todos los días jugamos a este doblete. Nuestras inquietudes más bajas nos llevan a acciones en las que nos olvidamos de la Navidad de todos los que nos rodean, a veces sin que medie el querer ganar más dinero (que, al menos, tendría un sentido): sólo queremos vencer al que tenemos al lado.
 
Otras veces leemos unas líneas en un libro, o encontramos un mensaje, y lo mejor de nosotros florece y nos moviliza, enterneciendo nuestro corazón. La sonrisa nos rejuvenece, y blandimos nuestras esencias por doquier con aire victorioso.
Cualquiera de esas vivencias nos acerca o aleja de lo mejor de nosotros mismos.
 
No se trata de éxito o familia, querido Brett Ratner, aunque la película ha sido buena para darnos un toque de atención. Los ricos tienen familia y siguen siendo ricos, los pobres están solos y continúan empobrecidos. Esta película va mucho más allá, y nos toca el alma. Nos dice que cada día olvidamos lo que tenemos para sentirnos ricos de nuestra pobreza moral. También nos sensibiliza hacia la necesidad de adentrarnos en las grandezas de nuestro espíritu, y para que éstas se extiendan como una ola inmensa de amor por todos los lugares donde pasamos.
 
Gracias a Family Man hoy hemos compartido un día de cine y nos hemos hecho un poco mejores. Algún niño nos dirá que ha merecido la pena tenernos en esta vida.