Por Jorge Rodríguez
Gracias por los post enviados. Como sabéis los sábados colgaremos el post seleccionado de entre los que enviéis. El elegido esta semana por la editorial es el de Jorge Rodríguez. Esperamos fervorosamente vuestros comentarios y nuevas aportaciones para el sábado que viene.
A día de hoy el vacío educativo que sufre nuestra sociedad está a la vista de todos. Una mirada realista obliga a darse cuenta de que, mientras para la sociedad del pasado educar era una tarea ampliamente compartida, para la nuestra se ha convertido en un reto.
Hasta ayer se daba por descontado que una generación tenía que hacerse cargo de educar a la siguiente, según la tradición heredada de los padres y de una cultura instaurada, hoy todos, unos más y otros menos, constatamos la desintegración de este automatismo. Es como si la sociedad hubiera renunciado a esa tarea educativa.
Teniendo como objetivo la formación y el desarrollo del sujeto humano, la educación está intrínsecamente ligada a los grandes interrogantes acerca del hombre…; en realidad, aunque con distintos grados de responsabilidad conforme al papel social de cada uno, de alguna manera todos somos actores del proceso educativo.
¿Qué quiere decir ser “todos actores del proceso educativo”?, ¿Por qué la educación es algo que me atañe, tenga o no hijos, sea joven o adulto, profesor o alumno, empresario o parado?, ¿De qué instrumentos dispongo para asumir este reto?
Es un reto que se dirige a la experiencia de lo humano, a la experiencia concreta del día a día, en el ámbito de la escuela, de la universidad, del trabajo y en la vida entera. Es un método para juzgarlo todo, a través de las exigencias del corazón, para ir hasta el fondo de las cosas, de todo lo que nos sucede.
Basta mirar con lealtad nuestra experiencia para darnos cuenta de que, en el fondo, no existe ninguna relación humana, desde la amistad más estrecha al encuentro más ocasional, que no de pie a un reto recíproco para conocer y abrazar la realidad. Toda relación tiene un alcance educativo, en primer lugar para uno mismo.
La persona crece mediante las relaciones. No hay realización del yo sin la experiencia del otro, sin reciprocidad.
El individualismo narcisista crea la ilusión de que el hombre se crea a sí mismo. Pero para lograr su realización el yo debe caminar con los demás. La personalidad se desarrolla sólo aceptando su estructura relacional, y el bien común es el terreno de crecimiento que nos permite ser lo que somos.
Nuestra sociedad está sumida en una confusión que es fuente de inseguridad. Y de la confusión y la inseguridad surge la violencia actual. La crisis parece abocarnos al individualismo. Y el mercado no lo regula todo, es necesario las relaciones entre las personas y la confianza.
Este individualismo predica contra las formas de comunidad, abogando por el debilitamiento del yo. El individualismo radical, sostenía Louis Dumont, es la antecámara de la dictadura.
Las personas no pueden dejar de sentir que pertenecen a un mundo común, en donde apoyan sus pies, que es el terreno sobre el que caminar. Es decir: el bien común es algo así como la casa en la que vivimos.
Educar constituye el entramado mismo de la vida.
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