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Imaginación y empatía (9)

Hace unos días mi amigo Alfonso Benavides me habló de la conferencia de J. K. Rowling que tuvo lugar el  5 de junio de 2008, con motivo de la graduación de Harvard, en la que la escritora habló de los grandes beneficios del fracaso y de la importancia de la imaginación.

Rowling explicó el porqué de la elección de la imaginación:

Podría pensarse que he elegido mi segundo tema, la importancia de la imaginación, por el papel que ha desempeñado en la reconstrucción de mi vida, pero no ha sido del todo así. Aunque personalmente defenderé el valor de los cuentos hasta mi último suspiro, me he dado cuenta de que el valor de la imaginación es mucho más amplio. La imaginación no sólo es la capacidad intrínsecamente humana de visionar lo que no existe, sino que, y precisamente por ello, es también la fuente de toda invención e innovación. La imaginación es, con su potencial transformador y revelador, el poder que nos permite empatizar con los seres humanos cuyas experiencias nunca hemos vivido.

La imaginación y la empatía

Si bien es interesante lo que dice Rowling, primero por su novedoso enfoque al relacionar la empatía con la imaginación, y después porque desea movilizar a los jóvenes para que sirvan a causas nobles (como la ayuda y el voluntariado), lo es mucho más porque argumenta cómo fue su  camino de búsqueda, detallando el encuentro de sus respuestas. Este es un material inspirador, donde el joven puede encontrar referencias que le lleven al éxito a través del logro de sus expectativas.

El recorrido de Rowling es complejo, interesante, profundo, comprometido, instigador a la reflexión y responsable con los demás. Hay momentos de su relato especialmente significativos, como los referidos a sus vivencias en Amnistía Internacional cuando tenía 20 años.

La autora de Harry Potter nos seduce hacia una imaginación humana y trascendente. Revisa el mundo doliente y sus particularidades. Advierte que el deseo de poder de algunos es el causante de los males de la humanidad. Y además de todo esto, nos alienta a agradecer:

Todos los días de mi jornada laboral en aquella época, a mis veinte años, me recordaba lo increíblemente afortunada que era de poder vivir en un país con un gobierno elegido democráticamente, donde la representación legal y los juicios públicos son derechos de todos los ciudadanos.”

Quizá podemos unir varias de estas ideas para convertir nuestro mundo en un lugar mucho más agradable.  Donde la imaginación sirva para conocer mejor las necesidades del otro, y además agradezcamos cada una de las pequeñas y grandes cosas que cada día disfrutamos.

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Susan Boyle. Un sueño hecho realidad (8)

Cuando un concurso de talentos en Inglaterra (Britain’s Got Talent) consigue que una de sus concursantes sea vista por millones de usuarios de Internet en escasas semanas, algo extraño e interesante está moviendo a nuestra sociedad.

Susan Boyle, al igual que pasó con Paul Potts en el año 2007, reúne dos condiciones: una imagen a priori poco atractiva y una voz inesperada para esa imagen.

Imagen grande: Un sueño hecho realidad

Una vez que se ha superado el primer impacto, quizá la voz de Susan Boyle sea como la de muchos; sin embargo, los espectadores que estaban allí, al igual que  los televidentes, sintieron tal admiración que quisieron compartirla con todo el mundo.

La influencia de Susan Boyle en el público ha sido absolutamente mediática. Susan recibió más de dos millones de visitas a las 72 horas de su actuación. Los programas de televisión más importantes de Estados Unidos buscaron entrevistarla al día siguiente. Es posible que Susan cumpla el mito americano, tan fantásticamente expresado por Tom Hanks en Forrest Gump.

El accidente que sufrió Susan en su nacimiento, la pobreza de su origen, su deseo de ser actriz  y su actuación exitosa en este concurso le están llevando a conectar con la ilusión americana: todos podemos llegar a conseguir nuestros sueños. De hecho, algunos productores de cine están queriendo trasladar a la pantalla la vida de Susan Boyle. Se baraja a Catherine Z-Jones como protagonista.

Cuando Paul Potts actuó en el año 2007, el jurado mostró una sorpresa auténtica que influyó positivamente en el propio Paul; sin embargo, en el momento estelar de Susan Boyle, la comunicación no verbal del jurado dejó en evidencia una cierta preparación que en algunos medios fue ya comentada.  No obstante, este hecho no ha mermado en absoluto la impresión popular.

Los productores de Britain’s Got Talent  tienen un don especial para crear mitos sociales, pero esto no nos excluye a todos nosotros de analizar qué nos mueve y por qué.

La cantidad de imágenes publicitarias que nos venden modelos de una belleza inusual, junto con vivencias que están al alcance de unos pocos, es posible que nos estimule, a los jóvenes preferentemente y a la sociedad en general, hacia un deseo de logros por encima de la creencia de inalcanzable. Hoy cada uno de nosotros en nuestras casas puede soñar con acudir a un programa de talentos y encontrar un filón de éxito que antes parecía imposible.  Pero, ¿será así si sólo tenemos una buena voz y un aspecto normal? Es posible que no.

The Huffington Post: «Dos razones por las cuales Susan Boyle significa tanto para nosotros«

Vídeo de Paul Potts

Vídeo de Susan Boyle:

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La «Cosa», el remake de John Carpenter

Una criatura alienígena con la habilidad de imitar a la perfección a cualquier animal o humano con el que entre en contacto se infiltra dentro de la Estación 4 del Instituto Nacional de Ciencias de Estados Unidos situada en la Antártida. Puesto que cada miembro del personal de la estación es incapaz de saber si sus compañeros son o no humanos, se genera un clima de desconfiaza y tensión y son eliminados uno a uno por la criatura o por sus camaradas.
Más tarde, los supervivientes se dan cuenta de que si la criatura llega al mundo exterior podría devorar toda la vida que existe sobre la Tierra en unas pocas horas. Tras destruir un vehículo que la criatura estaba construyendo para escapar, los hombres se ven forzados a hacer explotar la estación con el fin de matar a la Cosa, aceptando que también ellos estarán condenados. Finalmente, sólo quedan dos sobrevivientes, ninguno de los cuales está seguro que el otro sea humano, pero demasiado débiles para luchar entre ellos. 

The Thing, o John Carpenter’s The Thing (La cosa de otro mundo,1 en Argentina, La cosa, en España, y El enigma de otro mundo, en varios países de Hispanoamérica) es una película de ciencia ficción del año 1982 dirigida por John Carpenter. Es una remake del film de 1951 dirigido por Howard Hawks El enigma de otro mundo (The Thing from Another World). Ambas películas están basadas en la novela corta de John W. Campbell Jr. «Who Goes There?», pero el film de Carpenter es más fiel a la obra original.
Carpenter considera a esta película la primera de su «Trilogía Apocalíptica», continuada en 1987 y 1995 por El Príncipe de las Tinieblas (Prince of Darkness) y En la boca del miedo (In the Mouth of Madness) respectivamente.

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Mix (7)

En el mundo de la ficción, el guionista y el director crean historias con trama y argumento  buscando conectar con el interés del espectador. Por el contrario, en la película de la vida el entramado es mucho más complejo, ya que vamos entrelazando  fotogramas aleatoriamente sin que hayamos decidido previamente  de qué va el asunto central, o al menos sobre qué parte queremos enfocar nuestra mirada.

Imagen grande: Mix

El film de hoy empezó en la final del Open de Tenis de Madrid.  Los números uno y dos del tenis mundial competían para obtener el primer premio,  y los aficionados nos citamos en la Caja Mágica, la nueve sede deportiva del Ayuntamiento de Madrid, ubicada en la calle Camino de Paredes sin número, al final de Antonio López. Este dato parece a priori poco relevante, sin embargo, el tiempo que habíamos destinado para llegar al evento se diluyó entre calles estrechas y las pocas posibilidades de aparcamiento. Aceptado lo inevitable entramos en el recinto.

Subimos a la planta 3 donde se encontraban los Ski Lounges, lugar en el que nuestro amigo Eduardo Sánchez, el director de Dessange Madrid, había instalado un salón de estilismo para  embellecer y cuidar a clientes, amigos y asistentes al Open, que así lo quisieran.
Cuando entré en la sala me llamó la atención una mujer embarazada, de larga melena castaño claro, con una tez sonrosada de facciones muy delicadas. En sus pies casi desnudos uñas esmaltadas refulgían en rosa fuerte. En ese momento, la mujer estaba enviando un mensaje por el móvil, mientras Jordi le ondulaba el cabello. Una voz a mi lado me dijo: “Es la esposa de Federer”.

Los altavoces avisaron que se iniciaba la final masculina, por lo que salimos a las gradas. En la pista de tierra batida estaban Nadal y Fereder peloteando en el campo. Los asientos y palcos fueron ocupados rápidamente hasta el lleno absoluto. A mi lado había una mujer de unos 27 años, morena, con camisa roja y traje blanco de minifalda y chaqueta corta. Llevaba unos zapatos de tacón fino que conjuntaban con un pequeño bolso, ambos de color rojo intenso
En la mitad de un juego estupendo de Federer, me despistó mi compañera, quien hablaba con alguien en tono muy bajo: “Aquí no te verán, no te preocupes, aquí no nos verán. Donde yo estoy no pueden vernos”. Mi compañera vivía un frenesí que parecía sacado de una novela de Agatha Christi  o de la recién fallecida Corín Tellado.  Cualquiera de las posibilidades me pareció inquietante.

Cuando se había iniciado el segundo set apareció un hombre de unos 36 años, de traje oscuro, quien se sentó a su lado prodigándole caricias y besos. Ella apoyó su cabeza en su hombro, abandonándose en él. La voz del hombre sonaba apresurada, y en unos minutos se marchó.
En la pista de tenis Nadal y Federer seguían jugando. En el asiento de atrás dos hermanos de unos siete y ocho años apostaban cincuenta € a que Nadal ganaba, mientras su madre se escondía para dar unas caladas a un pitillo.

Los espectadores famosos formaban parte del espectáculo.   En una pantalla apareció la cara de Raúl, el jugador del Real Madrid, que estaba sentado con su familia en la primera fila del ala Norte. Algunos asistentes le aplaudieron.

Los movimientos de cada uno de los protagonistas seguían su curso. Los asistentes sufrían la pérdida de Nadal en dos sets.  Los niños se habían  callado. Mi compañera se quedó sin amor, mientras en los altavoces anunciaron la presencia del príncipe de Asturias y otras personalidades que entregarían los premios a los ganadores.
En la pista Manolo Santana quedaban las señales de las bolas y los golpes. En las gradas pequeños retazos de vidas. Un mix de juegos, sentimientos, fama, ilusión, engaño y todo ello adornado de aplausos.
Es imposible evadirse de las circunstancias que nos rodean, sin embargo la percepción personal hace que algunos matices tengan un significado mayor que otros. La expectativa de que ganara nuestro preferido, nos impedía disfrutar del juego de ambos contendientes, a veces sobresaliente. La esperanza del amor impidió a la joven preguntarse para que quería una relación de segunda división. Los niños jugaban a las peligrosas apuestas. La madre se escondía para salvar las normas. ¿Cuál es el argumento de hoy?.

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Que pierdan los dos (6)

Valencia bullía desde las primeras horas de la mañana por la final de la Copa del Rey. Cuando entramos en el taxi en la plaza de las Cortes Valencianas, eran ya casi las 17 horas. Un autobús emitía a todo volumen el “Aserejé” de Las Ketchup, a la vez que unos jóvenes proferían gritos animando a su equipo de fútbol, el Athletic. “Están lejos del campo de fútbol, nos comentó  el taxista, hoy hay más de 35.000 seguidores del Athletic, muchos de ellos no tienen entradas… Los seguidores del Barcelona están llegando ahora porque están mucho más cerca. En tres horas llegan por carretera”.  El taxista, con una gracia natural, nos informaba del evento del día.

Imagen grande: Que pierdan los dos

“¿En Valencia cuál de los equipos es el preferido? ¿Qué equipo quiere que gane?” La respuesta fue rápida y muy clara: “Ninguno. Si pudiera ser, lo que yo quisiera es que perdieran los dos.  Lo peor que nos podía pasar en Valencia es que vinieran los vascos y los catalanes”.  Para aumentar su desagrado, al llegar a nuestro destino nos encontramos con una profusión de simpatizantes de ambos clubes.

En el recorrido hasta la estación de RENFE pudimos comprobar el impacto social del fútbol. Valencia  era una ciudad nueva en la que se mezclaban los ciudadanos de todos los días  con una muchedumbre de roj

o y blanco o de azulgrana. Algunos de ellos llevaban pintadas rojas en la cara y cantaban la victoria de su equipo. Ya en de vuelta a Madrid, escuchamos conversaciones muy variadas que giraban sobre el posible vencedor del partido. Uno decía que aunque le gustaba el Barça, le daba mucha rabia que “se lo llevaran todo este año” y prefería que ganara el Athletic . Alguien explicaba que en ‘Sanse’ tenían un poco de repelús al equipo de Bilbao… Otro quería que ganara el Barça sin saber por qué; parece ser que no le gustaba el fútbol.

Cuando llegué a casa escuché un grito de gol, tímido y muy distinto a cuando se trata del derbi madrileño o de un Madrid-Barça.  Puse la TV 1. El marcador iba 1 – 3. Los graderíos gritaban desaforadamente. El reloj de la crisis se había quedado parado. Los miles de problemas sociales estaban colgados en algún perchero.  Al final, el himno y miles de pitidos estallaron en el campo.  Extraña combinación entre algarabía deportiva y queja política. Los humanos somos sorprendentes. Pasamos de llorar a reír, de la paz al grito, en cuestión de segundos.  Quizá tendríamos que tener un plan de humanidad renovable para aplicarlo a todas las experiencias. ¿Qué nos parecería una bolsa de reciclaje para los miedos, la ira y  los malos modos? Cuando se habla de  cogeneración para reducir el CO2 o de  biomasa para consumir los deshechos, deberíamos también pensar en la creación de un sistema para retirar las actitudes humanas contaminantes.

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Rupturas amorosas (5)

G. C. entró en el despacho con un paso lento. Arrastraba sus pies y sus ojos estaban enrojecidos. Muchas horas de llanto y desconsuelo se reflejaban en aquella cara de no más de 24 años. El informe que tenía en mi mano indicaba: “Posible desbordamiento por ruptura amorosa”.  G. C. empezó a contarme que hacía año y medio que tenía una relación con un chico, y que todo había ido muy bien hasta que él le mintió. “No puedo soportarlo. Cualquier cosa antes que una mentira…” En este momento su tono se elevó y el desbordamiento apareció, por lo que decidí no suspender su relato. Cuando se fue serenando, frené como pude toda la batería de historias que la joven tenía preparadas para convencerme de su buen hacer en contraposición al daño que le estaban haciendo las mentiras de su amado. Sus opiniones, alteradas por la tensión de los últimos días, poco o nada nos iban aportar en el trabajo que teníamos previsto; sin embargo,  su objetivo de dejar en evidencia las malas artes de su pareja y conseguir que su entorno le diera la razón, no permitía mi injerencia o desvío hacía otras cuestiones.

Imagen grande: Rupturas Amorosas

Por lo general, las personas tendemos a criticar a los seres queridos cuando no actúan como nosotros pretendemos. Hasta aquí todo es normal; no obstante, esta joven, como muchas otras y otros en la actualidad, se sentía incapaz de buscar la causa por la que su pareja optaba por la mentira en lugar de enfrentarse a la realidad, a costa de cualquier discusión. No estaba dispuesta a indagar en si su pareja tenía algún miedo, viendo en la mentira el modo de evitar males mayores (en este punto ya había reconocido que tenía celos de su compañero porque seguía tratándose con su ex novia). Le pregunté si en algún momento de esta relación u otra anterior, había mentido. No tuvo ningún reparo en aceptar que había mentido varias veces, matizando que sus mentiras no eran tales, sino intentos súper justificados de evitarle el dolor al otro. Me había servido en bandeja la siguiente pregunta: “¿Para qué piensas que tu pareja cambia la realidad,  cuál piensas que es su fin?”. “Estoy segura de que sigue con la relación anterior, de que le gusta el coqueteo iniciado por ella y él, que es un cobarde, lo alimenta.”

“Cuál piensas tú que es la solución”, le pregunté. Rápidamente expresó lo que creía; de un modo simplista descartó en su exposición cualquier sufrimiento de su compañero, quien parecía estar muy curtido en las continuas discusiones de los últimos meses. Hablamos de lo que tanto para ella como para él resultaba insoportable. Dialogamos sobre el bien y el mal del amor, de los compromisos, de la vida en general. Y en cualquiera de los temas tratados su visión no iba más allá de sí misma, de sus necesidades, de lo que podía o no podía resistir.

Tuve una sensación bastante desoladora. Nuestra sociedad vive una endogamia y un egocentrismo bastante enfermizo. La empatía no forma parte de nuestro aprendizaje en este complejo mundo de las relaciones, en las que nos vamos acostumbrando a pensar sólo en nuestro ombligo. Invariablemente necesitamos el amor de los otros, sin el esfuerzo para obtenerlo y por supuesto pensando que nos lo merecemos por ser quienes somos. G. C comprenderá,  no cabe duda, que además de ella existe el otro, y que hay que consensuar si se quiere llegar al amor eterno, en el que creo.

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La comunicación, para alarmar o para informar (4)

Muchos escritores coinciden en que el miedo es una emoción paralizante que impide actuar en clave de éxito. Podemos temer perder el amor, el trabajo, la pareja de hace años o la fortuna que  hemos obtenido. También nos atenaza el miedo a la enfermedad, la agresión física, la violencia  o cualquier otro ataque que nos impida actuar de forma efectiva. La sensación es desagradable, y llega a impedir nuestro razonamiento. Para aminorar en lo posible este efecto atemorizante,  debemos dar una información que genere confianza, que conecte con posibles soluciones a la vez que se detallan los datos de la situación reduciendo el impacto negativo. Contrario a esto, los medios de comunicación, aprovechan las crisis para aumentar sus ventas, conocedores del morbo que el gran público tiene hacia el sensacionalismo. Esta tendencia periodística provoca situaciones de gran alarma y miedo que reducen la empatía y dejan al descubierto la bajeza y el egoísmo que a veces mostramos las personas. Un ejemplo de gran actualidad son las noticias que están apareciendo en los titulares de la prensa nacional sobre la gripe porcina. Imagen grande: La comunicación ¿para alarmar o para informar?La mayoría de los diarios apuntan a que el 50 por ciento de europeos sufrirán la gripe porcina, y que en algunos países esta gripe está causando muertes. El pánico ha empezado a detectarse, preferentemente en las personas que están viajando a países con una alta tasa de afectados, como México o Estados Unidos.  ¿Qué diferencia habría si en lugar de escribir en letras grandes lo que va a suceder, se informara sobre cómo podemos evitar este contagio, qué cuidados debemos tener y a quién debemos acudir cuando aparezcan ciertos síntomas? Estos titulares activan el miedo y la sensación de impotencia crece. Un articulista informa de que sólo un uno por ciento de personas afectadas necesitarán tratamiento hospitalario.  Me imagino el titular en primera página: «La gripe porcina tiene leves repercusiones en la salud de los afectados. Sólo un 1 por ciento necesitará tratamiento médico. Aunque su difusión es muy alta, su mortalidad es muy baja».

Los movimientos económicos ante estas crisis son rápidamente influenciados por el miedo. En este caso concreto, los fabricantes de mascarillas han roto sus stocks. Las farmacias han agotado sus existencias, y sin embargo, por las calles, es muy reducido  el número de personas  que las lleva puestas. El miedo hace que las compremos; la vergüenza, que las dejemos en casa, siendo este el único medio que puede reducir el contagio, pues son las toses y la respiración cercana las que propagan las gripes. Seguramente muchos desconocemos que mueren cada año 250.000 personas de gripe, de los cuales 40.000 son europeos.

La tendencia a rechazar grupos sociales y crear distancias se incrementa con este tipo de noticias. En unos días, cuando alguien tosa a nuestro lado, le miraremos como un posible trasmisor de esta gripe que desde ayer se llama «nueva» para evitar el daño al consumo de carne porcina. Recordemos que, a día de hoy, se supone que no es la ingesta de carne de cerdo la que provoca esta enfermedad viral.

Quiero poner el foco en la necesidad de unión versus despersonalización, para preservarme de mirar con recelo a mis compañeros de viaje. Una amiga me aconsejó tomar una vacuna homeopática que se llama Oscillococinum, de los laboratorios Boiron, y la utilizaré para sentirme protegida y acompañada en esta expresión de la globalización que es la gripe.

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Cómo llegué hasta aquí (3)

Crucé la puerta que me separaba de mi amiga quince minutos tarde. Sabía que aquellos minutos robados a nuestra reunión eran importantes para ambas, así que cuando la vi no perdí el tiempo en disculpas. Sus primeras palabras fueron un jarro de agua fría que intenté calentar con un buen estado de ánimo. Este era uno de los motivos por los que nos encontrábamos. El carácter. Ese potro desbocado animador de broncas, disgustos y malos ratos había emergido nuevamente en la reunión de la mañana, y era por ello que manteníamos sesiones de Inteligencia Emocional, orientadas a descubrir los hilos que originaban estas pérdidas de control, frecuentes y cada día más insanas.

¿Cómo llegué aquí? La pregunta quedó flotando en el aire, con un sabor agridulce y cierta sensación de fracaso. Creo que no lo voy a conseguir…

Para no caer en el desánimo de mi amiga, apunté una visión más optimista, que pudiera llevarle a un análisis constructivo: «Quizá, le dije, un día te sentiste desbordada  y optaste por el enfado, consiguiendo de esta forma lo que buscabas. A partir de ese momento, cuando querías algo, en lugar de negociarlo o buscar el consenso, tiraste por la vía fácil: un poco de tensión, la voz más alta de lo habitual, y así hasta lograr lo que querías. Las repetidas situaciones convirtieron estos momentos en una práctica cotidiana, hasta que las experiencias exitosas te llevaron a decidir que es mucho más eficaz el enfado que emplear el tiempo en vencer  la negativa de tus colaboradores o amigos. El resultado es que has convertido tu irritabilidad en un arma inconsciente que te maneja y surge sin que medie tu deseo. Y es el convencimiento de la imposibilidad de erradicar tus malos modos el que hace que tu mal humor y tu falta de delicadeza con el entorno sean inconscientes».

»Aprendemos por repetición, nos dejamos llevar por los impulsos y al final somos expertos en comportamientos de los que no siempre estamos orgullosos. Ahora lo vemos con tu caso. Te propongo que hagamos una revisión al revés. Es decir, que deshagamos el camino andado y veamos cómo llegaste hasta aquí.

»Empecemos por volver a la reunión de esta mañana y pregúntate: ¿para qué he gritado? ¿Qué buscaba con esa actitud? Empieza por darte cuenta de que todo lo que haces tiene utilidad.  Reflexiona sobre ello y comprueba que hay cosas que consigues con el enfado y que no logras de otra forma.

»Analiza también qué justificación te das para hacer algo que a priori te parece desagradable y que rechazas en tu fuero interno. Busca todos los argumentos con los que te disculpas cuando notas los efectos negativos de tu actuación.  Es posible que culpes a alguien de este desbordamiento. Identifícalo para saber qué provoca tu desestabilización; dónde está el detonador de tu crisis.

»Notarás que, antes de alterarte, sucede algo que rechazas y que de alguna manera criticas o crees que es inadmisible. Es una sensación incómoda que te conmueve negativamente; una sensación de ofuscación que te impide razonar y que hace que, antes de que te des cuenta, hayas contestado  desabridamente al primero que se cruza en tu camino. Observa tu ánimo previo a tu irritabilidad; y cómo se comportan los demás para que tú decidas castigarles con tu mal humor o brusquedad.

»Después de esto, te recomendaría que revisaras qué esconde esta rabieta. Es posible que tengas alguna expectativa previa que no has cumplido, y si no la buscas, difícilmente la encontrarás. Este puede ser el punto de partida para elaborar un plan de acción que te aleje de la situación actual. Quizá lo que más te irrita esconda información de alto nivel sobre tu área de mejora, y mirándolo fijamente, sin tensiones, te resuelva esta dificultad. Hace poco tiempo, trabajé con una persona que buscaba la perfección en todo lo que hacía,  y a quien le desesperaba el error de los demás. Lo consideraba un fallo personal. La expectativa de perfección la abocaba a ser incomprensiva con sus colaboradores. Cuando empezó a trabajar este aspecto, vivió un cambio relevante en su vida.

»Céntrate en saber qué quieres y cuáles son los pasos para llegar a lograrlo. Encuentra argumentos para poner el foco en tu meta y no pierdas ese foco.

»Poner el foco nos ayudará a vencer en esta nueva mirada. Este es un buen momento para decir adiós a los enfados.

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Una equivocación (2)

Once cincuenta. Calle Miguel Ángel 17. Los ruidos de la ciudad se mezclaron con el estruendoso choque de un coche contra una moto. Todo se paralizó durante unos segundos eternos, hasta que unos transeúntes se inclinaron ante el cuerpo inerte del conductor de la motocicleta. La escena, desde la ventana de mi despacho, parecía extraída de un rodaje.  Los extras iban movilizándose lentamente. Los que esperaban el autobús se acercaron con sigilo,  algunos salieron de la cafetería que hay en el número 15, un hombre de unos cuarenta años saltó al carril bus mientras hablaba por el móvil. De un auto aparcado cerca del bordillo salió un hombre que se mantuvo apartado. Su expresión denotaba culpabilidad y perplejidad por igual. Algo no había salido bien. Unos minutos antes conducía por la calle Miguel Ángel y no podía descifrar qué había pasado. Dos policías llegaron y empezaron a enviar mensajes que fueron provocando respuestas casi inmediatas. La ambulancia frenó y los especialistas empezaron a movilizar el escenario. Inmediatamente cortaron el pantalón del herido, le pusieron un collarín, vendaron su tobillo izquierdo, le pasaron a una camilla después de sujetar sus brazos para que no cayeran al elevarle. Los ojos cerrados. Alrededor de la moto, varios documentos  estaban desparramados en el asfalto. Las maletas rotas, el asiento fuera de su sitio. Estos eran los espectadores pasivos de aquella escena macabra.

Desconozco de cuál de los dos fue el error; hasta el momento esto importaba muy poco. Desde mi lugar de observadora luchaba por permanecer atenta a aquella escena mientras recordaba situaciones parecidas, propias o ajenas. Dos años antes  J. A había arrollado a un joven al equivocarse en el giro de la calle. Para superarlo, visitó a algunos especialistas del alma. Me decía que “la vida no tiene una tecla con la que deshacer los actos equivocados, porque mira que le di vueltas a por qué había girado, por qué no miré…”.  La experiencia de J. A., vista en retrospectiva, era el resultado de mucha impaciencia en la toma de sus decisiones, (palabras que ha repetido a todos los que somos sus amigos) tanto en la vida personal como profesional, y el accidente fue consecuencia de un acto de apresuramiento, con resultados nefastos.

Los actores del accidente poco a poco fueron desapareciendo. En la escena final: dos policías toman los datos al conductor del coche. Su rostro lívido, la camisa fuera del pantalón dándole un aspecto desmadejado, las manos un poco temblorosas. Los policías cruzaron la calle. El conductor entró en su pequeño auto y avanzó suavemente hasta el cruce con Martínez Campos. La ciudad siguió su ritmo trepidante.

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