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El viejo y el mar. La lucha por mantener la presa. (137)

Solo. La pesca debía hacerla solo. Le gustaría que el muchacho estuviera con él. «Pero él no está conmigo», se decía una y otra vez. Y pensaba: «No cuentes más que contigo mismo, y harías bien en llegarte hasta el último sedal aunque sea en la oscuridad y empalmar los dos rollos de reserva». Estoy sola mientras miro el infinito cielo que me separa de la ciudad de Monterrey. El piloto avisa que hemos subido por encima de los 10000 pies. Recuesto el asiento y cierro los ojos.

La soledad, cierta impotencia, el desasosiego…
Como el viejo, quizá el pez que he cogido es demasiado grande para mí. Voy analizando la envergadura de la misión en la que me he embarcado. Es posible que combinar la felicidad y el desarrollo personal con la operatividad y la eficacia sea una tarea compleja y demasiado ambiciosa. El viejo se preguntaba si quizá el pez había sido enganchado ya varias veces y había aprendido a escapar. Noto que quiero desligarme de este anzuelo que se clava fuerte en mi pecho. Otras veces lo he hecho. Ahora, quizá, la misión sea más profunda, de mayor calado, y necesite de toda mi profesionalidad. Quizá deba dejarme vencer y entregarme sin más.
El viejo y el mar. La lucha por mantener la presa. (137)Como el anciano marinero me gustaría que alguien estuviera conmigo. Quizá no lo cuidé cuando me acompañaba. Es posible que haya un poco de descuido cuando estoy cerca. Ahora en la añoranza es fácil pensar que voy a ser mejor.
Finalmente, la vida es como decía el viejo: «El millar de veces que lo había demostrado no significaba nada. Ahora lo estaba probando de nuevo. Cada vez era una nueva circunstancia y cuando lo hacía no pensaba jamás en el pasado». No importaba qué vez había sido la mejor, al igual que, en lo que a mí concierne, tampoco importa el llevar años haciéndolo bien. Es la asignatura de ahora la que interesa. Revalidar lo pasado me aleja de aprender esta materia que aún no he aprobado.
«-El pez también es mi amigo- dijo en voz alta- Jamás he visto un pez así, ni he oído hablar de él. Pero tengo que matarlo. Me alegro que no tengamos que tratar de matar las estrellas». Esta tarea es mi amiga. Lo sé desde el principio. En realidad, todas las metas que nos marcamos nos forjan como personas y nos afianzan en un poder que está por encima de nuestros miedos. El viejo pescador no quiere renunciar a sus sueños. Cada una de las estrellas que penden de la infinitud son nuevos proyectos, nuevos peces gigantes que nunca deben derrocarnos. Si mañana tengo otra ilusión, será porque ya haya logrado esta. ¿Podré hacerlo? ¿Superaré el peso de mi carga? Mi anciano y yo seguimos luchando en la noche oscura, caídos los rayos del sol. El agua de la mar brilla tocada por la luz de la luna llena.
«No puedo fallarme a mí mismo y morir frente a un pez como éste – dijo -. Ahora que lo estoy acercando tan lindamente. Dios me ayude a resistir.» No es el momento de fallarnos. Nada puede ser más importante que aprender a elevarnos de nuevo. Cada batalla tiene un pez único sobre el que hay que alzarse victorioso, y para ello hay que resistir a la desidia, a la desesperanza, a los deseos de huir. Mi viejo no era creyente. Ni pensaba que existiera el pecado. Ahora prometía rezar cien Padrenuestros y cien Avemarías. El Padrenuestro le costaba más. Era más fácil el Avemaría. Si, creyentes o no, buscamos apoyos intangibles cuando lo ignoto nos acobarda, si miramos a lo alto imaginando que una luz secreta nos acompaña, nos llenaremos de la fuerza necesaria para seguir. Y, como el pescador, prometemos rezos y cualquier cosa. Lo importante es sentir el nuevo impulso y continuar. A pesar de los daños, de las manos arañadas y cercenadas por los sedales. Los castigos no son nada. Lo importante es no perder la cabeza. Eso es lo que debemos cuidar. El sentido de la realidad. La coherencia es primordial. Mi anciano lo repite una y otra vez: que su mente esté cuerda para acabar esta faena única.
¿Cuándo empecé a sentirme como ahora? ¿En qué punto noté el ahogo y me derrumbé? En la página 51, Santiago, que así se llama mi héroe, decía: «Pero el hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado».
No quiero sentirme derrotada. Algo pesa demasiado dentro de mí. Los días y las noches suman muchos momentos en los que siento que aún puedo mucho más. Preferiría que la marea, los tiburones, el frío y el cansancio me destruyeran, a notar el hielo de la derrota aprisionando mi mente y mis sentidos. Hay que continuar.
«Debiste haber traído muchas cosas», pensó. «Pero no las has traído, viejo. Ahora no es el momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que hay.»
Seguramente fue en este instante cuando tomé conciencia del contenido de las páginas anteriores. Porque después de todo, el anciano todavía pensaba en lo que podía hacer. Su experiencia le decía que ya todo estaba perdido. El olor a sangre fresca atraería a más galanos o dentusos (tiburones de dientes muy grandes). Pero Santiago, mi viejo pescador, siguió hasta el final.
Un empujón más hacia la victoria. Ya casi no queda nada de su presa. Los tiburones han destrozado su pieza del día 85. Como había aventurado Manolín (así se llamaba el muchacho con el que había pescado los primeros 40 días), el día 85 era el día del triunfo. Aquellos malvados tiburones habían sido derrotados uno tras otro. Había perdido el arpón, el cuchillo que había atado al remo se fue con el dentuso. Aún tenía un remo y un bichero con el que golpear a todos los que se acercaran. Uno a uno golpeo mis miedos, mis dudas, mis temblores.
De su trofeo ya sólo quedaba la cabeza. A pesar de todo esto, mi amado Santiago siguió hasta el final. Fue destruido, pero nunca derrotado. Lo esencial va atado al bote de nuestra vida para siempre.
Arribó cerca de la Terraza. El pueblo entero estaba dormido. Dejó el bote en la orilla. Habían pasado casi tres días desde que se había adentrado en la mar. Subió sus aperos a la choza. Ni un solo instante pensó en dejarlos abandonados al rocío de la noche. Tuvo que pararse varias veces porque el cansancio le doblaba.
Reviso mi agotamiento y me sonrío. Me río del cansancio de todos, y de la queja de cada uno de los que conozco.
Manolín llega corriendo a la choza. Santiago dormía boca abajo. Manolín lloró cuando vio sus manos. Salió corriendo a la Terraza a traer un café caliente. Siguió llorando. No le importaba nada que le viera todo el mundo. Cuando volvió, esperó a que despertara, y fue calentando el café con unos leños. Hablaron de muchas cosas. Como se hablan los que luchan juntos. Los que conocen lo avezado de tu lucha. Los que respiran el mismo aire de batalla que tú, y que no cejan en esperarte y darte el aliento para la nueva confrontación.
Santiago y Manolín volverán a la mar juntos. En la choza, el viejo que durante 84 días no había pescado nada, duerme, y Manolín, sentado, le contempla.  Mañana será otro día.
Voluntad, confianza, una gran paciencia, la mayor motivación por conseguir los anhelos. Un objetivo claro y la disposición para hacerlo. Una relación entrañable en la que dos miran el mundo con ojos diferentes, pero hacia el mismo lugar.
El avión aterrizó. Cerré el libro y agradecí a Hemingway su riqueza literaria, aunque El viejo y el mar es algo más que un libro.
Este es el final del primer libro fórum. ¿Qué os ha parecido? Vuestros comentarios me ayudarán como siempre
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El viejo y el mar. Hasta conseguir lo que se busca (136)

No sé en qué momento sentí el nudo en la garganta y noté la humedad en mis ojos. Me recosté sobre los cristales del avión buscando esconderme de cualquier mirada. Mi compañero del 2H me había saludado cuando tomó asiento. Apenas le contesté. El libro permanecía recostado sobre mis jeans mientras mis manos temblorosas lo sujetaban.

Había pasado 54 páginas. Una a una las había embebido. Unas recogían momentos entrañables, otros de gran dureza. Muchísimas de aquellas líneas eran un recreo de la mar y el viento que tocaba las olas mientras los peces voladores jugueteaban buscando pececitos que asomaran su cuerpo fuera de las aguas. El personaje, un viejo pescador, confiaba en su experiencia en el arte de la pesca. Y era meticuloso, metódico. Aunque el día fuese aciago recogía sus aperos uno a uno. Con un cuidado impecable los subía hasta su choza para preservarlos del rocío de la noche.
El viejo y el mar. Hasta conseguir lo que se busca (136) «Yo prefiero ser exacto. Luego cuando venga la suerte estaré dispuesto.» Liberarse y dejar que el azar hable por nosotros. Quizá esa fuera una solución. Ser menos estricto, menos exigente con todo. Dejar que el barco viaje un poco a la deriva. Habían pasado más de 84 días sin pesca. Había salido a la mar un día tras otro, y los aparejos de la pesca habían vuelto vacíos. Los otros pescadores tornaban con sus botes llenos. Pero el anciano no dejaba las cosas al azar. La suerte de los otros contra su exactitud. Pensé en mis éxitos cuando otros habían fracasado. En mis amigos confiando en mi año tras año pese a las crisis, a los golpes de fortuna. Mi barca estuvo siempre repleta. Ahora había sido diferente. Algo no había hecho bien esta vez. Mi anciano y yo debíamos revisar qué nos pasaba. Quizá me faltó comprensión. No todo es conocer y saber. A veces hay que dejar que las aguas nos lleven sin perder el timón ni el rumbo.
El remaba solo. Contra la brisa, a favor de la corriente. Con los ojos dolidos del sol. Le dolían menos cuando miraban al Este. Y tomaba el aceite de hígado de tiburón, aunque todos detestaran su sabor. Él mismo se daba razones sobre la conveniencia de tal brebaje para mantener más saludables sus ojos y evitar los catarros y las gripes. Sin embargo, su barco volvía vacío, y el de sus compañeros lleno. Flexionar quizá un poco y hacer una mezcolanza de luces y sombras. A veces no basta con ser voluntarioso. Yo lo soy mucho. A veces demasiado. Pensé, como mi viejo lobo de mar, que eso era suficiente; sin embargo, los imponderables nos aplastan. Y hoy las redes vuelven vacías.
De vez en cuando su cabeza se despistaba pensando en su gran hobby, el béisbol, y se reprendía: «Ahora hay que pensar en una sola cosa. Aquella para la que he nacido. Pudiera haber un pez grande en torno a esa mancha». Conocía su propósito vital. Saber para lo que has nacido… Una pregunta constante. Tortuosa. Qué hago aquí. Para qué sirvo en este momento. Preguntas para las que mi viejo amigo había hallado la respuesta. Él era un pescador. Estaba allí para pescar el pez más grande del mundo y sólo tenía que escuchar, atender, avistar… El resto había perdido el sentido.
Volví la atención a la pista. Sentí correr las ruedas, y el balanceo de la cola elevando el cuerpo del avión. Monterrey quedaba abajo. Allí dejaba a mis amigos regios. Tengo que escribir mucho sobre ellos, pensé. He dejado muchos instantes bellos para escribir. Yo quería pescar el pez más grande del mundo en esta tierra. Sé que he nacido para esto. ¿O no?
Mi viejo pescaba bonitos y doradas para mantenerse fuerte. Pero su meta era un pez grande. Era el día 85 y estaba seguro que ese era el día.
Se había alejado mucho de la costa. Ya no podía ver las verdes colinas. El viento le llevaba al Nordeste. Pensaba en dejarse dormir e ir a la deriva. Pero no podía.
« ¡Ahora!», dijo en voz alta, y tiró fuerte con las dos manos. Ganó un metro de sedal. La presa era suya. Todo el esfuerzo no estaba ahí. Las victorias no están cuando la presa cae en nuestras redes. Ni cuando hemos acabado nuestras carreras, e iniciamos nuestros primeros andares en organizaciones, como ese pez, más grande que nuestras propias fuerzas. No. Lo complicado empieza ahora. Es en este instante donde se miden las fuerzas. El viejo ni siquiera sabía cómo era su captura. Intuía que era enorme. Quedaba mucho para vencerle. Ambos tenían una estrategia. El anciano esperaba que el pez no se diera cuenta de cuán frágil era su fuerza. Si el pez optaba por irse al fondo le arrastraría. Pero eso el pez no lo debía conocer. Pensé en mi primer trabajo. En el señor P., que confió en mí. Necesitaba aquel trabajo más que cualquier otra cosa. Me mostré con tal confianza, que no dudó ni un momento que no fuera la experta que parecía. Qué fuerte fui para conquistar el enorme pez. Pero qué dura fue la batalla para mantenerme con el sedal sujeto, para aguantar las dentelladas de mis primeros errores, de las exigencias incumplidas, de los tiempos fallidos.
Quedan lejos estos días, que han dejado marcas. Como las que tiene el viejo en su espalda por sujetar el sedal con ella. Debe quedar flojo para que la presa no lo tensione en exceso.
Ya han pasado unas horas desde que el pez fue capturado por el sedal. Ha transcurrido mucho tiempo desde que me inicié. Arriba el cielo se carga de nubes y el avión las cruza para posarse suavemente sobre ellas. Cierro los ojos y descanso. Mañana seguiré, hoy sólo quiero permanecer así. Entre las nubes y soñando con un nuevo despertar.
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La superación del héroe. El Guerrero (135)

El Guerrero ha vivido prisionero de su entorno, donde reconoce enemigos que no le permiten avanzar. Ha luchado contra el sometimiento en muy variados y diversos escenarios, cayendo en el despotismo y esgrimiendo un complejo de superioridad que le

ha imposibilitado lograr el consenso y la colaboración de otros. Cansado y con su armadura resquebrajada, el Guerrero lucha contra su inflexibilidad e intolerancia. Anhela el perdón de los abatidos por su espada, e inicia su apertura hacia una nueva forma de poder más democrática. Es el tiempo de abandonar batallas infructuosas.
Este héroe empieza a comprender la importancia de su papel social, y descubre que si lucha por sí mismo es probable que pueda cambiar el mundo. Quiere afianzar su liderazgo en la sociedad desde términos más implicados con el bienestar. Estudia y aboga por la construcción de un rededor repleto de posibilidades. Cabe en este instante entregarse a una causa más justa donde sólo la paz tenga cabida, y a tal fin, pone al servicio de la comunidad su intelecto, ampliando su capacidad para discriminar lo útil de lo que no lo es. Aporta información que ayude a identificar nuevos roles, y de este modo enseñar a las personas a olvidarse de sus mezquinos intereses personales para abrirse a un interés general. Es así como todos pueden aunar sus fortalezas y optimizar las oportunidades de cambio.
Es este héroe el que confía en el sentido espiritual del hombre. Y sabe que esta fuerza interior precisa ser expresada y evidenciada a través de unos dinámicos y sólidos ideales. Coherencia, integridad, nobleza… son algunos de los valores que conforman el alma del Guerrero. Y de ellos se nutre para acometer la batalla diaria.
En su pasado este héroe pagó el peaje del vagabundo y logró vencer su negativa a los límites y las reglas. También ahondó en el victimismo del mártir, hasta aceptar los compromisos y las responsabilidades. Y conformado por este crisol, el Guerrero renovado nos aproxima a un mundo donde el honor está en ejercer la voluntad hasta sus últimas consecuencias.
En su crecimiento y evolución personal, el Guerrero descubre que para triunfar es imprescindible hallar su identidad verdadera (quién es, qué quiere, cuál es su destino). Y concluye que el único vencedor y perdedor es él. Su batalla, que se centraba en derrotar al dragón, es falsa. Los males que atribuía a la humanidad desaparecieron, y sólo quedó su detractor personal. Un yo interior irreverente y malévolo. Su dragón interno, en el que se reflejan sus miedos y sus temores.
Este buscador acabó debatiéndose con su mal y lo derrocó para siempre. Con su victoria ha disuadido al agresor, y ahora moviliza a la sociedad hacia un mundo mejor, más asequible y equitativo, reduciendo los movimientos inapropiados y poco fértiles. Atrás quedó el Guerrero eminentemente dualista. Su corcel le aleja del radicalismo, y ha aprendido a jerarquizar su fuerza hacia el equilibrio y la templanza. Dirimió su conciencia entre dos polos que le cegaban. Sirvió en una guerra en la que se debatían los malos contra los buenos. Ese absolutismo, que solía aflorar en demasía, era una de sus mayores debilidades. En este punto aprendió a definir qué es lo bueno, y optó por ponerse a su servicio.
Nuestro Guerrero ha triunfado, y los fatalismos de los que se nutría yacen derribados para siempre. Lejos ha quedado su sexismo, su xenofobia y su clasismo, que le tenían subyugado. Entiende que debe colaborar para reducir los grandes males de la sociedad actual: la devastación ambiental, la desigualdad de género y razas, las guerras inútiles, la mezquindad y la avaricia…. Comprende que es su buen ánimo y colaboración la que puede disolver tensiones y construir nuevas realidades. Nuestro caballero está al tanto de que la batalla es diaria. Para ello es imprescindible tomar decisiones que confieran seguridad al grupo.
Este héroe aprende a decidir analizando todos los actos que han conformado sus experiencias pasadas. Desde estos comportamientos realiza aprendizajes y trasciende de sus intereses personales. Lo general prima sobre lo personal. El Guerrero actuó con fuerza y valentía, y venció. Pero ahora este héroe debe recordar que esta victoria se produjo porque reconoció otras ideas, respetó otros ideales. Amén de que su liderazgo operó junto otras jerarquías, con las que colaboró sin competir. La obediencia a su autodeterminación le otorgó integridad. Y es esta honestidad la que engrandeció su discurso, le posibilitó defender múltiples criterios y llegar casi siempre a enriquecedores consensos.
Atrás han quedado las victorias sangrientas. Ahora en el campo de batalla la espada es la dialéctica. La armadura la reflexión. Y la victoria es de todos los combatientes.
El líder de líderes, el Guerrero, avista sin tregua el futuro y se asusta. Quiere bajar de su montura y deleitarse con algún placentero retiro . El miedo a la entrega plena, sin fisuras, le detiene. Poder y gloria en detrimento de placer y confort.
El camino del héroe necesita un profundo autoconocimiento, liberar la inestabilidad emocional y comprender que la automotivación debe trascender los intereses personales.
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La ciudad museo. Una historia para debatir (134)

La chimenea quemaba un último leño y de las brasas salía una calor entrañable. Los ventanales empañados impedían que viera la calle, en la que se dibujaban siluetas apresuradas. Me cobijé dentro de mi abrigo de lana inglesa y me dispuse a acoger la noche fría de primeros de diciembre. La decoración navideña del hotel me envolvía con su dulzón recuerdo, tan familiar y tan añejo.
Había quedado con un amigo que estaba en la ciudad. Teníamos planeado cenar. El lugar no estaba previsto. Iríamos calle abajo y los carteles de neón, las luces, los visitantes, la afluencia, nos empujaría en cualquier dirección. Aún quedaban más de diez minutos para el encuentro y deambulé por los rincones del hotel, sin rumbo aunque sin alejarme del lugar acordado.
A la hora exacta llegó mi compañero. Me gustó verle sonriente y motivado para disfrutar del paseo y una buena cena. Caminamos hacia la escalinata della Trinitá dei Monti en busca de la Piazza del Popolo. La Piazza bullía de vida y los transeúntes paseaban mirando aquí y allá sin objetivo previo. Nadie parecía dirigirse a sitio alguno. Nosotros nos sumamos, y al rato parecíamos parte de aquella expresión latina de movimiento, sonrisas y algarabía. En uno de estos remolinos, impulsados por un grupo, paramos delante de un restaurante que quedaba a la izquierda de la plaza. Las ventanas que tenían las cortinas descorridas nos mostraron un ambiente vivaz y cosmopolita. Los comensales parecían disfrutar de un buen yantar y un agradable espacio. Nos pareció que todas las mesas estaban ocupadas. No obstante, entramos. Una mesera recia nos recibió y confirmó que estaba repleto. Nos ofreció reservarnos la mesa y que volviéramos en 90 minutos.
La ciudad museo. Una historia para debatir (134)
Habíamos conectado con el lugar, y las viandas que aparecían en el mostrador nos resultaron muy sugerentes, así que nos fuimos un tanto desolados. Empezamos a caminar por la Vía de Savoia, y cuando no habíamos recorrido más de doscientos metros le dije a mi compañero que, si no le molestaba, prefería esperar. Acordamos acercarnos a un hotel de la Vía Babuino, dos calles más arriba, y tomarnos un refrigerio mientras hacíamos tiempo.
El hotel era un edificio recientemente restaurado. El interior, de corte minimalista y decoración moderna, rompía el diseño clásico del resto de los hoteles de pro de Roma. Lo abigarrado dejaba paso a lo esencial. Sus paredes de pinturas lisas, los suelos cubiertos de esterilla, mesas y sillas de madera marrón oscuro y patas de acero. Los sillones eran de respaldo muy alto, y nos invitaban a descansar en ellos. Los clientes habían cambiado la pana por la franela, la bufanda por la corbata. En fin, que no sólo el decorado era distendido, sino también los clientes.
Entre un zumo de manzana y tomate, unas pipas de calabaza, una charla cariñosa de un camarero hispanoparlante, además de un paseo por los jardines del hotel, pasaron los minutos y volvimos al restaurante. La comendadora nos recordó y nos llevó hacia una mesa que estaba cercana a la ventana.
La mesa ocupaba un lugar estratégico desde el que pude ver una gran parte de la sala. De pronto le miré. Vestido de traje blanco y camisa negra. Tenía más de 80 años, pelo cano, ojos escrutadores. Como el viejo zorro que conoce y lo ha vivido todo. Me gustó mirarle. Sus manos huesudas se movían con una destreza no exenta de delicadeza. Una mujer que tenía en frente inició una conversación que al anciano le inquietó. Se removió en su silla y frunció su entrecejo. Pude entender que hablaba de política, y que disentía de algunos asuntos concernientes a las relaciones entre Milán y Roma. Parecía que la ciudad del Norte se negaba a mantener el patrimonio cultural de la capital italiana.
Otro personaje avivó el debate considerando que Roma debería soportar su economía y ser independiente de cualquier otro estado. «Esta ciudad es un museo que atrae a millones de turistas, y son los beneficios que reporta esta riqueza los únicos que deberían facilitar su crecimiento y desarrollo». La mujer que estaba a la derecha de mi personaje central le preguntó por su opinión. Todos callaron y le miraron con absoluto interés. «Roma es arte, cultura, belleza. Cada uno de sus edificios, cada pared que la sustenta, guardan miles de años de historia. Es esta cualidad la que atrae al turismo, la que la hace única y diferente a cualquier ciudad europea. Ahora bien, es esta condición, y no otra, la que la convierte en una carga económica inconmensurable para toda Italia. Milán, como ciudad industrial, tiene un dinamismo económico que le permite crecer independiente de cargas del pasado. Muchas ciudades italianas exigen este continuo mantenimiento de su arte. Florencia, Venecia, Siena, Verona, Pisa, Asís… Cada una de estas urbes han vivido y viven algún proceso de deterioro que exige un desembolso para mantenerlas año tras año. Todas entregan a los visitantes lo mejor de sí mismas. Sabemos que Venecia se hunde, que Pisa se cae, que Florencia envejece, y que Roma… En fin, el mundo entero debería participar de este gasto permanente. Italia debería ser considerada patrimonio de la humanidad. Es una obra universal, y cada nación debería aportar una parte de su PIB para cuidarla.»
En ese momento nuestro caballero elevó sus manos por encima de la mesa. Sus dedos jugaron durante unos segundos recreando una ilusión vital. Sus ojos brillaron y su cuerpo avanzó hacia los demás con fuerza. Creía que Italia debía conquistar el mundo de nuevo, que los romanos deberían recuperar los reinos que habían perdido en el pasado. El tributo esta vez era mantener los recuerdos de cientos de años cargados de historia, artes y cultura. El César ya no era Marco Aurelio el filósofo, o Nerón el asesino, ni Calígula el loco. El rey de reyes ahora era el arte. La decadencia vigilada por los moradores del mundo. Cuidar la ciudades contra el hambre. Mantener el pasado contra la vida diaria. Revitalizar el coliseum. Impedir la caída de una torre que año tras año se hunde algún milímetro más. Mis cavilaciones me desconectaron del resto de los tertulianos, que ahondaban en algunas opiniones.
El anciano calló. Su mirada reposó sobre el resto de amigos, con suavidad, sin retos, marcando el espacio con sus ideas. Miré sus ojos de viejo lobo marino, avezado por las mil batallas, callado por las mil derrotas, capaz como nadie de saber qué sucede en el aquí y el ahora. Un saber basado en el pasado envejecido.
Mi viejo romano puso sus manos apoyadas en la muñeca y movió su cabeza delicadamente arriba y abajo, asintiendo hacia otro comensal que seguía hablando del tema. Ya no quise escuchar más.
Mi compañero guardaba silencio. El asunto nos resultaba complejo. Ambos adoramos el arte. Habíamos disfrutado de cada calle, de cada trozo de historia que rezumaba por aquella ciudad vieja y siempre por descubrir. Quería oponerme a sus opiniones y a la vez las entendía.
Volvimos callados y cabizbajos a nuestros hoteles. El debate estaba servido. No era cuestión de encontrar la respuesta. No nos competía a nosotros. Sin embargo, aún hoy me sigo cuestionando si el pasado debe seguir paralizando el presente. Si los bienes económicos no deberían estar al servicio del hombre y para el hombre. Buscando lo mejor para él, erradicando el hambre del mundo, potenciando nuevos modelos de gestión que habiliten a cada ciudadano para ser autosuficiente. Que se ponderen las riquezas de la tierra y se repartan entre los que viven en ella.
Pasamos delante del hotel Russia. Nuevo y sin estructuras barrocas ni románicas. ¿Qué perdería la ciudad si se renovase optimizando el mantenimiento, minimizando las estructuras y empleando materiales resistentes?
Extraño la coherencia. Es difícil entender que gastemos millones de euros en mantener un edificio para que alguien se recree mirándolo mientras miles de seres se mueren de hambre, otros muchos no tienen dónde cobijar su familia, y la mayoría lucha por mantenerse mes a mes. Pueblos enteros no tienen agua, y cientos de niños no acceden a las escuelas.
Roma duerme y me mantengo en vigilia. Quiero que me encuentre el día madurando estas ideas.
Quizá podamos hablar sobre este tema, y si bien las soluciones no están en nosotros, sí podemos ampliar nuestro mapa con los diferentes puntos de vista.
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Butan. El reino que midió la felicidad (133)

¿Eres feliz? Una y otra vez he preguntado por su felicidad a todos aquellos que han pasado por mi vida. Buscaba, y aún investigo, el grado de satisfacción y alegría que nos inunda a cada uno de nosotros. Algunos me han mirado con aquiescencia, otros como si estuviera falta de cordura. Los menos se han permitido despreciar cualquier afán de ser feliz.
Los significados de la felicidad han sido discutidos por filósofos, sociólogos, y por muchos estudiosos que ahondan en los paradigmas del hombre. Y ha sido una cuestión vital resolver el secreto de este tesoro. Algunos hemos ansiado descifrar el mapa de la felicidad. Infructuosamente. Porque si bien casi todos los pensadores coinciden en que el hombre busca insistentemente su felicidad, también lo es que pocos coinciden a la hora de precisar qué significa exactamente.
Quizá, como decía Aristóteles en su Ética a Nicómaco, la felicidad debía ser algún tipo de actividad. Aristóteles desterraba la posibilidad de que la felicidad fuera un placer en sí misma, dado que el placer surge de una sensación o estado que se deriva de actividades que resultaban placenteras. Este gran filósofo consideraba que el hombre tenía habilidades y cualidades, tanto psicológicas como físicas, y que la felicidad debería derivarse de poner en práctica lo mejor de cada uno. La meta se centraría en lograr la felicidad en sí misma. No sería un fin para conseguir a través de ella otra cosa. Es decir: la felicidad como meta y objetivo único. En ningún caso como medio.
Sócrates pensaba que el conocimiento es verdadero cuando llega desde dentro de las personas. La comprensión de la felicidad no podría darse, por tanto, mientras no proceda del interior de uno mismo. No hay posibilidad de que sea impuesta por otros ni que las conclusiones de unos sirvan para los demás.
En la Grecia clásica había varias posturas sobre la felicidad. Todas ellas ponían de manifiesto la divergencia de criterios sobre la misma:
  • Aristóteles defendía que ser feliz es la autorrealización. Cuando un ser humano lograba sus metas, conseguía la felicidad.
  • Los estoicos pensaban que la felicidad era lograr la autosuficiencia, no depender de otro para vivir o alcanzar las metas propias.
  • Ser feliz para los epicúreos era experimentar placer en el desarrollo intelectual y físico, evitando el sufrimiento en todos los niveles.
Entre Aristóteles y Epicuro existía una gran diferencia. El primero pensaba que era natural que el hombre fuera feliz, y que convirtiera dicho estado en su razón de existir, mientras que el segundo planteaba la felicidad como el resultado de vivir el placer.
Butan. El reino que midió la felicidad (133)
El 2 de Junio de 1974, en su discurso de coronación, Jigme Singye Wangchuck dijo: «La felicidad interior bruta es mucho más importante que el producto interior bruto» (El País Semanal Nº 1.731). Tenía 18 años y se convertía, tras la repentina muerte de su padre, en el monarca más joven del mundo. Más de veinte siglos separan los pensamientos de los clásicos griegos de este joven e inexperto rey, y sin embargo parecen existir grandes coincidencias con el pensamiento socrático y aristotélico. Jigme Singye Wangchuck ha implementado en su pequeño país del Himalaya el índice de felicidad bruta, FIB, a diferencia del PIB, que mide la economía y el bienestar de todos los demás países del mundo.
El gobierno butanés considera que el progreso de sus ciudadanos debe medirse por algo más que los logros económicos. La sociedad debe equiparar los beneficios materiales con los espirituales y con el desarrollo de las personas. Cada movimiento debe buscar no sólo el rendimiento económico, sino analizar si conduce a la felicidad. El FIB se basa en los principios filosóficos del budismo, en el que todos los seres persiguen la felicidad. A esto se añade que en Bután se considera que es el gobierno quien debe crear el entorno favorable para que se logre, pero que sólo los ciudadanos podrán decidir si se ha logrado o no.
Posiblemente la falta de tecnología sea un factor determinante para que muchos de estos logros hayan sido posibles. Y probablemente es esa misma falta la que permite vivir este sueño.
Los pilares sobre los que se sustenta el FIB son los siguientes:
1. Desarrollo socioeconómico sostenible y equitativo
2. La preservación y promoción de la cultura
3. La conservación del medio ambiente
4. El buen gobierno.
Para llevarlo a la práctica, el cuarto rey creó una nueva infraestructura institucional al
servicio de esta filosofía, con una comisión nacional de FIB y una serie de comités a nivel local. Este bienestar y satisfacción debe ser valorado por los ciudadanos cada dos años para contemplar posibles desviaciones que alejen los resultados de la intención inicial. En el sondeo que se llevó a cabo en el año 2008, 950 butaneses contestaron más de 180 preguntas que recogían aspectos como el uso del tiempo, el nivel de estrés, el bienestar psicológico, la vitalidad de la comunidad, la cultura, el nivel de vida, el gobierno. El resultado fue que el 52% de los butaneses declararon sentirse felices, el 45% muy felices y sólo un 3% dijo que no lo era. Además de este alto índice de FIB, la economía butanesa fue la que creció más rápidamente en el mundo según los estudios realizados en el año 2007.
La Universidad de Leicester (Reino Unido) publicó en el año 2006 un estudio sobre los países más felices del mundo. De los 178 países estudiados, Bután fue el octavo. Los primeros puestos los ocuparon Dinamarca, Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia y Suecia (El País Semanal Nº 1731).
La ilusión de Hune es combinar la búsqueda de la felicidad con la rentabilidad de cada acción. Para asegurar un incremente en nuestro FIB y en los beneficios empresariales y profesionales. Dos fuerzas que subsisten en cada uno de nosotros. Un yo trascendente y un yo vital para llegar a la identidad excelente.

Gracias por vuestros comentarios y aportaciones para ser mas felices y más proactivos. Eficacia y felicidad juntas. Tanto monta, monta tanto lo uno como lo otro para lograr un equilibrio.

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Cuento de la oveja que era un tigre (132)

Érase una tigresa que estaba en muy avanzado estado de gestación. Eso no le refrenaba sus impulsos felinos de abalanzarse contra los rebaños de ovejas. Y en una de esas ocasiones alumbró un precioso cachorro y no logró sobrevivir al parto. El cachorro fue recogido por las ovejas. Se hicieron cargo de él, dándole de mamar y cuidándolo con mucho cariño. El felino creció entre las ovejas, aprendió a pastar y a balar. Su balido era un poco diferente y chocante al principio, pero las ovejas se acostumbraron. Aunque era una oveja corporalmente bastante distinta a las otras, su temperamento era como el de las demás y sus compañeras y compañeros estaban muy satisfechos con la oveja-tigre. Y así fue discurriendo el tiempo. La oveja-tigre era mansa y delicada.
Una mañana clara y soleada, la oveja-tigre estaba pastando con gran disfrute. Un tigre se acercó hasta el rebaño y todas las ovejas huyeron, pero la oveja-tigre, extasiada en el alimento, seguía pastando. El tigre la contempló sonriendo. Nunca había visto algo semejante. El tigre se aproximó al cachorro y, cuando éste levantó la cabeza y vio al animal, exhaló un gritó de terror. Comenzó a balar desesperadamente.
Cuento de la oveja que era un tigre (132)
– Cálmate, muchachito – le apaciguó el tigre -. No voy a hacerte nada. Al fin y al cabo somos de la misma familia.
– ¿De la misma familia? – replicó sorprendido el cachorro -. Yo no soy de tu familia, ¿qué dices? Soy una oveja.
– Anda, acompáñame – dijo el tigre.
El tigre-oveja le siguió. Llegaron a un lago de aguas tranquilas y despejadas.
– Mírate en las aguas del lago – dijo el tigre al cachorro.
El tigre-oveja se miró en las aguas. Se quedó perplejo al contemplar que no era parecido a sus hermanas las ovejas.
– Mírame a mí. Mírate a ti y mírame a mí. Yo soy un poco más grande, pero ¿no compruebas que somos iguales? Tú no eres una oveja, sino un tigre.
El tigre-oveja se puso a balar.
– No bales – le reprendió el tigre, y a continuación le ordenó -: Ruge.
Pero el tigre-oveja siguió balando y, en días sucesivos, aunque el tigre trató de persuadirle de que no era una oveja, siguió pastando. Pero unas semanas después el tigre le trajo un trozo de carne cruda y le conminó a que lo comiera. En el mismo momento en que el tigre-oveja probó la carne cruda, tuvo conciencia de su verdadera identidad, dejó el rebaño de ovejas, se marchó con el tigre y llevó la vida propia de un felino.

Ejercicio:

  1. Una vez hayas leído el cuento plantéate si eres un oveja
  2. Quizá seas un tigre
  3. Pero también puedes ser un tigre escondido entre ovejas para dejarte llevar por la manada y no responsabilizarte
Independiente de si es mejor ser una oveja o un tigre. Lo que debes plantearte es si eres lo que pareces ser
Fredy Kofman hace un trabajo sobre este cuento que me parece muy interesante. Es un video largo, sin embargo tiene los créditos de los contenidos, y podéis escuchar sólo lo referente a este cuento.
Cuento de la oveja que era un tigre (132)
Muchos de nosotros necesitamos reflexionar qué, quienes somos, cómo vivimos, para qué estamos aquí.
Espero tus comentarios
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Cuando la autoestima depende de los demás (131)

Es fácil tener confianza en ti mismo y disciplina cuando eres un triunfador, cuando eres el número uno. Lo que necesitas es tener confianza y disciplina cuando todavía no eres un ganador.

Vicent Lombardi
Entrenador de fútbol americano
El film de Oliver Stone Un domingo cualquiera (Any Given Sunday) recoge la vida deportiva de un equipo de fútbol americano, los Miami Sharks, cuyo entrenador, Tony D’Amato (Al Pacino), se enfrenta a la mayor crisis de la historia del equipo.
El primer quarterback, el veterano Jack Rooney (Dennis Quaid), cae lesionado, y el segundo quarterback, Tailer, que no había entrenado en toda la temporada, hace lo mismo unos minutos más tarde. En ese momento, la dueña de este equipo (Cameron Díaz) busca desesperadamente en el mercado alguien para sustituir a sus jugadores veteranos y duramente golpeados. Lo importante es ganar y rentabilizar a su equipo. Los aficionados han perdido el interés. Los Sharks han sido derrotados en tres partidos, y quedan tres más para el play off. El único medio de salvar una temporada desastrosa es realizar un gran fichaje.
Entre tanto, Tony D’Amato saca a su tercer quarterback, un joven de 26 años que lleva sólo esa temporada con los Sharks (Jamie Foxx); un jugador asustado que está ajeno a lo que pasa en el partido. El entrenador le exige que lo haga bien y él, anonadado, sale al campo sin saber cómo enfrentarse a la situación. El susto le descompone, y vive dramáticos momentos ante sus oponentes, que le insultan y le amilanan. Se enfrenta a las circunstancias como puede, lo que le lleva a  salirse del mapa del entrenador y hacer su jugada. Lo peor es que no conoce la estrategia del equipo y desorienta a sus compañeros.
Después del descanso, en un momento en que han recuperado el balón, el entrenador pide tiempo muerto. Y le dice: «¿qué pasa, Willy? Sólo puedes mejorar. Y no te preocupes por la sustitución, porque no me queda nadie. Tú sabes jugar a esto, lo llevas haciendo toda la vida. Has crecido en Dallas. Piensa que estás allí y que has vuelto a tu casa, y tu madre te está esperando. Olvídate de todo. De las gradas, de las luces, del cuaderno de jugadas». Willy le obedece y se olvida de todo. Desdibuja en su mente el entorno que le acobarda, y se concentra en el siguiente pase.
Y es aquí cuando para mí tiene sentido la película. Muchos de los entramados de este film muestran falta de valores, una moral muy reducida, creencias a priori equivocadas. Cada personaje presenta un lado oscuro y tenebroso. Sin embargo, pararnos en la miseria, la debilidad y el dolor es fácil. Lo difícil es renunciar a nuestro confort cuando alguien nos arrebata el poder. Es decir, cuando alguien hace las cosas mejor, o no nos escucha, o no nos entrena. Entonces tan sólo queremos ver las tareas desde la barrera, sin implicarnos, pues estamos adormecidos, y hemos perdido nuestra autoestima. En estos casos,  de poco nos ayudará definir al culpable, desasosegarnos o alejarnos del problema. En algún momento la situación puede exigir que tomemos las riendas de la vida. El mejor, y hasta los dos mejores, los que van delante de nosotros, pueden desaparecer y dejarnos el puesto libre para empezar a desarrollarnos. Quizá en ese momento no estemos preparados y perdamos esa oportunidad.
O quizá sea mejor creer en nuestro potencial sin que tengan que caer los que están a nuestro alrededor. Viví una situación de gran cobardía en mi vida. Sólo cuando se murió la persona a la que temía pude dar un paso adelante. Sólo que allí se quedó un material que no he recuperado. Hoy todavía no sé cuán valiente soy.
Espero que el intento de un video blog, que acompaña a este post, nos aproxime más. Decidme si os parece válido. Es estupendo estar juntos cada día.

VIDEOBLOG:

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Post participativo. Cuéntanos en 10 líneas tu experiencia (130)

Ayer en la presentación del libro de Lourdes Molinero los diferentes ponentes contaron anécdotas de la vida en la que las mujeres lograron poner su grano de arena en algún proyecto singular. De ahí surgió la idea del post de hoy.
Os pido que en menos de 10 líneas recordéis alguna anécdota real en la que una mujer o un grupo de mujeres hayan conseguido su meta. Profesional o personal.
Espero que os ilusione esta propuesta y que sean muchos hombres los que cuenten su historia al lado de una mujer, y la participación que ellos tuvieron en ella. Seguramente detrás de cada gran hombre ha habido una extraordinaria mujer. En el caso contrario ha sido así también.
Ánimo. El día de hoy busca agradecer a todas las mujeres de nuestra vida que han puesto un pilar para edificar este mundo.
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La soledad de las mujeres… y otros miedos (129)

 

En el post de hoy contamos con la autora del libro: Una nueva dirección. La aportación de la mujer a las organizaciones excelentes, Lourdes Molinero, que contestará a los nutridos comentarios que hicisteis ayer.
 
Quiero, en primer lugar, agradeceros todos vuestros comentarios que tan constructivos me han parecido, pues recogen diferentes perspectivas y reflexiones que me ratifican en que sí tiene sentido escribir sobre lo que he dado vueltas en mi cabeza durante años de experiencia en la dirección de empresas.
 
Porque a veces nos parece que estamos solas ante un reto apasionante, pero no exento de dificultades…. Y no estamos solas, tenemos a mucha gente, hombres y mujeres, que piensan como muchas de nosotras que no hablamos de luchas, sino de cambiar las cosas desde el fondo, entrando a las raíces, para conseguir una sociedad más justa y enriquecida.
 
En muchos de los comentarios coincidís en que se ha avanzado en la posición de las mujeres y eso es un hecho irrefutable que comparto, además se ha conseguido en poco tiempo pero todavía tenemos que tener en cuenta que hablamos de un cambio social que llevará por lo menos dos generaciones y que ya podemos atisbar en las mujeres que empiezan a lanzar en estos momentos sus carreras profesionales.
 
Como recogéis muchos de vosotros los hombres son más ambiciosos, pero creo que lo son de detentar el poder por el poder, cosa que no ocurre con las mujeres que no queremos tanto el poder como que nos dejen ocupar, en las mismas condiciones que a los hombres, los puestos de toma de decisiones para cumplir con un papel de desarrollo de la compañía que ponen en nuestras manos y de las personas que la componen.
 
Aquí entramos en un punto que me parece clave, y que se ha tocado en bastantes de los comentarios que he recibido. Las mujeres tenemos nuestra manera de dirigir. Un error que han cometido muchas ha sido mirarse en los hombres e imitar sus formas, sus modales y desde mi punto de vista nosotras tenemos que ser femeninas también cuando dirigimos, porque esa es nuestra riqueza, esa es nuestra gran aportación.
 
Las mujeres, de una manera natural, aunque lógicamente hay excepciones y alguien se habrá topado con una jefa tóxica, tenemos una visión más humanista de la empresa que los hombres, porque tenemos más capacidad de empatía, de buscar el desarrollo de las personas que colaboran con nosotras, tenemos más visión de conjunto que nos permite calibrar mejor la repercusión de nuestras decisiones en muchos campos y personas, y todo eso son cualidades a las que no debemos renunciar, sino que debemos desarrollarlas con seguridad.
 
La seguridad que a veces nos ha faltado, pero que es el momento de recuperar, porque la sociedad nos está esperando y nos necesita urgentemente y para que podamos acudir el papel que debe hacer la esfera de lo público no es “obligar” a que las mujeres estén en puestos de responsabilidad, como si fuésemos incapaces de hacerlo solas, sino impedir que se pongan trabas a las mujeres por el hecho de serlo. Tiene que vigilar por que las reglas sean las mismas para que podamos avanzar sin palos en las ruedas.
 
Como dice Alberto no se trata de atacar a los hombres, ni de luchar contra ellos, yo por lo menos no lo entiendo así. Se trata de poder llegar a la corresponsabilidad en la vida familiar y a la colaboración de ambos en todas las facetas, porque el mundo es mixto y es así porque los hombres y las mujeres juntos tienen que aportar sus cualidades y capacidades, que son mayores cuando van conjuntadas.
 
Doy un poco de razón a Rosa Ana en que muchas veces somos las mismas mujeres las que nos ponemos pegas entre nosotras, pero eso creo que también se va venciendo en la medida que nos damos cuenta que sólo podremos hacerlo si nos creemos que somos tan buenas como los hombres y que necesitamos apoyarnos unas a otras como hacen ellos, no por el hecho de ser mujer, no por una discriminación positiva que no entiendo, sino porque ante el mismo valor la mujer no puede salir perdiendo.
Las organizaciones están empezando a ver la eficacia de tener mujeres en los puestos de toma de decisiones, pero todavía nos quedan metas por alcanzar, y creo que aquí está lo bonito del reto, que, como decía Viktor Frankl:” Lo que el ser humano necesita no es una existencia apacible exenta de dificultades, sino luchar por una meta que merezca la pena”. Sinceramente creo que merece la pena este esfuerzo que estamos realizando porque es la mejor manera de dejar una sociedad mejor a las generaciones que nos seguirán.
 

Gracias otra vez a todos por vuestros comentarios.

 

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Una nueva dirección. La aportación de la mujer a las organizaciones excelentes (128)

«La igualdad es una aspiración social. En el caso de las mujeres no ha de entenderse como una lucha reivindicativa que les compete a ellas, sino que debería ser más bien una preocupación de la sociedad en su conjunto. Actualmente, esta realidad se encuentra asumida por una inmensa mayoría de la población, y nadie duda de que la desigualdad de oportunidades entre mujeres y hombres es un escollo en cualquier sociedad que aspire a ser justa».

Estas palabras de Lourdes Molinero me parece que abordan una de las mayores realidades sociales de la actualidad. La pregunta que cabe ahora hacerse es si esta desigualdad puede ser resuelta desde los estamentos políticos o debemos acometer previamente una formación profunda y transformadora en la educación de la mujer para conseguir que sea ella misma la realizadora de este cambio; una formación que no busque apoyos discriminatorios, pues estos sólo conllevan mayores diferencias e incrementan el riesgo de tensiones entre las partes implicadas.
 
Una nueva dirección. La aportación de la mujer a las organizaciones excelentes (128)Cientos de años de cultura no se olvidan porque una legislación llegue a acuerdos en los que se adoptan medidas que favorezcan a unos en detrimento de otros.
Porque me pregunto ¿cómo es posible que en el siglo XXI estemos dirimiendo la igualdad entre los seres humanos? ¿Cómo es posible que veamos a nuestros hijos diferentes a nuestras hijas? ¿Qué será de esta sociedad si no limamos estas diferencias urgentemente? ¿Qué sentido tiene que estemos formando a nuestras hijas en carreras empresariales si pensamos que no son válidas para ello?
 
Si bien tengo la certeza de que el hombre tiene mucho que ver en las dificultades para obtener beneficios similares, estoy también convencida de que tenemos que ahondar en las cuestiones intrínsecas de la propia mujer, que no deja de ser un individuo social que vive abducido por su cultura y por su situación.
 
Muchas de las mujeres con las que me trato diariamente (madres de familia, esposas, hijas) viven abocadas a una parálisis social, a una falta de éxito profesional, porque se consideran imprescindibles en sus hogares. Cada día luchan con la ilusión de desarrollarse profesionalmente y cumplir con los deberes familiares impuestos. En el libro de Lourdes Molinero se recogen observaciones que son ejemplares en este sentido (pág. 29): «El trabajo doméstico crea unos componentes emocionales y afectivos que son los que mantienen el bienestar y la estabilidad de la familia, y que normalmente desempeña la mujer. El trabajo doméstico debería ser valorado también de forma crematística y no hacerlo sólo con el trabajo realizado en el mercado». 
 
A pesar de que esta propuesta es acertada, por sí sola no resolvería el problema que tienen la mujeres para desarrollarse profesionalmente en puestos de responsabilidad dentro de las organizaciones y las empresas. Remunerar el trabajo doméstico tan sólo llevaría a que la mujer se sintiera útil por aportar rentas a su hogar, lo que, si bien es relevante desde el punto de vista económico, deja indemne el problema de la menor presencia de la mujer en los comités de dirección o en otros cargos dentro de la jefatura de las organizaciones.
 
Y es que no se trata de acomodar a la mujer, sino que sea ella misma la que tenga la capacidad de decidir dónde y en qué forma quiere cumplir su desempeño profesional y personal.
 
La mujer vive en una contradicción con su trayectoria curricular. En los últimos años, y así lo recoge el libro de Lourdes Molinero, ocupa los primeros puestos en las carreras universitarias de humanidades, y va creciendo día a día en todas las demás. En el año 1982/83, del alumnado matriculado un 46,79% eran mujeres, y en el año 2006/2007 éstas han llegado a 54,31 %. Un dato relevante es que la mujer no realizaba diplomaturas en el 82, mientras que en el 2007 lo hace un 70,02 % (capítulo 2). Además de estos datos tan significativos, las mujeres son las que en mayor número acaban sus carreras. Sin embargo, es la misma mujer la que no lucha por optimizar estos conocimientos con un puesto profesional acorde a estos resultados. Algo asusta a la mujer, y ese algo debe ser desvelado por sí misma. La mujer llega a un tope, y en la mayoría de las ocasiones se coarta para seguir avanzando.
 
¿Hay algún condicionante en el arquetipo mujer que la arrastra y que no le permite avanzar profesionalmente? ¿Teme la mujer que con su éxito los hombres la rechacen y la proscriban? Estoy de acuerdo totalmente con la autora de este magnífico ensayo: la mujer tiene la capacidad de no centrarse únicamente en la rentabilidad de los proyectos gracias a una mayor perspectiva, con la que puede contemplar la realidad en su conjunto. Y es esta mirada global la que exige que rompa barreras que la limitan. El mundo vive una orgía de desamor, de manipulación, de desinterés por su propio colectivo.
 
Mi amiga Arantxa me anotaba que la causa puede ser la impotencia. Es decir, para qué me voy a esforzar si, aunque este vale menos, mostrarlo me va a suponer tal conflicto y esfuerzo que no me merece la pena. Estoy bien donde estoy.
 
Mi amiga R. M., directora de una agencia de publicidad, ha comprobado que para cerrar contratos con nuevos clientes una mujer atractiva como es ella, además de muy inteligente, no es válida, y ha tenido que designar a un empleado como director para estas funciones.
 
La autora ahonda en las diferencias más relevantes, en los modos y formas de aprender y dirigir entre las mujeres y los hombres. Lourdes piensa que las mujeres hasta ahora no han podido poner en práctica sus ideas por circunstancias sociales. Y, ya sea por estos impedimentos, o porque ellas mismas se limitan, es necesario que la sociedad active programas para resolver la integración de la mujer proactivamente en la sociedad empresarial, en la vida política. Pero no porque sea mujer. No se trata de hacer discriminación favorable. Es mucho más profundo. Hablamos de permitir que tenga igualdad de oportunidades reales. Que se las prepare para aceptar los retos del poder sin sentirse culpables. Que puedan conciliar la vida profesional con la personal, al igual que los hombres. Que ambos sexos tengan la capacidad de repartirse funciones, sin perder sus cualidades intrínsecas.
 
Es necesario buscar unas medidas reales, ajenas a las posturas electorales o a resultar impactantes. Pienso que es la mujer la que teme su autodeterminación, el liderazgo, el poder, la responsabilidad empresarial por encima de la familiar. Es la mujer la que se siente culpable como madre, como esposa. Y hay que hacer programas que la alivien de esta carga, y si es posible, que el hombre la asuma de alguna manera.
Gracias Lourdes por esta reflexión, que es un punto y seguido tras el cual todos debemos seguir.

Amigos la autora nos contestará a las cuestiones que planteemos. Queremos vitalizar este blog con ideas y fuentes diversas para ser cada día más productivos en el cambio que todos buscamos.

 

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