El film de James Cameron, Avatar (2009), recoge las múltiples contradicciones que nos asolan a la especie humana cuando nos enfrentamos a nuestros deseos más ruines.
Los acontecimientos se desarrollan en Pandora, que está habitada por los humanoides na’vi. Las tribus que pueblan Pandora, la luna del planeta Polifemo, están disgregadas, y los omaticaya se asientan bajo el Árbol Madre que cubre un yacimiento de unobtainium cuyo valor es de más de 20 millones de dólares el kilo. Esta cotización tan elevada se debe a su poder para recuperar la deficiencia energética que vive la Tierra.
Con el fin de lograr este valioso mineral la expedición está formada, además de por la empresa privada interesada en la explotación minera, por un grupo de científicos que buscan conectar con los indígenas y aprender de sus costumbres, amén de convencerles para que cambien de lugar de residencia. Todo ello amparado por mecanismos muy sofisticados que hacen entretenidas las casi tres horas del film dirigido con gran maestría por Cameron.
La película recoge todas las inquietudes sociales de los últimos años y sugiere la vuelta a la naturaleza y el amor a la biodiversidad, los animales, la vida y el respeto a lo sagrado.
Como sucede en Matrix, el protagonista y salvador es un personaje perdido, falto de cualidades y alejado de una visión profunda sobre la vida, pero con una motivación, capacidad de aprendizaje e ilusiones sin límite. A través de sus experiencias se simplifican los éxitos que emanan del desarrollo personal de los protagonistas en situaciones cotidianas, fijando la mirada en la humanidad y en los valores intrínsecos de cada personaje. La película da a entender que los años de investigación, las carreras brillantes en los negocios y un sin fin de logros materiales y tangibles no son suficientes para elevar a las personas al rol de salvadores.
Avatar propone un mundo de personajes sencillos, con expectativas mucho más simples que descorrer los velos de la ciencia o hacer grandes hallazgos de minería. La honestidad, la fidelidad, el amor y el aprendizaje rápido son valorados y tenidos en cuenta por los omaticaya, y la energía divina del Árbol
Madre así lo entiende, protegiendo al protagonista de una muerte cierta cuando Neytiri, la heroína omaticaya, le encuentra perdido por el bosque.
Eywa, a través de las semillas del Árbol Madre, reconoce a Jake como el salvador del pueblo omitacaya, y Mo’at, la líder espiritual y madre de Naytiri, detecta esta conexión y permite que se quede a aprender del pueblo na’vi. Alumnos y maestros entrelazados en una trama tejida con la búsqueda del bien y la erradicación del mal.
Los espectadores nos movemos en las butacas buscando alguna semilla del Árbol Madre que nos señale como libertadores de la tierra. Quizá las semillas serían un revulsivo para evitar el futuro desastroso que este film depara a los terrestres si seguimos como hasta ahora.
Suena muy esperanzador suponer que hemos venido para algo más que finalizar el mes con dinero en la cartera, trabajar con relativa ilusión, o esperar las vacaciones que terminan antes de empezar. Ahora bien, Jake necesitó un impacto sobrenatural para recuperar la confianza del pueblo na’vi. Surgiendo desde las alturas y montado en un Toruk deja atónitos a todos los componentes de los clanes de Pandora, quienes le reconocen como el libertador.
El guionista dibuja a Jake en una posición de poder indiscutible. El mito del elegido vuelve a sombrear sobre nuestras cabezas y nos reduce a simples mortales sin los valores de Jake, y anhelando la vida de los omitacaya.
Un Toruk es posible que no esté a nuestro alcance. La isla de Pandora seguro que existe pero aún no estamos en disposición de conquistarla, así que nos queda retomar el amor a nuestros valores, a la biodiversidad, a los árboles, así como incrementar el cuidado a los animales, recuperar la honestidad y ser fieles a nuestros ideales. Si lo aliñamos con mucho respeto y amor a los que nos rodean independiente de su clase y color, seguro que en cada uno de nosotros encontramos un átomo de salvador del mundo.