Atrapados. Pienso que estamos presos del tiempo, de los deseos, de todos los planes que colman nuestras agendas de ocio o de trabajo. Vivimos prefijando lo que vamos a hacer en unos días, y marcamos los hitos y las conexiones que están sujetas a estos planes.
Saboreamos cada instante con ansiedad, y cuando surge un imprevisto nos desbordamos, porque se altera la agenda, los resultados, la economía. De pronto todas las noticias hablan de los millones que han perdido las compañías, y tácitamente se supone que los usuarios han dejado de ganar miles de euros. El mundo mira expectante el imponderable y se inclina cabizbajo, pero no sumiso, ante lo imposible.
El volcán islandés Eyjafjalla nos ha colocado frente a una realidad que tal vez no nos guste admitir, a saber: la de que no estamos preparados para romper las ataduras del tiempo. No sabemos responder ante lo inevitable minimizando su impacto y aprendiendo a valorar lo importante, haciéndolo prevalecer sobre lo que no lo es. El fuego y sus cenizas circulan por el espacio y cuestionan si realmente estamos preparados para situaciones de crisis ambientales.
Las catástrofes son inoportunas, y no diferencian a unos de otros. Los viajeros a quienes ha afectado la erupción del volcán se han visto desbordados, y la economía ha sonreído a los que no se lo esperaban: los trenes se han colapsado de viajeros, los taxistas han realizado recorridos por miles de euros.
La tecnología punta de los aviones está siendo vencida por la ceniza de un volcán. Cabe pues preguntarse qué necesitamos ante estas situaciones límite. Quizá reflexión, gestión emocional, cooperación y optimismo. Es el momento de observar tanto nuestra fragilidad como nuestro poder. Así conoceremos un poco mejor nuestros mecanismos de autorregulación y resiliencia.
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