En ocasiones vivimos impactos emocionales que nos desbordan, con pocos recursos propios para paliar los efectos de inseguridad y desconfianza personal que nos provocan. En la mayoría de los casos acabamos buscando recetas muy variadas para ayudarnos a superar estas situaciones límite. Con la ilusión de soluciones rápidas y placenteras, surgieron fármacos como el Prozac, con pocos o nulos resultados a largo plazo.
Muy pocos conocemos que estos procesos emocionales empiezan a gestarse en una parte del cerebro llamada hipotálamo. Y muchos menos sabemos que en esa zona del cerebro se regulan funciones vitales para nuestro organismo, así como reacciones químicas que están ligadas a nuestro equilibrio emocional. Algunos investigadores han llegado a la conclusión de la existencia de una sustancia química para cada uno de nuestros estados emocionales regulados por neurotransmisores y hormonas. Así pues, podríamos decir que hay sustancias químicas para el miedo, la cólera, la tristeza, el mal humor o cualquier otra emoción que se nos dispara en nuestro día a día.
Estimamos que hay una relación biunívoca entre alimentación y emoción. Las emociones afectan a nuestra alimentación de la misma manera que la alimentación va a influir sobre nuestras emociones. Y esto puede ocurrir tanto en la decisión del alimento motivado por la emoción que sentimos, como en la emoción que nos provoca la elección de un
tipo concreto de alimento.
Antes de seguir queremos detenernos en la importancia de hacer una distinción entre alimentación y nutrición por la influencia que tienen ambas en nuestro proceso emocional. La nutrición es involuntaria, y es el proceso biológico de asimilación de alimentos para el desarrollo de las funciones vitales, mientras que la alimentación es voluntaria: en ella intervienen elementos externos que seleccionamos, preparamos e ingerimos. De esta manera, nosotros podemos intervenir en los procesos de alimentación, que consecuentemente traerán unos resultados nutritivos. Este proceso causa-efecto influye no solamente en lo concerniente a la biología de nuestro cuerpo, sino también en el estado emocional inconsciente o subconsciente que nos lleva a elegir unos determinados alimentos sobre otros, provocando una serie de reacciones químicas que afectan profundamente a nuestro carácter.
Entendiendo esto, debemos replantearnos que los alimentos son algo más que una mera fuente de calorías para el cuerpo. Es mucho más real si vemos a los alimentos con el mismo poder que los fármacos.
Entonces, ¿cómo podemos usar la alimentación para controlar las respuestas hormonales, responsables al fin y al cabo de nuestros impulsos emocionales? El primer paso lo acabamos de dar: pensar en la comida como un sistema de equilibrio hormonal. Consideremos cada alimento como una programación neuronal capaz de determinar qué fuente de energía vamos a utilizar durante las cuatro o seis horas siguientes.
Esta semana plantéate qué comes y qué te motiva esa elección, y sobre todo, qué reacciones has experimentado.