Hoy se celebra en algunos países la fiesta de San Valentín, patrono de la amistad y el amor. En España esta tradición surge a mediados del siglo XX para incentivar las compras. Algunos dicen que la introdujo la cadena de grandes almacenes Galerías Preciados, influenciados por México y Cuba, de donde había regresado su fundador, el asturiano Pepín Fernández. A diferencia de la cultura centroamericana, en España esta fiesta tiene como público objetivo la pareja amorosa únicamente.
Yo me sumo a los países que celebran el día del Estudiante, de la Juventud, de la Amistad y del Amor, y quiero compartir con todos y todas la carta sobre el amor más leída, seguramente, en los últimos veinte siglos:
«Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás…»
De la Carta de San Pablo a los Corintios, 13, 1-13
¿Habíais escuchado alguna vez esta carta? Seguro que en la boda de algún amigo. En la última a la que yo asistí les pregunté qué les había hecho elegir esa lectura, y al igual que en ocasiones anteriores, los desposados me dijeron que les gustaría sentir este amor siempre.
Y ¿qué plan tenéis fijado para que sea así? «Ninguno». Seguramente ella esperaba que este amor le llegara de su esposo, y viceversa.
Vivimos apegados a que los demás nos expresen sus sentimientos mientras en nuestro interior permanecemos yermos y fríos. Anhelamos ser amados, y cuando eso no sucede, sentimos que la luz se apaga y que las sombras de la soledad nos amedrentan. Nos ofuscamos en tener la razón, y vemos pasar a nuestro lado el amor una y otra vez, pensando que fueron los demás los que nos dañaron y los que no nos entendieron.
Después de leer esta hermosa propuesta de amor incondicional, y en aras de vencer la indolencia, debemos establecer un plan para alcanzar las cotas más altas del amor, de la amistad, de la camaradería. Quizá sólo sea cuestión de cambiar la comprensión por la culpa, la confianza por el miedo, la esperanza por la inquietud, y ser amor en lugar de estar esperando a que nos amen.
Con todo mi amor y respeto.
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