Nuestros antepasados lograban imponerse con el uso de la fuerza. Es impensable que los políticos actuales logren algo por la vía de la imposición. Desde la era de John Kennedy, a las figuras políticas o de impacto social se les exige que tengan carisma. Cada día se impone más el ejercicio de las buenas formas y la seducción
Es quizá este giro radical en las normas de convivencia social lo que provoca un cierto rechazo hacia la seducción. Para muchos, seducir es manipular, mientras que otros se decantan por considerar la seducción como una mentira encubierta llena de muy buenas palabras y pocas realidades.
Los mejor informados definen este arte como el único medio de persuadir, como una técnica que es imprescindible si se quiere alcanzar el éxito en las negociaciones.
Para unos pocos la seducción es el arte de compartir lo mejor de nosotros mismos, tanto en nuestra vida más personal como en el ámbito profesional.
Todas las esferas de la vida requieren la capacidad de persuadir de un modo en el que se consensúe y se aproximen posturas. Sólo así podemos adaptarnos a una vida convulsa, llena de frenesí y actividad, donde cada uno tiene una expectativa que quiere ver cumplida.
Aceptamos que la seducción ha sido utilizada, y aún lo sigue siendo, como un arma de captación que menoscaba la voluntad de las personas. Para ello se utiliza una información con un envoltorio que fragiliza la fuerza del colectivo al que se envían estos mensajes.
Hay momentos claves en la vida de cada uno en los que actuamos de forma diferente, inusual y hasta paradójica: cuando nos enamoramos. El hechizo nos invade y nuestra mente frena su pensamiento para dejar paso sólo a aquello que es el objeto de nuestro amor, de nuestra ilusión o deseo.
Los expertos han estudiado profundamente este proceso de encantamiento que hace que la mente sea mucho más proclive a recibir información placentera. Las barreras de la conciencia o del entendimiento han caído, y solo cabe rememorar momentos cálidos y dulces. La mente obnubilada actúa de forma alocada. No hay fronteras ni barreras para los deseos. 10.000 kilómetros de distancia pueden parecernos una nimiedad, el teléfono un útil imprescindible hasta que llega la primera factura, y el ser amado posee una belleza y unos valores inimaginables.
Los expertos en marketing y publicidad son conocedores de la importancia de estos momentos, de la fragilidad del razonamiento y sobre todo de la disposición a claudicar ante las propuestas de diversión, gasto o consumo que generen un estado parecido al enamoramiento.
Estos expertos logran que un coche, un perfume o un modelo de alta costura se conviertan en un objeto de deseo para que no podamos frenar el impulso de obtenerlo. Estos elementos superficiales se convierten en fatuos momentos de amor eterno.
Dice Robert Greene en su libro El arte de la seducción que carece de sentido argumentar en contra del poder de la seducción. Para dicho autor este arte es como un recuerdo inanimado pero latente de instantes pasados donde hemos recibido el amor de alguien. Esa sensación placentera, de poder, de fuerza, nos ha embriagado los sentidos. Los nuevos mensajes subliminales logran replicar en nosotros esas sensaciones a las que acudimos irresistiblemente.
Las personas que logran emanar estos mensajes embriagadores nos atraen de forma irresistible. No siempre sus mensajes son coherentes o veraces en relación a su intención, pero en todo caso conectan con una parte de nosotros que está dispuesta a dejarse seducir, y el resultado sin duda es arrastrarnos hacia donde ellos quieren.
¿Qué opinas sobre la seducción y su poder?
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